El No salió de rally
nocturno en busca de la crisis y preguntó cómo viene la
mano
¿No
tenés una moneda vieja?
Todos
saben que está todo mal, pero... ¿está todo mal?
El fin de semana resultó (cómo dice Marianaaaaaa Closs)
un buen momento para intentar saberlo o, al menos, pulsar el estado de
las cosas en donde las cosas suceden. La recorrida se complementa con
un diagnóstico de la situación general de la (pequeña)
industria del rock argentino y una guía de consumo para tiempos
de malaria. Buen provecho.
Textos:
MARIANA
ENRIQUEZ
Viernes 10 PM, La
Plata
Unas
200 personas se acomodan como pueden en una de las salas del Centro Cultural
Islas Malvinas. Toca Pez y no cabe un alfiler porque, claro, es gratis.
En la confitería, una cerveza cuesta 5 pesos, así que todo
el mundo se compra latitas o una botella en el kiosco (un peso). O un
vino en cajita, a un peso también. Yo nunca veo bandas si
no tocan gratis, dice Pablo, que tiene 18 y estudia plástica.
No tengo un peso, y aparte me mantienen mis viejos, así que
no da. La mayoría de los jóvenes que viven en La Plata
está en la misma situación, porque muchos vienen a estudiar
del interior. Afuera de la sala, los chicos toman vino en los bancos del
patio central, sin tener demasiado claro qué van a hacer más
tarde. Media hora después, en el Auditorio de la Facultad de Bellas
Artes, toca Palo Pandolfo, y la entrada cuesta 7 pesos. Se trata de una
probable serie de recitales que empezará a organizar Radio Universidad
de La Plata a precios populares, según los responsables.
Funciona: el auditorio está lleno, colmada su capacidad de 200
personas. Pero la mayoría de los que se acomodan en los asientos
tiene más de 25 años. Adentro de la sala no se puede tomar,
así que la gente decidió ir a la plaza Rocha, enfrente,
y comprar cerveza en el kiosco, siempre a un peso. Hay una pizzería
cerca donde la cerveza está bastante barata (2 pesos), pero de
cualquier manera está vacía.
Viernes 11 PM, Museum
Otoño Pop le sirvió a la empresa Telecom que
puso unos 30.000 dólares para bancar todo para lanzar con
bombos y platillos su ciclo On Tour, pero en Museum hay apenas
un centenar y medio de personas. La noche fría y las últimas
horas de un paro nacional con alto acatamiento no alcanzan para disimular
el hecho de que los artistas que forman parte del festival (el regreso
de Juana Molina, Venus, Francisco Bochatón y María Gabriela
Epumer) no están entre los más convocantes de la escena
local. Veinteañeros con ropas modernas y peinados elaborados piden
chop suey o chow fan (vegetales y arroz, aclaran
los cartelitos) a 3 pesos, se incomodan por el precio de la cerveza (3
pesos la lata) y ni siquiera piensan en pedir la botella de champán
que se ofrece a 25. La entrada cuesta 10, pero los que llegan hasta la
puerta los desembolsan sin chistar. No hay cola ni nadie pidiendo monedas
para poder entrar. En los entrepisos se exhiben cortometrajes. Cuando
terminan los shows, Dj Zucker pone música para que bailen unos
veinte ravers saltarines, que ni en sus mejores sueños tuvieron
tanto espacio.
Sábado 0.30
AM, esquina
de calle 8 y 48, La Plata
Doscientas personas bailan y dan vueltas por la esquina, mientras
se escucha música desde un parlante. Se trata de una protesta:
en los últimos dos fines de semana, la Municipalidad de La Plata
clausuró 21 locales, entre ellos Terruko y El Estudio, donde habitualmente
tocan bandas. La clausura es por una infracción a una ordenanza
municipal que indica lo siguiente: los únicos lugares donde se
puede bailar en La Plata son las discos. Así que está prohibido
moverse, aun cuando se esté viendo a una banda. Los dueños
de los boliches están reuniéndose con los concejales para
llegar a un acuerdo, presentando recursos de amparo y demás. El
viernes a la noche organizaron una protesta en la calle. La ciudad está
cubierta de carteles que dicen Bailar=Prohibido. Iban a tocar
bandas en la esquina, pero la gente de control urbano amenazó con
levantar todo si se cortaba la calle, así que apenas quedaron los
parlantes. Mucha gente, como Julia, de 23, había decidido no ir
a la protesta un poco por la lluvia y otro poco porque igual es
al pedo. Pero muchos otros como Juan Cruz, 17, que va a la secundaria,
se acercaron con un poco más de optimismo (si no, ¿dónde
vamos a ir?). La ciudad de por sí es una tristeza,
si encima nos cierran los boliches nos cagamos de aburrimiento.
