Lars von Trier se confiesa antes de estrenar su nueva película
El
loco
Dice
que el Dogma es como un spa espartano para que los
directores purifiquen su cine: basta hacer una película así
muy de vez en cuando. Por eso, después de Los idiotas, filmó
una película de quince millones de dólares, protagonizada
por Catherine Deneuve y Björk, que espera estrenar en Cannes 2000.
Además, en este reportaje exclusivo de Icon, hace pública
la confesión que le hizo su madre en el lecho de muerte: que
en realidad no era judío (me había mentido para
estimular mis genes artísticos) y cuenta en qué
se parecen el hipnotismo y la eyaculación.
POR ANDREW COTTERILL,
DESDE COPENHAGUEN
El
director de cine más célebre de Dinamarca se deja caer
en el sillón. Estoy completamente relajado, no le tengo
miedo, dice en un inglés afectado. Estira la mano hacia
el grabador, lo toquetea, de pronto deja caer la cabeza entre las manos.
No tengo miedo, repite. No se ve en todo el ambiente ninguna
referencia a Los idiotas, su controversial película de tres millones
de dólares, que filmó siguiendo los principios de Dogma
95. A su izquierda hay un pinball de Las cazadores del arca perdida;
a su derecha, una pila desordenada de videos más alta que un
televisor de proporciones descomunales. No tengo miedo, estoy
relajado, repite con la cara entre las manos. Pero podría
tener miedo en un rato. Así que mejor me sirvo un whisky para
relajarme.
La botella de la que se sirve tuvo un papel en Dancer in the dark, su
próxima película, protagonizada por Catherine Deneuve
y Björk, con un presupuesto de quince millones de dólares.
Dancer trata sobre una mujer de Europa del Este circa 1964 que imagina
a Estados Unidos como un gran musical (Lo siento, pero no puedo
hablar de eso, dice Von Trier. Le prometí a Björk
que no diría una sola palabra sobre cómo es trabajar con
ella (Von Trier adora cantar y es coautor de las letras de las
canciones que interpreta Björk en la película). Con la botella
en la mano, Von Trier señala el video de Julien Donkey-boy, del
guionista de Kids Harmony Korine, la primera película norteamericana
certificada como una película Dogma. Harmony está
completamente loco. Y eso es bueno. Es lo que necesitamos. Yo apoyo
la locura. Tome: Jack Daniels, dice con una sonrisa. Directo
de Norteamérica. Adonde nunca iré, como supongo que sabe.
Para ir a Estados Unidos tendría que subirme a un avión,
y ni hablar de eso. Pero vi muchas películas americanas... no
me subestime.
El mundo del cine sabe que, las pocas veces que Von Trier viaja, lo
hace en auto o en tren y casi nunca se aleja demasiado de la casa en
los suburbios de Copenhaguen donde nació y ha vivido toda su
vida. Hoy comparte la casa con su nueva mujer, Bente, sus hijos gemelos
de dos años, la hija de su primer matrimonio, una granja orgánica
y una construcción separada que funciona como la sede doméstica
de su productora, Zentropa. En la pared cuelga la foto de otro icono
danés, Hans Christian Andersen, un pajero célibe
según Von Trier. Afuera, de los árboles, cuelgan unas
sogas de las que, se rumorea, el dueño de casa se descuelga cuando
necesita escapar.
Todas mis ansiedades se pueden encontrar en mis películas,
dice con candor. No le teme al agua (de hecho, practica kayak), pero
cuando llegó la hora de trasladar las locaciones de Dancer al
otro lado del Báltico, al bosque sueco de Trollhattan (donde
se fabrican los Saab), Von Trier se resistió durante un buen
rato a embarcarse. Algo similar a lo sucedido cuando partió rumbo
a Cannes para presentar Contra viento y marea: llegó a recorrer
la mitad del camino antes de dar media vuelta y volverse a Dinamarca.
En 1998, cuando volvió a partir rumbo a Cannes para la première
de Los idiotas, lo hizo al volante de una casa rodante destartalada,
que se rompió dos veces en el camino. Pero una vez ahí,
demolió su reputación de riguroso asceta hospedándose
en el ostentoso Hotel du Cap, demostrando que puede permitirse cierta
ironía.
La creación de Dogma, dice, le trajo tantas gratificaciones como
stress. Pero no deberían confundirse la ironía y el carácter
lúdico con los trucos creativos. Se sabe que, si algún
dogmático viola alguno de los diez votos de castidad
enunciados en el manifiesto, la redención sólo es factible
a través de una confesión escrita. Si uno no se
acerca seriamente, no tiene sentido. En mi caso, rompí algunas
reglas, pero no me dio ningún placer hacerlo. El joven
Korine, de 25 años, se sumó a la troupe de Dogma después
de una conversación telefónica con Von Trier, luego de
la cual declaró públicamente que abrazaba con devoción
los principios monásticos del Manifiesto y se refirió
afectuosamente a su gurú como el loco: Estaba en Copenhaguen
presentando mi película cuando recibí un llamado de una
asistente de Von Trier. Me explicó que él no quería
salir de Zentropa, y si podía ir a verlo, solo, sin los productores,
dice Korine. Así que fui a este lugar que parece un campo
de concentración y estuvimos jugando durante horas al pinball
antes de hablar seriamente de cine. Yo no soy muy bueno jugando y Lars
me ganaba todo el tiempo. Lo que no dejaba de irritarlo: no podía
creer que yo no me tomara el juego en serio. Ahí entendí
cuán maniático es.
