Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Stira

Todo por 99F

Por Thomas Assheuer

Uno de sus postulados señala que en las sociedades occidentales se van perdiendo las tensiones culturales internas. La cultura intelectual y la crítica parecen ser cosas prescindibles; desde 1989 los principios rectores del dinero y del poder muestran su preeminencia sin tapujos. Usted habla de “erosión liberal”. ¿Qué significa esto?

–Yo ya había hecho este diagnóstico antes. Lo que ha pasado ahora es catastrófico. Ya en los años cincuenta estuve con Georg Lukács en Europa oriental e incluso di clases en la Universidad Humboldt de Berlín oriental, algo poco común en aquella época. Las librerías eran únicas; todas las noches había un montón de conciertos, con entradas a precios accesibles. ¿Y hoy? Donde antes estaban las grandes librerías, ahora hay sex-shops. El hotel Elefante Blanco de Weimar, donde Thomas Mann escribió su Lotte, hoy forma parte de una cadena.

Toda esa cultura fue parte de una dictadura...

–Lo sé. ¿Pero hoy la gente es mucho más feliz? Sé que es una pregunta muy delicada. En la República Checa se vive en un estado de punto muerto interior, en una parodia de lo kafkiano. En Hungría se expande un capitalismo salvaje, con el Mercedes blanco en la esquina y al lado, una enorme pobreza. Por supuesto, ¿quién en mi situación de privilegio tiene derecho a decirle a la gente que debe ser infeliz para que tengamos obras maestras? No tengo derecho moral. Pero me pregunto si no existe un camino intermedio. En el marxismo hay una mesiánica utopía del espíritu. Piense en ese absurdo y magnífico programa de Trotsky: “El hombre común se elevará al nivel de un Aristóteles, de un Goethe o de un Marx”. Hubo grandes pensadores socialistas, hombres con visión. Para Antonio Gramsci el marxismo era alta cultura. Pero en este momento una tormenta de codicia se cierne sobre Occidente. ¿Será ésta la solución para la humanidad? ¿Dónde están en este momento los grandes pensadores, los grandes poetas? Si uno considera que la gran literatura rusa, desde Pushkin hasta Brodsky, desde Ajmatova hasta Soljenitsin, sólo surgió bajo presión, uno se queda pensando. Pero quizás debería callarme la boca. Yo no pasé hambre; no estuve jamás en un campo de concentración. Si el precio de la cultura es la opresión, entonces el precio es demasiado alto. Pero el vacío de sentido también es un precio alto.

Un mundo feliz

O sea que liberalismo político o alta cultura es una falsa alternativa...

–Voy a ganarme muchos enemigos con lo que voy a decir. Hay formas de la alta cultura que son profundamente elitistas. La cantidad de gente que puede analizar una chaconne de Bach, leer un poema de Hölderlin, interpretar una página de Kant y percibir el profundo humor de una pintura de Paul Klee siempre será muy acotada. Pensadores como Matthew Arnold o John Stuart Mill, quienes creyeron que con la difusión de la educación muchas personas se elevarían al nivel de la alta cultura se equivocaron. Actualmente sólo existe una religión mundial: el fútbol. En el Gólgota había diez personas. En el estreno de Hamlet tal vez mil doscientas. En la Missa Solemnis quizás no más de mil. Pero 2250 millones de personas vieron el Mundial de Fútbol.

¿Qué quiere decir con eso?

–Como nos lo señaló Karl Marx: “La cantidad se convierte en cualidad”. Este salto es un salto metafísico. Por primera vez en la historia de la humanidad los corazones de 2250 millones de personas latieron al unísono. Piense también en los dos nombres que gozan de mayor prestigio en la religión mundial, como nuevos santos: Madonna y Maradona. Nombres que son una modulación del de la Santa Virgen. La religión mundial del rock y la del fútbol constituyen casi una fuerza metafísica. En Inglaterra se dice que el fútbol no es una cuestión de vida o muerte; es algo más serio. El chiste lo dice todo; es como un resumen de la nueva metafísica. Lo que me indigna es ver cómo muchos intelectuales también quieren participar. Desde la época de las revueltas estudiantiles tienen miedo de que los jóvenes se rían de ellos.

