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Jueves 28 de Septiembre de 2000

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RADIOHEAD EN VIVO, EL SHOW DE ROCK MAS INTENSO DEL MOMENTO

Rescate emotivo

Un enviado del No estuvo ahí para contarlo: Victoria Park, Londres, y en el verde césped una carpa como de circo intergaláctico convertida en el recinto ideal, perfecto, para escuchar a la banda británica artie del nuevo siglo. Además, un adelanto sobre el inminente Kid A, declaraciones de los protagonistas y un recorrido por una corta pero rica historia discográfica.

TEXTOS EDUARDO FABREGAT
desde LONDRES

This is what you get...
This is what you get...
This is what you get when
you mess with us.

Hace apenas quince minutos que Radiohead está sobre el escenario, y la carpa instalada en el Victoria Park arde. En la noche londinense, diez mil voces se unen para uno de los momentos más conmovedores de OK Computer, y a la vez en una buena síntesis del paso posterior a ese disco que vendió millones e instaló al quinteto en Las Grandes Ligas. Las Grandes Ligas, claro, suponen una carga que Radiohead no quiere soportar. Los medios y el ultrafanatismo planetario se encargaron de colgarle las banderitas de “La mejor banda del mundo” y “El mejor disco de la historia”, jodieron la dinámica, los nervios y la paciencia del grupo. Y lo que consiguieron fue una espera de cuatro años y fracción. Y al cabo de esa espera, lo que consiguieron fue Kid A.

Kid A, el álbum que Radiohead publicará oficialmente el próximo lunes, tuvo varias premières en el medio electrónico de estos tiempos. Las diez canciones reveladas en Internet confirmaron lo que el diario del guitarrista Ed O’Brien venía sugiriendo en el sitio oficial de la banda: el cuarto disco no es otro OK Computer, ni –menos aún– respeta las estructuras melódicas de ese otro gran disco que es The Bends. Kid A es un disco tortuoso, impredecible, desafiante... Pero ante todo es un disco bueno (ya se sabe: más vale evitar los superlativos con Radiohead). Uno tan inspirado como los anteriores, pero con la inspiración focalizada en una dirección muy atrevida. Y un disco que, pese a todas las palabras que pueden leerse en los medios gráficos y los websites de todo el mundo -palabras que hablan de rarezas, deformidades y cosas intraducibles fuera del estudio–, puede ser perfectamente trasladado al escenario.

La demostración está en esa gigantesca carpa azul de sonido perfecto (y “perfecto” no es una aproximación sino la palabra correcta), llena de picos y luces rojas titilantes, que el grupo diseñó y montó para una cita “secreta” en esta ciudad, casi sin difusión, y aun así suficiente para llenar el sitio el sábado, domingo y lunes pasados. “The national anthem” y “Morning bell”, las canciones que abren la lista, son demasiado nuevas para provocar una reacción generalizada, pero fijan el tono de hechizo que ganará todo el show. En ello tienen mucho que ver las capas de guitarra que dispara O’Brien y la base nada convencional de Phil Selway y Colin Greenwood, pero también una de las estrellas de Kid A, a cargo de Johnny Greenwood: un extraño instrumento llamado Ondas Martenot y al que puede identificarse rápidamente al recordar la banda de sonido de “Viaje a las estrellas” y Mars attacks!, ese teclado-símil de voz femenina ideal para recrear atmósferas extraterrestres.

