El Señor de los Orgasmos por Hal Cohen
¿Genio incomprendido? ¿Charlatán? ¿Sabio loco à la Lex Luthor? ¿Quién fue en realidad Wilhelm Reich, ese vienés intrépido que convenció al Partido Comunista Alemán, a Erich Fromm, a Herbert Marcuse y a toda la contracultura norteamericana de los años 50 de que sólo la Revolución del Orgasmo salvaría a la humanidad? La
extraña vida de Wilhelm Reich empieza en el fin-de-siècle
europeo y termina en plena Guerra Fría norteamericana. Hijo de
padres judíos seculares, Reich nació en 1897 en la Galicia
austríaca. Su padre era dueño de un exitoso establecimiento
ganadero, y su madre provenía de una familia de terratenientes
extremadamente rica. Reich adquirió conocimientos sexuales a
una edad temprana: a los doce vio cómo su tutor seducía
a su madre, y también tenía doce cuando le reveló
el hecho a su padre un hombre celoso y brutal que solía
referirse a su mujer como a la puta, lo que derivó
poco después en el suicidio de su madre. Un año después
Wilhelm se llevó a la cama a una criada de la casa. En su época
de universitario fue un mujeriego insaciable, hábito que, según
los testimonios, nunca abandonó y que tampoco separó de
su trabajo. Conoció a su primera mujer, Annie (una psicoanalista
notoria), cuando ella lo consultó en busca de terapia; Reich
era famoso por haber seducido a varias de sus otras pacientes, y tuvo
un affaire con la esposa de su asistente Myron Sharaf, que pese a todo
le consagraría una biografía sorprendentemente amable.
Reich fue oficial del ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial, a la que consideraba la divisoria de aguas de la historia de Europa y, por lo tanto, de la humanidad. Volvió del servicio convertido en un socialista devoto. Se enroló en la universidad de Viena para estudiar Derecho, pero cambió súbitamente por medicina y empezó a interesarse por la salud mental. Tenía entonces veinte años. Entró al círculo psicoanalítico de Viena, donde dejó pronto su marca y se hizo conocido como uno de los más perspicaces terapeutas del grupo. Freud no tardó en derivar pacientes a su precoz protegido, al que llamaba die beste Kopf (la mejor cabeza) de todos los psicoanalistas de Viena. Pero mientras Freud consideraba la lucha entre represión e instinto con una actitud fuertemente ambivalente, Reich, sin hesitar, tomaba partido por el bando del instinto. En varios trabajos que reuniría después en Análisis de la personalidad (1933), Reich desarrollaba su primera idea psicoanalítica, acaso la más influyente: la personalidad como coraza. Reich pensaba que todo el mundo incluso (o más bien especialmente) la gente educada y aparentemente sencilla exhibe rasgos de carácter defensivos y recomendaba que el analista identificara y desmantelara esa coraza, controlando (a diferencia de Freud) la dirección de la terapia y forzando al paciente a expresar, incluso violentamente, sus impulsos más profundos. Los seres humanos viven emocionalmente en la superficie, explicaba. Para llegar al corazón, donde yace lo natural, lo normal, lo saludable, hay que atravesar esa capa intermedia. Y en esa capa intermedia hay terror. La cultura, creía Reich, alienaba a la gente de su verdadero yo, lo que significaba que todo individuo civilizado era por definición un neurótico. Esa premisa llevó a Reich a sacar dos conclusiones: primero, que todo el mundo necesita terapia; segundo, que para crear individuos verdaderamente saludables la terapia es insuficiente: hay que cambiar la sociedad misma. No faltaría mucho para que Reich diera otro paso que lo alejaría de Freud. Llegó a la conclusión de que la coraza de la personalidad se manifestaba en una coraza muscular, esto es, en tensión somática. Freud pensaba que las enfermedades físicas eran a menudo resultado de problemas psicológicos, pero Reich llegó a pensar lo contrario: que la etiología de la enfermedad psíquica (y por lo tanto del bienestar psicológico) estaba localizada en el cuerpo. Mientras Freud trataba la neurosis para aliviar problemas físicos, Reich invertía la causalidad y trabajaba aliviando la tensión corporal para suprimir la neurosis. Así quedó establecida la naturaleza doble de la terapia reichiana: dirigir la cura verbal hacia el desmantelamiento de la personalidadcoraza del paciente, de modo de permitir la emergencia del yo natural, y eliminar la coraza muscular del paciente mediante la respiración profunda, los movimientos rítmicos y el contacto físico con el terapeuta, de modo de aliviar así la neurosis correspondiente. Aún hoy, con el psicoanálisis en declive, algunos sostienen que las intuiciones de Reich animan las premisas básicas de la psicoterapia. Terapias alternativas de los años 70 como el grito primal, la bioenergética, el masaje y el trabajo corporal tienen con Reich una deuda profunda, y muchos psicólogos y psiquiatras no reichianos siguen integrando sus técnicas terapéuticas a sus métodos de tratamiento. No es sorprendente que los esfuerzos de Reich por liberar a sus pacientes de sus corazas musculares lo condujeran al trabajo de Freud sobre el sexo. En libros como La función del orgasmo y Genitalidad, ambos