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El escritor como sujeto

Por Noé Jitrik

El escritor, es, ante todo, como sujeto, quien inicia el proceso, asume sus ocurrencias y da forma al resultado: es el actor del acto. Pero si, por el contrario, en una perspectiva más estructuralista, se lo entiende como “lugar”, es el lugar de las decisiones que desencadenan un proceso, donde se asumen las ocurrencias y se da forma a un resultado. Ese desencadenamiento es posible a partir de un doble saber.
a) Saber de escribir (o, lo que es lo mismo, saber del sentido que tiene escribir como práctica). En otros términos, el escritor sabe los alcances que tiene ese verbo, no tecnológicamente sino, sobre todo, sabe el lugar que ocupa el escribir como práctica junto a otras. Esto explica, probablemente, el “apartamiento” del escritor así como, simultáneamente, el atractivo social, peculiar, que tiene su acción. Ahora bien, ese “saber de escribir” confiere identidad al proceso que realiza y a la escritura que produce, lo cual establece diferencia con quienes escriben por debajo de ese saber o careciendo de él porque escriben sólo instrumentalmente. Por lo tanto, escribir en el sentido en que lo vamos diseñando no es sólo el medio de un fin, sino el saber de una acción en el momento en que se lleva a cabo, razón por la cual ese saber es el de su propio límite pero simultáneamente el de la posibilidad constante y permanente de franquearlo. En suma, ese saber es de lo inmediato de la acción y de la posibilidad de continuarla así como de los riesgos de corte que la acechan. En otras palabras, es escritor quien sabe lo que hace mientras lo hace, hasta sus consecuencias últimas.
b) Saber de qué escribir (o, lo que es lo mismo, del sentido que tiene la relación con lo externo al escribir). En otros términos, el escritor sabe qué quiere referir o, en otras palabras, a qué quiere hacer servir lo que escribe; en suma, conoce la función instrumental del escribir, a la que integra como el saber de escribir. Y eso que quiere referir es, a su vez como saber, un universo que posee y que puede entenderse de tres modos:
b.1) Como un saber de la experiencia. Lo primero que puede decirse es, en cuanto a la fuente, que dicha experiencia puede ser propia del sujeto que escribe o bien ajena, es decir de otros sujetos que pueden escribir o no. Lo que ahora estamos entendiendo por “experiencia” es el conjunto de imágenes que cada sujeto elabora en relación con diversas determinaciones que operan en cada “contacto” y que aspirarían, de acuerdo con calificaciones convencionales, heredadas culturalmente, o con intuiciones particularizadas, a ser trasmitidas por escrito. Estas imágenes no son todas iguales e indiscriminadas; se puede decir que las imágenes, y las experiencias en su aspecto de “contacto”, se clasifican o se tipifican. De este modo se puede hablar de experiencias “reales”, verificables por otras operaciones, o imaginarias, “sueño”, o “ensoñación”, “fantasía”, etcétera.
b.2) Como un saber del conocimiento. Resulta del aprendizaje de la cultura y de lo que ella proporciona, o sea de otra clase de imágenes: es el saber de la lengua, de los textos, de los modos, de las leyes, de los ritos, etcétera. A su vez, el conocimiento se produce por absorción pero también por reflexión sobre la experiencia y su vehículo, el contacto: por lo tanto es ampliable. Pero tal ampliación no implica necesariamente la dimensión del filósofo, que también escribe el conocimiento pero que no por eso posee el “saber de escribir”: el saber del conocimiento del escritor –que también puede ser filósofo– es un saber “para”, con finalidad, complementada con otros valores, por ejemplo el de la inteligibilidad o la transmisibilidad en todos sus aspectos, ligados a la comunicación por el camino de la lectura, y el de la afectividad a través del lenguaje puesto en movimiento.
b.3) Como un saber de la posibilidad. Este saber es, ante todo, de las retóricas, o sea de los canales por donde transcurre la operación de escribir en el sentido de las “formas” o estructuras que resultan de la acción escrituraria; en determinados niveles, implica la condición para que un escrito se integre a series mayores, esos agrupamientos que seconocen como “géneros”, y que consisten en determinadas disposiciones de los elementos que los integran; esta disposición puede ser, en determinadas ocasiones, antagónica de lo que solicitan los géneros pero descansa sobre el mismo tipo de saber. Pero también es un saber de la imaginación, que autoriza la organización de los otros saberes en el acto de escribir. En suma, el saber de la posibilidad permite, en su doble vertiente, que la acción de escribir –y no otra cosa– pueda llevarse a cabo en el nivel discursivo, que posee un rango superior porque en él se trata de producir significación.
Estos tres órdenes de saber tienen que ver, inicialmente, con aquello que el escritor refiere escribiendo; en consecuencia, están vinculados entre sí pero también se relacionan, porque son imprescindibles para el escribir, con el proceso; constituyen una parte, al menos, de su base productiva en la medida en que son al mismo tiempo saber verbal, o sea la materia misma de la organización escrita del saber.
Ahora bien, el tercero de ellos, el saber de la “posibilidad”, se sale un tanto de su marco: en un punto se pone en contacto con lo que llamamos “saber de escribir” porque si bien permite procesar experiencia y conocimiento para hacerlos “escribibles”, integra el universo de la escritura en general, cuya percepción como sentido es lo fundamental del “saber de escribir”.

 

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