La intención es que la gente vaya a bailar a las discos de Camino
Centenario, por ejemplo, pero no todos tienen plata como para movilizarsehasta
allá (son más de 10 km desde el centro), y además
se trata de locales caros, tanto para consumir como para entrar.
Sábado 10
PM, El Borde, Temperley
En la esquina, muchos luquean para llegar a los 7 pesos
que vale la entrada con consumición para ver el festipunk con De
Romanticistas, Expulsados y Doble Fuerza. No me queda otra. Mi viejo
labura todo el mes, le dan 500 mangos y yo no consigo trabajo. ¿De
dónde querés que saque el filo, del afano?, se excusa
Martín, un punkie de cresta enjabonada que les pide plata a los
que van a bailar bien vestidos a las discotecas de la avenida
Meeks, ahí nomás. Las tres bandas, sin embargo, lograron
meter 300 personas, a 7 pesos cada uno (5 la anticipada). Pero la barra
apenas trabaja. En estos recitales viene gente de entre 18 y 25
años, casi todos andan sin guita, consumen su cerveza con la entrada
y después manguean o no toman más. El resto, a lo sumo,
pide dos y listo, dice un barman, que calcula una facturación
de unos 250 pesos. El vaso de medio litro de cerveza y el Gancia cuestan
2 pesos. Y la gaseosa lo que menos se consume la mitad. Igual
que afuera. Para los músicos también hay recesión.
Federico Pertusi, líder de De Romanticistas, opina que para
que las cosas funcionen las entradas tendrían que costar 15 pesos,
pero es imposible. Son pocos los que pueden pagar. Así que...
En general, De Romanticistas saca entre 50 y 150 pesos por show: Casi
siempre vamos a porcentaje y salimos perdiendo. Pocas veces tocamos por
un cachet preestablecido. Al final del show, Roberto, transpirado
por el pogo, se va solo. Tiene que esperar una hora y media hasta que
pase el primer tren a Constitución. Había llegado de City
Bell para ver a Expulsados. Tengo casi 4 pesos de viaje. La entrada
me salió 5 y tomé dos birras. Ahora me voy a tomar un trago
con lo último que tengo. Es un drama, si me llegaba a levantar
a una chica no tenía ni para el telo, se queja. Enfrente,
en la plaza, una pareja se acurruca atrás de un árbol. Algo
es algo.
Domingo 2 AM, Salón
Pueyrredón
Ah, ¿el boliche punk?, pregunta el taxista desde
el retrovisor llegando a Pueyrredón y Córdoba, estacionando
sobre mano derecha. Sí, ése, concede uno de
los dueños del Salón Pueyrredón, que no es precisamente
un boliche punk pero que, desde hace tres años, es
regenteado por una pequeña cooperativa de músicos punks.
Una vieja casa destrozada se convirtió en un pub con pista de baile,
escenario, cuadros de The Jam y Joe Strummer, discos de los Smiths y una
agenda de miércoles a domingo con performances circenses, shows
de bandas pop, festipunks y demás. El lugar se estaba hundiendo,
pero las Fiestas del Pop inglés vinieron a salvar la ropa: ahora
el Salón recibe entre 200 y 300 personas por sábado, y se
prepara para ser sede de la próxima fiesta del orgullo gay (el
martes 27). Javier y Lisandro, de 16 años, son dos compañeros
de escuela secundaria que se acercaron para ver a Menos Que Cero por primera
vez. Casi todos los sábados, desde hace un año, van a ver
algún show -prefieren a las bandas indie, sobre todo Fun People,
Loquero, She Devils-. Nos llegan más las letras de estas
bandas... Las del cantante de Loquero, ponele, que expresa sus problemas
con las drogas. Lo que dicen grupos grandes como La Renga nos rebota,
no nos interesa. Sobre la financiación, cuentan que la
plata se picotea de algún lado. La entrada nunca pasa
de cinco pesos (si es que no hay algún show gratis), y después
sobran un par de pesos para tomar algo o comprar alguna cosita en el stand.
