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APROXIMACION
PSICOANALITICA AL ARTISTA RUSO WASSILY KANDINSKY
Del caballito de niño al jinete
azul del arte�
Un análisis de la vida y de los recuerdos del
pintor Wassily Kandinsky va dibujando el trayecto que, a partir de las
desdichas de la infancia, avanza guiado por "la causa oculta"
de la creación artística.
Horror: Muy niño, pintó un caballo. Faltaban
los cascos. Cargó el pincel de negro. Horrorizado, vio cuatro manchas
repugnantes: lo había arruinado todo.
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Por María del Carmen Meroni *
En 1913, a los cuarenta y siete años, en su libro autobiográfico
Mirada retrospectiva, Wassily Kandinsky escribió: �El sol funde Moscú
en una mancha que, como una tuba frenética, hace resonar completamente el
alma. Como el sonido de una gran orquesta: iglesias, casas rosas, lilas,
amarillas, blancas, azules, verde pistacchio, rojo llameante; cada una de
ellas, una canción independiente�. El Lohengrin de Wagner le parecía
una realización perfecta de ese Moscú �hasta el punto de decirme a mí
mismo que Wagner había pintado �mi hora� en música�. La obra de
Wagner generalizó el empleo sinfónico de la tuba, instrumento de cobre
cuya extensión a los sonidos graves, mezcla de órgano y trombón, es la
más amplia que existe en la orquesta sinfónica. Tres años después de
escribir su Mirada... conoció a Nina, su tercera mujer, que estaría con
él durante los últimos 27 años de su vida.
El pintor relata que a sus tres años, como todos los niños, deseaba
apasionadamente montar a caballo. Para complacerlo, el cochero de la
familia desmontaba delgadas ramas separándolas en tiras para que el niño
jugara a montar: tenía entre las piernas un instrumento del cual recuerda
el pardo amarillento de la corteza exterior, que se enrulaba en espirales,
el verde lleno de savia de la segunda capa, que era su preferido, y por
fin el blanco marfil de la madera del palo, de olor húmedo y gusto
amargo.
Lydia, moscovita de nacimiento, famosa por su belleza, inteligencia y
encanto, fue su madre. Su padre era un rico comerciante de té, educado en
Moscú, que había tomado clases de pintura cuando joven, y que amaba el
arte. Unico hijo de ese matrimonio, marcharon a sus cinco años los tres,
en compañía de la hermana mayor de la madre, desde Moscú hasta Odessa
porque el padre, nacido en Siberia oriental (en la frontera con China) y
educado en Moscú, no había podido sin embargo soportar el clima
moscovita, a pesar de amar esa ciudad como a su propia tierra. Ninguno de
ellos se adaptó a la ciudad de provincia, carecemos de más detalles.
Y el matrimonio no duró mucho. La madre partió del hogar. A pesar de eso
visitaba a su hijo a diario. Se quedaba largamente atendiendo al niño y
conversando con todos ellos. Cuando la madre se volvió a casar, su
admiración y amor por ella no cambiaron. La madre tuvo cuatro hijos más;
Wassily fue padrino del menor de sus medio hermanos, Alexander
Kojewnicoff, que luego se llamó Kojève, célebre especialista en la obra
de Hegel. El hijo vivía con su padre y la tía materna que lo educaba, y
que había participado también en la educación de la madre, ya que era
su hermana mayor. Un ser iluminado, que le contaba cuentos en alemán y le
enseñó a pintar con acuarelas.
�Recuerdo muy bien cuánto me gustaba el material mismo, cuán
atrayentes, hermosos y vivos me parecían los colores y los lápices.�
Cuando era aún muy niño pintó junto con la tía un caballo tordo. Lo
tenía todo terminado, salvo los cascos. La tía tuvo que salir y le
recomendó que esperara su regreso para pintar esos cascos. Se quedó solo
frente a la obra inconclusa; atormentado por poner esas últimas manchas
de color que faltaban y que le parecían tan fáciles, cargó en el pincel
la mayor cantidad de negro que pudo y aplicó cuatro manchas al papel:
horrorizado, vio cuatro horribles manchas negras, repugnantes y
completamente ajenas al conjunto. Lo había arruinado todo.
Una figura que se ausenta, y la armonía se ve bruscamente interrumpida
por una mancha extraña y ajena que desequilibra todo el conjunto. La
madre se había ausentado poco tiempo antes, quebrado el matrimonio a los
seis años del niño.
�Más adelante �escribe� hube de comprender muy bien el miedo que
los impresionistas sentían por el negro. Y aún después, y esto
provocaba en mí una verdadera angustia interior, hube de sentir reparos
en poner el negro puro sobre la tela.� El molesto defecto de no poder
terminar nunca uncuadro quedaría superado sólo treinta años después,
con su último maestro de dibujo.
