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Cumbre
borrascosa
Por
Claudio Zeiger, desde Córdoba
Algunas
conclusiones por anticipado: los narradores cordobeses no escriben pendientes
de Buenos Aires. Y tampoco escriben tan pendientes de Córdoba como
alguien podría suponer a priori. No faltaron, en el marco del Primer
Foro de Narradores del Centro de la República (La Cumbre, del 25
al 27 de agosto pasado), encendidos reclamos de novelas representativas
de la ciudad (de allá), pero en todo caso ninguna de las diferencias
estéticas que quedaron visibles durante los tres días que
duró el encuentro, se impuso sobre otra, sencillamente porque no
era ése el énfasis de la propuesta. Por el contrario, el
atractivo diseño del Foro hizo hincapié en el trabajo intensivo
y la combinación entre el debate público y el laboratorio
narrativo. Así, posturas heterogéneas tuvieron voz y voto
y dejaron sobre el tapete tanto el amor que desune como el
espanto que une. El resultado, al menos visto desde la ciudad
autónoma de Buenos Aires, donde a nadie se le ocurriría
hacer una nota sobre el estado de la literatura porteña (porque
aquí se escribe, sin vueltas, sobre la narrativa argentina) fue
una primera aproximación a un campo literario que hoy se encuentra
en un momento de encrucijada: entre irse y quedarse (para algunos), entre
más de veinte editoriales y un solo suplemento literario local,
entre la reivindicación de la región o la definitiva entrega
a la nacionalización editorial.
INVITADOS
EN EL PARAISO El Foro de Narradores se realizó a 96 kilómetros
de la ciudad de Córdoba y a 1142 metros sobre el nivel del mar.
Sus organizadores (la Asociación ArteCórdoba y la revista
de crítica y ficción Pretextos) optaron por situar esta
movida de narradores en El Paraíso de Manuel Mujica Lainez, la
casa donde el escritor vivió en forma fija desde 1969 hasta su
muerte en 1984, situada en Cruz Chica, La Cumbre.
La Cumbre es un refugio apartado, inmerso en un paisaje paradisíaco
hasta la inquietud, casi vacío de turistas a esta altura del año.
El Paraíso es un sitio eminentemente literario; la Cumbre y Manucho
fueron dos presencias fuertes, o por lo menos dos ecos notables, entre
mesa y mesa. Se habló de Mujica Lainez en los entretiempos y la
gente de la Fundación que lleva su nombre cerró el evento
agradeciendo la presencia del público, decenas de personas previamente
inscriptas que llegaron desde diversos puntos de la provincia para seguir
las alternativas del Foro durante tres días de clima impecable.
El cierre del Foro fue en rigor una visita al interior de la casa central
del predio (que ya no incluye el lago y la pileta, sectores fraccionados
y vendidos a lo largo del tiempo). El Paraíso es hoy un museo que
se conserva tal como la había concebido Manucho: con su sala de
los retratos de los antepasados, las enormes bibliotecas, los rincones
atiborrados de objetos y recuerdos, es un nada disimulado canto a sí
mismo.
En este marco donde se funden de modo peculiar la más refinada
concepción del arte y la más agreste idea de la naturaleza
que acecha por todas partes en esta villa serrana, el Foro eligió
concentración de unidad y tiempo: un lugar para las actividades
situado a unos dos kilómetros donde se alojaba la delegación
de escritores, y una intensa agenda de tres días. El primer día,
después de la bienvenida, fue el momento de una mesa sobre Literatura
y Sociedad de la que participaron Andrés Dapuez, Graciela
Bialet y Julio Torres. El sábado comenzó con un taller abierto
piloteado por Rogelio Demarchi (director de la revista Pretextos y coordinador
general del Foro) y una lectura de textos por parte de varios escritores.
Siguió con dos mesas diseñadas para que los narradores refirieran
cómo trabajaban sus máquinas narrativas: participaron
María Teresa Andruetto, Cristina Bajo y Jorge Barón Biza
en la primera, y Carlos Schilling, Lilia Lardone y Eduardo Chaves en la
segunda.
El domingo, antes de visitar la casa de Manucho, se cerró el Foro
propiamente dicho con una mesa sobre la función de la crítica
literaria, con Demarchi, Barón Biza y Schilling. Según se
anunció, habrá dosvolúmenes emanados del encuentro:
uno recogerá las ponencias y debates; el otro es una antología
de relatos de los participantes.
UNA
LEVE TONADA El debate en sí empezó con un dardo: el
relato de un incidente (narrado casi en los bordes del género denuncia)
de un escritor con los medios; en rigor, con el medio cordobés.