En el medio está el hombre pequeño que, enfrentado a una multitud de 40 mil personas en Dublín (en 1997), quedó casi paralizado y sólo pudo pensar en el título para una nueva canción, que sobrevivió a las tormentas –y las noches de bloqueo– creativas: “How to disappear completely” (Cómo desaparecer completamente). Thom Yorke no puede desaparecer del ojo público –al menos, no fácilmente–, pero sí convertir su presencia bajo las luces en algo inquietante, antes que en la típica relación rockstarpúblico. Temblando frente al micrófono, Yorke liquida la oscura, casi tenebrosa “Morning bell” con un tímido “Thank you very much” y lo que sigue desata la primera explosión: la guitarra torturada y el ritmo contracturado de “Airbag”, apertura de OK Computer, le dan a la gente un shot de adrenalina que se refuerza con “Karma police”, alcanza un punto de quiebre emocional con una bellísima versión de “No surprises” (en la que Jonny puntea la melodía de caja de música en un vibráfono casi infantil), y desemboca poco después en una apoteótica “Paranoid android”. Ya no importa cuán difícil resulte la audición de Kid A y cómo se engancha eso con el historial de Radiohead. Lo que queda a la vista, al oído, es una banda que no necesita la grandilocuencia ni los brotes de ego para cacarear sus virtudes. De eso, también, trata todo lo que acompaña a esta nueva etapa de la banda inglesa. El quinteto no quiere saber nada de grandes campañas de marketing, ni sesiones de fotos ni inagotables rondas de prensa: la difusión de Kid A es a través de una serie de imágenes deformadas de los cinco integrantes, con ojos tan marcianos como el Ondas Martenot, que aparecieron sin ningún texto explicativo en los subtes de Londres y proyectadas en lugares como la torre del mismísimo Palacio de Westminster. “Estoy harto de ver mi cara en todas partes, y no siento que me lo haya ganado. No estamos interesados en ser celebridades, aunque hay gente que tiene otros planes. Bueno, a ver si se atreven a poner esto en un poster”, dice Yorke sobre la idea, nacida de sus jugueteos en la Mac con programas de edición fotográfica.

Los autorretratos para la difusión de Kid A. Estas imágenes coparon las estaciones de subte londinenses y fueron proyectadas a escala monstruosa en el frente del Palacio Westminster, por ejemplo.

El disco, además, no tendrá singles ni clips para la heavy rotation, aunque es más que probable que, una vez lanzado al mercado, la gente se las arregle para identificar como “hits” a títulos como el deforme “Idioteque”, la hermosa “In limbo” (la primera en ser grabada, bajo el working title de “Lost at sea”) y “Everything in its right place”, la canción que cierra el cuerpo del show de Victoria Park y deja a la multitud en llamas, pidiendo más.

Y hay más. Apenas un par de minutos después, Yorke vuelve a colgarse la guitarra acústica, y algo en el aire, intuición nacida del clima de concierto, asegura que The bends (que ya entregó momentos de alta intensidad como el salvaje “My iron lung”) va a volver a sonar, y sólo hay dos opciones: “High & dry” o “Fake plastic trees”. Cualquiera de las dos podría hacer rendir al corazón más duro, pero Yorke elige hablar de árboles artificiales y contorsionarse una vez más, y estrujar el alma de todos los presentes con ese estribillo final que vuelve a recordar que en el ADN de Radiohead hay una rama proveniente del genoma de Pink Floyd. Para confirmarlo suenan “Lucky” y “Exit music (for a film)” y las últimas dos sorpresas son la inesperada aparición de “Talk show host”, el tema que el grupo entregó para la banda de sonido de Romeo + Juliet, y una intervención casi solitaria de Yorke al piano, perteneciente al bloque de 14 canciones que quedaron fuera de Kid A, y que formarían parte de un nuevo disco a editarse a comienzos de 2001. Otro “Thank you”, nada de abrazos al borde del escenario y celebración estelar, simplemente irse al cabo de dos horas que pasaron como un suspiro, pero dejaron una marca indeleble.

“¿Qué están buscando con esto? ¿Enojar a la prensa? ¿Enojar a los fans? ¿No es razonable que los quieran ver como son?”, le pregunta un periodista a Thom Yorke en el último número de la revista Q. “No, no es nada de eso”, responde el cantante del ojo fijo. “Sólo estamos... Siendo creativos”. En cualquier otro músico –un Gallagher, por ejemplo–, la frase sonaría insoportable. Tratándose de Radiohead, no es más que la exacta apreciación de la potencia de un grupo que, perdón, cambió sustancialmente el panorama de la música británica de los últimos tiempos. Esto es lo que pasa cuando joden a Radiohead: te vuelan la cabeza.

Kid A, modelo para armar ¿Está sucediendo?

¿Está sucediendo?

