Por
Daniel Altomare *
En el horizonte del tratamiento del alcoholista se dibuja
un lugar, una figura no clínica, tan evidente que nadie que haya
tenido contacto con un alcohólico dejará de reconocer: la
del partenaire. Esta figura nos puede revelar algo de lo más enigmático
de esa afección. Alguno de los más impensados efectos del
alcoholismo alcanza un particular protagonismo en esta figura clave. Hay
una articulación vinculante entre el alcoholista y su partenaire.
El partenaire del alcohólico tiene una activa participación
en el curso de un tratamiento. No pocas veces es quien arregla una primera
entrevista, muchas veces la única entrevista. Es quien nos presenta
a un paciente improbable. Reconstruye la historia del alcohólico,
traza un perfil libre de vacilaciones de la persona en cuestión.
El partenaire es portador de una angustia reflejada en un curioso contrapunto
afectivo: verbaliza su experiencia en una queja creciente que acompaña
la historia de la relación. No necesariamente el partenaire responde
a un particular lazo civil o de parentesco, pero innúmeras veces
se corresponde con el lugar de la pareja (sexual). El paréntesis
refleja suspensión efectiva de una práctica aplazada por
la presencia dominante del alcohol. Freud decía que el alcohólico
mantiene un matrimonio verdaderamente feliz con la copa: entonces, la
pareja del alcohólico no es el partenaire.
El partenaire subjetiva lo que aparece rechazado del lado del alcohólico,
esto es, la posibilidad de sintomatizar su relación con el alcohol.
Lo cual nos revela que el alcoholismo se sintomatiza en otro lugar, y
es en ese lugar en donde el partenaire, sin saberlo, va a alojarse. No
hay un sujeto alcohólico: hay un lugar donde el alcoholismo derrama
sus efectos.
El partenaire se convierte en un experto en alcoholismo, como lo denuncian
con claridad meridiana los siguientes sintagmas coagulantes: Yo
sé perfectamente cuándo él toma; La mirada
le cambia cuando toma; Ya me doy cuenta si bebe por el ruido
que hace al colocar la llave en la cerradura; Cuando bebe,
no se le puede hablar; Si bebe, se va a la habitación
sin saludar; Huelo el aliento a alcohol en toda la casa;
Con verlo llegar, me doy cuenta si tomó alcohol.
El alcohólico calla, el partenaire habla; el alcohólico
bebe, el partenaire padece; el alcohólico se olvida, el partenaire
recuerda. El alcohólico se ha vuelto insensible, el partenaire
se angustia. Este sentido divorcista que arranca al alcohólico
de toda forma de involucramiento nos obliga a responder a una pregunta
recurrente en el partenaire: ¿se recupera el alcoholismo? Nadie
se recupera de un problema que no tiene o que dice no tener. El alcoholismo
se trata, pero el tratamiento progresa cuando el alcoholista se reconoce
en aquél.
Entre el matrimonio del alcohólico con la copa y el divorcio que
el alcohólico tiene con lo que dice que no le pasa aparece una
configuración de importancia, que constituye la particular forma
de lazo social que el alcoholista establece. No pocas veces es la única
forma de lazo social, y éste no es un dato menor. Puede que la
ruptura del lazo social indique cuestiones de estructura, entonces ese
dato podría tener para nosotros valor diagnóstico.
El alcohol reenvía al alcohólico a la sociedad de los hombres,
donde su virilidad no corre riesgos; el partenaire es la voz de un sufrimiento,
de un goce que no es el del alcohólico.
Este montaje marca un ritmo entre dos actores: mientras en uno el síntoma
se halla replegado, en el otro se despliega. Que el alcohólico
haga de su alcoholismo un síntoma es una forma de llevarlo al terreno
formal de un tratamiento que dispute la hegemonía del alcohol como
el único medio de goce del alcohólico. Henos aquí
ante un punto que no podemos soslayar cuando hablamos de alcoholismo.
Podemos pensar elalcoholismo de múltiples maneras, pero la forma
que menos dudas nos ofrece es aquella que nos presenta el alcoholismo
como una vía de satisfacción privilegiada, que se quiere
única.
El partenaire dice saber demasiado de un goce que, sin embargo, el alcohólico
no comparte. El partenaire secunda, acompaña, esconde su demanda
cuando la muestra, en una exposición cuya pregnancia no deja lugar
a dudas: de lo que se trata es de ayudar al otro, ese otro que, cuanto
más resiste a nuestra ayuda, más necesita de nuestros cuidados.
Y de esa trampa no se sale fácilmente, sobre todo si no se la reconoce
como tal.