La música pop tiene un maravilloso efecto pacificador.

–La aspirina y el Valium también. Son los grandes tranquilizantes. El libro del futuro no fue 1984 de Orwell. El gran libro del futuro lo escribió Aldous Huxley. En Un mundo feliz están las pastillas de Valium, la semana laboral de cuatro días, el kitsch hollywoodense, la realidad virtual. El genio de Huxley fue increíble: predijo todo en la década del 30.
¿Para ser justos, no habría que diferenciar entre la cultura pop y su explotación comercial?
–Son la misma cosa. Porque la cultura pop es la expresión del genio de la aplicación comercial. Si uno lo logra: ¡bravo! Pero hay una frontera inmensa que separa al rock del jazz. El rock es el gran ataque a otras personas, el grito de una gran venganza. Millones de personas están hartas de la cultura. El rock dice: “Basta ya de su pretenciosa alta cultura; nosotros nos vamos a vengar”. Y la venganza consiste en que ya no pueden escuchar otra cosa. Cuando suena el rock, ya no queda lugar para una conversación humana, para pensamientos humanos. Tanto más en una rave. ¿Estuvo alguna vez en una gran rave?

No.

–¿Ve? Es algo muy nuevo.

La complejidad estética de la música tecno puede compararse con la de las grandes composiciones.

–Absolutamente. Y Los Beatles son grandes músicos. Es un arte del contrapunto. Es una música importante. Pero desde entonces las cosas han cambiado a un ritmo vertiginoso.

Parte de la religión

Cuando habla de la metafísica del pop, ¿cree usted que en Occidente se está creando una “alta religión secular”?

–Ésa es la cuestión fundamental. Malraux dijo: “El próximo siglo será religioso o no será”. En todas partes el fundamentalismo llega al poder. Si usted observa el mapa mundial de los conflictos más peligrosos, verá el embate del Islam contra otros mundos. El islamismo es una religión dinámica y expansiva. Me dan miedo las guerras religiosas que están por venir. En Estados Unidos hay unos 50 millones de fundamentalistas. En nueve estados muy pronto se prohibirá difundir las teorías de Darwin. Da risa, pero es de un absurdo fantástico. También existe un fundamentalismo cristiano. Y en las universidades, las casas de estudio progresistas judías están vacías, mientras que las ortodoxas no dan abasto. Y los niños están fascinados por el estricto y riguroso fundamentalismo de la ortodoxia. ¿Quién lo hubiera dicho?

¿Cómo se explica este fenómeno?

–La velocidad a la que se van disgregando las antiguas culturas es impresionante. Pero el hombre se quiere aferrar a algo, con uñas y dientes intenta aferrarse a una roca. El fundamentalismo es ese intento de aferrarse. Los historiadores nos dicen que la evolución en la historia siempre se dio a gran velocidad. Tonterías. Cuando era joven, Churchill marchó a la guerra con su sable; Homero lo podría haber descrito. Y al final de su vida le muestran la bomba de hidrógeno. Es una locura, si uno lo piensa bien.

Usted rescata una idea de progreso, pero el progreso no se puede reducir al hecho de que a nivel global se imponga un estilo de vida norteamericano-europeo.

–¡Si por lo menos existiera un estilo de vida europeo! Ya no existe más. Los europeos intentamos erigir los McDonald’s en templos. Desaparecen nuestras lenguas; el idioma de la informática es el inglés. Es una evolución que se observa a nivel planetario. Estoy seguro de que habrá un movimiento dialéctico en sentido contrario; soy lo suficientemente hegeliano como para creer en ello. Pero lamentablemente hoy en día esta reacción en contra consiste en un fundamentalismo oscurantista y sádico.

Pero aquí no se trata sólo de cuestiones de sentido, sino también de injusticia y explotación.