PABLO PLOTKIN

Así que Thom Yorke opina –como puede leerse aquí al lado– que el suicidio comercial es un buen final para una banda de rock. Y Radiohead lo consiguió. Es decir, Kid A no es la muerte de nada (ni siquiera en su relación con la industria) pero, hasta nuevo aviso, el universo pop rock puede ir tachándole a Radiohead el rótulo de Mi Banda Favorita ¿Thom suspira de alivio? Pocas veces el vuelco artístico de un grupo pudo preverse con tanta claridad como éste. Pocos discos fueron consagradas a la Historia tan instantáneamente como OK Computer, y pocos escritores de canciones exhibieron de tal modo su angustia como Mr. Yorke.

Kid A ya merece el premio al álbum más acomplejado del año. Toda una vida perfeccionándose en el ejercicio de la melodía para terminar masacrándola en su disco más esperado. ¿Alguien podría suponer otra cosa? Pero he aquí lo más importante: a pesar del manejo sonoro anti-radial, Radiohead no pudo deshacerse de su sentido de la belleza. “Everything in its right place” inaugura el álbum con una marea de teclados, sonidos en fuga y la voz de Yorke pendiendo de un hilo. “Kid A” es una canción de cuna psicótica (que sueñes con los jorobaditos), de ritmo coagulado, que termina justamente ahogada en una especie de llanto de bebé. En “The National Anthem” aparece por primera vez Radiohead como quinteto de rock. Las capas de sonido se superponen, entran en plano saxos y trombones alocados, y el tema termina en manos de una orquesta de jazz descarriada. “How to disappear completely” es una hermosa canción de guitarras. El cantante muere de angustia en versos como “I’m not here, this is not happening” (“no estoy acá, esto no está sucediendo”) y se pierde en el fondo con un canto de sirena deforme. Entones sigue “Treefingers”, un instrumental cuasi Eno que funciona como un agujero negro de casi cinco minutos.

A esta altura, Kid A no te enamoró, pero te provocó temblores efímeros. Las expectativas de escuchar El Gran Disco se diluyeron, pero es imposible enojarte ante tremenda sensibilidad. Con “Optimistic” vuelve la banda de rock: Yorke se atreve a entonar hasta un “uuuhhhh”, hay estribillo, coros y una vuelta de tuerca que remite a la atmósfera “Paranoid Android”. “Idioteque” es música disco tocada por fotofóbicos. Una base de máquinas dura, con bombos discordantes rompiendo el ritmo, le dan fondo a un Thom Yorke que parece arrancarse los pelos mientras canta –ahora sí– “esto realmente está sucediendo”. Las esperanzas de que todo fuera una pesadilla (despertar en su apacible casa de Oxford como un artista anónimo, y no la “horrible” estrella de rock en que se convirtió) se hicieron pedazos. “Morning Bell” es una canción de amor y la última concesión pop del álbum. “Motion Picture Soundtrack” lo cierra en cámara lenta, con órganos que suenan a Disneylandia y esa increíble voz comiéndote el cerebro para que decidas si ponerlo de vuelta, desconfiar de tanto instinto autodestructivo, enamorarte, o venderlo en Parque Rivadavia para volver a comprarlo dentro de un mes, cuando te des cuenta de que estaba mejor de lo que creías. Como sea, no entrará en los rankings de “mejores discos de la historia” y esas cosas que tanto le gusta hacer cada año a la prensa británica. Para Radiohead, misión cumplida.

Anti ego trip

- “Ocurre que vivimos en una era en que la música grabada es distribuida por todo el mundo y las bandas están destinadas a ser casi súper-humanas. No es una cosa muy saludable” (Ed O’Brien).

- “Creo que Thom (Yorke) está en la línea de los John Lennon, de los David Bowie, es parte de ese linaje. Tiene un don increíble. Vos mirás a Thom, y siempre está moviéndose, es muy rápido. Tiene una psiquis y un cerebro increíbles” (O’Brien).

