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SOBRE LOS IDOLOS POPULARES Y LA CRISIS
 DE LA SUBJETIVIDAD EN LA ARGENTINA CONTEMPORANEA
�Ahora que se fue Rodrigo, ¿qué nos queda?�

La muerte del cantante Rodrigo Bueno es una oportunidad para observar, en su nacimiento mismo, la formación del culto heroico en la cultura de masas. Su trasfondo, a juicio del autor de esta nota, es la acelerada transformación de los seres humanos en mercancía, que lleva a poner en crisis tanto la subjetividad de los ídolos como la de su público.

Caras desesperadas y manos extendidas junto al sitio donde murió el cantante Rodrigo Bueno.
Lo elevan a la categoría de �ángel� para que, como alter ego poderoso, los proteja desde el cielo.

Por José Luis Cao * 

El panteón donde reinan los populares dioses del espectáculo no surge de la nada, sino que es producto de condiciones históricas definidas que sustentan diversas representaciones sociales. A raíz del fenómeno provocado por el rápido ascenso a la fama del cantante Rodrigo, incrementado tras su fallecimiento, tenemos la oportunidad de observar in statu nascendi la formación del culto heroico en la denominada cultura de masas.
Ni nuestro país ni nuestra época detentan la exclusividad de adjudicar la condición heroica a la gente del espectáculo. Bastaría recordar la idolatría que provocaron las vidas y las muertes de Rodolfo Valentino, Elvis Presley o John Lennon, en otros países, y las de Gardel o Gilda entre los vernáculos, para comprender lo abarcativo de esa producción mítica y ritual. Sin embargo, el vacío que provoca la actual sociedad de consumo incrementa la rápida transformación de seres humanos en mercancía, poniendo en crisis tanto la subjetividad de los ídolos como la de su público.
Pareciera que en los últimos tiempos el cantante Rodrigo Bueno intentaba poner límite a la aceleración que le imponía el éxito, quizás en un desesperado intento de recobrar una subjetividad que iba perdiendo en la medida en que crecía como objeto de consumo. Sin embargo, su intento por dejar el escenario de los acontecimientos no pudo producirse a tiempo, debido al vértigo en el que transcurrían sus días. Demandado tanto de sí como de su público, no pudo sustraerse de la vorágine de la época.
Al depositar en el líder sus ideales, la masa suele empujarlo progresivamente hacia la cima del éxito por ella apetecida. Los aplausos facilitan el ascenso de los ídolos del espectáculo político, deportivo o musical. Pero éstos no siempre pueden mantener el equilibrio en esas alturas sin pagar un alto costo personal.
Unificada imaginariamente con el ídolo, la muchedumbre intenta recuperar su propia subjetividad amenazada, saboreando los instantes de triunfo como propios. Sin embargo, no existe una verdadera identificación con las cualidades del ídolo, ya que, de ser así, habrían de esforzarse para imitar sus logros.
En el mejor de los casos, adquieren mágicamente restos de sus atributos personales fetichizados, como las fotocopias de su DNI u otros objetos que estuvieron en contacto con él. En otros, simplemente les basta con la producción de intensos desarrollos afectivos que oscilan entre la alegría y el llanto.