El especialista no está libre de esta trampa. Las preguntas van
dirigidas a desenmascarar a ese otro del relato del partenaire; en ese
sentido, su intervención confirma la pertinencia de la consulta
del partenaire. Intentar interrogar o tratar de intervenir sobre la posición
subjetiva presente allí en la persona del partenaire es reencontrarse
con una verdadera impasse. El desafío sería dialectizar
la fijeza de la posición con la que el partenaire se presenta de
manera invariable, mudando el motivo de la consulta. Pero el partenaire
insistirá y repetirá incansablemente los embates sufridos
por el alcoholismo.
El partenaire le da consistencia a ese otro, constituyéndose el
mismo en el otro del alcohólico. Y, a su vez, el alcohólico
es el otro del partenaire. El alcohólico no depende del alcohol
más de lo que el partenaire depende del alcohólico. Estamos
frente a una demanda dilemática que expone hasta el paroxismo la
especularidad. No por nada podemos recoger de la experiencia exitosa de
un tratamiento de rehabilitación la sorpresiva declaración
de una esposa: Está insoportable, háblele por favor,
así no podemos seguir, antes esto no pasaba... Ahora no bebe pero
está de mal humor, contesta mal... He pensado en separarme.
El alcoholismo especulariza, funda un lugar que está llamado a
la relación especular; el partenaire es una víctima experta.
El partenaire es el vocero oficial del goce del alcohólico.
Pero, ¿podemos de este modo interiorizarnos de eso que llamamos
alcoholismo? Es posible y al mismo tiempo improbable que por este medio
sepamos algo de la subjetividad del llamado alcohólico. No obstante,
hay una práctica que exige, en un número importante de casos,
entrevistar a la familia. La psicosis rinde testimonio fiel de esa necesidad.
Probablemente en el alcohólico se haya producido algún orden
de ruptura, pero del orden de un fuera de discurso que se intenta restaurar
por medio de la bebida y de los lazos que ella establece. Tal vez el alcoholismo
sea eso, un intento por restaurar un orden en el seno mismo del lazo social,
sin que por ello identifiquemos esa ruptura del lazo social como privativo
de la psicosis.
El partenaire nos dice más del alcoholismo que del alcohólico,
tal vez porque el alcohólico no existe sino como una afección
cuya modalidad subjetiva se encuentra enredada con las más variadas
determinaciones del Otro social. El partenaire habla del alcohólico
y de su alcoholismo, pero también dice del entramado gozante que
ha tejido con el alcohólico.
Si acaso estamos dispuestos a escuchar algo de todo esto, si acaso estamos
llamados a operar allí también en cuanto al trabajo con
el alcoholismo, sepamos que este movimiento puede granjearnos la hostilidad
del partenaire. La rectificación de su posición no es un
logro que venga por añadidura al presunto éxito del tratamiento
del alcoholista.
* Psicoanalista. Ex docente de las Universidades de Quilmes y de Buenos
Aires.
HACIA
UN PSICOANALISIS DE FRONTERA
El capullo protector de la doctrina pura
Por Luis Hornstein
*
Cuando los grupos de psicoanalistas no pueden diferenciarse por sus prácticas
o por sus producciones se diferencian por sus emblemas. Las teorías
son contraseñas de pertenencia para afirmar la identidad.
¿Una relación narcisista? Exacerbado, este narcisismo toma
ribetes paranoicos: sólo logro ser analista si demuestro que los
demás no lo son. Es el terreno de los pequeños maestros
(petits maîtres, petimetres) que se instalan dentro de un capullo
protector que le permite a cada uno creerse poseedor, en contra del grupúsculo
rival, de la doctrina pura. El vocabulario cambia según
los grupos, pero conserva una connotación sectaria como parodia
de un elitismo irremediablemente perdido cuyo duelo no se logra hacer.
¿Dónde están los que se niegan tanto al alineamiento
dogmático como al cretinismo burocrático? Existen y son
muchos. ¿Por qué no legitimar sus prácticas y sus
teorizaciones? Ellos conforman el psicoanálisis de frontera que
intenta ir más allá, de hecho va más allá.
Si es necesario, transforma el encuadre, teorizando no menos que actuando.
Acepta el desafío de abordar las organizaciones narcisistas y los
estados límites que requieren del analista no sólo escucha
sino también potencialidad simbolizante. Y sí: recuperar
lo existente y producir lo que nunca estuvo, o viceversa.
