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Jueves 15 de Junio de 2000
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La increíble gira de Heber Orona por la siete cumbres del planeta

Este pibe
se va para
arriba

En sólo 14 meses piensa subir a las montañas más altas de cada continente. Es el único argentino que escaló el Everest sin recurrir a ningún complemento de oxígeno y el Aconcagua es casi como el patio de su casa. Aquí, la historia de alguien que vive para mirar el mundo desde las alturas.

TEXTO: BRUNO MASSERE
FOTOS: TAMARA PINCO

”Cuando el año pasado volví del Everest me puse a pensar qué podía hacer para superar eso”. Y entonces, Heber Orona –30 años, montañista y entusiasta de los desafíos– no tardó demasiado en encontrar una buena excusa para seguir subiendo a cuanta pared se interponga en su camino. Aunque esta vez no iba a ser una expedición al Aconcagua (al que subió ¡19 veces!), tampoco al Himalaya o al Everest. O sí, pero varias de ellas en forma consecutiva. El nuevo sueño de Heber –o mejor, lo que no lo dejaba dormir– consistía en poder alcanzar la cumbre más alta de cada continente y en sólo catorce meses. ¿Qué tal?
“De chico vivía muy cerca de la cordillera, en un pueblito que se llama Polvaredas. Ahí empecé a escalar algunos cerros, pero recién a los 20 me hice profesional”. Después vendría el título de instructor de andinismo, su trabajo como guía y una carrera “ascendente” que da para las estadísticas: al día de hoy lleva ascendidas más de 15 montañas de 6000 metros, unas 50 de 5000 metros y más de 300 que van de los 1500 a los 5000 metros. “Sentís que estás transgrediendo algo, como que rompés una barrera que la mayoría no puede pasar”. Heber intenta explicar lo que se siente cuando se llega la cumbre, cuando ya no quedan más nubes alrededor. Esta vez esa sensación se repetirá en siete ocasiones, en una recorrida que lo depositará sucesivamente en Alaska, sur de Rusia, Nueva Guinea, la Antártida, la Argentina, El Tíbet y Tanzania (ver La aventura del hombre).
“Es la montaña más fría del mundo, hay que soportar entre 20 y 40 grados bajo cero”, informa. El lugar en cuestión es el McKinley y Heber ya partió hacia allí el 1º de julio. Como es posible de suponer, la zona no es la más hospitalaria: avalanchas, nieve blanda (¿qué tal hundirse hasta el cuello en la nieve?) y grietas varias. La expedición demandó varios meses de preparación y una búsqueda de sponsors que también llevó su tiempo, al tratarse de un proyecto bastante caro. El premio: ser el primer argentino en lograr esta hazaña y bajar la marca vigente en esta prueba, que data de 1998.
“Todavía no lo puedo subir con los ojos cerrados, pero prácticamente conozco de memoria ciertos caminos. Es mi medio de trabajo”, dice del Aconcagua, un viejo conocido. Pero esa montaña no es la única entre las viejas conocidas de Heber, su currículum también recuerda ascensiones al monte Everest y al monte Malakú, dos de los más altos del mundo.
“Lo peor de todo fue el hambre que pasé”, recuerda de su paso por el Everest. Un mal cálculo en las raciones de comida que necesitaría la expedición derivó en un ayuno obligatorio en un lugar –cómo decirlo– poco propicio para este tipo de prácticas. Heber formó parte de un grupo internacional entre los que había rusos y búlgaros, y donde aprendió que la solidaridad no siempre reina en la montaña. “Estar cerca de la cumbre más alta del planeta genera en mucha gente un egoísmo muy fuerte, todos quieren llegar a toda costa y no les importa nada ni nadie. Es riesgoso encontrarse con gente así en el caso de que uno necesite ayuda”, dice.
“Prefería hacerlo sin tubos de oxígeno porque me parecía lo más ético y deportivo posible”. A diferencia de la gran mayoría que recurre a la ayuda de tubos de oxígeno para poder alcanzar la cumbre, el montañista mendocino subió más que nunca “a pulmón” los 8800 metros, soportando el agitamiento y la disminución de la temperatura corporal que provocan la escasez de oxígeno a gran altura (es el primer argentino en haberlo logrado). “Cuando me fui al Everest lo hice con muy pocas precauciones, ni siquiera había llevado la ropa adecuada. Además, me fui con deudas y volví con más, casi no tenía auspiciantes”. Sin embargo, un golpe de suerte lo salvó del regreso: en la base encontró por casualidad a un amigo mexicano con un traje justo para su talla, que, casualmente, no pensaba utilizar.
“El día que hicimos cumbre me crucé con cinco cadáveres, pero mis compañeros dicen haber visto más de diez”. El camino hacia lo más alto no es para todos y durante el ascenso los cuerpos casi sepultados se ocupande recordárselo al que pasa. Heber y el resto del grupo utilizaron la ruta tibetana –la misma que él usará esta vez–, por mucho tiempo cerrada debido a los conflictos de la zona, los mismos que desvelan al beastie boy Adam Yauch.
“Tengo que atravesar una buena parte por la selva y luego otro tanto en helicóptero para no pasar por una zona donde hay dos tribus en conflicto”. Heber no quiere terminar su expedición en manos de tribus de Nueva Guinea, por lo que en este caso piensa tomar sus recaudos. También habrá selva cuando sea el turno del Kilimanjaro –fin de la travesía–, aunque allí no habrá tribus que evitar, al menos en los papeles. “Es quizás la parte más difícil, y el comienzo del 2001 me encontrará a pleno en ese lugar”, asegura el muchacho refiriéndose a la etapa antártica de las Siete Cumbres. Está previsto que el ascenso al Vinson –muy cercano al Polo Sur, al que se llega una vez atravesados el glaciar Branscomb y una compleja zona de grietas– lo encontrará festejando el Año Nuevo, y el brindis tendrá que ser obligatoriamente a distancia.
“La idea es aprovechar la tecnología disponible y que la gente se pueda enterar de todo esto en cualquier momento”, dice. Entonces, aquellos que quieran seguir cada paso de Heber podrán hacerlo www.aventurarse.com, donde habrá un seguimiento de sus actividades, crónicas de la expedición y hasta la posibilidad de charlar con él en algún momento. Otro objetivo que sigue de cerca toda esta movida es el de realizar un petitorio conservacionista a las Naciones Unidas y, como no podía ser de otra manera, nuestro montañista dará el ejemplo recolectando cada residuo que se genere durante la misión. “Siempre queda algo por hacer, quizás cruzar alguno de los polos, o subir más montañas en el Himalaya”. Heber sabe que si le va bien con esto ya no le quedará mucho por subir en este mundo. Pero eso será un tema “para reflexionar más adelante”, dice. Por ahora, quiere subir. Cada vez más alto.