Desde la dependencia afectiva, desean que la imagen del ídolo perdure para siempre en sus vidas a fin de neutralizar la percepción de precariedad existencial. Como plantea uno de sus fans: �Era uno de nosotros..., un humilde que llegó�. Efectivamente, él llegó a obtener el reconocimiento social negado a los que se debaten en la lucha por la supervivencia.
Rodrigo encarna al provinciano que, cumpliendo con sus propios deseos, conquista Buenos Aires, acercándose a los lugares de poder añorados por una multitud hipnotizada por el espectáculo mediático de la posmodernidad. Se le adjudica la categoría de un �grande�, no sólo por sus virtudes personales y artísticas, sino también por haber alcanzado valores acrecentados en épocas de miseria material y ética: el dinero, la fama y el éxito. Su muerte no opaca sino que incrementa tales posibilidades, ya que los medios se encargan de ubicarlo en la cumbre del sector musical del Olimpo argentino: al lado de Gardel y Gilda. Como ellos, resulta elevado por sus seguidores a la categoría de �ángel�, para que, como un alter ego poderoso, los proteja desde el cielo.
Como ocurrió tras las trágicas muertes de Elvis Presley y John Lennon, varios jóvenes se suicidaron en los días siguientes, quizás con la secretamisión de reencontrarse con quien supuestamente les había brindado las únicas alegrías. Ilusión de unirse con el ídolo en el más allá, ya que en el más acá, según los familiares de una de las víctimas, ella no disponía de dinero para asistir a un recital del cantante.
A sus seguidores no les basta con admirar las condiciones artísticas que poseía en vida, ya que necesitan transformarlo, una vez fallecido, en una deidad que les provea de lo que les falta: salud, amor, trabajo. Por eso tan velozmente transforman el proyecto de un monolito recordatorio en un santuario popular.
Velas, estampitas, posters y todo tipo de mensajes propiciatorios, típicos de las creencias sincréticas, se mezclan con su música y con envases de botellas de cerveza, creando el clima necesario para la santificación popular. La ritualización de estas prácticas posibilita la búsqueda de consuelo.
Los medios destacan constantemente el estado de alegría que provocaba el ritmo de sus canciones. Como en otras manifestaciones populares, la exaltación del ánimo recorría sus recitales dando lugar a la catarsis colectiva. La euforia producida por la excepcionalidad de lo fasto (fiesta) suele alejar momentáneamente para muchos la imagen de una cotidianidad percibida como nefasta por la falta de trabajo, seguridad y proyectos. 
La pérdida del ídolo en el que se depositaba el espíritu festivo precipita a muchos en el estado previo de desesperanzada abulia. En ese sentido una joven afirma: �Lo único que teníamos era Gilda, que ya no está entre nosotros, y ahora que se fue Rodrigo, ¿qué nos queda?�. Interrogante sobre el destino incierto de la subjetividad futura de muchos jóvenes. Depositación del imaginario popular en una figura que les brinde momentos de triunfo, como una de las escasas manifestaciones esperanzadas.
Curiosa sociedad la nuestra, que convive con un estado de mufa generalizada del que suele escapar, de tanto en tanto, a través de explosiones de alegría, las cuales por sí solas no bastan para generar un proyecto que sostenga un estado de bienestar creciente para todos sus habitantes.