Durante los últimos siete años Zentropa se ha convertido
en una de las productoras de cine y TV más importantes de Europa.
Recientemente mudados a medio camino entre el aeropuerto de Copenhaguen
y la sede anterior, en el centro de la ciudad, el complejo funcionó
durante años como una barraca militar. Y, a pesar de la simpatía
de los empleados, Korine tiene razón: el lugar se parece a un
campo de concentración. Von Trier está con la cabeza rapada,
como consecuencia de un ritual que lleva a cabo cuando termina una película.
Vestido con un anorak, pantalones amplios, medias y sandalias, propone
dar una vuelta en su jeep militar. Mientras completamos el riguroso
tour motorizado por las instalaciones de Zentropa (un paisaje repleto
de edificios anónimos que albergan islas de edición, estudios
de filmación y todo el aparataje del que se haría gala
en Hollywood), Von Trier se ofrece a hipnotizarme, mediante una técnica
que, según dice, ya usó con algunos de sus actores. La
hipnosis norteamericana haría hincapié en el poder de
una persona sobre la otra. Ésta es una técnica más
europea. Más normal... y probablemente más efectiva,
sonríe. Después explica que el director alemán
Werner Herzog (quien actúa en la película de Korine) practica
la misma técnica. Y, lo que es más importante para Von
Trier, también la usó su compatriota Carl Dreyer: con
la mujer que protagonizó su célebre película muda
La pasión de Juana de Arco (fuente confesa de inspiración
para Contra viento y marea). Por supuesto que, para conseguir
esa mirada, la hacía echarse un polvo antes de cada escena,
agrega a las carcajadas.
Está claro que el humor con el que Von Trier habla de la hipnosis
y la necesidad de controlar la situación no alcanza para opacar
su legendaria neurosis. No creo que exista demasiada gente que
no sufra por lo menos una fobia. Pero el grado en que yo las padezco
es algo anormal. Cuando las cuento, suenan como chistes, pero a mí
no me causan ninguna gracia. Sus miedos, dice, provienen de una
educación humanística y de izquierda, a la que describe
como una libertad hippie-marxista sin límites a la vista.
Lejos de aprovechar esas posibilidades, Von Trier se sentía temeroso
y a la deriva. El control es la clave de mi trabajo y de mi vida.
Ser demasiado libre es mucha responsabilidad para un chico. Genera demasiada
ansiedad, dice. De hecho, sus miedos se volvieron incontrolables
cuando su madre (que le había regalado su primera Súper-8
cuando él cumplió diez años) le confesó,
hace siete años, poco antes de morir: Que mi padre no era
mi padre y que yo no era realmente judío. Y que me había
mentido para que yo tuviera más genes artísticos... Fue
un momento muy Dallas. Von Trier sacude la cabeza y dice: ¿No
era judío? ¿No formaba parte de las víctimas del
mundo? Quedé devastado. Cuando escribió Europa (originalmente
titulada Zentrope), aún creía que era judío. Daba
vueltas por el cementerio dejando rocas conmemorativas en cada una de
las tumbas. Me acuerdo cuando le conté la confesión de
mi madre a un periodista israelí. Se puso a gritar ¡No,
no es cierto! Digamos que no es cierto. No es cierto, Lars. Pero no
había nada que hacer. Era cierto.
Después de la confesión de su madre, Von Trier decidió
convertirse al catolicismo, y filmar la ferozmente redentora Contra
viento y marea, antes de crear el canon Dogma 95: un ritual purificador,
la posibilidad de un empezar de nuevo. Antes de Dogma, se sentía
estrangulado por las opciones: el color debía ser perfecto, tardaba
años para escribir los guiones, trataba a los actores como piezas
de utilería al servicio de la mitología visual. Estaba
desesperado por algo de inmediatez, un poco de caos controlado, del
que con suerte drenara algo de verdad. ¿Pero cómo podía
otorgarse esa libertad sin caer en el abismo? Una hora después,
charlando y tomando vino con su amigo Thomas Vinterberg (cuyo drama
incestuoso, La celebración, causó su revuelo cuando ganó
en Cannes 98), Von Trier explica que los mandatos fueron creados para
escapar de la rigidez, para ubicarse al mismo tiempo en el lugar
del poder divino y del discípulo, construyendo un universo nuevo
en el que podría caer y ser redimido. Y en el que nadie podría
tejer una red de seguridad. Vinterberg (que tiene catorce años
menos que su amigo y habla de Von Trier como su astuto hermano mayor
que no ganó en Cannes) agrega: El problema
básico es que Dogma espanta a muchos más de los que convoca.
