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Los paraísos infernales

Por Rodrigo Fresán

UNO Hubiera sido lógico –hubiera sido, además, justo– que el Nobel de Literatura 2000 hubiera ido a parar al escritorio de James Gerald Ballard. Pero no, vivimos en un mundo ilógico e injusto, el tipo de mundo sobre el que Ballard gusta escribir en sus novelas.

DOS La nueva novela de Ballard acaba de aparecer en inglés, se titula Super-Cannes, y –suele ocurrir con las ficciones de este escritor, nacido en Shangai en 1930– es otra indiscutible obra maestra ballardiana moviéndose dentro de las siempre impredecibles coordenadas de costumbre: muerte, drogas, perversiones varias, ambientes controlados, mundos signados por la entropía que se vienen abajo en cámara lenta, como si les gustara.

TRES Super-Cannes es otro paraíso infernal de esos a los que Ballard le gusta viajar luego de que en su inclasificable y deslumbrante La exhibición de atrocidades descubriera Su Tema: el homo-náufrago del mundo moderno sólo rescatado por el barco de la psicopatía. Así pasaron –apenas interrumpidos por dos libros cripto-autobiográficos como El imperio del sol y La bondad de las mujeres– los autos locos de Crash, el edificio como campo de batalla de Rascacielos, la urbanización de luxe poblada por niños asesinos en Running Wild, la reserva ecológica como santuario donde perder todas las reservas de Rumbo al paraíso y los veraneantes adictos a las emociones fuertes de Noches de cocaína. Como esta última, Super-Cannes es otro policial filosófico de ambiente controlado. Un resort high-tech llamado Eden-Olympia donde veranean los mejores ejecutivos de las más poderosas multinacionales. Allí reina Wilder Penrose, psicólogo residente y feliz promotor de juegos prohibidos a quien le gusta afirmar cosas como “nuestra psicopatía es el último recurso natural del que disponemos”. Paul Sinclair –típico héroe ballardiano– se resiste, pero su mujer, Jane, se zambulle de cabeza en la piscina virtual de este business park donde no hace mucho alguien se suicidó después de haber matado a unos cuantos. Aquí, claro, no se trata de saber quién lo hizo sino por qué lo hizo, mientras Paul intenta recuperar a Jane, cada vez más cerca del otro lado de las cosas que está, sí, en éste.

CUATRO suena como Penrose a la hora de definir a Super-Cannes: “El tema principal de la novela está en esa pulsión que, empeñada en hacernos felices, nos obliga a explorar cada vez a mayor profundidad nuestras zonas más oscuras”. Ballard, profético, afirma que el siglo XXI será el del fin de las guerras, por lo que nos veremos obligados a desarrollar formas mínimas para eliminar nuestra agresividad latente. Violencia controlada, pequeños asesinatos para una cultura obsesionada por el trabajo y bombardeada por la “literatura invisible” del fax e Internet. Running Wild, Noches de cocaína y ahora Super-Cannes –cuyas antorchas también enciende Chuck “Fight Club” Palahniuk– todavía pueden leerse como ficciones inquietantes verosímiles, pero ficciones al fin. Todo hace pensar –los índices crecientes de violencia doméstica, los hijos del video–game que disparan sobre sus padres como si el revólver fuera un joystick, la inexorable electrificación de nuestro cuerpo– que cada vez falta menos para que Ballard se convierta en el mejor y más fiel cronista de nuestros días y nuestras noches. Dulces sueños. Felices vacaciones.

 

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