POR DANIEL LINK Vida Roland Barthes nace en Cherburgo el 12 de noviembre de 1915, un año antes de la muerte de su padre, el alférez de navío Louis Barthes. Pasa su infancia en Bayona (sólo hay una patria, sólo hay una lengua, diría más tarde: la patria de la infancia, la lengua materna). En 1934 le diagnostican una enfermedad retro: tuberculosis. Durante ese año y el siguiente realiza una cura libre en los Pirineos, en Bedous, en el valle de Aspe. Estudia letras clásicas en la Sorbona. Funda el Grupo Teatro Antiguo. Entre 1941 y 1942 sufre dos recaídas de su enfermedad pulmonar. Durante su primera estadía en el Sanatorio de Estudiantes, en Isère, publica su primer ensayo, sobre André Gide, en la revista del lugar donde está internado. Adscribe al estructuralismo, al marxismo, al nouveau roman, a la semiología, al maoísmo, a la nouvelle critique. En 1960 ingresa como jefe de trabajos de la Ecole Pratique des Hautes Etudes y en 1962 es nombrado director de estudios en Sociología de los signos, símbolos y representaciones. En 1977 accede a su cátedra en el Collège de France. En 1978 dicta una conferencia (Mucho tiempo he estado acostándome temprano) donde anuncia su proyecto novelesco. Se encuentra, dice, en la mitad del camino de su vida. Entre otras cosas señala: Lo natural es creerse inmortal; de ahí tantos accidentes por imprudencia. Poco más de un año después, en pleno luto por la muerte de su madre, esa frase estúpida vuelve con toda su fuerza: muere atropellado por una camioneta de lavandería. Comienza a circular el chiste de que su película favorita era My Beautiful Laundrette, de Stephen Frears (conocida en Argentina como Ropa limpia, negocios sucios). Obra
Se queja, cada vez que puede, de su pereza intelectual. Sin embargo, desde
1942 hasta su muerte no para de escribir y publicar sus intervenciones,
siempre decisivas. De acuerdo con su extraña autobiografía
(Roland Barthes por Roland Barthes, 1975), cinco son los períodos
de su obra, cada uno con un intertexto y un género respectivo:
1) el casillero inicial, vacío de obras, está dominado por
las ganas de escribir y el intertexto es Gide; 2) de sus lecturas
de Sartre, Marx y Brecht surge el género mitología
social y el segundo período de su obra, del cual dan cuenta
El grado cero de la escritura (1953), sus escritos sobre teatro (la mayoría
reunidos en Ensayos críticos) y Mitologías (1957); 3) la
semiología es el formato de su siguiente etapa, dominada
por el impacto de Saussure: Elementos de semiología (1965) y Sistema
de la moda (1967); 4) Sollers, Kristeva, Derrida y Lacan (los tres primeros,
miembros como él del grupo Tel Quel) dominan su primer
momento post-estructuralista: el género al que adscribe en ese
período es la textualidad, con obras como S/Z (clásico
de clásicos de 1970), Sade, Fourier, Loyola (1971) y El imperio
de los signos (1971); 5) la etapa que él mismo señala como
bajo la advocación de Nietzsche, corresponde a la moralidad
y a El placer del texto (1973). Hipótesis
Toda la obra de Roland Barthes se organiza alrededor de dos obsesiones:
1) la naturalización del signo (es decir: la percepción
de la cultura como una naturaleza) y la consecuente política intelectual
como una demostración (y una negación) de ese efecto ideológico
(La lengua esfascista, señala en Lección); y
2) lo nuevo como motor estético, afectivo y moral al
mismo tiempo (lo nuevo es, para Barthes, la diferencia del texto, la resistencia
a la lengua, el movimiento de la Historia, la escritura del afecto). 1975
Nouveau (nuevo) es bueno, es el movimiento dichoso del Texto: la
novedad está justificada históricamente en toda sociedad
donde, por régimen, la regresión es una amenaza. Neuf (novedoso,
flamante) es malo: hay que luchar contra un traje neuf cuando se lo lleva
por primera vez: lo neuf envara, se opone al cuerpo porque lo priva del
juego de las articulaciones cuya garantía está en un cierto
desgaste: un nouveau que no fuese del todo neuf, tal sería el estado
ideal de las artes, los textos, los trajes. Pregunta ¿Cómo se podría sostener un proyecto de resistencia a la repetición, es decir un proyecto de originalidad que responda a la dinámica de lo nuevo sin caer en la lógica de lo novedoso, propia de la cultura de masas, sierva de la repetición y de la ideología llamada burguesa? Es claro que Barthes es enemigo del (vomitivo) realismo literario, pero también es claro que las soluciones neovanguardistas (neuf, el chantaje a la teoría) lo dejan atónito. Es igualmente claro que Barthes se encuentra igualmente distanciado de los delirantes proyectos ideológicos del capitalismo como de las solucionesinstitucionalizadas (es decir: las doctrinas partidarias) para la sensibilidad de izquierda que le gusta sostener. ¿Cómo es, pues, legítimo actuar? 1978
Para el que escribe, para el que ha elegido escribir, me parece
que no puede haber otra vida nueva que el descubrimiento de una nueva
práctica de la escritura. 1975
Admitamos que la tarea histórica del intelectual (o del escritor)
sea hoy la de mantener y acentuar la descomposición de la conciencia
burguesa. Entonces, hay que conservar toda la precisión de la imagen;
esto quiere decir que fingimos quedarnos voluntariamente dentro de esta
conciencia y que vamos a deteriorarla, desplomarla, desmoronarla, desde
dentro, como se haría con un terrón de azúcar que
se sumerge en el agua. La descomposición se opone pues aquí
a la destrucción: para destruir la conciencia burguesa hay que
ausentarse de ella, y esta exterioridad sólo es posible en una
situación revolucionaria. Destruir, en resumidas cuentas, no sería
más que reconstituir un sitio para la palabra cuyo único
carácter fuese la exterioridad: exterior e inmóvil: tal
es el lenguaje dogmático. En suma, para destruir hay que poder
saltar. ¿Pero saltar adónde? ¿En qué lenguaje?