publicados en 1927, Reich argumentaba que la insatisfacción sexual estaba ligada a todas las tensiones físicas y por lo tanto a todas las neurosis. La tensión muscular rigidez en la cadera, nalgas, estómago, muslos y otras partes del cuerpo impedía la libertad de movimiento requerida para tener un buen orgasmo. De modo que en el modelo de Reich, la habilidad para consumar la potencia orgásmica se convirtió en la clave de una vida psicológica sana, para mujeres y hombres. La supresión de la neurosis y el logro de orgasmos superiores pasaron a ser sinónimos. Simplificando, Reich creía que la gente que tiene buen sexo es más feliz y productiva, y que la gente feliz y productiva tiene buen sexo. Cualquier cosa que socavara esa ecuación era una patología. Pese a tanta franqueza, Reich dice poco sobre sus criterios para evaluar un buen orgasmo. Por lo general, parece adherir más bien a la escuela del cuando tengas uno vas a saber. Y esos orgasmos sólo podían darse en ciertas circunstancias. Aunque tenía fama de ser un radical sexual, Reich era en algunos aspectos bastante convencional. Insistía en que un buen orgasmo sólo podía conseguirse con contacto genital entre un hombre y una mujer. No tenía mayores problemas con la masturbación, pero la consideraba como una saludable expresión de deseo, no como una fuente de buenos orgasmos; rechazaba la homosexualidad, las relaciones sexuales con animales y otras formas de perversión. El buen orgasmo representaba la salud del individuo, pero Reich también llegó a pensar que representaba la salud de la sociedad. A fines de los 20, ya instalado en Viena como un psicoanalista importante, Reich se cortó solo y creó el movimiento pol-sex, que combinaba sus intereses terapéuticos con una política cada vez más de izquierdas. Empezó a trabajar en Viena, pero después de haber sido expulsado del Partido Socialdemócrata en 1930 a causa de su radicalismo sexual, se mudó a Berlín, donde se unió al Partido Comunista Alemán y trabajó activamente en el círculo psicoanalítico de izquierdas que incluía a Karen Horney, Erich Fromm y Otto Fenichel. Para los parámetros contemporáneos, y aun para los actuales, las ideas pol-sex de Reich eran osadas. Dirigía laboratorios francos sobre salud sexual, pregonaba el control de la natalidad libre y el derecho al aborto y apoyaba la experimentación adolescente con el sexo. Una sociedad libre y sana, pensaba, tenía que estar compuesta de individuos libres y sanos: gente sexualmente sana y orgásmicamente potente. Semejante utopía erótica requería condiciones económicas y laborales que permitieran tener tiempo libre y condiciones de vida favorables a una sexualidad libre de presiones (un tema sobre el que la teoría marxista convencional no tiene mucho que decir). Lo que significaba igualdad social y económica entre los géneros y el reemplazo del matrimonio por la monogamia serial, de modo que cada miembro de la pareja pudiera buscar la vida sexual más satisfactoria. En 1931, Reich convenció a los comunistas alemanes de fundar la Asociación Alemana para la Política Sexual Proletaria, con él como enérgico líder. En su mejor momento, la organización llegó a tener cuarenta mil miembros. La ideología del movimiento pol-sex cristalizó en el tratado que Reich dedicó a la represión social y sexual, Psicología de masas del Fascismo (1933), una intrépida síntesis de Freud y Marx en la que sostenía que las fuerzas represivas de la derecha no operaban en la sociedad por medio de la fuerza bruta ni del engaño, ni eran tampoco expresiones de ningún destino nacional. El éxito fenomenal de esas ideologías derivaba más bien de que prometían la liberación a través de la violencia y la fuerza, y también, contradictoriamente, la supresión estatal de lo que las masas no ilustradas temían de sí mismas: su sexualidad. La comprensión reichiana de la sexualidad y el poder figura entre lo más importante de su trabajo, cuyas ideas influyeron fuertemente en libros importantes de crítica social como El miedo a la libertad, de Erich Fromm (1941); La personalidad autoritaria, de Theodor Adorno (1950), y Eros y civilización, de Herbert Marcuse (1955). Reich
llegó a la cima de su influencia europea en 1931, pero en un
par de años todo le estalló en la cara. Lo eyectaron
de la Asociación Psicoanalítica Internacional por comunista;
por esa época no estaba en términos muy amistosos con
Freud lo que Reich atribuía a la gran insatisfacción
genital de Freud, y el peso de Reich sobre los círculos
del psicoanálisis oficial había mermado por completo.
En 1934 fue expulsado del Partido Comunista Alemán (que Hitler,
de todos modos, había suprimido en 1933) por freudiano y por
distraer a la juventud comunista con sus interminables discusiones
teóricas y prácticas sobre sexo. La política
europea y los apremios económicos lo llevaron a Viena, a Copenhague,
a Malms, a Suecia y por fin, a mediados de los 30, a Oslo. Para
colmo, las autoridades de varios de sus exilios escandinavos estaban
cada vez más preocupadas por la moral de sus terapias, y por
los sempiternos rumores de que Reich seducía a sus pacientes.