* Psicoanalista. Profesor de psicología institucional en la Universidad de Mar del Plata. 

 

 


 

PSICOLOGIA DE LOS AFECTADOS
 POR EL SUICIDIO DE UNA PERSONA ALLEGADA
�Me aterra la idea de hacerlo yo también�

�Lego la nada a nadie.�
�El Suicida�, J. L. Borges

Por Roberto Urdinola

�Me aterra la idea de que yo lo haga también.� �Han pasado varios años y me sigo preguntando por qué.� �Fue muy egoísta al no pensar en nosotros.�
Hay ciertos hechos que acompañan a los miembros de algunas familias durante toda la vida, provocando vergüenza, culpa y rencor. Uno de ellos, que no pasa inadvertido ni se puede olvidar, es el suicidio de un familiar o amigo. El suicidio es una verdad evidente: aquellos que así padecieron comienzan a vivirlo como un drama que los marca y se hace sentir en sus comportamientos cotidianos.
El suicidio no es una enfermedad en sí misma, pero podemos nombrar como afectados a quienes lo vivieron. El hecho irrumpe provocando un dolor singular al que los afectados se van acostumbrando silenciosamente, alimentándolo con sentimientos e ideas insistentes, incomprensibles para quienes no lo padecen. Heridos en su amor propio (�... cómo me hizo eso�) o sintiendo vergüenza al hacerse pública una muerte que no responde a las leyes naturales, los pacientes afectados intentan encontrar alguna significación.
Alguien ha dicho que dejar de vivir no es dejar de existir: en familias afectadas por un suicidio, la existencia del suicida palpita bajo la forma de tres �signos vitales�: el legado, la participación y el enigma. Como herencia no querida, impuesta, estos tres elementos comienzan a moldear las mentes de los deudos.
El legado y la participación son formalidades legales y sociales en los rituales fúnebres en nuestra cultura, necesarios a la voluntad y a la memoria del difunto, pero en la muerte por suicidio adquieren otros ribetes. Ya los griegos ubicaban a ambos como algo que se desprendía de toda muerte trágica con tal fuerza que obligaba a una vida desdichada a quienes convivieron con el difunto y lo sobreviven. A partir del suicidio, la desgracia se duplica: a la pérdida del ser querido se le suma, como obligación o mandato, la adopción de comportamientos patológicos. Es común observar en los afectados profundas depresiones, que a veces los llevan a abandonar sus tareas habituales. Al igual que el suicida, al que nada ni nadie lo hizo cambiar en su decisión, el afectado muestra indiferencia por el mundo que lo rodea. Como si el deseo de vivir y amar hubiese sido arrastrado por esa muerte. Vivir y amar, diferenciarse de aquella decisión, genera culpa.
Un ejemplo es el de aquella paciente que pidió psicoterapia para preguntar �qué hacer� por su novio, por uno de sus hermanos, por su jefe de oficina, a los que veía �mal�, y esa preocupación multiplicada no era más que reflejo de la culpa que sentía por no haberse dado cuenta de lo �mal� que había estado otro hermano antes de suicidarse.
El legado, la participación, muestran un pensamiento que lleva a otra realidad diferente de la cotidiana, pero con igual fuerza comprometedora. Son pensamientos en apariencia fantasiosos, pero cuya realidad inconsciente es de tal magnitud atractiva que deja en el camino cualquier supuesta madurez racional.
Pero ambos elementos no tendrían eficacia sin la presencia de aquello que nombramos como el enigma.
Un paciente que había perdido a su padre por suicidio insistía en descubrir cuál era el verdadero motivo de la decisión, aunque el padre le había dirigido precisamente a él una carta �explicándolo�. Aun bajo explicaciones �comprensibles�, lo que el suicida trasmite es esa nada de verdad que hace del suicidio, a los ojos de los afectados, algo inmotivado. Es así aunque pueda referírselo a causas como una enfermedadterminal. Siempre hay un resto enigmático. Ese enigma los hace fondear en el drama.
Pero esto no nos obliga a dirigir el tratamiento con pacientes afectados en forma �detectivesca�, a la búsqueda de la verdad del acontecimiento: de aquélla, de la verdad, sólo goza el muerto; �Se la llevó a la tumba�. Entonces, ya no es sólo el vacío por la ausencia, sino también la verdad que se negó, dejando en el paciente un cierto legado de encontrarla: dar con la respuesta que cierre el abismo abierto por el enigma. Dar con la palabra que permita retomar el deseo. 
Es muy frecuente que estos pacientes sufran de síntomas psicosomáticos, afecciones corporales. Pero éstos serán verdaderos síntomas, es decir, con posibilidad de cura, una vez que quienes los padecen decidan interrogar sus sentimientos. Mientras tanto serán sólo expresiones que en el mejor de los casos no interrumpen su vida, pero que hacen de él ese nadie al que alude el verso de Borges, porque su deseo está comprometido, y él participa de la desdicha que llevó a la trágica decisión.
Entonces, la pregunta es: ¿encontrarse o relacionarse? Encontrarse con el suicida es caer en el fondo inerte del abismo, sin posibilidad de duelo ni de olvido. Se trata, en cambio, de relacionarse: hacer de esa fosa abierta el surco del que crezca otra manera de vivir, con el suicidio y ya no con el suicida.