�Un fin vano�
El padre proporcionó al hijo un maestro de pintura y dibujo cuando
advirtió, a los trece años de Wassily, su gusto y su inclinación. El
texto del pintor recuerda los dibujos que el padre hacía para él cuando
niño, sus trazos delicados, tiernos y expresivos, sus hermosas manos. �En
los momentos de cambio de mi vida, hablaba conmigo como un amigo mayor y
nunca ejerció la menor sombra de presión en mis decisiones. Su principio
de educación se fundaba en una confianza total y en sus relaciones
amistosas conmigo en su alma profundamente humana y amorosa. Bien sabe él
hasta qué punto le estoy reconocido por ello.�
El instante fugaz en que el sol rojo ilumina Moscú antes de ocultarse
sería escenario de la admiración del padre y del joven Wassily, en sus
vacaciones moscovitas. �Es la hora más hermosa del día en Moscú. El
sol ya está bajo después de haber alcanzado la fuerza a la que aspiró
durante todo el día.�
Pero Kandinsky no podría emigrar a Munich, Alemania, para dedicarse a ser
pintor, hasta no abandonar esa obsesión juvenil por fijar para siempre en
una pintura ese breve momento: �La más imposible felicidad para un
artista�, y al mismo tiempo �el tormento de un fin vano que yo me
imponía siendo que era inaccesible�. Lo ayudó a apartar ese
obstáculo, nos dice, el descubrimiento por Antoine Becquerel, en 1896, de
la fisión del átomo: �En mi alma la desintegración del átomo era lo
mismo que la del mundo entero. Los muros más gruesos se desmoronaban de
pronto. Todo se hacía precario, inestable, blando. No me hubiera
asombrado ver una piedra fundirse en el aire frente a mí y hacerse
invisible�.
A los 30 años abandonó su profesión de abogado especialista en
economía agraria, dejó Rusia y se instaló en Munich, ciudad de
artistas, para aprender pintura y dedicarse a ser pintor.
En esa ciudad, su primer maestro de dibujo decía a sus alumnos: �Trabaje
usted, que es lo único que importa�. La enseñanza tradicional del
dibujo, condición ineludible de iniciación en la pintura, producía
rechazo y apatía al joven colorista llegado desde Rusia, sobre quien
nunca había sido ejercida la menor sombra de presión en los momentos
decisivos. Pero un pintor debía entrenarse en el dibujo. Leemos: �El
juego de las líneas en los desnudos me interesaba a veces mucho. Pero a
veces me repugnaba. En muchas posiciones, ciertos cuerpos producían en
mí un efecto repulsivo. Alumnos de los dos sexos y de diferentes
nacionalidades se agolpaban alrededor de aquellos fenómenos de la
naturaleza que olían mal, que no participaban en nada, que carecían de
toda expresión y casi siempre de todo carácter y a los que se les
pagaban algunas monedas por hora. Yo tenía que apelar a todas mis fuerzas
para obligarme a reproducirlos. Me hallaba constantemente en lucha conmigo
mismo. Sólo cuando me encontraba en la calle podía yo respirar de nuevo
libremente, y entonces no era raro que cediera a la tentación de faltar a
las clases. Por eso algunos colegas me juzgaban perezoso y hasta algunos
poco dotado�.
Sin embargo, se obligó a seguir un segundo curso, esta vez de anatomía.
Pudo descubrir la perfección de las narices, orejas y mentones en las
cabezas de los preparados anatómicos mientras �respiraba el olor de los
cadáveres� y de todos modos se sentía herido por su segundo maestro,
el profesor anatomista de fuerte temperamento y vibrante ardor, que
hablaba de la relación directa que existe entre la anatomía y el arte.
Tan herido, nos dice, �como ante el precepto de que un árbol debe
representarse siempre junto a la tierra a la que está aferrado�.
Empezó a recibir el rótulo de colorista: uno de esos pintores, al decir
de un simpático colega, �a los que el dibujo no les sale bien�. La
figura se negaba a fijarse; entre el asco y la apatía, la obsesión por
ese instante mágico y fugaz de nuestra madre Moscú acechaba al pintor,
forzado a reproducir las formas precisas de los cuerpos desnudos que eran
de todos modos más soportables como carne cadavérica que como cadáveres
vivientes. Introvertido, por esos años tenía el molesto defecto de no
poder terminar un cuadro en el afán de corregirlo eternamente ante la
menor observación de su maestro. Se sentía, también allí, en su
anhelada Munich, un ser aislado y extraño.