Lo refirió la víctima, Andrés Dapuez,
escritor nacido en 1969, autor de un libro de relatos llamado Museo Dapuez
(en una encuesta de Radarlibros de 1998, Beatriz Sarlo señaló
a este libro como revelación del año). Un incidente
menor, quizá despreciable, ocurrió hace unos días
cuando me solicitaron para La Voz del Interior una opinión sobre
el actual estado de la narrativa local. Como ya había sucedido
antes con otros textos solicitados por el suplemento cultural del diario,
mi opinión fue piadosamente elidida. Las respuestas eran extensas
y debía cortarlas a menos de la mitad, razón por la cual,
con una pequeña ayuda de mis encuestadores, decidí que mis
palabras debían quedar sumidas en la contundencia del silencio.
En su ponencia, Dapuez aclaró que buscaba sacar el incidente del
marco de una herida a la vanidad de un autor para advertir sobre ciertas
prácticas sociales de exclusión.
Graciela Bialet (escritora y docente que coordina un programa de lectura
del Ministerio de Educación de Córdoba y es autora de quince
libros de literatura infantil y ensayo pedagógico) advirtió
que el hecho de ser convocada para hablar de literatura y sociedad le
había producido cierta fobia. Si se aclara que en su novela Los
sapos de la memoria (de fuerte resonancia local) resignifica la leyenda
del sapo y el príncipe encantado ligándolo a los desaparecidos,
dejó en claro que la fobia iba por ahí. Pensé
que me invitan a hablar por el tema de los derechos humanos, o quizás
estaba un poco paranoica. Y se hizo algunas preguntas: ¿No
hay en la actualidad la libertad de leer desde Paulo Coelho a Mempo Giardinelli
en la misma mesa de libros? ¿No está bien esa libertad?
La literatura le dice cosas a la gente porque la literatura no es de quien
la escribe sino de quien la necesita, dijo citando una frase de
El cartero de Antonio Skármeta.
Por su parte, Julio Torres un hombre de fortuna y campos que a cierta
edad largó los negocios para dedicarse de lleno a escribir, autor
de la novela El oro de los Césares y de dos volúmenes de
cuentos (¡Tigre, Tigre! y Cuentos del totoral), contó un
cuento tal vez de Stevenson, Melville o London (no lo especificó),
planteando muy certeramente la pregunta de qué hace el escritor
ante la sociedad y qué le devuelve esa sociedad. La historia refiere
que un indígena de los mares del sur pidió a los marineros
de los barcos que llegaban de la civilización que lo
llevaran con ellos. Quiero viajar para conocer y viajar para volver.
Algunos antropólogos suponen que la entrega de esos pueblos a los
colonizadores se debió al papel de esos viajeros narradores, porque
al volver fueron derrotistas o porque lúcidamente les dieron una
noción de insularidad que los hizo replegarse para resistir.
El debate en realidad continuaría el último día,
después de haber pasado por la exposición de poéticas
diferentes y por las experiencias del taller abierto: fue cuando se habló
sobre el papel de la crítica y cuando, después de escuchar
el desopilante decálogo del crítico malo a cargo de Barón
Biza, se insinuó la desmesura de un campo literario que hoy ostenta
unas veinte editoriales y un solo suplemento cultural, el de La Voz del
Interior, en el que, según se quejaron muchos escritores, no se
suele dar espacio a la producción local.
Si bien en el debate sobre literatura/sociedad se diluyó un tanto
lo específicamente cordobés, hay que señalar
algunos jugosos dardos cruzados que le agregaron una cierta tonada al
Foro. Pueden citarse algunos ejemplos:
* La novela de Córdoba, la de una ciudad, todavía
está por escribirse. Si uno fatalmente es cordobés deberíamos
convertirlo en un valor, planteóMaría Teresa Andruetto,
quien en 1992 ganó el Premio Municipal Luis de Tejeda con la novela
Tama, y que se especializa en literatura para jóvenes.
* No veo por qué cada ciudad debe tener su novela por decreto
municipal, contestó Dapuez, quien poco antes había
tomado una posición pro narrativa local. Sigo sosteniendo
que se puede hacer literatura en Córdoba. Pero no entiendo todavía
cómo el calificativo `cordobesa modificaría el sustantivo
`narrativa. ¿Será como decir `para qué voy
a escribir narrativa si por las mismas circunstancias de elaboración
va a terminar siendo cordobesa?
