El
Gran Houdini por Rodrigo Fresán
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El
arte de la fuga
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La película
se llamaba El Gran Houdini y la daban bastante seguido en aquel formidable
ciclo cinematográfico televisivo titulado Sábados
de Super-Acción. Cuatro películas, una detrás
de otra (guerra-cowboys-monstruos-espadachines) llenando toda una tarde
en la vida y el fin de semana de un niño argentino e hijo de
padres divorciados. Uno de esos sábados dieron El Gran Houdini
y el equilibrio de la delicada ecuación se alteró para
siempre. Houdini no era soldado ni sheriff ni mutación atómica
ni mosquetero del rey pero de algún perturbador modo
Houdini era un poco todo eso. Nada es perfecto: Houdini era, también,
Tony Curtis. Pero recuerdo que su súbita aparición modificó
todo el paisaje de mi mundo. Un mundo que hasta entonces había
sido presidido por tigres de la Malasia y El Zorro y todos para uno
y uno para todos se veía ahora estremecido por la idea de la
magia, la aparición y la desaparición, la escapatoria.
De algún modo lo mismo les había ocurrido a mis
amigos hijos de padres divorciados, Houdini parecía hablarnos
directamente a nosotros de nuestros problemas y nos ofrecía soluciones.
Sólo podríamos salvarnos por arte de magia, la solución
estaba en nuestras manos, todo era ilusión. Houdini, recuerdo,
alteró mi percepción de las cosas y fui feliz: empecé
a atarme con sogas, a colgar cabeza abajo, a contener la respiración
bajo el agua de la bañadera. Está claro que yo quería
desaparecer. Después, casi enseguida, empezó a desaparecer
la gente. Como por arte de magia.
El
gran mentiroso
Con el tiempo supe también que El Gran Houdini era una película
increíblemente mentirosa, una de esas biografías hollywoodenses
modificadas a piacere por algún productor. Lo que no está
del todo mal, porque Harry Houdini era un gran mentiroso y la película
le hubiera encantado y, ahora que lo pienso, el influjo hipnótico
de la figura de Houdini sobre un niño está claro: es en
la infancia donde se dicen y se piensan las mentiras más houdinescas,
es durante los primeros años de vida cuando uno piensa en huir
hacia una vida circense y aventurera.
Algo en el film, sin embargo, era cierto, y era lo que más me
había interesado a mí: la obsesión de Houdini,
a partir de la muerte de su madre, por desenmascarar espiritistas y
perseguirlos con pasión inquisidora y furia digna de Batman.
Houdini como superhéroe patrullando las calles de la ciudad por
motivos completamente egoístas, íntimos, casi inconfesables.
Houdini dueño de uno de los complejos de Edipo más
sólidos en la historia de la humanidad necesitaba que su
mami volviera del otro lado y, al no ser esto aparentemente posible,
se había lanzado a desenmascarar fabricantes de fantasmas y vendedores
de ectoplasma fácil. Con los años vi otra película
houdinesca hecha para televisión (esta vez Paul Michael Starsky
Glazer era el ilusionista desilusionado) donde se profundizaba todavía
más en este lado oscuro de los últimos años del
mago, y en la paradoja casi psicótica de alguien que, enriquecido
gracias a los trucos, ahora decide arruinarles los trucos a los demás.
En algún momento tiempo después, cuando supe que
es casi imposible desaparecer por propia voluntad y demasiado fácil
por voluntad ajena, empecé a leer cosas sobre la vida de
Houdini. No había muchas, y casi todas aparecían saturadas
de mentiras y dobles fondos. Un mentiroso profesional se ve casi obligado
a que sus mentiras lo sobrevivan y se multipliquen con disciplina abracadabresca.
Hace poco, sin embargo, me encontré con un libro largo y lleno
de fotos titulado Houdini!!!: The Career of Ehrich Weiss, firmado por
un tal Keneth Silverman. El libro había tenido críticas
impresionantes, el The New York Times Book Review le había dedicado
la primera plana, varios magos contemporáneos coincidían
en que era lo mejor que se había escrito hasta la fecha. Así
que entré en ese libro feliz, con la sonrisa de una señorita
que se acuesta en un baúl dispuesta a que la serruchen por la
mitad.