¿En qué lugar de la buena conciencia y de la mala fe? Mientras
que al descomponer, acepto acompañar esta descomposición,
descomponerme yo mismo en la misma medida: desbarro, me aferro y arrastro
conmigo. 1975
Es legible el texto que yo no podría volver a escribir (¿puedo
escribir hoy en día como Balzac?); es escribible el texto que leo
con dificultad, a menos que modifique completamente mi régimen
de lectura. Lo recibible sería lo ilegible que engancha, el texto
ardiente, producido continuamente fuera de toda verosimilitud y cuya función
visiblemente asumida por su autor sería la de impugnar
la restricción mercantil de lo escrito; este texto, guiado, armado
por un pensamiento de lo impublicable, suscitaría la respuesta
siguiente: no puedo ni leer ni escribir lo que usted produce, pero lo
recibo, como un fuego, una droga, una desorganización enigmática. 1970
Lo escribible es lo novelesco sin la novela, la poesía sin
el poema, el ensayo sin la disertación, la escritura sin el estilo,
la producción sin el producto, la estructuración sin la
estructura. 1978
¿Es que todo esto quiere decir que voy a escribir una novela?
No lo sé. No sé si será posible llamar novela a la
obra que deseo y de la que espero que rompa con la naturaleza uniformemente
intelectual de mis anteriores escritos (aunque son muchos los elementos
novelescos que alternan su rigor). Me conviene hacer como si tuviera que
escribir esa Novela utópica. Y por fin, aquí, estoy encontrando
el método. Como si: ¿no es acaso esta fórmula la
propia expresión de un discurrir científico, como se ve
en matemáticas? Hago una hipótesis y exploro, descubro la
riqueza de lo que de ella se deriva; postulo una novela por hacer y, de
esa manera, puedo esperar aprender más sobre la novela que considerándola
solamente como un objeto ya hecho por los otros. 1975
Todo esto debe ser considerado como algo dicho por un personaje
de novela. 1977
Es pues un enamorado el que habla y dice: . 1963
El fragmento, o, si prefiere así, la reticencia, permite
retener el sentido, para que así se dispare mejor en direcciones
abiertas. 1975
El fragmento tiene su ideal: una alta condensación, no de
pensamiento, o de sabiduría, o de verdad (como la Máxima),
sino de música: al desarrollo se opone entonces el tono, algo articulado
y cantado, una dicción. El buen fragmento El fragmento logrado (eficaz) es denso en algo del orden del afecto (tono, cadencia, dicción, timbre) antes que del pensamiento. Dos condiciones son, pues, necesarias para transformar la sensación en notación (en escritura, en arte). La hiperestesia o una sensibilidad aguda al mundo y la hiperconciencia o amplificación del yo hasta que coincida con el universo entero (la vida como texto). ¿Qué garantiza una hiperestesia y una hiperconciencia semejantes? 1975 El poder de goce de una perversión (en este caso la de las dos H: homosexualidad y hashish) es siempre subestimado. La Ley, la Doxa, la Ciencia no quieren comprender que la perversión, sencillamente, hace feliz; o, para precisar, que produce un plus: soy más sensible, más perceptivo, más locuaz, me distraigo mejor, etc. Y en este más reside la diferencia (de allí el Texto de la vida, la vida como texto). En consecuencia, es una diosa, una figura invocable, una vía de intercesión. (de Roland Barthes por Roland Barthes) Dos consecuencias De la literatura, tal y como Barthes la imagina, se desprenden dos corolarios de larga proyección (y cuyos efectos en las letras contemporáneas no dejan de hacerse sentir, aun luego del cambio de milenio). En primer término, la lectura, como arte, equivale a la escritura. No hay diferencia de estatuto entre leer y escribir. Y en segundo término, la literatura (el colmo de lo público) se escribe como eldiario íntimo (el colmo de lo privado). Una escritura y la otra coinciden en sus protocolos y en sus efectos. 1973
Sobre la escena del texto no hay rampa: no hay detrás del
texto alguien activo (el escritor), ni delante alguien pasivo (el lector);
no hay un sujeto y un objeto. El texto vuelve perimidas las actitudes
gramaticales: es el ojo indiferenciado del que habla un autor excesivo
(Angelus Sibelius): El ojo por el que veo a Dios es el mismo ojo por el
que Dios me ve. 1977
La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse
sino a partir de quien se queda -.y no de quien parte: yo, siempre
presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente.