Estaba casado con la primera esposa, su azorada prima, que creía haber
esposado en 1892 a un economista experto, futuro funcionario y profesor de
brillante porvenir, y en cambio se encontraba lejos de su amada Moscú, en
compañía de un pintor principiante de treinta años que dibujaba
cadáveres. El matrimonio con la prima se disolvió muy pronto. Quedaron
buenos amigos, de diálogo culto, inteligente y cordial, tal como lo
habían sido siempre.
El malestar ante la incapacidad de terminar un cuadro se alivió con una
observación de su tercero y último maestro, Franz Stuck, el mejor
dibujante de Alemania: �Usted se interesa mucho en el primer momento,
pero pierde interés cuando tiene que continuar con la parte simple y
árida del trabajo�, le dijo, y además le confesó: �Frecuentemente,
vea usted, me despierto a la mañana con el siguiente pensamiento: �Hoy
voy a poder hacer esto o aquello, tengo el derecho��. Al llegar a su
casa, el discípulo terminó su primer cuadro.
Memoria interior
�Nunca tuve lo que se llama una buena memoria. Pero en la época en
que todavía podían obligarme a adquirir conocimientos que para mí eran
inútiles, cifras, nombres, poemas; mi única salvación estaba en la
memoria visual. Por ejemplo, era yo capaz de enumerar de memoria y sin
falta alguna la totalidad de las tiendas de una gran calle, pues las veía
a todas frente a mí sin tener la menor conciencia de ello, a veces tan
intensa y continuamente que sentía el pecho oprimido y la respiración
difícil. Me encontraba en la obligación de no dejar de ver.� Pero �hace
algunos años �escribe a sus 47� advertí de pronto que esa capacidad
había disminuido. Al principio me asusté mucho, pero comprendí después
que la facultad de absorberme en la vida interior del arte y en la
concentración de mi alma había aumentado tanto que a menudo pasaba yo
delante de fenómenos exteriores sin advertirlos, cosa que antes no
hubiera podido ocurrir�.
La fijeza nítida, espléndida y fugaz de �nuestra madre Moscú� ya no
lo obliga, como antes, a no distraerse ni un instante bajo la pena de
perder toda memoria si dejaba de ver la totalidad.
Entre la hermosa madre y la espiritual tía, entre pintura y música, lo
inexplicable; entre el ruso refinado de Moscú y el alemán de los cuentos
y de Munich, entre el caballo para montar que el cochero fabricaba
despuntando una rama y el caballo de cascos repugnantes mal terminado en
esa ausencia insondable de la madre-tía, un cuerpo misteriosamente ha
perdido su forma única y se ha tornado inabarcable. No hay ya �uno�.
Sería posible empeñarse en inmovilizar alguna forma de ese cuerpo porque
su armoniosa forma única se ausentó para no volver a unificarse más,
sería posible rechazar los cuerpos con repugnancia dado que se perdió
ese soporte único para no volver a unificarse más, y ése hubiera podido
ser sin duda el caso, porque una ausencia no es aún la construcción de
una pérdida.
La observación por Freud de su nieto (Más allá del principio de placer)
puso al descubierto el júbilo posible �y el decisivo surgimiento del
campo del sujeto que resulta de ello�, no por recuperar o repudiar el
juguete que se fue lejos, sino en el acto de arrojarlo lejos: el júbilo y
la palabra no es recuperar a la madre ausente en el instante fugaz de
suesplendor, tampoco es repudiar la disarmonía que esa ausencia hizo
visible; es ausentarse uno mismo del campo subjetivo gobernado por esa
alternativa sin resolución.
Una cosa es padecer la inconsistencia del Otro al modo de la fijación del
atormentado, al modo de la repugnancia del introvertido, y otra muy
distinta es poner en escena una representación en la cual alguna
impresión de belleza configure y sirva de vehículo para dar a ver la
inconsistencia misma creada por esa ausencia inexplicable de unidad, sin
ocultamiento y sin horror.
Algunos intentos, que no son idénticos, nos han sido dados para nombrar
esa contingencia: sublimación, abandono de los objetos primitivos de
satisfacción sin renuncia al goce pulsional, goce que no sería el
fálico, satisfacción pulsional rectificada que no debe su existencia al
fantasma y no lo perpetúa, en el campo de formaciones sintomáticas que
han perdido permanencia y densidad.
Una cosa es que en el cruce de voz y de mirada el objeto que sostiene el
deseo no se aleje del tormento, y otra cosa muy distinta es que, en el
cruce de circuitos pulsionales, se disfrute de dar a ver la ausencia misma
de la escena que, conservada, retiene y atormenta. Pero entonces esa
ausencia producida se anota ya no como mera ausencia, sino como pérdida,
en el campo mismo que dio surgimiento al circuito de la pulsión, campo
que ha perdido ya la capacidad de generar en el sujeto la fijeza, el
tormento y el horror con que solía presentarse.