Algunos
trucos fáciles
y otros datos basicos
Ehrich Weiss el hombre que se convertiría en Harry
Houdini nació el 24 de marzo de 1874 en Budapest. Era uno
de los diez hijos de un rabino de poco éxito que viajó
con toda su familia a los Estados Unidos cuando Ehrich/Harry era un
bebé. Los Weiss se instalaron en Appleton, Wisconsin, donde Harry
creció feliz y donde en posteriores versiones a conveniencia
decía haber nacido y Dios bendiga a América. Cuenta la
leyenda que él y su hermano Theo acudieron a ver un espectáculo
de magia un acto de escapismo y que Harry lo encontró
pobre y torpe y que enseguida supo cuál era el truco. Harry volvió
a casa y se envolvió en cadenas y candado y anotó la fecha
en su diario. Ehrich Ehry, como lo llamaba su madre
Celeste Weiss se convierte en Harry. Nace una estrella.
El aprendiz de brujo deja su hogar a los doce años para trabajar
en un circo ambulante pero regresa rápido: no soporta separarse
de su madre y su padre lo obliga a trabajar para sostener la gigantesca
familia. Harry comienza a obsesionarse con fortalecer su físico:
pesas y natación y contorsionismo y sacar pecho y adquirir ya
esa pose desafiante con la que aparecerá en esas fotos que van
a dar la vuelta al mundo. Se vuelve experto en trucos con naipes y adopta
el nombre de Houdini en honor a Eugène Robert-Houdin, célebre
prestidigitador de antaño. Con un amigo presenta el número
The Brothers Houdini y, después, con su hermano Theo, The New
Brothers Houdini debutan en la Feria Mundial de Chicago. Pronto encuentran
trabajo en el célebre Hubers Dime Museum, donde comparte
cartel con el Chico Tortuga, el Hombre León y la Mujer Transparente.
Harry conoce a Beatrice Rahner, se casa con ella y Theo se queda en
el camino. Bess nombre artístico de la señora H.
coprotagoniza un número de adivinación de pensamiento
tan efectivo como efectista y fraudulento, y no falta la aproximación
espiritista al asunto, lo cual avergüenza un poco al joven mago,
pero hay que comer. Tal vez de esa necesidad de escapar a la parte mediocre
de su arte nace el Houdini escapista, sintonizando a la perfección
con su tiempo: la necesidad de moverse de los norteamericanos encuentra
en Houdini El Americano Elusivo un símbolo
paradigmático de su época. Ahí es cuando empieza
una vertiginosa sucesión de fugas maravillosas, puntuadas por
el sonido de rotas cadenas y la apertura de candados. Las cárceles
del mundo lo desafían y compiten para mantenerlo entre barrotes.
Houdini huye siempre y su fama crece y, con ella, una tendencia mitómana
y egocéntrica que en ocasiones lo hará bordear el ridículo.