Suponer la ausencia es de entrada plantear que el lugar del sujeto y el
lugar del otro no se pueden permutar; es decir: Soy menos amado de lo
que amo. (...) Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia
la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer
es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa). Es la Mujer
quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto
que tiene el tiempo para ello; teje y canta; las Hilanderas, los Cantos
de Tejedoras dicen a la vez la inmovilidad (por el ronroneo del Torno
de Hilar) y la ausencia (a lo lejos, ritmos de viaje, marejadas, cabalgatas).
Se sigue de ello que en todo hombre que dice la ausencia del otro, lo
femenino se declara: este hombre que espera y que sufre está milagrosamente
feminizado. Un hombre no está feminizado porque sea invertido,
sino por estar enamorado. (Mito y utopía: el origen ha pertenecido,
el porvenir pertenecerá a los sujetos en quienes existe lo femenino.)
(...) Dirijo sin cesar al ausente el discurso de su ausencia; situación
en suma inaudita; el otro está ausente como referente, presente
como alocutor. De esta distorsión singular nace una suerte de presente
insostenible; estoy atrapado entre dos tiempos, el tiempo de la referencia
y el tiempo de la alocución: has partido (de ello me quejo), estás
ahí (puesto que me dirijo a ti). Sé entonces lo que es el
presente, ese tiempo difícil: un mero fragmento de angustia.
Incidentes Su amigo François Wahl se apresuró a publicar las páginas íntimas incluidas en Incidentes y en Noches de París. Esa segunda parte, ese diario erótico-amoroso, mereció una espléndida traducción parcial de Alan Pauls para El porteño. Luego fue pasto de los vicios idiomáticos de Anagrama. Sigue siendo, de todos modos, el mejor ejemplo de lo novelesco sin la novela y un hito en la imaginación estética europea de finales del siglo XX. 1969
Desde el tren del que acababa de bajarse en una estación
desierta (Asilah), lo vi correr por la ruta, solo, bajo la lluvia, abrazando
la caja vacía de cigarros que me había pedido para guardar
sus papeles. 17
de septiembre de 1979 Ayer, domingo, Oliver G vino a comer;
dediqué a la espera y al recibimiento el especial cuidado que revela,
por lo general, que estoy enamorado. Pero, ya mientras comíamos,
su timidez o su distanciamiento me intimidaron; ninguna euforia en la
relación, ni de lejos. Le pedí que viniera a mi lado, a
la cama, mientras dormía la siesta; acudió muy amablemente,
se sentó en la orilla, leyó en un libro ilustrado; su cuerpo
estaba demasiado lejos, cuando alargué mi brazo hacia él,
no se movió, encerrado en sí mismo: ninguna complacencia;
y acabó por marcharse a la otra habitación. Me invadió
como una desesperación, teníaganas de llorar. Me pareció
evidente que iba a tener que renunciar a los chicos, porque no existe
ningún deseo de ellos hacia mí, y porque yo soy demasiado
escrupuloso, o demasiado torpe, para imponer el mío; creo que éste
es un hecho indiscutible, avalado por todas mis tentativas de flirt, que
mi vida es triste, que, bien mirado, me aburro, y que es necesario que
expulse este interés, o esta esperanza, de mi vida. No me van a
quedar más que los taxi-boys. He tocado un poco el piano para O,
a petición suya, a sabiendas de que acababa de renunciar a él
para siempre; tiene bonitos ojos y una expresión dulce, suavizada
por los cabellos largos: he aquí un ser delicado pero inaccesible
y enigmático, tierno y distante a la vez. Luego le he dicho que
se fuera, con la excusa del trabajo, y la convicción de que habíamos
terminado, y de que, con él, algo más había terminado:
el amor de un muchacho.
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