La campiña rusa es frecuentemente oscura y muy fría y obliga a vivir en
interiores la mayor parte del año; las telas pesadas y la luminosidad de
los colores de lanas y tinturas son un estilo característico, que se
impone. Las casas de los campesinos de Rusia, recordadas por el pintor que
había sido especialista en la economía y el derecho agrarios, con la
ornamentación abigarrada de colores de las mesas, bancos, utensilios,
paredes, iconos religiosos y cobertores, le enseñaron, como él escribe,
a moverse en el interior mismo del cuadro, a quedar uno mismo abarcado por
el cuadro, pintado con fuerza tal que los objetos se disolvían, se
fundían y se mezclaban en los colores. El mismo sentimiento que le
producía el interior de las iglesias de Moscú, o la desintegración del
átomo que fundía espesos muros. Kandinsky inventó el artificio
escenográfico de proseguir la pintura sobre el marco del cuadro, de tal
forma que parece que desbordara la tela.
Mucho tiempo después, en su estudio de Munich, lo sorprende un día un
misterioso cuadro de gran belleza y ardor interior, del cual sólo veía
trazos y colores, y cuyo tema le resultaba incomprensible. Era uno de sus
propios cuadros puesto del revés y apoyado sobre la pared. La impresión
resultó irreproducible: sólo la fina y fugaz luz de un crepúsculo lo
había captado a él mismo, en el marco de ese hallazgo. Pero al parecer,
había nacido la pintura abstracta de la cual Wassily Kandinsky es
reconocido como inventor.
Misterio por misterio
A partir de 1910, fecha de la primera acuarela abstracta a sus cuarenta
y cuatro años, el invento ya no se detendrá. Sus obras abstractas de esa
época, numeradas, pasan a llamarse �Improvisación� o �Composición�:
son nombres de la música, pero esa hora breve, precisa y fugaz ya no es
su tema. �Ahora estaba yo seguro: el objeto, el tema, perjudicaba a mis
cuadros.�
El hijo del padre tierno y amable que lo acompañó en su patria rusa sin
forzar ni prohibir lo inexplicable, y también del profesor alemán de
dibujo no tan amable, que no le permitía usar el color en su clase porque
había que distinguir los cuerpos al detalle con el lápiz, produce como
estilo la misteriosa ausencia de una figura definida. El gozoso
pequeñoque montaba los caballitos de madera tricolor que fabricaba el
cochero, el horrorizado pintor de los deformes cascos negros del caballo,
pintados poco después del divorcio de los padres, funda en 1911 en
Alemania, a sus cuarenta y siete años, el grupo de pintores conocido como
�El jinete azul�. Organizan exposiciones conjuntas de maestros,
interlocutores y discípulos, y publican el primer número de un anuario
ilustrado que contiene reproducciones, artículos, críticas de arte,
firmadas por muchos de los artistas que iban configurando la nueva
corriente llamada �Arte Abstracto� encabezada por Kandinsky, ya
reconocido como su creador.
�Hubo de pasar mucho tiempo antes de que la pregunta �¿con qué
reemplazar al objeto?� encontrara en mí una verdadera respuesta. Tenía
claro el peligro de un arte ornamental� (el Art Nouveau,
hiperbarroquismo del siglo XX): �La existencia muerta de las formas
estilizadas me inspiraba un profundo rechazo. Todas las formas que
utilicé siempre vinieron a mí por sí mismas, de una manera que a menudo
me sorprendía�.
�Con los años comprendí que un trabajo realizado con el corazón
palpitante, el pecho oprimido, el cuerpo todo tenso, no basta. Esa
tensión puede agotar al artista pero no realiza su cometido. El artista
debe conocer sus dones a fondo, y como experto hombre de negocios, no debe
dejar de utilizar ni la menor partícula de ellos hasta el límite de lo
posible. El caballo lleva a su jinete con vigor y rapidez. Pero quien
conduce al caballo es el jinete.�
Una causa oculta y misteriosa sostiene la creación de formas sin figura
visible que se dan a ver, y que pueden dirigirse sólo a medias. El campo
del Otro no colapsa en el colapso de sus emblemas y de sus figuras, sino
que se recrea producido a partir de su punto de caducidad, y no a pesar de
él. �Hay que tratar a lo misterioso por medio de lo misterioso mismo�,
escribió Kandinsky.
* Psicoanalista. Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Texto
extractado de un trabajo presentado en la jornada �Figuras del padre en
el psicoanálisis y la cultura�, en noviembre de 1999 en la Biblioteca
del Congreso de la Nación.
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