Su número abría con los marciales sones de Pompa
y Circunstancia, mientras el héroe entraba al escenario
arremangándose y lanzando miradas fulminantes al público;
contaba con un considerable rebaño de escritores-fantasma que
escribían demenciales libros y artículos que Houdini firmaba
(uno de ellos fue un joven y neurasténico Howard Phillis Lovecraft,
quien redactó unas memorias houdinescas con el fondo de maldiciones
faraónicas y recordaba la experiencia como lo más
agotador que me ha ocurrido... Este Houdini es el tipo más mentiroso
que jamás caminó por la superficie del planeta),
mientras su cada vez más resentida mujer no dejaba de señalarle
que sus palabras favoritas y más frecuentes eran YO y HOUDINI,
apellido que había acabado por devorar al accesorio Harry. Cerca
del final de su vida, Houdini decidió también
hacerse actor y protagonizar, escribir y dirigir una serie de películas
demenciales con títulos como The Grim Game, The Man from Beyond
(donde hacía de hombre que había pasado congelado cien
años y volvía milagrosamente a la vida), The Master Mystery
y el serial Terror Island. Poco queda de ellos, salvo una serie de fotos
donde Houdini parece el más mudo de los actores ensayando poses
de un dramatismo infantil. Otras, que lo muestran junto a Chaplin y
Keaton, producen la impresión de alguien que no está en
sus cabales. Las películas reciben críticas variadas y
Houdini decide que lo suyo es, ahora, la necesidad de vengarse y de
convertirse en paladín de la justicia. La muerte de su madre,
ocurrida mientras él estaba de gira, acaba de decidirlo: rompe
en un llanto operístico y ordena que no se la entierre hasta
su retorno a la patria. Así, el cuerpo muerto de Celeste Weiss
lo espera casi tres semanas, y Harry, al verlo, lo define como sabroso
a pesar de esa mancha en la mejilla que antes no estaba ahí.
Vela el cadáver durante la noche y le pone las medias de lana
que su madre le había encargado comprar en Europa. A la mañana
siguiente, después del entierro, Houdini comienza la búsqueda
de un método para comunicarse con su madre y en la búsqueda,
que resulta vana descubre una nueva razón para su vida.
El
cazafantasmas
Entonces sí: Houdini como ghost-buster implacable. Entonces
las palabras de George Bernard Shaw (Los tres nombres más
famosos en la historia son Jesucristo, Sherlock Holmes y Harry Houdini)
adquieren una nueva dimensión con el extraño encuentro
y las relaciones peligrosas entre el padre del más grande detective
y el emperador de los ilusionistas. Para el momento de este encuentro
inevitable, Sir Arthur Conan Doyle era considerado un intelectual total,
para quien lo atlético no era territorio ajeno. Había
sido descrito como dos policías adentro de un cuerpo
y era un experto en el mundo del boxeo. No está de más
pensar que Houdini admiraba a Doyle, en especial su faceta de escritor
de éxito y sofisticado hombre de mundo que le permitía
moverse con comodidad entre la aristocracia, el mundo científico
y los arrabales del delito. Cuando Harry conoce a Arthur, el último
ya no es el que era, y su única misión es propagar un
evangelio espiritista en el que cree con pasión, sin discernimiento
alguno. Doyle se enorgullece de Holmes nada más que como vehículo
de su fama mundial y, por lo tanto, de su buen nombre y su credibilidad
a la hora de esparcir enseñanzas un tanto delirantes desde dos
libros, The New Revelation (1918) y The Vital Message (1919) ver
pp. 36-39 de esta misma edición de Página/30, donde
se explica todo lo que usted quería saber sobre el mundo de los
muertos y no se atrevía a preguntar. Doyle es un converso desde
que conversa con su hijo muerto. Houdini quiere conversar con su madre
muerta pero experto consumado en el arte del engaño sofisticado
le cuesta creer en un fenómeno de moda que hace los estragos
y placeres de los hombres de letras de la época. Thomas Mann,
Gabriele DAnnunzio, Theodore Dreiser y Henry Louis Mencken se
encuentran entre los adictos a sentarse a una mesa circular de tres
patas, tomarse de las manos y ordenar que, si hay alguien ahí,
que dé tres golpes. Parte de la moda tiene que ver con la cantidad
de muertos jóvenes que deja la Primera Guerra Mundial y la necesidad
de sus padres y prometidas de saber si necesitan algo allá. Doyle
asegura que el espiritualismo es una doctrina mucho más
viril y masculina que el cristianismo, y todos felices.