* Psicólogo.

 

 

POSDATA

Concurso. Premio �Arturo Ameghino 2000-2001�. Tema de los trabajos: �Expresiones y transformaciones de la violencia. Aportes del campo psi�. Retiro de bases hasta el 17 de julio en el Ameghino, Córdoba 3120. Primer premio: 1500 pesos y publicación.
Tarkovsky. �Lo sagrado en el cine de Tarkovsky�, con proyección de Solaris, el 15 a las 16. Centro Psicoanalítico Argentino. Corrientes 1436. Gratuito.
Zapping. �Zapping dramático�, con Fabio Lacolla en Sociedad Argentina de Psicodrama, el 14 a las 21.30. 4854-8742.
Elecciones. En la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, del 7 al 12 de agosto. Presentación de listas hasta el 17 de julio. 
Carpani. Homenaje al pintor Ricardo Carpani en la Escuela de Psicología Social de Pichon-Rivière, el 14 a las 20. 4931-6197. Gratuito.
Revistas. La Revista del Psicoanálisis, con Motta, Tendlqarz, Salamone, Spett, Donghi, Mazzuca y otros. Actualidad Psicológica sobre �Dispositivos grupales�, con Bernard, Jaitin, Vacheret y otros. Ensayos y Experiencias sobre �Lectura, escritura, imagen�.
 

 

 

Enpsiclopedia

Por Rudy
Dios no podría ser psicoanalista porque:
1. Porque, al ser Dios, no tiene posibilidades de creerse Dios.
2. Porque, al saber todo (ser omnisciente), no puede ocupar el lugar del supuesto saber.
3. Porque no tendría con quien supervisar sus casos (¿quién se anima?).
4. Porque al no tener una forma concreta, es difícil para los pacientes identificarlo con su padre-madre-tía-perro, etcétera.
5. Porque un buen analista no usa mandamientos sino señalamientos.
6. Porque en el psicoanálisis los pacientes se acuestan en el diván para hablar con su analista, no se arrodillan y juntan las manos.
7. Porque no suele atender a sus pacientes personalmente, sino a través de miembros que dicen ser de su escuela.
8. Porque diciendo no desearás la mujer del prójimo no se resuelve el Edipo.
9. Porque si cada vez que un paciente se tienta y trasgrede el encuadre lo echa del consultorio, o le manda un diluvio de 40 días, o lo trasforma en estatua de sal, se quedaría sin casos.
10. Porque al ser uno y trino sería freudiano, kleiniano y lacaniano a la vez, y entonces no lo aceptarían en ninguna institución.
11. Porque los que no se pudieran curar irían al infierno.
12. Porque no se hablaría de Yo, Ello y Superyó, sino de El.
13. Porque hablaría en hebreo antiguo, arameo o latín, que no se entienden, y no en lacanés.
14. No se lo puede nombrar en vano, lo que limita la transferencia.
15. Porque sus pacientes se podrían enterar de demasiados datos sobre su vida leyendo la Biblia, lo que atentaría contra la abstinencia del analista.
16. Porque sus pacientes esperarían milagros.
17. Porque en seis días se podrá crear el mundo, pero no alcanzan para curar a un neurótico.

Pero Dios sí podría ser psicoanalista porque...
1. Trabaja seis días y descansa uno, como Freud.
2. Muchísima gente tiene fantasías sobre cómo será su verdadera imagen.
3. Trabaja en un gran sillón.
4. Se organizan miles de grupos de estudios sobre sus obras, de las que sacan conclusiones no coincidentes.
5. Una de sus escuelas le da especial importancia al nombre del Padre.
6. Aunque no dice ajá ni ¿usted qué piensa?, tampoco suele dar respuestas a los interrogantes que uno le plantea.
7. Porque más de una vez uno duda de él y se pregunta si de verdad existe.
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