–Absolutamente. Tres quintas partes de la población mundial pasa hambre. Si no solucionamos este problema, si no ponemos coto a las grandes epidemias, yo veo el futuro negro. Si todos los días Wall Street dijera: “Vamos a darles una centésima parte de las ganancias de la Bolsa a los que sufren hambre”, contaríamos con miles de millones para ayudar a la humanidad. El dinero y las acciones nos han vuelto locos. No obstante, yo creo que la humanidad sólo sobrevivirá a través de algo trascendental, a través de una utopía. Pero probablemente Disneylandia será más poderosa que cualquier utopía simbólica.

Pero la globalización también abre otras perspectivas muy diferentes...

–Sí. Realmente es sorprendente que por fin intervengamos en otros países para impedir que pueblos enteros sean masacrados. Sé que en la intervención en los Balcanes hubo complejos motivos geopolíticos. Pienso también en Timor Oriental. Probablemente habrá que intervenir también en Montenegro. Y (¡ojalá!, ¡ojalá!) se actúe pronto en Colombia y en Venezuela para detener las masacres. Me parece algo impresionante cuando, sin poseer autoridad jurídica, se dice: “Como seres humanos no podemos tolerar más estos crímenes. ¡Vamos a intervenir en calidad de seres humanos!”. Esto es un gran progreso. Quizás Ruanda fue muy importante en este sentido. Allí había 3000 soldados franceses que no movieron ni un dedo, aunque sabían lo que estaba pasando. Podrían haberlo impedido. Tal vez Ruanda nos dé tanta vergüenza que algo cambie. Es cierto, el Papa tardó 50 años en decir algo. Pero poco a poco se va despejando ese trauma de la indiferencia. Medio siglo después comenzamos a aprender. También otras masacres nos abrieron los ojos. Por ejemplo, Pol Pot, que enterró vivas a cientos de miles de personas.

Mujeres argentinas

¿Se puede uno disculpar por los hechos del pasado, como una religión civil?

–La expresión es buena, pero yo preferiría hablar de una moral civil o de una ética civil. Creo también que hay una nueva fuerza en los movimientos de liberación femenina. Las mujeres van a decirles a sus maridos, a sus padres, a sus hermanos y a sus hijos que ya no consagrarán su vida a ellos. Pienso en las mujeres de Sudamérica, de Chile y Argentina, en las Madres de Plaza de Mayo. Quizás se abran allí grandes reservas de una humanidad y una capacidad de intervención que hasta ahora no se han manifestado. La religión traicionó a estas personas; en Sudamérica la Iglesia sigue traicionando a las mujeres.

Se dice que el compromiso político ya no tiene sentido, pues en un mundo posmoderno no queda más que reaccionar de manera defensiva...

–¡Qué tontería! ¿Qué significa “posmoderno”? El hombre de Neandertal ya era posmoderno, por lo menos desde su perspectiva. Si nos quedamos cruzados de brazos, estamos perdidos. El mayor problema es la apatía de los jóvenes, su actitud de reserva irónica. Estos jóvenes son muy viejos. Pues, ¿qué tipo de vida es ésa, en la que uno a los 19 años ya sabe todo y ya no puede incurrir más en la felix culpa, ya no puede cometer más los grandes errores, las erratas. La cuestión es cómo podemos enseñarles a los jóvenes a cometer errores. Lamentablemente hoy en día el pesimismo y la indiferencia son actitudes naturales. ¿Pero quién hubiera creído que caería el Muro de Berlín? ¿Y quién hubiera creído en Nelson Mandela? También hay milagros de la realidad, milagros de lo político.

En su libro Errata, usted reflexiona sobre el “futuro status ontológico del hombre”. ¿Considera que la ingeniería genética constituye un ataque al humanismo?

–Conozco muy bien a los grandes biólogos y genetistas y conozco el proyecto Genoma. Es aterrorizador cuando se juega a ser Dios. Pero la naturaleza está llena de malignas sorpresas: ella se defenderá. La vida es mucho más compleja. Eso es lo fantástico. Pero el peligro es muy grande. Existe una lógica de la predominancia biogenética. Vamos a crear vida y nadie sabe qué va a pasar después. It’s a new ball game. Yo no voy a estar allí para verlo; se lo agradezco a la edad. r

 

arriba