* Vender es para mí el signo de servir para algo. El mercado
es una votación, porque el mercado es un tipo que entre un libro
y un perfume, elige un libro, y nosotros tiramos libros sobre la mesa.
Pero creo que no hay suficientes lectores en Argentina como para pensar
que nosotros podamos vivir de escribir, dijo el campechano Julio
Torres.
* Carlos Schilling, que tiene dos libros de relatos (Dos variaciones y
Diana y Nadia) y trabaja en la sección de Artes y Espectáculos
de La Voz Del Interior, agregó su bocado: Conocer cuándo
alguien escribió su primera novela o cuento es menos relevante
para la biografía personal, seguramente, que la publicación
del primer libro o la lectura de la primera reseña crítica
en un suplemento cultural. ¿Quién puede olvidar la ira que
le provocó la frase `habrá que aguardar sus próximos
libros para emitir un juicio definitivo sobre el valor de esta joven promesa
de la literatura provincial?
¿CóMO
LO HAGO? Las mesas dedicadas a lo que se llamó la Máquina
Narrativa fue la oportunidad para que los escritores abrieran el
corazón de sus mecanismos más secretos. Lo más saliente
del asunto fue en principio la resistencia de varios autores a la expresión
máquina narrativa propuesta por Rogelio Demarchi, finalmente
convertida en un chiste que llegó a rebotar por los almuerzos y
cenas. Detrás del chiste, la obvia resistencia a la teorización.
Así y todo detrás de la resistencia a la teoría
también se insinúa una poética los disertantes
se brindaron generosamente a compartir con el público sus dificultades
y dudas al momento de escribir.
Eduardo Chaves, narrador que tiene dos libros de cuentos (Desde lejos
y En la base del muro hay una grieta) y obras de teatro, reivindicó
la oralidad, que de hecho ejerce en un exitoso encuentro cultural que
coordina en bares de la ciudad de Córdoba, pero rescatando la permanencia
de lo escrito. Por eso creo que los libros son irreemplazables en
la literatura, planteó.
Otros prefirieron elaborar una especie de credo personal, y en esto coincidieron
dos de las escritoras mujeres convocadas al encuentro.
Lilia Lardone tiene una trayectoria en literatura juvenil y con su novela
Puertas adentro (publicada por Alfaguara) saltó a la
narrativa nacional. Dejarse tentar por la literatura pero mantenerse
fiel a un cierto pudor, planteó. Sugerir en lugar de
exhibir, no agitar demasiado las violencias ni las pasiones, observar
minuciosamente el uso del lenguaje, abstenerse.
En una línea semejante se situó María Teresa Andruetto
a la hora de exponer su máquina narrativa. Recordó
a Wallace Stevens (Someter a un régimen de pan y agua al
temperamento) y dio como datos de su biografía de escritora
el hecho de haberse impuesto no pagar ediciones de autor y huir
de los clichés del realismo mágico que estaba en su esplendor
en los años de mi formación universitaria. Rescató
el valor de lo pequeño en la literatura y dejó una frase
de bella síntesis: el ojo ve menos de lo que la lengua dice
y la lengua dice menos de lo que la gente piensa.
A su turno, Carlos Schilling (que sorteó con elegancia los dardos
hacia el suplemento cultural de La Voz del Interior: lo suyo ahora es
el ocio y el espectáculo) contó su megalómana iniciación
en la literatura, a raíz deuna compañera de colegio de la
que estaba enamorado a los doce años. Ella, como corresponde, ni
registraba su amor, pero quizá sin sospecharlo disparó al
febril escritor. La madre de la chica había muerto en un accidente
automovilístico, y la conjunción (muy Quiroga) de amor y
muerte lo llevó a escribir una novelita en una libreta con la que
pensaba ganar nada más ni nada menos que el Nobel. Después,
con mucha precisión, remató el concepto de aquella iniciación
adolescente: La estética es el futuro del texto, el mandato
social su pasado, pero la literatura, los textos, se pierden en ese camino
entre el mandato y el horizonte de la estética.
Hubo dos expositores que remiten a dos modos muy distintos de cómo
ser, por llamarlo de algún modo, un escritor cordobés: nos
referimos a Cristina Bajo y a Jorge Barón Biza.
Cristina Bajo logró lo que muy pocos: la fueron a buscar desde
el corazón de la industria editorial cuando su novela histórica
Como vivido cien veces se había convertido en un sorpresivo boom
local. La editorial Atlántida la contrató y en coediciones
con la editorial Del Boulevard (de Córdoba) publicó esa
novela y luego, Por los tiempos de Laura Osorio. Pero a diferencia de
otros hacedores de best-sellers, Bajo (una mujer con la que se puede hablar
deliciosamente durante horas y a quien se puede consultar sobre casi cualquier
título de novela policial porque debe haberlas leído todas),
no reviste su trabajo literario con ropajes estéticos. Con honestidad
brutal dijo: Hago novelones y les voy a contar cómo y por
qué hago estos novelones.
