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Examen
de residencia
Eduardo Muslip
Simurg
Buenos Aires, 2000
160 págs. $ 14
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Vacío
de sentido
por Daniel
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Algún
día los sociólogos e historiadores de la cultura deberán
explicarnos por qué durante el año 2000 pudo sentirse algo
así como un renacimiento de la ficción argentina. Atribuir
la proliferación de buenas ficciones a los meros recambios de almanaque
o de gobierno sería un gesto torpe y mecánico del que aquí
nos abstendremos, pero lo cierto es que durante el primer semestre de
este año ha habido suficientes acontecimientos ficcionales
que otros años (por no decir otros lustros) podrían envidiar
sin reservas. No sólo se trata de la aparición de nuevos
libros de figuras ya consagradas que sirvieron para consolidar prestigios
bien ganados (las esperadas reediciones de dos obras maestras de Copi,
El baile de las locas y La internacional argentina, la fundamental edición
de Adriana Hidalgo de Eva Perón, también de Copi, la novela
El mandato de José Pablo Feinmann, la utopía El árbol
de Saussure de Héctor Libertella, el libro de cuentos Gracias Chanchúbelo
de Alberto Laiseca, Yo, el alcohol y mi vida, el formidable
relato de María Moreno, por citar sólo algunos ejemplos),
sino de la consolidación de voces hasta ahora menores o de las
que no sospechábamos la mayoridad que los libros que publicaron
este año demostraron que podían pronunciar: Los cautivos
de Martín Kohan, El sueño del señor juez, segunda
novela de Carlos Gamerro, la conclusión de El mendigo chupapijas,
el folletín de Pablo Pérez, las Vidas posibles recopiladas
por Maite Alvarado y Jacobo Setton y Examen de residencia, el libro de
relatos de Eduardo Muslip (por citar sólo algunos ejemplos).
Cualquier lector más o menos suspicaz podrá comprobar que
no es una estética lo que en este incompleto ramillete de nombres
se reivindica sino la eficacia con la cual aparecen desplegadas esas estéticas
diversas en estos libros brillantes y en otros tantos manuscritos que
esperan el momento justo de su publicación.
Eduardo Muslip nació en Buenos Aires en 1965. Es licenciado en
Letras por la Universidad de Buenos Aires y docente universitario. Ha
publicado Hojas de la noche (Premio de Novela Juvenil Colihue, 1996) y
Fondo negro. Los Lugones (1997); obtuvo el Primer Premio del concurso
de cuentos de la revista V de Vian con Arácnido en tu pelo
(1995) y su relato La playa (el más complejo formalmente
de los aquí recopilados) fue incluido en la antología preparada
por Leopoldo Brizuela, Historia de un deseo.
Otros lectores habían advertido ya, por lo tanto, la calidad inusual
de los relatos de Muslip, ahora presentados, para regocijo del lector,
en un solo volumen, Examen de residencia. Podrá confiarse o no
en el criterio de autoridad que aquí se invoca, pero en todo caso
se invita al lector aún más desconfiado a entregarse a la
segura verificación de si los cuentos de Muslip son tan inteligentes
y conmovedores, tan delicados y sólidos como aquí se pretende.
Se trata (y, en épocas de tanta mirada retrospectiva,
eso es algo que excita la imaginación) de relatos sobre la vida
corriente en un Buenos Aires actual, sin ningún tipo de énfasis.
Ni siquiera puede decirse que sean epifanías construidas a partir
de experiencias mediocres de individuos mediocres en un universo mediocre.
Los personajes de Muslip son siempre un poco deslucidos y se encuentran
en la mitad del camino de la vida sin que se sepa con certeza (ni ellos
ni el narrador ni el lector pueden alcanzar ese saber tranquilizador)
en qué dirección se encaminarán. La protagonista
de Power Rangers, Viviana, piensa: Qué horror
esos estados intermedios en que lo anterior parece desaparecer y delante
no se ve nada, nada.
En esos estados transicionales atrapa, fotografía y
abandona Muslip a sus personajes, lo que no puede dotar a sus relatos
sino de un aire de profunda melancolía y a su literatura de un
sentido reparador. Más allá de la saludable repugnancia
del autor para manejar como títeres a sus criaturas, lo que puede
comprenderse es que, para él (y para los lectores más o
menos afines a su sensibilidad) la literatura viene a llenar ese vacío
de sentido que parece dominar nuestras vidas en el contexto de una avanzada
sociedad de consumo (tematizada una y otra vez en los relatos de Muslip,
donde siempre hay televisores prendidos, música pop, luces de tubos
fluorescentes, estrellas de la televisión vernácula, drogas
recreativas).
Si los relatos de Muslip son sólidos es porque carecen de fisuras
y sobreviven a la lectura menos complaciente. Si son, a la vez, delicados
es precisamente por la minuciosidad y perspicacia con que reproducen complicados
procesos de pensamiento, particularmente aquéllos que se refieren
a una cierta paranoia de sentido (que, claro está, es el corolario
lógico de la constatación previa del vacío de sentido):
Muslip es un maestro a la hora de narrar esos pequeños razonamientos
sobre nada desencadenados por algún estímulo artificial,
algún desajuste emocional o, sencillamente, la sola situación
de esperar algo que, de antemano, se sabe que no existe o que sólo
adquirirá (como es frecuente en sus relatos) la forma de la traición
o el abandono amorosos.
Si Muslip se siente ante este Examen de residencia tan desvalido (o tan
abandonado, o tan perdido) como la protagonista de su cuento que lleva
el mismo nombre, habría que apresurarse desde ya a garantizarle
que ha aprobado con creces el examen y que, por derecho propio, tiene
permiso de residencia en ese territorio donde viven los autores cuya obra
esperaremos en el futuro con ansiedad. Este deslumbrante libro de relatos
permite que sostengamos la hipótesis (que algunos, siempre los
hay, juzgarán desmesurada) de que Eduardo Muslip no defraudará
ninguna de nuestras expectativas.
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