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Intersección

POR PABLO VIGNONE

La aparición simultánea de dos novelas cuyo tema central es, más que las matemáticas, el continuo desafío desigual entre el David del común, desnudo con su intelecto, contra el Goliath axiomático y arduamente demostrable, invita a echar un vistazo sobre el papel que la ciencia de la exactitud cumple en la sociedad postecnológica y el que se reserva para sus consecuencias prácticas. Porque tanto en El tío Petros y la conjetura de Goldbach, del griego Apóstolos Doxiadis, como en El teorema del loro, del francés Denis Guedj, lo que subyace es una valoración humana de la preocupación matemática, lo que la teoría rescata del inquebrantable espíritu humano por saber y difundir, escrita en cifrado narrativo.
Es significativo que una ciencia tan exclusiva como la matemática sea objeto central de dos piezas literarias disímiles en intención y resultado, pero especulares desde la vocación. Los autores pueden ser novelistas, seguro, pero ante todo son matemáticos: Doxiadis se graduó en la Universidad de Columbia antes de dedicarse al cine y a escribir novelas, y Guedj también ha sido todo eso y un poco más .-actualmente es profesor de Historia de la ciencia en la Universidad de París–, después de sacar patente de matemático.
Ellos conocen desde adentro la disociación fundamental de la matemática, en la que el producto ha sido alienado, y la historia empírica de su productor negada o escamoteada, y buscan, cada uno a su manera, reparar esa brecha con historias que giran en torno de los números y la construcción científica, pero tratando de hacer eje en la arista sensible de sus personajes, en lo que sienten tanto como en lo que piensan. Eso, aunque no siempre lo logren con fidelidad.

El tío Petros cuenta la historia del profesor Petros Papachristos, que ha dedicado toda su vida intelectual a resolver uno de los dos problemas matemáticos más insignes que aún quedan en pie, la conjetura de Goldbach, formulada por el suizo Christian Goldbach en el siglo XVIII: “Todo entero par mayor que dos es igual a la suma de dos números primos” (el otro es la hipótesis de Riemann; el tercer gran problema, la conjetura de Fermat, fue resuelta por el británico Andrew Wiles en 1993). La clave autobiográfica de la novela revela cierta impericia para sustentar un interés literario, y por momentos la obra se lee como un vulgar tratado de historia moderna de la teoría de los números. Por supuesto, Petros no demuestra si la conjetura es verdadera o falsa, pero eso se podía adivinar casi desde el comienzo.
El teorema del loro propone un doble enigma, a partir de un planteo inicialmente policial. Un amigo de Ruche, el protagonista, le envía desde el Amazonas una monumental biblioteca de obras clásicas matemáticas, pero ese envío es tan misterioso como la suerte del benefactor. Ruche vive con una familia tan extraña como el planteo, y con ellos un loro, Sinfuturo, que participa del desafío intelectual que significa desentrañar el supuesto crimen rastreando pistas en la historia de la matemática... Hasta que una banda de traficantes secuestra a Sinfuturo y las dos pistas se encauzan en un solo meandro discursivo.
La trama parece una pantalla perfecta para repasar el devenir de la ciencia desde antes de Euclides hasta los esfuerzos por develar a Fermat pero, aunque escrita en un nivel narrativamente más rico que El tío Petros, no puede evitar convertirse por momentos en un tratado que se lee salteando páginas, didáctico pero tratado al fin, que al lector poco empapado en cuestiones como ésta acaso le resulte tedioso, por más que Guedj salpique su obra con recetas de cocina, descripciones parisinas, diarios de viaje o gotas de suspense.
Son novelas de ideas, pero de ideas de otros. Se juega con ellas, aunque sin manipularlas. De hecho nadie puede aventurarse más allá porque ellas son indiscutibles: ésa es la gran diferencia que hay entre la ciencia de los números y, por ejemplo, la política: lo que impide que, todavía, haya aparecido una gran novela matemática. Siempre y cuando se admita que pueda haberla, lo que, vista semejante imposibilidad dialéctica, parece dudoso.
Sin embargo, lo rescatable de estas obras es su afán por rescatar el valor alquimista del matemático, que desde su individualidad de lápiz y papel intenta desenterrar un conocimiento que no sólo está oculto sino del que, además, puede sugerirse que parezca improbable su existencia. Una empresa vista como un crucial desafío para una era individualista: porque poniendo a la matemática en el gran papel protagónico, los autores intentan despegarla de su función utilitarista, función que sólo sirve para describir en clave estadística pero que resulta inadecuada para interpretar eficazmente lo que sucede.
Guedj escribe: “Ruche vio hasta qué punto las verdades matemáticas podían ser, filosófica y también políticamente, una escuela de aprendizaje contra el absolutismo del pensamiento”, y en realidad lo que está describiendo es eso, hasta qué punto la verdad de la matemática en clave literaria ayuda a combatir la tiranía de la matemática como herramienta de control y dominación. Aunque el experimento de humanizar los beneficios de esta ciencia no devenga en éxito absoluto para ninguno de estos dos autores.

 

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