|
¡Woof,
woof!
Por
Miguel Mora
de El País de Madrid
La cita
es en Génova. El escritor pasa unos días de vacaciones cerca
de allí y aprovecha para dibujar (retratos de piedras, de flores,
de motos, de King) y para escribir un poco. Berger llega en
su Honda 1100 CBR, una moto muy femenina, y con su mujer,
Beverly, estadounidense y tan encantadora como él. Forman una pareja
magnífica, vitalista, casi juvenil. Él es muy fuerte y muy
atento, tiene unas manos enormes, las uñas manchadas por la grasa
de la moto y una gran cabeza griega (en los dos sentidos). Ella es menuda
y liviana, escucha todo con una expresión de ironía afectuosa
y, si hace falta, corrige cosas que él ha dicho, o recuerda nombres
que a él se le escapan. Durante la comida, los dos hablan con gran
afecto de sus amigos artistas españoles: Barceló, Juan Muñoz
(que mandó a Berger la foto que ilustra la portada de King) o Cristina
Iglesias; y de sus hijos Yves (que ha dibujado la portada de Fotocopias)
y Katia, que también escribe, a veces a medias con su padre. Después
de comer, Beverly desaparece diciendo que se va a comprar el periódico
y King ocupa su sitio.
Se diría que King ve las cosas de una manera que ya nadie desarrolla.
Parece una mirada perdida en el tiempo.
Quizá la manera de responder a eso es decir por qué
es King quien cuenta la historia. Yo quería escribir sobre la nueva
pobreza que ha surgido en las ciudades europeas, sobre esa nueva forma
de miseria que nunca antes había existido. Empecé a hacerlo
y salió una mierda, como pasa casi siempre. Lo importante de contar
no es el argumento, sino encontrar la voz. Eso toma un tiempo, pero hasta
que no se encuentra esa voz nada de lo que uno haga vale para nada. Cuando
por fin apareció King, supe que debía ser el narrador. Lo
difícil era encontrar un personaje íntimo con las vidas
de los homeless y que, al mismo tiempo, no se metiera en polémicas,
no se relacionara a partir de la caridad (en el mal sentido) con ellos,
no hiciera demagogia ni los juzgara. Todas las fórmulas que intenté
fallaban en algo. King funcionaba sobre todo porque es veraz, porque la
gente así tiene perros. Por protección, por compañía
y por calor.
Y porque parece que nadie tiene ya esa mirada tan pura.
Quizá la gente todavía la tiene, pero los medios desde
luego no la tienen.
El libro no resulta cómodo de leer. Supongo que tampoco debió
ser fácil escribirlo.
Lo más difícil fue que había que acercarse
mucho, cada vez más, demasiado. Como decía Cappa, si la
foto no es buena es que no te has acercado suficiente. Cuando acabé
el libro, no pude encontrar el camino de vuelta hacia mí mismo.
Pasa siempre, pero esta vez duró un año. Estaba perdido.
La paradoja es que, durante el camino, estaba oscuro, pero podía
encontrar la luz y seguir adelante. Cuando acabó el camino, la
luz me impedía ver. Pero eso es mucho menos interesante que lo
que cuenta el libro.
Esta historia de la calle nos remite también a los viejos conceptos
del intelectual y el compromiso, de la literatura y la política.
Acepto que soy un escritor engagé, pero en una situación
completamente distinta de la de antes. Antes, el escritor comprometido
estaba cerca de un partido, de una posición política. Hoy,
la iniciativa para cambiar el mundo no es de los partidos ni de los políticos,
absolutamente desacreditados porque esconden más de lo que enseñan.
La iniciativa, como se ha visto en Seattle, es de la sociedad civil. En
esa nueva idea, soy un escritor comprometido con una lucha diaria, cambiante,
directa, frente a la barbarie del nuevo orden económico. El Subcomandante
Marcos ha dicho cosas muy interesantes sobre eso. Por ejemplo, que los
intelectuales son los portavoces de lo que se hace visible, porque eso
es lo real y lo demás no existe.
Se diría que el libro, y en ese sentido podría hablarse
también de Fotocopias, es una reacción literaria contra
el posmodernismo. Lo digo sobre todo porque incluso un niño podría
entender el lenguaje que utiliza.
Claro. El posmodernismo usa un discurso increíblemente interno,
autorreferencial, un juego de citas que sólo entiende el que está
enchufado a eso. King empieza diciendo Acompáñame,
voy a llevarte a donde vivo y, si te apetece, caminas junto a él.
Lo contrario del despliegue posmodernista. En todo caso, si eso funciona,
como dice Barceló, no será culpa mía. Él cree,
y es verdad, que los artistas sólo somos responsables de nuestros
errores, y que lo que funciona bien no sabemos de dónde diablos
viene. Borges dijo que el lector escribe cada libro que lee. Y también
es verdad.
Aunque King parece naïf, no lo es en absoluto.
No, no lo es. Trabajé mucho en ese sentido. Intenté
que fuera directo, y cuando la gente habla de una forma directa parece
naïf, porque lo usual es hablar con complejidades protectoras. Merece
la pena correr el riesgo de ser tomado por ingenuo. Lo que importa es
la distinción entre ingenuidad y lo que yo llamo ignorancia criminal,
que consiste en no querer saber, en no querer mirar, en no querer hablar.
arriba
|