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La sociedad de los poetas vivos

Por Claudio Zeiger

La polémica viene de lejos y probablemente recién esté comenzando. En el fondo de ese debate eterno sobre la posibilidad de existencia de un gremio que garantice a los escritores obra social, capacidad de lucha en la firma de contratos editoriales, participación política a la hora de discutir leyes, apoyo y contención, está el mismo malestar de siempre: el divorcio de muchos profesionales de la literatura, el periodismo, la crítica y la Universidad con la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), una institución que cuenta con 75 años de vida y una notable falta de aggiornamiento que lamentablemente la fue aislando cada vez más del campo intelectual.

¿Club, Sociedad o Sindicato?
Hace aproximadamente un mes empezaron a agitarse nuevamente las aguas de la interna “literario-sindical”. En una asamblea de la que participaron unos 133 heterogéneos escritores, se decidió impulsar la creación de una nueva entidad que ya tiene nombre: la Sociedad de Escritores de la Argentina (SEA), nombre que, a nadie escapa, suena muy parecido al de la SADE. Esta nueva organización está en pleno trance de dotarse de estatutos y conseguir personería jurídica. Una vez lanzada la convocatoria (a través de reuniones y del Foro Argentino del Escritor en Internet), se produjeron 486 vertiginosas adhesiones en unos 40 días. Se trata mayoritariamente de autores que previamente no estaban en la SADE. Hay muchos autores reconocidos en el campo intelectual –por citar algunos: Eduardo Belgrano Rawson, Martín Caparrós, Arturo Carrera, Nicolás Casullo, Marcelo Cohen, Josefina Delgado, León Ferrari, Fogwill, Mempo Giardinelli, Eduardo Grüner, Liliana Heker, Noé Jitrik, Josefina Ludmer, Tomás Eloy Martínez, Juan Martini, Tununa Mercado, María Moreno, Gloria Pampillo, León Rozitchner, Nicolás Rosa, Rodolfo Rabanal, Beatriz Sarlo, Ana María Shua, Alicia Steimberg, entre otros nombres– suficientemente demostrativos de la cantidad y calidad de adhesiones que obtuvo la convocatoria.
A raíz de algunas notas periodísticas que dieron cuenta de la nueva Sociedad de Escritores, el secretario general de la SADE, Antonio Las Heras, hizo llegar a los medios un comunicado en el cual, entre otras cosas, admite que el nuevo agrupamiento está formado “por autores que nunca fueron socios de la SADE” y añade que “los pocos que pertenecen a nuestra entidad integraban la lista que perdió las últimas elecciones, ocurridas en noviembre de 1998”. Gente de reconocida actividad en la SADE como Luis Gregorich y Juan Jacobo Bajarlía hoy adhieren a la flamante SEA. Los debates recién empiezan. Mientras tanto, queda claro que la inminencia de que en el futuro existan por lo menos dos representaciones de los escritores traerá una lucha por espacios reales que la legislación admite: miembros en los jurados de premios Municipales, Nacionales, Fundación El Libro, y miembros contemplados en los controvertidos proyectos de ley del Libro y ley de Mecenazgo. Y, desde luego, la cuestión aún no resuelta de que la SADE sea un ente recaudador de los derechos de autor.

Ante la ley Víctor Redondo es poeta y narrador, director de la revista de poesía Ultimo Reino y este año participó como jurado de varios premios literarios internacionales, entre ellos el Casa de las Américas de Poesía. Él, efectivamente, es uno de los que formó parte de la SADE y decidió abandonarla. Animador destacado de la SEA, la asamblea que dio el puntapié inicial para la creación de esta nueva sociedad lo designó como coordinador general de la comisión directiva provisoria. Nadie mejor que él, pues, para dar algunas precisiones sobre el proyecto. “Los escritores que hemos desarrollado un trabajo dentro de la SADE –dijo a Radarlibros– nos encontramos con un problema básico: el grueso de los escritores en actividad no estaban afiliados. Y lo cierto es que tampoco querían estarlo. La ruptura entre la SADE y estos escritores viene de lejos. La institución sufrió un largo proceso de deterioro. En la SADE se ha formadouna estructura burocrática que gobierna como un aparato, y que gana asambleas y elecciones con un sistema del viejo caciquismo político-sindical. Han creado una red que es imposible de derrotar desde adentro. Y el tiempo pasa: no se puede seguir esperando que cada tres años una vez más el aparato vuelva a imponerse a la gente que quiere cambiar las cosas.”
Mientras los debates sobre la ley del Libro y de ley de Mecenazgo quedaron congelados, un nuevo tema que relaciona a los libros con el dinero vino a recalentar el panorama. “De alguna manera, el disparador de esta convocatoria fue el impuesto a las Ganancias por adelantado a los escritores”, dice Redondo. “Creo que ésa fue la chispa que faltaba, la que armó un estado de discusión. El rechazo de los escritores, por distintos motivos, fue unánime. Es un impuesto antipopular y antipolítico y, peor, a cambio de muy poca ganancia, porque son muy pocos los escritores que realmente cobran bien como para justificarlo. La actividad es demasiado imponderable como para caerle con un impuesto así. Y la respuesta fue fulminante. Convocamos a una asamblea en la que, un sábado a las cinco de la tarde de un fin de semana largo, se juntaron 133 escritores, lo cual es un suceso aquí y en cualquier lado.”