Domingo 3 AM, Sarajevo
Noelia y Brenda, de 20 y 21, están tomando un trago sobre
un sillón a un costado de la barra, dándole la espalda al
escenario donde Río Gloria toca su pop rock de living para unas
30 personas. Las chicas frecuentan el Podestá, La Ideal, y esta
noche irán a ver a Spleen a La Cigale. Coherencia estética
absoluta. Sarajevo queda en la zona turística de San Telmo (¿San
Telmo sensible?) y Noelia y Brenda (estudiantes actual y ex- de
Bellas Artes) alquilan desde hace un par de meses una casa en elbarrio,
así que su nueva condición independiente las tiene bastante
excitadas. Por eso estamos saliendo poco últimamente,
explican, porque invitamos gente a casa y terminamos haciendo algo
ahí. Cuando salen, llevan unos diez pesos en el bolsillo,
el equivalente a dos botellas de cerveza en Sarajevo. Viernes por medio,
el local de la calle Defensa presenta un ciclo de tango, y todos los domingos
se concretan veladas de música electrónica. Casi todos los
sábados toca algún grupo en el pequeño escenario
que mira a la docena de mesitas dispuesta en el salón, y en el
sótano funciona una pista de baile algo más caliente que
la zona de confort; esta noche hay una fiesta de cumpleaños. Siempre
es bueno que te inviten a fiestas privadas, comenta sin dejar de
bailar Lisa (19). Sobre todo porque zafás la entrada, y todo
el presupuesto te queda para comprarte algo en la barra. A la vuelta,
sobre Independencia, un kiosco open 24 horas convoca más gente
que el mismo Sarajevo y presenta un aspecto, digamos, interesante.
Domingo 8 PM,
Cemento
Mientras apuran, en seco, los panchos (1 peso) que les servirán
de cena, Hernán, Gonzalo y Martín se entretienen mirando
de lejos el show de Mimi Maura. Los tres son seguidores de Fun People,
el número principal, y están acostumbrados a armar vaquitas
para que ellos o sus amigos depende de quién haya conseguido
plata esa vez puedan entrar a los shows de la banda (7 pesos). Cemento
está repleto de chicos como ellos, de entre 14 y 18 años,
algunos con dreadlocks como Nekro, varios con mochilas negras pintadas
con líquido corrector. Sofía y Catalina tienen 14 y hacen
maravillas para poder salir los tres días del fin de semana con
sólo veinte pesos. A veces no cenan, igual que Guadalupe, de 21,
empleada en una perfumería y mesera en un bar. A lo sumo,
como en Ugis, que es la pizza más rockera: el superpancho
no me va, dice. ¿Trago favorito? Agua mineral, pero a veces
el bolsillo le aconseja que compre la Pepsi de 50 centavos. En un rincón,
sentados sobre la barra y apoyados sobre una bicicleta, Damián
(18) y Eduardo (15) cuentan que se vinieron desde José C. Paz (entre
tren y colectivos, 6 pesos per cápita) a ver a Fun People, su banda
nacional favorita. Cuando tocaron sus preferidos extranjeros, Green Day
y The Offspring, no pudieron juntar la plata para la entrada. No es raro
que se queden en casa, tomando un vino y escuchando música.
Sobre la misma barra en la que están sentados, pero más
lejos, se venden compacts (entre 5 y 12 pesos), prendedores (1 peso),
calcomanías (50 centavos), hamburguesas vegetarianas (1 peso),
y pantalones (15 pesos). Damián y Eduardo ni siquiera miran los
precios: todavía hay que volver a casa.
