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“Claude Chabrol: una revisión”

Crimen y castigo

Desde el 14 de enero hasta fin de mes, la sala Lugones del Teatro San Martín presentará una retrospectiva del gran cineasta francés, con diecisiete de las cincuenta películas que Chabrol filmó a lo largo de su fructífera carrera. Comenzando por El bello Sergio (1958) y terminando con No va más (1997), la selección de films incluye varias obras inéditas en la Argentina, como La ruptura (1970), Pollo al vinagre (1985), Un asunto de mujeres (1988) y Betty (1992).

Por DOLORES GRAÑA

Los personajes de Claude Chabrol son bestias en el más estricto sentido de la palabra: animales de costumbres que pierden todo sentido de la socialización cuando son acorralados. Y los corrales en los que Chabrol acostumbra a encerrar a sus “monstruos morales”, con la saña y el deleite de quien arranca pata tras pata a las arañas para descubrir hasta cuándo seguirán vivas, adoptan múltiples máscaras pero tienen siempre el mismo nombre: el discreto encanto de la burguesía.
Los oficios heredados –irremediables o elegidos–, el resentimiento de clase, la hipocresía, las ambiciones pedestres y monumentales, los matrimonios felices, las foliès a deux y las ilusiones perdidas son algunas de las especies que pueblan el bestiario Chabrol. A lo largo de cincuenta películas, el cineasta ha tratado de mostrar a los herederos del flaubertiano boticario Homaïs en todo su siniestro y mezquino esplendor: golpeando a la burguesía francesa donde más le duele, para el deleite feroz de la burguesía internacional que lo aplaude sentada en el cine. “No siento odio contra la burguesía, pues es una forma de vida coherente y no se puede odiar lo que es coherente. Sí se puede luchar contra eso. La burguesía es la clave de una forma de sociedad que debemos reformar. Por lo tanto, constituye el armazón que más hay que mirar. Es más interesante contemplar a un burgués harto que a un noble arruinado”, dijo Chabrol a Cahiers du cinéma en el número especial que le dedicó la revista en 1997 y donde había comenzado a escribir en 1953, reseñando Cantando bajo la lluvia. Cinco años después de aquella crítica, el joven Chabrol integraría la lista de cineastas novatos que la emprenderían contra el “cine de papá”, cambiando para siempre la forma en que se ven las películas.
Utilizando la herencia de su esposa por entonces, Stéphane Audran (protagonista de una veintena de sus películas, desde El carnicero a Betty), para filmar su ópera prima, El bello Sergio, así como para financiar el debut de Eric Rohmer, El signo de Leo. Recuerda Chabrol, con bastante poco sentido épico: “La máquina se puso en marcha con un razonamiento un poco extravagante: si realizadores tan reputados como Dassin podían fabricar productos calamitosos, nosotros (que no teníamos ninguna experiencia) debíamos estar capacitados para hacer films mucho más baratos y quizá más decentes. Pero no nos equivoquemos: si la prensa habló tanto de la Nouvelle Vague fue porque se quería imponer la ecuación De Gaulle = renovación, en el cine como en todas las áreas. El general llega, la República cambia, Francia renace”. Cuarenta años después, Francia no es la misma y sigue sin renacer, pero Chabrol continúa siendo uno de los directores más “profesionales” que dio su país. Una especie de productora cinematográfica de un solo hombre, que analiza una y otra vez con ojo clínico los focos infecciosos que produce una sociedad fatalmente enferma (como el sombrerero Michel Serrault en Los fantasmas de un hombre respetable). Chabrol viene observando el desarrollo de sus criaturas dilectas a través de distintos gobiernos, ideologías, morales y reformas. Filma películas brillantes y no tanto, para dejar en claro que la paradoja chabroliana es siempre la misma, no cómo ni dónde se la ambiente: “En mi opinión, no hay temas grandes y pequeños. Cuanto más pequeño es el tema, más susceptible es de ser tratado con grandeza. En realidad, no hay nada más que la verdad”.
