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Mientras, las librerías empezaban a recibir por la puerta grande lo que antes se apilaba en los quioscos: �A mediados de los �60 aparece la serie Piragua de Sudamericana y Los libros del mirasol de Fabril, que, mientras publican cosas como Sobre héroes y tumbas, meten mano en las viejas colecciones baratas y publican por primera vez en primera La ventana siniestra, El largo adiós y El halcón maltés, ya con elogios de Cernuda y de Gide en la solapa. O sea: el primer rescate editorial del policial negro norteamericano desde una mirada cultural, con la excepción de los libros de James Cain, lo hace Fabril. Simultáneamente, en su colección de Muchnik Editores, largan la segunda tanda, la de posguerra norteamericana, la de Mickey Spillane: sangre, violencia y sexo. Con eso nacen Pandora y Cobalto, colecciones que tienen las famosas tapas con minas que muestran media teta y tipos con el faso caído y el revólver en la mano. Con esas tapas aparece mucho Chase y todo Goodis�.

4:2 Como en las novelas, las secciones de policiales empezaron a absorber cada vez más casos donde los charcos de sangre crecían hasta ahogar a los heridos: �El asesinato tiene sus encantos, también. Sobre todo acá, porque en general siempre encierran una complicación digna de los mejores peritos. Aunque hay que reconocer que en los últimos años la cosa se fue poniendo cada vez más burda. Tomemos el caso de Juan Carlos Coleman/Goldman, acusado de la muerte de la modelo Blackie, una chica que salía de un hotel alojamiento en la calle Azcuénaga. A ella la matan y hieren al capitán de corbeta que la acompañaba. Coleman es el sospechoso. Declarado casi abiertamente culpable por la policía. Pero, ¿qué pasa? Ahora va a haber otro juicio, porque esa noche Coleman empuñaba un viejo Doberman .32 y la chica tiene una bala de Winchester en la cabeza. Yo siento fascinación por esas cosas, no por la muerte. La muerte es la mala parte de una buena investigación�.

4:3 Sin los dibujos de Kerouac, Marta Ferro volvió a Nueva York, donde la invitaron a ver La hora de los hornos. �Después de ver eso, dije chau, yo me voy para Argentina a hacer la revolución. Caí en el �74. Empecé a militar en el PST y laburaba de lo que podía, sobre todo vendiendo helados. Después de Malvinas entré a La voz, un diario de Olavarría, después en La Gaceta de la tarde, y después recalé en la revista Esto, que dirigía Pancho Loiácono. Eso estaba bueno. A Pancho le gustaba tener gente de izquierda y de derecha para que fuera un quilombo. La propuesta de la revista me gustó. Teníamos a Juan Carlos Pérez, nuestro corresponsal en la cárcel. En Esto terminé de pulir el lenguaje policial; hasta teníamos permitido crear palabras. Como hienario. O la expresión un ajuste de amor. Lo mismo que desde el �86 hago en Crónica. Ese lenguaje riquísimo, que no reflejan las crónicas policiales ni las novelas, aparecía en Esto, y ahora aparece en Crónica.�

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�El último viraje potente en el mercado editorial argentino se da a fines de los �60. Con un gesto equivalente al de Borges y Bioy en El séptimo círculo, Ricardo Piglia lanza la Serie Negra de la Editorial Tiempo Contemporáneo. Toma un género, realza ciertas virtudes, lo justifica ideológicamente desde un lugar opuesto al corriente y rescata ciertos autores. Y mete a Horace McCoy, el de ¿Acaso no matan a los caballos?, que era poco conocido. Pero mientras Borges y Bioy defendían este tipo de literatura como una forma de elogio de la trama, de la relojería y de la historia bien contada, contra la deformidad de la novela moderna, Piglia rescata la literatura norteamericana de los años �30, que El séptimo círculo había descartado. Entonces Piglia se vale de la colección para mostrar la vitalidad de esa literatura, que dio cuenta como ninguna otra de un mundo regido por las relaciones de producción, la violencia, el dinero. Básicamente lo mismo que encontró en Arlt, al que rescata con el mismo gesto.�

