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1927/1934


Einstein explica a la prensa neoyorquina los avances en sus estudios
del tema de la masa y la energía

Los extremos de la ciencia

POR ABELARDO CASTILLO

Ciertas fechas no carecen de importancia. Estas tres fotografías fueron tomadas entre los años 1927 y 1934. Dos de ellas tienen por lo menos algo que nos resulta familiar. En la primera, ese hombre con aspecto de gnomo benévolo es Albert Einstein, el genio decisivo de nuestro siglo. En la segunda, sobre un vehículo blindado, hay un objeto que parece un cañón. Es un cañón. Desafío al lector más imaginativo a que adivine qué representa la tercera. Para evitar falsos suspensos, empiezo por ella. Es un artefacto japonés �japonés, téngase muy en cuenta el detalle�, es decir, inventado por la misma gente minuciosa que concibió el bonsai, popularizó los microchips e ideó las canchas de golf en miniatura. Se trata de un aparato para detectar aviones. La idea era más o menos la siguiente: una formación aérea sobrevolando, digamos, los cielos de una aldea situada a veinte kilómetros de la ciudad de Osaka, podía ser captada, con cierta anterioridad, por esa máquina. Parece razonable, sobre todo si no se piensa que unos cuantos teléfonos o radios dispuestos circularmente a cincuenta o cien kilómetros de cualquier centro podrían haber dado lugar, con instantánea eficacia, a la siguiente comunicación verbal: �Celeste Majestad Imperial, en este preciso momento una honorable escuadrilla enemiga está pasando por encima de mi casa: escóndanse o reviéntenlos cuando lleguen allá�. El cañón, ya dije que es, efectivamente, un cañón. Pero no un cañón cualquiera. Lo inventó la Fiat y su propósito era arrojar gente. Más precisamente, soldados. Se introducía un patriota en el tubo y se lo catapultaba sin asco hacia las trincheras adversarias. Yo sospecho que después de cañonear repetidamente al enemigo, los mariscales italianos comenzaron a notar que en realidad lo que mermaba, por natural colisión contra la corteza terrestre, eran sus propias tropas. Tal vez en ese momento volvieron a poner en uso, o a inventar, el tradicional proyectil de fierro. Mientras los coléricos hombres de guerra de nuestro siglo imaginaban estas máquinas infernales, en la desmelenada cabeza del pacífico hombrecito de la primera fotografía ya germinaba la teoría corpuscular ondulatoria, la refutación del universo euclidiano, la abolición del tiempo y el espacio metafísicos, y, por qué no, la fisión del átomo. Se ve que algo de eso les está explicando a los periodistas que lo rodean. El de la izquierda, también se ve, no anota nada: simplemente se ha dormido. El primero de pie, empezando de la derecha, tiene la boca abierta. El señor carón que está junto a la lámpara ya ni siquiera mira al hombre que habla. Se ríe. Risa de pensar: Este viejo está loco. Y ahora recuerdo una anécdota, que quizás es apócrifa pero viene al caso. Una vez se les hizo un masivo homenaje público a Einstein y Chaplin. Iban juntos, en un auto descubierto. Chaplin estaba desconcertado: la multitud aplaudía a rabiar. Einstein se volvió hacía Carlitos y le dijo al oído: �No se preocupe, a usted lo aplauden porque lo entienden todos, a mí porque no me entiende nadie�. Continúa

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