(Después de todo, la terapia reichiana se llevaba a cabo con
el paciente en ropa interior, implicaba contactos físicos y
tenía por objetivo la potencia orgásmica tanto en hombres
como en mujeres.) Aislado de la crítica de sus pares, Reich
pasó a ser un paria en todos los frentes, pero en Oslo su carrera
adoptó una forma decisiva. Todas sus preocupaciones la
terapia, la política, las teorías sociales pronto
derivarían en algo más amplio, y también más
difícil de tragar para el mundo no reichiano.
Mientras
tanto, Reich iba poniéndose cada vez más
raro. En 1950 se radicó en Rangeley con su mujer Ilse, su hijo
Peter y una fluctuante legión de creyentes. Haciendo gala de
una creciente habilidad con los acrónimos, llevó a cabo
experimentos que combinaban la radiación orgónica con
el radio (los experimentos oranur: ORgon And NUclear Radiation) y
decidió que el orgón podía ser usado como antídoto
contra las intoxicaciones radioactivas (causadas por dor: Deadly ORgon
orgón mortal). Dibujó los planos de un motor
alimentado a orgón y construyó varillas luminosas de
orgón capaces de desencadenar tormentas de lluvia. Cerca del
final detectó extraños patrones energéticos en
el cielo y decidió que eran evidencias de ovnis hostiles llamados
EAs (Energy Alphas) y defendió, munido de sus varillas orgónicas,
a la desprevenida raza humana. Reich
murió cuando su influencia en la cultura norteamericana
estaba en su apogeo. En los años 50, las ideas de Freud
estaban de moda, y muchos intelectuales, frustrados por el conformismo
social imperante, se acercaron a las primeras posiciones psicoanalíticas
de Reich. Fue a través de esos escritores como su trabajo accedió
a un público más amplio. Es más: su obra parece
recorrer sigilosamente toda la proto-contracultura de los 50.
Paul Goodman, el novelista y crítico anarquista que más
tarde, en la contracultura de los 60, se haría célebre
gracias a la publicación de Growing Up Absurd (1960), se sometió
a una terapia reichiana y se convirtió en un propagandista
de la obra sociopolítica de Reich, a quien consagró
héroe del anarcosindicalismo y campeón del retorno del
hombre a su estado natural de inocencia. William Steig, cuyos dibujos
siguen apareciendo en The New Yorker, fue amigo de Reich e ilustró
algunas de sus obras. Incluso un crítico lúcido como
Irving Howe quedó fascinado por el intento de Reich de acercar
al freudismo al marxismo, y particularmente por la idea de que la
necesidad del individuo de reprimir su propio deseo sexual era la
clave de la atracción ejercida por el fascismo. A fines de
los 40, el narrador Isaac Rosenfeld convenció a su amigo
Saul Bellow de hacer terapia reichiana. Para Bellow fue una experiencia
esquizoide, a la vez liberadora e invalidante, celebratoria y traumática,
que alimentaría gran parte de su ficción en los años
siguientes. Henderson el Rey de la lluvia (1959), por ejemplo, es
de cabo a rabo una alegoría (y una sátira) de la terapia
reichiana: Dahfu, el brujo africano, desmantela metódicamente
las defensas de Henderson, un norteamericano de viaje por Africa.
En el clímax del libro, Dahfu yace agonizante y Henderson está
herido, golpeado, indefenso y a merced de un león africano
famélico. Del mismo modo, Carpe diem (1956) se centra en un
desventurado protagonista llamado significativamente Tommy Wilhelm
que tira compulsivamente por la borda la personalidad-coraza que fue
su protección y su cárcel. Él también
termina quebrado y llorando, aunque más fiel a sí mismo
que antes. Si
los escritores de los 50 estaban fascinados con Reich,
la revolución sexual de los 60 no necesariamente siguió
premisas reichianas. A fines de la década, el triunfo sobre
la represión que para escritores como Bellow o Mailer
era una lucha desesperada y peligrosa contra neurosis internas y convenciones
externas era un lugar común. Y a medida que la revolución
sexual se extendía por toda la sociedad norteamericana, el
interés por sus primeros propagandistas teóricos iba
disipándose. Los movimientos feministas y gays de los 70
pueden haber sintetizado las políticas de izquierda con el
radicalismo sexual, pero no lo hicieron en beneficio de Reich. Michel
Foucault, líder teórico de la política sexual,
era de ideas claramente no reichianas. Consideraba a Reich como una
suerte de decepción ideológica, un pensador que, pese
a toda su osadía, seguía atrapado en una manera de pensar
tradicional. En el primer tomo de su Historia de la sexualidad (1978),
después de reconocerle una importancia histórica, Foucault
sostiene que Reich no produjo más que un cambio táctico
en el gran despliegue de la sexualidad que hace de la sociedad moderna
una pesadilla carcelaria. Reich es el único en el campo del análisis que tiene la posta. El tipo no está loco; es un genio del carajo, le escribía William Burroughs a Jack Kerouac en 1949.
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