La sociedad de los poetas vivos Por Claudio Zeiger La polémica viene de lejos y probablemente recién esté comenzando. En el fondo de ese debate eterno sobre la posibilidad de existencia de un gremio que garantice a los escritores obra social, capacidad de lucha en la firma de contratos editoriales, participación política a la hora de discutir leyes, apoyo y contención, está el mismo malestar de siempre: el divorcio de muchos profesionales de la literatura, el periodismo, la crítica y la Universidad con la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), una institución que cuenta con 75 años de vida y una notable falta de aggiornamiento que lamentablemente la fue aislando cada vez más del campo intelectual. ¿Club,
Sociedad o Sindicato? Ante
la ley Víctor Redondo es poeta y narrador, director de la revista
de poesía Ultimo Reino y este año participó como
jurado de varios premios literarios internacionales, entre ellos el Casa
de las Américas de Poesía. Él, efectivamente, es
uno de los que formó parte de la SADE y decidió abandonarla.
Animador destacado de la SEA, la asamblea que dio el puntapié inicial
para la creación de esta nueva sociedad lo designó como
coordinador general de la comisión directiva provisoria. Nadie
mejor que él, pues, para dar algunas precisiones sobre el proyecto.
Los escritores que hemos desarrollado un trabajo dentro de la SADE
dijo a Radarlibros nos encontramos con un problema básico:
el grueso de los escritores en actividad no estaban afiliados. Y lo cierto
es que tampoco querían estarlo. La ruptura entre la SADE y estos
escritores viene de lejos. La institución sufrió un largo
proceso de deterioro. En la SADE se ha formadouna estructura burocrática
que gobierna como un aparato, y que gana asambleas y elecciones con un
sistema del viejo caciquismo político-sindical. Han creado una
red que es imposible de derrotar desde adentro. Y el tiempo pasa: no se
puede seguir esperando que cada tres años una vez más el
aparato vuelva a imponerse a la gente que quiere cambiar las cosas. El nombre del padre Como no podía ser de otro modo tratándose de literatos, el primer debate que lanzó una catarata de propuestas y derroche de ingenio fue la pregunta por el nombre de la flamante agrupación. No faltaron pullas, nombres bizarros y propuestas más formales. Finalmente se sometió a votación la lista de nombres en danza y ganó la propuesta de las escritoras María Moreno, Tamara Kamenszain y Liliana Heker: Sociedad de Escritores de la Argentina. Un nombre que busca no excluir a escritores que produzcan en el país aunque sean extranjeros y que se autodenomina de un modo serio, previendo que va a tener que operar en un terreno institucional. Con este nombre comienza la vida semioficial de la institución hasta que se le otorgue personería jurídica, después de algunos meses. Que así SEA En su actividad literario-gremial, Redondo aprendió que deberán conciliarse dos polos que muchas veces suelen bifurcarse, pero que la ausencia de uno de ellos trae inevitables conflictos: la intervención en debates públicos y políticos, la toma de posiciones, por un lado, y los temas específicamente gremiales, por otro. Vale la pena, entonces, repasar los principales andariveles por los que deberá moverse una sociedad de escritores y las dudas que deberá despejar sobre todo en sus primeras intervenciones. ¿Por
qué se constituye una sociedad de escritores y no un sindicato? La nueva república Por Fogwill La SEA tendría que integrar a todo aquel que se considere escritor, excluyendo del ejercicio del voto y de cargos a quienes no renuncien a su pertenencia a otras entidades que pretenden representar a los escritores. Es alarmante que un sello de goma fósil como la SADE simule representar y quiera convertirse en un ente recaudador. La membresía debe extenderse a herederos y derechohabientes, diseñadores, artistas gráficos y traductores, porque son los sectores más castigados por la mala práctica de los contratos. La entidad no podría conseguir nada para los escritores si no consigue de los escritores el rechazo a una política cultural diseñada a sus espaldas, por más dádivas, honores y pasto para la vanidad que parezca conceder. Creo que hemos desactivado el consenso y debemos actuar sobre las formas de disenso programado que confluyen a sostenerlo. Que los escritores se dispersen en la resignación y la pseudopolítica sería tan lamentable como su voto masivo por la Alianza o el PJ. Hay dos manifestaciones que reflejan este riesgo: el desinterés (que sea por resignación o por desprecio no cambia su sentido) y la politización del declaracionismo, que, tributario del mito del artista bueno enfrentado a los capitalistas malos, instalaría en el interior de la entidad los debates públicos, condenándola al destino de volver a perder frente a la inexorable realidad. Muchos de nosotros no perteneceríamos a una entidad recaudadora ni a una donde los partidos vayan a cambiar figuritas y a pescar votos e ideas. La política cultural de la media docena de partidos representados en las legislaturas no tiene nada que aportar a los escritores. Las figuras más visibles no pueden abrir la boca sin proferir una afrenta a la cultura: hace días se escuchó a Lopérfido anunciar sus objetivos de imprimir un tono festivo a la literatura y a concentrar todas las presentaciones de libros en una sola dependencia oficial. Tengan signo positivo o negativo, todas las medidas oficiales contemplan sólo la creación de nuevos cargos, nuevas dependencias y más concentración de recursos y decisiones en el Poder Ejecutivo central. Por ejemplo, la Ley del Libro crea una comisión subordinada a Presidencia de la Nación, con once miembros elegidos por el Estado, cuatro por la industria y uno por los escritores. Espero que ninguno de nosotros termine sentado allí. Los mayores logros de la SEA han sido la adhesión de los mejores entre ellos, de buena parte de las figuras destacadas por el mercado o por la crítica y la emergencia del debate de temas centrales: las leyes de Mecenazgo y Del Libro, el uso fraudulento del slogan del autor al lector que ostenta la Feria del Libro, y el estado alarmante de los contratos editoriales. Allí hay materia suficiente para diferenciarnos y constituirnos. Si llegásemos a agotar la discusión de uno solo de cualquiera de estos temas, aunque es improbable que podamos imponer nuestro punto de vista, por lo menos tendríamos un punto de vista y un capital de reflexión que valen más que las fotitos en el diario y los mendrugos de derechos autorales a que podamos aspirar. Sin vergüenza Por Marcelo Cohen Una
de las preguntas que surgieron en los primeros debates de la organización
de la sociedad de escritores fue el interrogante sobre qué es un
escritor. Es lo que podríamos llamar la cuestión de la soberanía.
En realidad, definir qué es un escritor es algo que afecta a la
obra y no es en sí una cuestión gremial. La tradición
literaria argentina es la excentricidad entendida como una sana incomodidad
con respecto a su colocación frente a la institución literaria,
y es por eso que proliferan las estrategias personales. Lo más
relevante es otra cosa: dada la falta de organizaciones intermedias que
hay en la sociedad, la falta de nexos entre la vida política institucional
y la vida personal, no está nada mal que los escritores se junten
y discutan. Juntarse a discutir temas de la supervivencia está
bien al margen de cualquier excentricidad.
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