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LOS HERMANOS TANNER
ROBERT WALSER
Trad. Juan José del Solar
Ediciones Siruela
270 págs. $ 26,50

Por Claudia Schvartz

En la última parte de su vida, cuando ya había ingresado en el manicomio por propia voluntad, Robert Walser hacía curiosas escrituras que pretendían ocultar lo ya escrito. Escribir era en él algo tan natural e indispensable que, para ponerse a resguardo de los peligros de escribir, sólo podía escribir más, por encima y sobre lo ya escrito. Esto dio lugar a un frondoso archivo donde reposan –en medio de terribles discusiones por su posesión– los subproductos de un alma desdichada. Se trata de los Archivos Walser.
El escritor que tanto escándalo promueve sólo deseaba desaparecer de la vista de la gente, mantener intacto algo muy vivo de su ser: “es poco digno desdoblar los pliegues de la desdicha, quitarle toda la solemnidad, toda esa tristeza tan hermosa y velada que sólo existe cuando no se habla de ella”. O: “Resulta maravilloso haber salido ya de la primera juventud, que no es solamente aquella cosa bella, deliciosa y fácil, sino a menudo algo más complejo y cargado de preocupaciones que la vida de muchos ancianos”.
Entre otras cosas, escribió poemas, novelas y este libro que hoy nos reúne, Los Hermanos Tanner. Aquí Simón Tanner, pequeño escribiente de esos que a pedido escriben cartas y otras caligrafías, lee a Stendhal y rechaza los trabajos donde puede crecer (en el sentido del oficio) haciéndose despedir en escenas de inteligencia enorme. Inteligencia en un sentido, claro: “...no se obedece, sino que cada cual va estupidizándose al ritmo de sus endebles hábitos, que es lo que se pretende”. O, “la desdicha forma”.
Los Hermanos Tanner es una galería extraña. Alrededor de Simón aparecerán Klaus y Kaspar –su hermano, el pintor del que se enamora Klara (y todas), y al que adora con devoción turbadora– y del otro lado Hedwig, la única hermana, y el olvidado Heinrich, bello y noble, bueno para el siglo XVIII pero al que el presente encierra en el manicomio. Simón, el menor, va y viene entre ellos como en una galería de espejos, deformados por el amor u otras pasiones, más secas y distantes.
Todos los Tanner comparten un conocimiento del dolor. No hablan de sus padres (aunque hacia el final aparece un hombre en cuyo rostro, asombrosamente, no se lee la violencia que ejerció sobre su hija). Disfrutan la mutua compañía porque les devuelve la infancia: alegría y también naturalidad que no abunda en el mundo.
Caminante, como siempre en sus relatos –El paseo (1907), Jakob von Gunten (1908), La rosa (1925)–, Walser gasta aquí los zapatos de un joven que cambia desesperadamente de oficio, y luego de patrón, que hacia las mujeres se muestra tan encantador como indiferente y que describe con precisión dolorosa los funcionamientos del sometimiento. En vagabundeos intensamente líricos, la ambigüedad es una cuestión central en Los Hermanos Tanner.
Robert Walser (Suiza, 1878-1956) es uno de los grandes escritores de lengua alemana del siglo XX. Fue el predilecto de Kafka, Benjamin, Canetti, Musil. Entrar en la intimidad de sus libros implica riesgo poético.

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