5:2 Después de centenares de novelas policiales y legajos judiciales, la pregunta Sdrech del millón es: �¿Aprendí algo investigando durante cincuenta años policiales? Sé lo que no aprendí. No sé qué pasa por la cabeza de un tipo que vacía el cargador sobre un cadáver. No sé qué le pudo haber pasado a la brigada de Lanús por la cabeza cuando, en la masacre de Wilde, dispararon 217 tiros sobre cuatro víctimas que ni siquiera disparaban. No entiendo a los camaristas de Lomas de Zamora que en ese mismo caso cambiaron la carátula de Homicidio simple a Homicidio en riña. Yo conocí y entendí a los verdaderos enemigos públicos, tipos que tenían un código de honor que hoy ya no existe. Tipos que si tenían que perder, perdían. Nada de matanzas. Por eso, en Villa Atuel (Mendoza), donde murió Juan Bautista Bairoletto, el Robin Hood pampeano, hay un templete al que todos los noviembre llegan cien mil personas. Mate Cosido, que tenía una costura de 32 centímetros en la cabeza y al que perseguía Gendarmería porque la policía le tenía miedo, es nombrado en canciones populares. Y eso es una diferencia: hoy ya no hay chorros que entren en las canciones�.

5:3Desde Esto y Crónica, Marta Ferro se dedicó a eso que no entra en las canciones: eso que bautiza como el policial tramontina. �¿Por qué me gusta este tipo de policial? Porque no me va eso de que una Fundación te dé diez lucas para investigar y después publicar un libro sobre un caso en el que ya sabemos quiénes son los culpables. En los casos simples está todo. Vos llegás, te enterás de que el tipo volvía de laburar y que los chorros de ese barrio están entongados con la comisaría tal; los vivos estos le quieren cobrar peaje y como el tipo se niega, un jefe, que vive en la casilla tal, dice sonaste viejo y lo ejecuta. En ese tipo de casos, llegás y, si sabés laburar, el barrio te cuenta quién fue y por qué. Ahí está todo. Cuando el barrio bate algo, no se equivoca. Por eso, si la policía no descubre es porque no quiere. Mirá, el caso más truculento del que me acuerdo lo resolvieron los chicos de la calle. Fue así: una nena vendía estampitas en el tren. La madre denuncia que la nena desaparece. A los pocos días empiezan a aparecer en el barrio restos de una criatura. Los forenses dictaminan que probablemente sean restos de la nena y que había comido pollo. Los chicos que vendían con ella estampitas de la estación Ramos Mejía a la de Moreno ven el identikit de la nena que había salido en Crónica. Van a la policía. Siempre tan amable, la policía los caga a palos pensando que habían sido ellos. Pero por los datos que dan sale que la madre es una prostituta, que la nena tenía que llevar por lo menos diez pesos, y que el día que la mataron la madre y el tipo con el que estaba habían comido pollo. Y por el identikit que publicamos y los pibes de la calle, se descubrió que la madre la había descuartizado. Al caso le pusimos La virgencita de los trenes.�

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La vida después de la Serie Negra se tradujo, fundamentalmente, en una resurrección de la novela policial en versión vernácula: �El mismo gesto de Piglia es el del Gordo Soriano desde los diarios. Que se da también en España, aunque con un poco más de retraso. La fecha clave en España es el �74, cuando Vázquez Montalbán publica Tatuaje, coincidiendo con la novela de Soriano, Triste, solitario y final. Eso a su vez coincide con un fenómeno más grande que es el género negro en español. Ahí se empieza a producir, como respuesta a Piglia y al Gordo, novela negra en castellano. En España, Seix Barral y Bruguera publican mucho que se trae para acá. Eso tapa las ediciones locales, que eran colecciones chicas y no aguantaban tamaña importación. Durante ese período se da el auge de Ross MacDonald como sucesor de Chandler. Pero mientras acá el asunto fue diluyéndose, en España seguían prendados. Por eso, cuando más adelante nos llegan Ellroy, Richard Stark o Elmore Leonard, ya los leemos en las traducciones de los gallegos�.