Cristina Bajo explicó cómo hace sus relevamientos de hechos
históricos para armar tramas novelísticas y citó
lo que considera su primera línea de lecturas, que incluye principalmente
a Balzac, Galdós, Mujica Lainez, Borges, Manuel Gálvez,
Jane Austen, Dickens, Marguerite Yourcenar y Rodolfo Walsh (este último,
explicó, para dar verosimilitud a las escenas de violencia).
No me fue difícil elegir el género porque soy lectora
incansable desde chica y ver cine era una costumbre familiar. Se me ha
acusado de permanecer en el siglo XIX, lo cual en parte es cierto, pero
mi intención es de mayor aliento aún, remontarme a los tiempos
legendarios, hacer sagas. No hago literatura entretenida por consideraciones
de mercado sino porque reconozco el límite de mis capacidades.
Para desarrollar su intervención, Jorge Barón Biza, autor
de la novela El desierto y su semilla, que lo sitúa como uno de
los autores más importantes publicados en estos años, eligió
hacer circular previamente un cuento de su autoría. El mecanismo,
original por cierto, permitió bajar a tierra esa cuestión
de la máquina narrativa que tantas rispideces venía causando.
Para tal fin leyó un cuento policial (no de detectives sino de
comisario de pueblo, bien rioplatense), donde se dedicó a mezclar
el habla rural y el lunfardo porteño. A partir de allí Barón
Biza desgranó los problemas narrativos, lingüísticos
y literarios (ese fantasma de los porteños llamado regionalismo),
para concluir que un texto no puede ser desmontado completamente
por ningún tipo de análisis. El experimento sirve en la
literatura cuando el escritor tiene alguna necesidad de hacerlo.
Jorge Barón Biza repasó su peculiar posición en este
campo literario regional, ya que hace cinco años llegó de
Buenos Aires, donde ejerció profusamente el periodismo, para instalarse
en Córdoba (Al llegar me abalancé sobre todo lo cordobés,
libros, revistas, etc.). Ese lugar lo ha convertido en referente
ineludible de los escritores jóvenes (y no tanto), que inclusive
rompieron lanzas por su novela.
PROVINCIA
Y METRóPOLI A decir verdad, aquellos temas de debate que circularon
por el foro el mercado, el rol de la crítica, las posiciones
del escritor frente a la sociedad no difirieron tanto de aquellos
tópicos que pueden llegar a discutirse en cualquier encuentro o
mesa de Buenos Aires. Pero sí es muy diferente el campo en el que
germinan estos debates y foros. Así lo caracterizó Rogelio
Demarchi, baqueano conocedor del terreno sobre el que están pisando
los escritores cordobeses.Creo que la primera medida fuerte que
apuesta a la constitución de un campo literario cordobés
se produjo en 1985, cuando el Estado municipal creó el Premio Luis
de Tejeda a libros inéditos. La edición de estos premios
está a cargo de la editorial municipal, que al mismo tiempo decide
no competir con las editoriales privadas que van surgiendo, dice.
La otra movida que se dio a mediados de los ochenta es la fundación
de la editorial Alción, que luego se dividió y daría
lugar a la existencia de dos sellos, Alción y Argos. De a poco
fueron apareciendo otros sellos. Cuando llegan los noventa, la Municipalidad
dobla la apuesta y creó el fondo estímulo a la actividad
editorial cordobesa. La Municipalidad destina para ese fondo un monto
anual de 40.000 pesos y tiene un consejo consultivo ad honorem que no
se mete con la calidad en sí de la obra sino que evalúa
la factibilidad comercial del proyecto y, en cierto modo, su impacto cultural.
El otro espaldarazo importante que ha tenido la constitución del
campo aquí han sido las revistas-libro (e.t.c, Tramas para leer
la literatura argentina, El Banquete, entre otras) que sirven para difundir
líneas de trabajo y sobre todo agrupar gente.
Sobre este terreno se viene dirimiendo la literatura cordobesa; el Foro
de la Cumbre parece haberle agregado una cuota de debate, emoción,
denuncias, rechazos al viejo estigma del regionalismo y la circulación
de estéticas tan sofisticadas como la de cualquier metrópoli
que se precie.
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