La verdadera aventura del hombre

La travesía de Heber tuvo su punto de partida el 1 de junio, cuando voló rumbo a Alaska para subirse al McKinley (6194 metros), en una expedición de veinte días con temperaturas promedio de 20 grados bajo cero (...) y constante peligro de avalanchas. De ahí –después de un par de meses en la Argentina– partirá a fines de setiembre con destino al Elbrus (5642 metros), al sur de Rusia, donde tendrá que atravesar nada menos que un glaciar con una inclinación de 45 grados. Sólo cinco días después de finalizada esta expedición, el desafío será la Pirámide de Cartensz (Nueva Guinea, 5029 metros), donde en 17 días tendrá que sortear un buen trecho de zona selvática y saltear con un helicóptero una zona de conflictos tribales. Para las fiestas (entre diciembre de este año y enero del 2001) le llegará el turno a la Antártida, la más compleja desde el punto de vista logístico: es zona de glaciares, grietas y, obviamente, mucho frío. Así es como Heber pasará su año nuevo brindando en el Vinson, de 4897 metros de altura. Después vendrá el Aconcagua (6962 metros), alto, pero casi como el patio de su casa. En marzo la acción se trasladará al Everest (8842 metros, la mayor altura del planeta), en una expedición de casi 80 días de escalada técnica sobre tierras tibetanas y nepalesas. Y para el final, la cumbre del Kilimanjaro (5895 metros, en Africa) recibirá al héroe, que antes deberá sortear durante varios días la selva de Tanzania. En sólo catorce meses, Heber habrá subido a las cumbres más altas de los siete continentes. Ni Pancho Ibáñez lo hubiese creído.