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Midiéndole la fiebre al Diego

Por Santiago Llach

Hace dos semanas, Pablo Vignone levantó su dedo en Radarlibros para objetar tanto mi reseña del libro Yo soy el Diego, de Diego A. Maradona, como el libro mismo. En verdad, en el miasma confuso de su objeción –una serie copiosa de interesantes boutades– es difícil distinguir el aire punzante de una argumentación. Pero un análisis de los supuestos más obvios que ofrece su pequeña polémica puede arrojar algún resultado. Lo que a Vignone le molesta de la reseña parecen ser dos cosas: el “excesivo grado de teoricismo” y el escamoteo del “resultado final”, que resume en la pregunta “¿vale la pena este libro?”. Aunque no siempre la lectura se corresponde con una pena (o tal vez sí), comparto las prevenciones de Vignone respecto de la teoría. El fútbol, como la vida, se resiste a la interpretación, y los resultados de los experimentos literarios y académicos aplicados a él suelen ser bastante estrechos. Sin embargo, considero que una reseña literaria puede ser usada para pensar, aunque sea en espacio reducido. Para calzar una o cinco estrellitas, para recomendar, lisa y llanamente recomendar, mejor poner una perfumería, o a lo sumo un videoclub.
Quiero decir: traducir no siempre es hacer accesible. El público de Radarlibros, aun si fuera el mismo que el de “Fútbol de primera”, vendría a estas páginas dispuesto a un esfuerzo algo mayor de la inteligencia activa. Entiendo que una reseña de un libro de Saer no pueda ir mucho más allá de una glosa eficaz, pero simplemente glosar en este espacio un libro pensado para el consumo masivo, como el libro de Maradona, no tendría demasiado sentido. El discurso que produce Maradona, dice Vignone, no es de ninguna manera teórico, y de ahí extrae la curiosa conclusión de que tampoco la reseña debería serlo. Agradezco, de todas maneras, los adjetivos que elige para calificar mi trabajo: “Excesivo, rebuscado, casi atrevido”.
La queja de Vignone contra el libro se centra en el hecho de que no trae ninguna revelación (se refiere a revelaciones al estilo “Indiscreciones”). Es como escuchar una y otra vez la grabación del gol a los ingleses, dice: “Reaparece la emoción, pero no la sorpresa”. Pide un producto planteado en términos “más periodísticos” (¿otro “Maradona non fiction”, tal vez? ¿Otro más?). Lo que ignora, por obvio, es que el tic principal del discurso mediático (aquel desde donde Maradona dispara) es la repetición, apabullante e incesante, y que la fascinación que desata muchas veces la lengua viperina de Diego se sustenta en la emoción que sus hazañas siguen produciendo en las cabezas de muchos argentinos. Vignone desdeña la fuerza del discurso maradoniano, pero las acciones casi mágicas que le atribuye desmienten otra vez sus propios dichos: “Molesta, agrede (...), induce, fuerza, acobarda”.
Sus reparos se parecen a la moralina clasista de la pequeña burguesía asustada cuando sentencia que “el motor de Maradona es el resentimiento”. Eso mismo ocurre cuando “denuncia” las intenciones comerciales del libro o la perspectiva sesgada de Diego. Los ingredientes que hacen atractiva a la figura de Maradona son justamente esos: la corte de alcahuetes, los tintes mafiosos de Guillote, el derroche suicida del genio que vende merca mal cortada.
Pero la sospecha de que las razones de su rechazo son otras, más viscerales, impronunciables o que prefiere guardarse, se confirman cuando Vignone intenta él mismo vender de la mala. “Para medir la fiebre de Maradona” –sus críticas siempre parecen elogios–, recomienda la también reciente autobiografía de Alfredo Di Stéfano, el gran jugador de Real Madrid y de la selección española, que empezó su carrera en la Argentina. Quien se tome el trabajo de leer Gracias, Vieja comprobará que es el libro amable de un maestro venerable, los prolijos recuerdos en español de la Península, encuadernados para el mercado ídem, de un hombre que se define como “apolítico”. Vignone, que también elude la política, adorna el librode Di Stéfano con un par de adjetivos que, una vez más, no favorecen su tesis: “oxigenado” y “libre de prejuicios”. René Descartes, hace muchos años, dedicó el intento fallido de escribir un texto libre de prejuicios a la reina Cristina de Suecia. El oxígeno, por ahora, se consigue gratis.

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