6:2 Después de cincuenta años en el asunto, a Sdrech no le tiembla el pulso al disparar sobre la complicación más notable que vienen padeciendo los casos en los últimos años: �Hay cada vez más personas que se desvanecen en el aire. Te doy un caso clásico de la policía salteña, del año �83: Khune y Edwards, dos chicas solteras, una alemana y otra inglesa, una veterinaria y otra profesora de inglés, que vivían juntas y andaban con una tremenda mishiadura. Un día cargan dos litros de nafta en el auto para dar una vuelta. Desaparecen. El auto aparece tres días después, en la misma ciudad de Salta, acribillado a itacazos, empapelado burdamente con boletas del PJ salteño y con el tanque lleno. De las dos chicas y el perro manto negro, nada más que sangre. Lo único que pude averiguar fue que, en la Casa de Gobierno de Salta, a la profesora de inglés le dieron un sobre equivocado por el que se enteró de algo gravísimo. Pero hasta hoy no se sabe dónde están�. Y, en una suerte de escalada y actualización, Sdrech agrega: �No es una fantasía eso de que en este país los muertos no están muertos. Cuando fue el caso Yabrán, la jueza dijo que no sabía por qué hay una crisis de descreimiento en el país. ¡Había sido ella la que la fomentó! Anunció que Yabrán se había suicidado con una escopeta High Standard 12.70 de 88 centímetros de largo. Yo fui a una armería, pedí una igual, me puse el caño en la boca y traté de apretar el gatillo. No llegaba. Lo mostré por televisión. Me dijeron que Yabrán era un gigante. Llevé a un gigante y tampoco llegaba. Después llegó la versión de que había apoyado la culata en la tapa del inodoro. Pero la 12.70 es un cañón, así que hubiese volado el baño entero. Un día la jueza cambia y dice que era una escopeta rusa. Pregunté qué cartucho había usado. El 7, me dijeron. En el que entran 300 perdigones. A Yabrán le encontraron 30 perdigones en la cabeza. ¿Dónde están los 270 que faltan? Yabrán deja dos cartas antes de matarse, escritas, según la jueza, con una lapicera que apareció cerca del cuerpo. La tinta de esa lapicera no coincide con la de las cartas. El ministro de Gobierno de Entre Ríos dijo: Es cierto, pero es una pequeña diferencia. Encima la jueza jura haber visto en el cuerpo de Yabrán su inconfundible mirada celeste. Con 30 perdigones en la cabeza, no queda nada: ni ojos, ni dientes, ni cabeza. Cómo no voy a estar seguro de que Yabrán está vivo. En la Argentina no es nada difícil hacerse pasar por muerto�.

6:3 ¿Cuánto trabajo se lleva Marta Ferro a casa? ¿Cuánto recorta y acumula en el cuartito del fondo? ¿Cuál es el límite? �El caso de la doctora Giubileo me emocionó mucho. Para empezar, y esto lo dijo la policía, porque la tiraron en un pantano que no podían rastrillar por la cantidad de desaparecidos que iban a encontrar. Y, además, por su personalidad: en el momento en que la mataron, era una persona que tenía cinco amantes. Yo no puedo mantener ni una relación y ella tenía cinco. Entonces me puse a pensar en el caso, hasta que sentí cómo se transmitía la mente de la tipa dentro de mis lucubraciones. Y ahí dije: mejor paramos. Porque si me voy a involucrar de tal manera en la mente de una tipa, me dedico a ser psicóloga. Nada de trabajo a casa.�

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De las primeras traducciones locales de Poe a las traducciones gallegas de Elmore Leonard, el policial autóctono parece haber avanzado contra un sostenido viento adverso: �En rasgos generales, no hay muchos detectives ni muchas novelas policiales. Ni mucho menos sagas de detectives. Los detectives en la Argentina tienden a ser comisarios, tipos bonachones, policías comprensivos, confidentes. Pero cuál es el problema: ese tipo de detectives tiene que ser de zonas rurales �como esos pueblos en los que los pone a veces Walsh� o no sobrevive al cambio de los tiempos: cuando a partir del �70 la policía se convierte uniformemente en Maldita Policía, esa figura policíaca no sirve más. O está obligada a permanecer fuera de la institución, en ambientes chicos donde se manejan cosas chicas, cosa cada vez menos probable. En mi caso �y creo que es algo más bien generacional�, escribir policial en la Argentina es como lo de Oesterheld en los �50: trasladar la aventura; que las cosas que leíamos pudieran pasar acá. Eso era todo un gesto de descolonización. Esa es la lectura política. Aunque en la práctica tengo que decir que cuando descubrí a Hammett y a Chandler me gustaron. Me gustaba cómo escribían. Y en la práctica, empecé a escribir policial como ejercicio de estilo, a la manera de..., como un molde en el que calzarme, una forma de entrar en la literatura. Pero lo más inverosímil era hacer un detective. Ahora todos te salen que con Yabrán se puede hacer un flor de policial. No tiene nada que ver. Lo que uno quiere hacer es un tipo que se dedica a ser detective�.

7:2 Después de cincuenta años en el asunto, las cosas vienen cada vez peor, ya nadie se toma el trabajo de idear una trama más o menos propia y articulada, y a los 68 años Sdrech planea el retiro: �Una dueña de un auto aparece baleada en el asiento del acompañante y dudan si fue homicidio o suicidio. Un hombre que venía de restaurar pinturas sacras en Venecia llegó a La Plata y apareció con cinco puñaladas en el pecho. El caso se caratuló �suicidio�... El médico policial que fue a la cava de Madariaga el 25 de enero a la madrugada, cuando apareció el cadáver incinerado de Cabezas, copió palabra por palabra el comienzo del libro La muerte súbita, del año �74, que comienza con un cadáver carbonizado. Cuando publiqué Cabezas: mafia y poder, se lo di al doctor Macchi. No sé si lo leyó o no, pero a ese médico no lo llamaron nunca a declarar. El crimen cambió. Pasamos del crimen de laboratorio al crimen de callejón. El pibe que te mata en Ingeniero Budge por un par de zapatillas no va a preocuparse por cómo te entra la bala o por si te hiere en vez de matarte. Ya nada me cae simpático. Porque tampoco me cae simpático Fabián Tablado, que le metió 113 puñaladas a su novia�.

7:3 A los 57, Marta Ferro no tiene planes de retirarse ni de dejar el policial tramontina. Ni de ceder en la relación que por estos tiempos involucra a periodistas y chorros: �Es mentira que los medios son el amparo de los chorros. Es mentira que llaman a Crónica TV porque con las cámaras prendidas no los van a liquidar. En Ramallo los liquidaron adelante de todas las cámaras. Los chorros quieren ser famosos y punto. Por eso no tengo ni nunca tuve particular simpatía por el chorro. No me interesa. Yo no soy una reventada. Ponele los boqueteros: te sorprenden un segundo, pero enseguida te das cuenta de que no son chorros con bandita como hace cuarenta años, que entraban pistola en mano y todos quietos. Ahora se necesitan planos de túneles y cañerías. ¿Y eso quién lo consigue? La policía. Y con respecto a los otros, no me vengan a festejar a alguien que le afana el sueldo a otro. Yo tengo las ideas bien puestas. No tengo las valores cambiados. Estoy siempre a favor de la víctima, no del que te revienta la cabeza. Yo quiero un mundo mejor, y en un mundo mejor nadie le afana a nadie�.

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Sasturain está del lado del detective.

(8:2) Sdrech está del lado del chorro.

(8:3) Ferro está del lado de la víctima.

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