El nombre del padre Como no podía ser de otro modo tratándose de literatos, el primer debate que lanzó una catarata de propuestas y derroche de ingenio fue la pregunta por el nombre de la flamante agrupación. No faltaron pullas, nombres bizarros y propuestas más formales. Finalmente se sometió a votación la lista de nombres en danza y ganó la propuesta de las escritoras María Moreno, Tamara Kamenszain y Liliana Heker: Sociedad de Escritores de la Argentina. Un nombre que busca no excluir a escritores que produzcan en el país aunque sean extranjeros y que se autodenomina de un modo “serio”, previendo que va a tener que operar en un terreno institucional. Con este nombre comienza la vida semioficial de la institución hasta que se le otorgue personería jurídica, después de algunos meses.

Que así SEA En su actividad literario-gremial, Redondo aprendió que deberán conciliarse dos polos que muchas veces suelen bifurcarse, pero que la ausencia de uno de ellos trae inevitables conflictos: la intervención en debates públicos y políticos, la toma de posiciones, por un lado, y los temas específicamente gremiales, por otro. Vale la pena, entonces, repasar los principales andariveles por los que deberá moverse una sociedad de escritores y las dudas que deberá despejar sobre todo en sus primeras intervenciones.

¿Por qué se constituye una sociedad de escritores y no un sindicato?
–El problema básico es la no relación de dependencia de los escritores con respecto a un único patrón. No hay paritarias aquí. Si bien a gran parte de los escritores les hubiera gustado formar un sindicato, en la medida en que la sindicalización permite desarrollar más actividades, sólo podemos formar una asociación civil.
¿Cuáles son los temas más candentes de la agenda de la agrupación?
–Uno de los reclamos más generalizados tiene que ver con una necesidad básica, que es tener obra social. Por motivos que tienen que ver con las actividades que mucha gente desarrolla –colaboraciones periodísticas, traducciones, trabajos sin relación de dependencia–, muchos carecen de una obra social. Este es uno de los temas más imperiosos, junto con los debates sobre la ley la del Libro o la de Mecenazgo, que incluyen a los escritores.
¿Quién es considerado escritor para una sociedad de escritores?
–Aunque parezca mentira tratándose de una sociedad de escritores, uno de los puntos más complicados del estatuto es exactamente ése: hay muchas posiciones al respecto, algunas muy excluyentes hasta otras de máximaapertura. En general, la que parece ser mayoritaria es que un escritor es aquel que haya publicado un libro sea del tema que sea. Hay una relación entre esa persona y una editorial: si una persona que escribió un libro sobre ingeniería civil solicita ingresar –algo improbable, pero posible-, debería poder formar parte de la Sociedad de Escritores de la Argentina. Obviamente, el estatuto va a contemplar el caso de los que no tengan un libro publicado, por lo cual habrá categorías especiales. O está el caso de los que escriben en forma constante en medios de prensa, en revistas y diarios, que desarrollan una actividad de escribir en forma permanente, aunque no hayan publicado un libro. La idea es constituir un comité de admisión de cinco escritores que discutirá el caso de cada aspirante a socio.
¿Piensan intervenir en los eventuales conflictos que pueda tener un escritor con una editorial?
–Nuestro objetivo es estar al lado de los escritores que tengan conflictos con sus editoriales, en una forma de apoyo físico y jurídico. Es sabido de casos de escritores que han encontrado una segunda edición de sus libros en quioscos sin estar enterados. En un caso así, la entidad va a estar de lado del escritor.
¿Quieren ser ente recaudador de los derechos de autor?
–Es un tema muy delicado porque necesita del consenso de la mayoría de los escritores, pero también la organización estaría dispuesta a ayudar a quienes requieran intervenir en el control de los derechos de autor. El tema de una entidad recaudadora de los escritores no está descartada en absoluto, pero acordamos que tiene que ser un tema consensuado por el conjunto, no una imposición burocrática.