La búsqueda de la verdad, de crear un mundo paralelo que amenaza contaminar permanentemente el mundo “real” (con un pueblito de provincias basta), poblándolo de personajes y analizándolos como en un formicario hasta sus últimas consecuencias es lo que convierte a Chabrol en uno de los pocos directores que se sienten a gusto en compañía de Balzac, con quien comparte bastante más que una obra caudalosa. Sin ir más lejos, es uno de los pocos maestros que reconocen haber hecho películas pésimas, un director al que nadie considera intocable porque se sabe que resistirá cualquier tipo de ataque. En suma, Chabrol es algo así como el típico gusto francés en películas negras. “Truffaut, Godard y Malle me criticaban por la frecuencia con la que filmaba, pero no se trataba de una disidencia artística: todos ellos tenían, en 1958, una vida fácil gracias a la fortuna familiar. Yo, en cambio, era y soy un busca. Mi drama es otro: con el tiempo he descubierto los grandes vinos, los mejores restaurantes. Por eso siempre que escojo una ciudad para filmar, busco en la guía Michelin a ver cuántas estrellas tienen los restaurantes locales. Los lujos hay que pagarlos. Y, como soy incapaz de encontrar trabajo, no me queda más remedio que filmar seguido.”
Lamentablemente, el “filmar seguido” de Chabrol sufrió un bache considerable en nuestro país por esas veleidades de la exhibición comercial: los dieciséis años que separan a Relaciones íntimas (1979) de La ceremonia (1995) y No va más (1997) son también los años de algunas de sus mejores películas, como Un asunto de mujeres (1988) y Niña de día, mujer de noche (1978), que viene a resolver esta merecida muestra de dieciséis de sus mejores largometrajes. La ocasión permitirá, además, observar paso a paso una de las asociaciones más fructíferas del cine: la que formó el director con Isabelle Huppert, su segunda musa inspiradora, luego de Stéphane Audran. Con ella, la ira y la crítica al catolicismo de las primeras películas de Chabrol fueron dejando paso a una suerte de contemplación ácida, de boutades alegremente dirigidas a la yugular. Una suerte de decantación de la esencia del misterio Chabrol: reproducir en ambiente controlado el universo de las miserias humanas (el rostro enigmático de Isabelle Huppert es, probablemente, lo más parecido a una encarnación metafísica de lo perverso). “Siempre tuve debilidad por la compañía de mujeres. Una mujer ya es un tema de película en sí mismo”, dijo Chabrol alguna vez. En sus películas, a Huppert le toca ser siempre el detonante de la implosión que barrerá con la tranquilidad burguesa de la pequeña galería de personajes a los que Chabrol somete a juicio, sea la partera abortista de Un asunto de mujeres, la parricida de Niña de día, mujer de noche, Emma en Madame Bovary, la psicótica empleada de correos en La ceremonia o la estafadora por partida doble de No va más.
“Yo intento ser coherente. Todos mis films obedecen a las mismas leyes. Si hay contradicciones son naturales, nunca prefabricadas.” Quizás esas contradicciones sean las mismas del propio Chabrol y de sus personajes, un manual de uso de la subversión pura que no obedece a otras reglas que las del juego al que se está obligado a jugar, sabiendo que no se tiene nada que perder más que la respetabilidad. Que, en la escala de valores, cotiza muy por debajo de la coherencia.

Días contados
En Claude Chabrol, una revisión se proyectarán las siguientes películas: El bello Sergio, (el viernes 14), Los primos (el sábado 15), Doble vida (el domingo 16), Estas buenas mujeres (el lunes 17), Claude Chabrol, el entomólogo y La mujer infiel (el martes 18), Que la bestia muera (el miércoles 19), El carnicero (el jueves 20), La ruptura (el viernes 21), Pollo al vinagre (el sábado 22), Inspector Lavardin (el domingo 23), Niña de día, mujer de noche/Violette Nozière (el lunes 24), Un asunto de mujeres (el martes 25), Madame Bovary (el miércoles 26), Betty (el jueves 27 y el viernes 28), El infierno (el sábado 29), La ceremonia (el domingo 30) y No va más (el lunes 31). En el Teatro San Martín, Corrientes 1530.

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