- “Estaba harto de todas las analogías con el rock progresivo, particularmente porque odio esa música. Pensé que la única manera de hacer la antítesis de Ok Computer era deshacernos de todos los efectos, hacer que las guitarras sonaran realmente lindas y tocar algo enérgico, vivaz. Si vas a hacer un disco que suene diferente, tenés que cambiar la metodología. Y es terrorífico: todos se sienten inseguros. Yo soy guitarrista, y de golpe es como bueno, no hay guitarras en este tema, o no hay batería. Johnny, yo, Coz y Phil tuvimos que adaptar nuestras cabezas a eso, participar de una canción sin tocar siquiera una nota. Fue una prueba para la banda: ¿sobreviviríamos con nuestros egos intactos?” (O’Brien). * “Lo que estamos atravesando en este momento, lo que tenemos que decirnos a nosotros mismos, es que estamos embarcándonos en una nueva ruta. No podríamos sobrellevarlo de la manera en que lo hicimos hasta ahora. Es un cliché, pero lo que hemos hecho es separar a la banda y reformarla con los mismos cinco integrantes... Sabés, creo que una de las normas éticas más importantes de Radiohead es no ser nostálgicos. Nunca hablamos de la escuela. Fuimos juntos a la misma escuela, pero nunca miramos atrás. Nunca hablamos de lo que hicimos en el pasado” (O’Brien).

- “He perdido el interés de cantar. Kid A va de atmósferas, aunque no es rock progresivo. No, no creo que sean canciones. Es música. Será difícil para el público de rock. Me preocupan, por otro lado, los discos que hay que explicar antes de oír. Odiaría que Kid A fuera como uno de esos cuadros que se cuelgan en una habitación llena de gente que toma vino blanco y mira el cuadro y dice ‘¡oh!’. Estábamos hastiados de intentar ser radicales, en un callejón sin salida. Tras Ok Computer estuve bloqueado durante casi dos años, muy paranoico ante el hecho de expresarme como un tipo jodido... y obvio. Tiraba todo lo que escribía, no soportaba reconocerme tanto en las letras” (Yorke).

- “Agarré el compact de Kid A, lo rompí y lo tiré a la basura. Me sentí muy bien, como si el nuevo disco de Radiohead fuera problema de otro” (Yorke).

- “Espero que Kid A sea un suicidio comercial. No es un mal final para una banda de rock que nunca quiso estar en primer lugar, pero que la mercadotecnia convino que sí. Creo que Radiohead se ha suicidado. No, no lo sé. Sí. En fin, ya he tenido suficiente rock para toda la vida. Ya sabés, somos una banda de rock. Y no voy a pedir perdón por ello. Pero realmente me siento avergonzado por ello” (Yorke).

Textuales de los pibes de Radiohead en sendas entrevistas publicadas por la revista inglesa Q y el suplemento “Tentaciones” del diario El País de España.

Tres instantes

R.C

Pablo Honey (1993)
No se puede hablar de este álbum sin referirse de entrada a “Creep”, algo así como un himno al joven desajustado. ¿Cómo escuchar a Thom Yorke cantar “Soy un freak” y no recordar noches en las que el mundo parece haberse vuelto en contra? “Creep” era un temazo que puso al quinteto en el mapa rockero global, pero el resto del disco carecía de cohesión (y canciones). El disco poseía un sonido entre U2 de los comienzos y los últimos resabios del grunge: en medio de la calma, inesperados ataques a tres guitarras. Podio olímpico. “Creep” (oro), “Anyone Can Play Guitar” (plata), “Stop Whispering” (bronce).

The Bends (1995)
Sinceramente, después de Pablo Honey, ¿alguien imaginaba que Radiohead podía salirse con una obra "madura"? Los cortes abruptos continuaban, lo mismo que los ataques eléctricos, pero las texturas sonoras se adueñaban de (mejores) canciones melancólicas y a menudo desesperadas. En el momento de su aparición el disco fue subvalorado, pero luego se reconoció su verdadera calidad. Tal vez el problema fue que estuvo justo entre el éxito radial de “Creep”, nunca a su altura, y el suceso mundial –posterior– de OK Computer. Podio olímpico. “Fake Plastic Trees” (oro), “My Iron Lung” (plata), “High and Dry” (bronce).

OK Computer (1997)
La revista inglesa Q, en un alarde de orgullo inglés, lo eligió hace poco como el segundo mejor álbum de la historia. Antes, sus lectores lo habían consagrado en el primer puesto. Tal vez demasiado, aunque se trata de una obra maestra, un momento de música para la historia. Yorke le canta como nadie a la fragilidad y a la alienación del hombre en el mundo moderno, mientras la banda construye paisajes sónicos abigarrados y decididamente floydianos. Y no le queda mal, nada mal: un clásico instantáneo. Podio olímpico. “Paranoid Android”, “Karma Police” (oro compartido, además de todo por los dos videos), “Airbag” (bronce).