Enemigos
íntimos
La relación entre Doyle y Houdini empieza bien. El escritor
es el maestro y el mago es el discípulo. Se intercambian cartas
y libros. Se desafían. Houdini miente y se presenta como un especialista
en espiritualismo, citando ensayos y traktats que no existen o que nunca
leyó. Doyle lo invita a visitarlo en Windlesham Sussex. Se caen
bien. Houdini hace unos trucos para la concurrencia, Doyle le da una
lista con los mejores médium de la época y el lugar. Houdini,
entonces, comienza con sus visitas inesperadas: va disfrazado, desenmascara,
critica, se burla. La primera en caer es la célebre Eva C., famosa
por generar demostraciones ectoplasmáticas. Le escribe a Doyle
y Doyle no le hace caso y le comunica su hallazgo de fotografías
de niñas con hadas. Houdini pide verlas y Doyle prefiere publicarlas.
Y hacer el ridículo sin importarle en lo más mínimo.
Para entonces, Houdini es un adicto. Se la pasa acudiendo a sesiones
para humillar a los médium con carcajadas triunfales, acaso consiguiendo
uno de los momentos más paradójicos en la historia del
espectáculo: cansado de haber sido perseguido por aquéllos
queriendo descubrir el secreto de sus trucos y fugas, Houdini adopta
el rol del desenmascarador rabioso y se retira por un tiempo de los
escenarios. Tiene cincuenta años y se lamenta de aparentar sesenta.
Decide, finalmente, comprar una casa y ordenar su portentosa biblioteca
sobre magia (ahora propiedad del mago David Copperfield) y artes ocultas.
Contrata al bibliófilo y especialista Alfred Becks, que define
todo el asunto como tan impresionante como exasperante.
Hay de todo: colecciones de célebres varitas mágicas,
una estatua de bronce de Sarah Bernhardt, túnicas apolilladas
y volúmenes en todos los idiomas conocidos. Mientras Becks sufre,
Houdini se la pasa dando vueltas: por las tardes asiste a las conferencias
espiritistas de Doyle en Estados Unidos y se ríe en voz baja;
por las noches se dedica a patear bolas de cristal y sábanas
flotantes colgando de hilos invisibles. La vida es hermosa, después
de todo, y la amistad comienza a complicarse. Lady Doyle famosa
por sus arrebatos de escritura automática se dice poseída
por la madre de Houdini y le escribe una cartita y el mago tiene que
contenerse para no estrangularla in situ y hace un esfuerzo para mostrarse,
según Doyle, conmovido y agradecido. Houdini sale
corriendo a escribir un artículo para el New York Sun donde se
ríe a carcajadas de todo el asunto. A Doyle no le cae bien. Comienza
una polémica pública entre el intelectual crédulo
y el ilusionista incrédulo que encanta al público y lastima
a los contrincantes, obligados ahora a agredirse desde las páginas
de los periódicos y los escenarios de las salas de conferencias.
Cambian últimas cartas, se desean lo mejor, ya no volverán
a encontrarse.
¿Hay
alguien ahí?
Houdini lamenta perder a Doyle pero gana a otros. Su faceta de
mago-cientificista lo lleva a cambiar cartas con Thomas Edison, Upton
Sinclair, Rudyard Kipling. Visita a Edmund Wilson y juega al golf con
Carl Sandburg. El mago está encantado por su nuevo status y duplica
los esfuerzos. Ahora es él quien ofrece anticonferencias doyleanas,
desenmascara al espiritualista infantil y español Argamasilla,
a Anna Eve Fay, a Leonora Piper, y comienza la escritura de su nuevo
libro de memorias antiespiritualistas titulado A Magician among the
Spirits, al que no duda en calificar de obra maestra y parte importante
de mi monumento desde el mismo instante en que se le ocurre el
título. El libro tiene buenas críticas pero desborda de
erratas e impresiones que Houdini no vacila en achacar a su editor,
a los cortes que éste hizo sin consultarlo, a la vez que disculpa
ciertas ligerezas atribuyéndolas a mi necesidad de que
el libro saliera pronto, porque algo me hizo sentir que mi muerte estaba
próxima. Dicho esto con cejas enarcadas, Houdini vuelve
a salir de cacería, esta vez patrocinado por la revista The Scientif
American, que ofrece jugosa recompensa a todos aquellos espiritistas
que se atrevan a vencer la mirada fulminante de Houdini. George Valentine,
Nino Pecoraro, Eusapia Palladino caen vencidos. Hasta que llega la pobre
Margery Crandon. Atractiva esposa de un adinerado dentista de Boston,
Margery es famosa por corporizar trompetas celestiales, mover mesas,
invocar manos fantasmales. Houdini viene, ve y vence y la
destruye. Margery sobrevive al mago varios años, pero muere como
una alcohólica enloquecida, desesperada por que alguien le crea.