Este es el
bajón
Los sellos
discográficos y las tiendas de discos (con la gran cadena
argentina a la cabeza y la mitad del ¿mercado? en sus
manos) viven días difíciles. Las cifras de ventas
bajan cada año (según un ejecutivo de una compañía
multinacional, en el 2000 se venderá entre un 40 y un
50 por ciento menos que en 1999, un año de por sí
bastante malo); la recesión y la gradual instalación
de la venta por Internet aunque por ahora no represente
un problema mayor en la Argentina están llenando
de dedos la cara de la tambaleante industria convencional. A
propósito, ¿hace cuánto no aparece una
banda de rock que se haga medianamente grande? Hacé memoria...
Nunca se vendieron tan pocos discos. Nunca en toda la
puta historia de este país. Nunca estuvimos tan mal,
dice Rodolfo Muratorio, manager de Illya Kuryaki. Hoy,
montar un show te sale una guita que las discotecas no pueden
pagar. No es un problema cultural, es un problema económico.
OK, no estamos viviendo la euforia artística de los 80,
pero esta depresión es económica más que
cultural. Aunque el rock barrial cerró las fronteras
e impuso una estética demasiado localista. Por eso a
Illya Kuryaki le va mal acá y muy bien en el resto de
Latinoamérica. Las bandas de rock barrial, en cambio,
afuera no existen, dispara. A un costado de las empresas
Goliath están los sellos independientes, que sobreviven
a los tumbos, pero se mantienen gracias a la lógica proporcional
de oferta y demanda y a la coherencia estética (especializada)
que ofrecen etiquetas como Ugly, Ultrapop, Indice Virgen, Besótico,
etcétera. Sebastián Carreras, fundador y cerebro
del sello que publicó los debuts solistas de Francisco
Bochatón y Leo García, analiza el momento y cuenta
su caso. La semana pasada llamé a Musimundo para
ver cómo iban las ventas, y me dijeron que se habían
vendido mis discos, pero que no podían reponer porque
no había presupuesto. Así que ellos me pasan sus
problemas a mí. OK, la crisis existe, la gente tiene
menos guita y eso genera una crisis cultural. Pero no es la
primera vez que hay crisis, y las compañías no
deberían tratar a los artistas como ganado. Ahí
están siempre las multinacionales mandándose cagadas
y errándole. Siempre esa política de pan para
hoy, hambre para mañana. Y el mañana es hoy. ¿Por
qué nadie, en ninguna compañía multinacional,
se preocupó en los 90 por crear un semillero? Está
bien, hay hambre, pero, ¿las discográficas hacen
algo para que la gente elija entre un jean y un disco? Creo
que hoy la gente elige el jean.
Del lado mainstream, un importante manager que prefirió
reservar su identidad dio su pronóstico al No: Van
a andar bien las bandas a las que no les preocupe tocar en discotecas;
las bandas a las que les guste sonar en Rock & Pop y en
las radios de fórmula; bandas que les gusten a las empleadas
domésticas y a los rockeros. La gente quiere divertirse,
algo que había en los 80: diversión y buenas
canciones. La prensa especializada castigó lo popular
durante años, y aplaudió la tendencia a generar
tribus. Si queremos que esto empiece a crecer, creo que hay
que empezar a aplaudir los Avanti Morocha que aparezcan.
Joven songrwriter argentino, tomad nota.
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C
B C
Consumo Básico Callejero
Súper
pancho: 1 peso.
Grande de muzzarela en Ugis: 2,10.
Cerveza de litro: 1 (más una seña por el envase,
si no es descartable, que varía según la credulidad del
quiosquero).
Lata de gaseosa: 0,75 (considerar la posibilidad de la Pepsi,
a 0,50).
Cartón de vino: 1.
Cartón de jugo: 1,50.
Paquete de snacks (léase chizitos, papas fritas, palitos,
3D, etc.): 0,50 (el chico); 1 (el grande).
Cigarrillos: 0,75 (de 10); 1,50 (de 20).
Papel para armar cigarrillos: 0,50.
Chocolate mata-bajón Tokke: 1 peso.
Alfajor Jorgito: 0,30.
Triple: 0,50.
Chicles: 0,05 (unidad); 0,50 (paquete).
Bon o Bon y todos sus émulos: 0,25.
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