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El
lugar sin límites
Por Laura Isola
Parezco un dentista dice Juan José Saer, cuando se
despide de esta nota e invita a pasar a los periodistas de otro medio,
si le duele, cualquier cosa me llama, añade para rematar
el chiste. Saer está en Buenos Aires contestando entrevistas a
propósito de Lugar, su último libro de relatos.
¿El título del libro remite a una variación sobre
el término zona que está presente en su obra?
Tiene razón: el título está en consonancia
con el término zona y también con mi otro libro Unidad de
lugar. Tuve que ampliar deliberadamente il picollo mondo antico y quería
hacer entrar otros lugares para mostrar la unidad: lo que Gramsci llamaba
la subjetividad universal. Podemos decir que toda narrativa está
signada por un lugar y éste es constitutivo y connatural de una
narrativa. En ese lugar está implícito todo el universo.
Se puede decir que en este libro hay fragmentos o versiones de un lugar,
en un sentido narrativo pero también filosófico.
¿Hasta dónde le parece que la filosofía y la literatura
se unen en estos relatos?
Hay una buena literatura que puede leerse filosóficamente:
Proust, Joyce, Dante, Borges, Onetti... Esto no quiere decir que yo haga
una gran literatura. Ya sé que no es filosofía sistemática,
es una reflexión sobre el mundo y el arte es eso mismo. No es una
mera imitación: en los cuerpos que pintaba Miguel Angel hay una
concepción del mundo, diferente a la de Rafael, por ejemplo. Aunque
su arte tenga una fuerte influencia del Cristianismo, su etapa mística
y aun su homosexualidad exceden lo visible y lo anecdótico y cuando
esto pasa y nos manejamos con especulaciones o teorías estamos
en el terreno de la filosofía.
Los relatos en Lugar hacen gala de brevedad.
Es un libro que está en relación con La mayor, otro
libro de relatos. Cuando terminé de escribir ese libro, seguí
con el envión y escribí dos o tres argumentos más
que pasaron a formar este libro. Después me di cuenta de que estaba
cansado de la novela. El mercado está saturado de novelas: un presidente
gana las elecciones y escribe una novela; la señora se divorcia
del presidente y escribe otra.
¿Considera que es un género bastardeado?
Sí, todo el mundo cree que escribir una novela es escribir
las cosas que le pasan. La forma breve está un poco en desuso,
a pesar de que en otro momento fue muy popular. Lo que pasa es que los
editores no quieren publicar cuentos. En mi caso, yo decido lo que voy
a escribir. Ni el público ni los editores ni la prensa ni la crítica.
Yo decido. Al que le guste bien y si no...
¿Abandonó la idea de la novela en verso?
Descartada. Pero algunos relatos breves en verso puedo intentar.
Dice que sólo usted toma las decisiones al momento de escribir
¿Cómo evalúa, por ejemplo, si tiene algo nuevo para
decir?
Yo nunca me preocupo si tengo algo interesante para decir ni me
importa si tengo algo nuevo que decir. Me importa cómo decirlo.
Incluso puedo contar la misma historia. Contaría otra vez El entenado,
pero desde el punto de vista de un historiador o un etnólogo. Y
sería otro libro. La lluvia con la que empieza Recepción
en Baker Street es la misma que la de La pesquisa. Creo que esto
crea una especie de espesor de la obra, sobre todo para el lector que
la sigue.
¿Pero eso no coincide con la visión que tiene de su propia
obra?
No. Tengo una visión muy caótica de mi propia obra.
Me gustaría tener la visión que puede tener un lector. Tan
elemental como saber cómo nos ven los otros, cómo se escucha
nuestra voz. Cuando era joven, dos personas me dijeron que me parecía
a Alberto Sordi y me enfurecía eso porque yo no me veía
para nada. Un día una chica, evidentemente enemorada de mí,
me dijo que era igualito a Burt Lancaster y yo le dije: Los que
me dicen que soy parecido a Sordi se equivocan, pero vos también
te equivocás.
¿Cómo recuerda su alejamiento de la literatura latinoamericana
en los años 60?
Mi posición sobre la narrativa latinoamericana de los 60
no era porque yo considerara que había que hacer otra cosa. Era
porque me aburría: los libros de García Márquez se
me caen de las manos, los de Vargas Llosa ni que hablar. Es un naturalista
que se la quiere dar de moderno y está pensando en Balzac y Flaubert.
García Márquez tenía un poco más de gracia,
admiraba muchísimo a Faulkner. Tampoco me gustaron las novelas
de Cortázar. Me gustan los tres primeros libros de cuentos de Cortázar
y todavía los puedo seguir leyendo. Me gustaban otros escritores
que no formaron estrictamente parte del boom: Rulfo, Di Benedetto, Macedonio,
los primeros libros de Roa Bastos.
Y la literatura argentina se comportó un poco distinto con respecto
al boom.
La literatura del Río de la Plata siempre tuvo una uniformidad
con respecto al ascetismo y no cuajaba con el latinoamericanismo. Me siento
más cercano de un escritor francés, que de un escritor caribeño.
Del mismo modo que me siento muy afín con los poetas chilenos:
Huidobro, Neruda o Parra. Además no hablo más de literatura
argentina, hablo de literatura rioplatense.
¿Ha reconocido seguidores de su escritura?
No sé. Dejo que los jóvenes hagan su propio camino.
Nadie tiene que pedirme opinión ni quiero emitir juicios. Yo no
puedo hacer más de lo que estoy haciendo. Sé que hay uno
que me quieren chupar el cerebro. Me parece un rasgo de humor. Hay que
ver si cuando me abra la cabeza, encuentra algo.
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