El psicoanálisis puro, a fuer de totalizante, se demostró
reduccionista, identificado no a un esquema del psicoanálisis sino
a un psicoanálisis esquemático: las metáforas del
cirujano, del espejo, fueron degradadas a caricaturas, olvidados del combatiente
(¿o Freud no combatía?), del arqueólogo apasionado,
del militante de la cultura. Esa arrogancia autosuficiente, esa postura
oracular, eso, eso es morderse la cola o si nos aplicamos a nosotros
mismos esos tecnicismos duros que solemos aplicar a los demás
mera idealización retrospectiva, sin apoyatura en la
práctica de Freud. Pero las prácticas no se atan a las teorías,
y son siempre singulares, de cada analista, con sus más y con sus
menos. La idealización insiste. A las diferencias singulares lo
singular, eso es la diferencia las tilda de deficiencias, de debilidades,
las tacha, intenta extirparlas. Desde hace un par de décadas las
teorías de la complejidad nos ayudan a soportar-entender la diferencia.
Pero antes de Castoriadis, antes de Heisenberg, ¿el análisis
personal del analista no tenía ese objetivo? Y aquí no me
interrogo sólo por el final de análisis de mis colegas,
sino también por el mío.
Dos posiciones son posibles: o se asume esa distancia entre ideal y prácticas
efectivas para la elaboración conceptual o bien se la piensa como
una degradación, sometiéndose así a la exigencia
de aproximarse al ideal. Asumir el desfasaje es comprometerse a reflexionar
sobre las diversas situaciones clínicas.
Habrá que elegir entre estrategia y programa, entre buscar y creer
que ya se ha encontrado. Un programa sólo es útil cuando
las condiciones no se modifican ni son perturbadas. Un programa es algo
que unos aplican y otros obedecen, algo que se presta a la bajada
de línea. La estrategia supone incluir la incertidumbre y
obliga a abandonar esa mala costumbre de pedirle recetas al método.
Implica interrogar los diversos contratos analíticos y sus cláusulas.
Algunas son imprescindibles y otras pueden (y deben) ser modificadas tanto
en función de la problemática del analizando como del momento
que vive. Por supuesto que no recomiendo el valetodo. Algunas actitudes
técnicas y teóricas no son compatibles con el psicoanálisis.
Pero conviene volver a pensar también este tema, lo que a veces
es pensarlo por primera vez.
* Miembro del Colegio de Estudios Avanzados en Psicoanálisis.
Fragmento del trabajo Del capullo a los bordes.
NUEVA
FEDERACION DE SEXOLOGOS
Todos unidos sexuaremos
Los sexólogos sean unidos: diversas entidades acordaron nuclearse
en el Proyecto de Federación Sexológica Argentina (Fesea).
Lo impulsan representantes del Instituto de Sexología del Desarrollo
(ISDE), de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana (SASH), de la Asociación
Argentina de Sexología y Educación Sexual (Aasses), del
Curso de Formación de Educadores Sexuales, del Centro de Documentación
en Sexualidad (Cedosex), del Centro de Sexología (Cetis), del Capítulo
de Sexología (Consexuar), de la Asociación de Psiquiatras
Argentinos, del Centro de Educación Sexual (CES), de la Asociación
Argentina de Educadores Sexuales (AAES), de la Asociación Argentina
de Sexualidad Humana (AASH), de la Asociación Munay, de la Asociación
de Psicólogos de Buenos Aires-Area de Trastornos Sexuales, del
Instituto de Prevención y Educación en Salud y Sexualidad
(Ipess), de Alerta 2000.
El teléfono del Proyecto Fesea es 4833-4844. Mail: fesea@arnet.
com. ar.
POSDATA
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Joyce.
Un encuentro
con Joyce, con Osvaldo Delfabro, Pablo Fuentes, Juan Carlos
Mosca, Ricardo Scavino y Mónica Veli en Lazos, Calle 10 Nº
685, La Plata, el 16 a las 10.30. (0221) 482-3657.
Deleuze. Una clínica desde Deleuze, Nietzsche,
Guattari, por Adriana Zambrini y Daniel Ferioli en Centro de
Psicodrama Psicoanalítico Grupal, hoy a las 21.30. Soler 4191,
4866-4242. Gratuito.
Carteles. Jornadas de Carteles de la Escuela Freudiana de la
Argentina, el 8 a las 18.30 y el 9 a las 9.30 en Charcas 2650. 4961-7908.
Gratuito.
Educacional. Psicología educacional y las prácticas
actuales del psicólogo, por María C. Chardón,
el 12 de 19.30 a 21 en APBA, Av. de Mayo 950. 4345-7422.
Artistas. Festival y Congreso Latinoamericano de Artistas Internados
y Externados en Hospitales Psiquiátricos, del 12 al 17 en Mar
del Plata. 4304-5498. |
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de estas páginas: [email protected]
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