La nueva república

Por Fogwill

La SEA tendría que integrar a todo aquel que se considere escritor, excluyendo del ejercicio del voto y de cargos a quienes no renuncien a su pertenencia a otras entidades que pretenden representar a los escritores. Es alarmante que un sello de goma fósil como la SADE simule representar y quiera convertirse en un ente recaudador. La membresía debe extenderse a herederos y derechohabientes, diseñadores, artistas gráficos y traductores, porque son los sectores más castigados por la mala práctica de los contratos. La entidad no podría conseguir nada para los escritores si no consigue de los escritores el rechazo a una política cultural diseñada a sus espaldas, por más dádivas, honores y pasto para la vanidad que parezca conceder. Creo que hemos desactivado el consenso y debemos actuar sobre las formas de disenso programado que confluyen a sostenerlo. Que los escritores se dispersen en la resignación y la pseudopolítica sería tan lamentable como su voto masivo por la Alianza o el PJ. Hay dos manifestaciones que reflejan este riesgo: el desinterés (que sea por resignación o por desprecio no cambia su sentido) y la politización del declaracionismo, que, tributario del mito del artista bueno enfrentado a los capitalistas malos, instalaría en el interior de la entidad los debates públicos, condenándola al destino de volver a perder frente a la inexorable realidad. Muchos de nosotros no perteneceríamos a una entidad recaudadora ni a una donde los partidos vayan a cambiar figuritas y a pescar votos e ideas. La política cultural de la media docena de partidos representados en las legislaturas no tiene nada que aportar a los escritores. Las figuras más visibles no pueden abrir la boca sin proferir una afrenta a la cultura: hace días se escuchó a Lopérfido anunciar sus objetivos de imprimir un tono festivo a la literatura y a concentrar todas las presentaciones de libros en una sola dependencia oficial. Tengan signo positivo o negativo, todas las medidas oficiales contemplan sólo la creación de nuevos cargos, nuevas dependencias y más concentración de recursos y decisiones en el Poder Ejecutivo central. Por ejemplo, la Ley del Libro crea una comisión subordinada a Presidencia de la Nación, con once miembros elegidos por el Estado, cuatro por la industria y uno por los escritores. Espero que ninguno de nosotros termine sentado allí. Los mayores logros de la SEA han sido la adhesión de los mejores –entre ellos, de buena parte de las figuras destacadas por el mercado o por la crítica– y la emergencia del debate de temas centrales: las leyes de Mecenazgo y Del Libro, el uso fraudulento del slogan “del autor al lector” que ostenta la Feria del Libro, y el estado alarmante de los contratos editoriales. Allí hay materia suficiente para diferenciarnos y constituirnos. Si llegásemos a agotar la discusión de uno solo de cualquiera de estos temas, aunque es improbable que podamos imponer nuestro punto de vista, por lo menos tendríamos un punto de vista y un capital de reflexión que valen más que las fotitos en el diario y los mendrugos de derechos autorales a que podamos aspirar.

Sin vergüenza

Por Marcelo Cohen

Una de las preguntas que surgieron en los primeros debates de la organización de la sociedad de escritores fue el interrogante sobre qué es un escritor. Es lo que podríamos llamar la cuestión de la soberanía. En realidad, definir qué es un escritor es algo que afecta a la obra y no es en sí una cuestión gremial. La tradición literaria argentina es la excentricidad entendida como una sana incomodidad con respecto a su colocación frente a la institución literaria, y es por eso que proliferan las estrategias personales. Lo más relevante es otra cosa: dada la falta de organizaciones intermedias que hay en la sociedad, la falta de nexos entre la vida política institucional y la vida personal, no está nada mal que los escritores se junten y discutan. Juntarse a discutir temas de la supervivencia está bien al margen de cualquier excentricidad.
Está bien que hagamos algo por defender lo que nos toca. Son muy pocos los escritores que más allá de hacer su obra literaria trabajan en puestos empresariales de alto rango. Muy pocos son, por ejemplo, médicos o abogados. La mayoría son periodistas, universitarios o mano de obra editorial cercana a la esclavitud. En principio no me gusta mucho utilizar la expresión trabajador de la cultura, pero no me parece que haya que entrar en la discusión de qué es un escritor. Nadie va a exigir por nosotros que paguen mejor en las editoriales a los correctores, los que confeccionan informes para libros de otros, los que hacen libros por encargo o los traductores. En lo que hace específicamente a los traductores, se puede tomar la experiencia de otros países –como España o México– donde el traductor es considerado un autor. En Argentina no existe el contrato de edición que le serviría al traductor para mostrar en caso de que pirateen su trabajo.
Creo que nos va a llevar bastante tiempo definir qué es un escritor, pero hay que empezar a moverse por todos estos temas laborales. Creo que se trata de empezar a perder un poco la vergüenza.

 

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