Houdini intenta que una ley del Senado persiga a los charlatanes y no
lo consigue. Doyle reaparece, acusándolo de cazador de brujas,
y el mago amenaza con demandarlo por injurias. Decide no hacerlo a último
momento. Su público empieza a cansarse de esta faceta vengadora
(no es casual que su novela favorita fuera El conde de Montecristo,
libro con escapes y vendettas), y Houdini está cansado de todo
el asunto. Los Estados Unidos también han cambiado, la Depresión
de la que resultará imposible huir aparece luego
de tanto desenfreno como una sombra cada vez menos fantasmal en el horizonte.
Tal vez lo mejor sea volver a los escenarios a practicar magia, a mentir,
a engañar, a hacer feliz a la gente.
La
última fuga
Enterrado vivo. Esa era la idea. Meterlo en un sarcófago
de bronce bajo una tonelada de tierra, en una gigantesca pecera sobre
el escenario de un teatro. Houdini ya había permanecido bajo
el agua de una piscina de hotel una hora y media. Pero la piscina no
lucía tan dramática como el sarcófago de estética
egipcia. Se imprimieron los pósters, y tal vez valga la pena
detenerse en ellos. Son lindos, complejos, detallados, y se ven mucho
mejor que esas fotos del mago donde parece un cantante de ópera
bajito y prepotente, con aire de James Cagney. En sus afiches, Houdini
aparece casi como un ángel de mirada plácida, al que los
candados y cadenas apenas importunan. Otra vez, una falsificación
para esconder al hombre gesticulante y lleno de gemidos y gruñidos
a la hora de romper sus ataduras. Uno de esos pósters lo muestra
cabeza abajo, atormentado por un demoníaco gigante azul, dentro
de un gabinete lleno de agua. La cámara de tortura acuática
y todo eso. En el final de Houdini la película con Tony
Curtis, el mago aparece sucumbiendo en el escenario (lo que le
habría gustado), antes de una coda ectoplasmática (lo
que no le hubiera gustado nada) donde se lo ve enviando un mensaje desde
el Más Allá a su adorada Bess.
La verdad es mucho menos mágica y más pedestre. El siempre
temerario Houdini desafía a un desconocido a que le pegue un
puñetazo en el estómago para demostrarle su resistencia
física y vigor muscular. El joven universitario su nombre
no ha quedado del todo claro, aunque es casi seguro que su apellido
era Whitehead obedece sin hacerse rogar dos veces, golpea fuerte,
derrumba al mago y le perfora el apéndice. Infección veloz
y masiva y, diez días después, cae el telón. Houdini
no se levantará. Alguien insinuó que se trataba de una
venganza fantasmagórica. Doyle lamentó lo sucedido. Fuimos
grandes amigos que estaban de acuerdo en todo menos en el espiritismo.
Inquieta pensar en lo que de existir el mundo de los espíritus
esperaba a Houdini del otro lado de las cosas.
R.I.P.
En el funeral, una de las coronas de flores tenía una cinta donde
podía leerse: Amor de madre. El testamento de Houdini
estipulaba que todas las cartas de Celeste Weiss fueran puestas a modo
de almohada bajo su cabeza, y así fue. Del funeral queda un extraño
cortometraje filmado por un anónimo que, en un momento, cerca
del final, orquesta una suerte de truco de magia donde cientos de flores
parecen bajar del cielo sobre la tumba en la que hay algo entre
irónico y conmovedor en la idea, ¿de quién habrá
sido? Houdini es sepultado, con toda la pompa y circunstancia
del caso, dentro del sarcófago donde pensaba ser enterrado. Vivo.