Cuando empezamos, Lars envió invitaciones para participar a monstruos
como Bergman y Kurosawa. Está bien, no es un gesto de humildad,
pero cuando estuve en Cannes, me encontré con Martin Scorsese
y estuvimos hablando un buen rato sobre el concepto de Dogma. Entonces
le dije que se uniera, que saltara del otro lado de la barricada. Se
rió, y se lo llevaron sus guardaespaldas. Fin de la conversación.
Sin embargo, aquel llamado a las armas fue bienvenido por buena parte
de la comunidad cinematográfica y los medios en general. El mismísimo
Steven Spielberg confesó en la revista Time que estaba entusiasmado
por la posibilidad de filmar una película respetando los votos
de Dogma. Otros, desde el corazón de la industria, satirizan
ese ascetismo como las nuevas ropas del emperador (en alusión
a la fábula del emperador desnudo), un caballo de Troya creado
para obtener el máximo efecto. Puede ser. Von Trier sabe algo
sobre efectos. Cuando entró a los veinte años en la escuela
de cine, le agregó a su apellido el von para aparentar la misma
fingida grandeza que Von Stroheim y Von Sternberg. Pero cuando se trata
de Dogma, Von Trier dice: No creo que tenga sentido simplemente
provocar. Cualquier discusión, cualquier idea sobre los medios
y cómo trabajar con ellos, vale. En Cannes, todos estaban hablando
de Dogma. Puede ser que les pareciera ridículo, pero ahí
estaban, tratando de explicar por qué.
Lo que ahora está claro es que Dogma no era una pelea de David
con Goliat, sino un vehículo autoimpuesto y autorreferencial
creado por un director para reinventarse como artista. Cuando era joven,
Von Trier estaba fascinado por las reencarnaciones creativas de David
Bowie. Fue a sus tres recitales en Dinamarca y se conocía los
discos de memoria. Todo artista tiene su época. Cuando
Bowie estaba en la cima, gestaba cada disco a partir del anterior. Los
directores de cine como Dreyer o Kubrick, por ejemplo, desarrollan su
obra de un modo muy parecido. Yo estoy tratando de hacer algo similar:
no filmar la misma película una y otra vez. Por supuesto que,
comercialmente, eso es un problema. Después de filmar Los idiotas,
no es fácil conseguir financiación para una película
como Dancer, y además todos esperan Contra viento y marea 2.
Los idiotas (escrita en cuatro días, filmada en un 80 por ciento
por Von Trier con una cámara en mano) era, según su director,
una película sobre idiotas hecha por idiotas para idiotas,
demostrando un sentido del humor que parecía prohibido por el
dogmatismo del Manifiesto (aunque incluso el logo de Dogma parezca una
broma: un cerdo visto de atrás, con un gigantesco ojo que parpadea,
ubicado en el ano). Peter Aalbaek Jensen amigo de toda la vida,
socio de Zentropa y, junto a Vibeke Windelov, productor de las películas
de Von Trier dice que los ideales de Dogma son inviables y hasta
pueden ser un poco estúpidos: muchos encontraron en ellos la
coartada perfecta para filmar películas baratas. Pero armar
tanto ruido desde un país minúsculo que sólo hace
películas minúsculas fue divertido. Además, le
dio a Lars cierta fluidez. Para Dancer (aunque no es una película
de Dogma), el uso de la cámara en mano lo acercó a los
actores, en vez de mirarlos en el monitor y gritarles desde ahí.
Ahora consiguió lo que quería: que los actores quedaran
a solas con su talento y el director con la historia. Nadie se puede
esconder detrás de nada.
El estilo crudo de Los idiotas (la imagen granulada, el equipo de sonido
apareciendo en pantalla y los cortes bruscos) parece digno de un estudiante
de cine desquiciado. Von Trier dice que, usando este método,
trató de conseguir la liviandad y el placer de la Nouvelle Vague
y el aire beatlesco del Swinging London. De hecho, dice, el mismo Godard
le pidió ver Los idiotas en una proyección privada previa
al estreno. Creo que, hasta Los idiotas, Godard consideraba mi
trabajo una basura. Pero la Nouvelle Vague es una ola que siempre vuelve.
Ellos no dejaron nada por escrito. Supongo que en algún sentido
nosotros estamos haciendo lo mismo pero de un modo más dogmático.
El uso de la improvisación, dice, fue una manera de volver a
los 60. Para que los actores se sintieran más cómodos
con sus desnudos, Von Trier se desvistió en el set y decretó
el Día del Desnudo. No tuve problema en desnudarme. Y ellos
estaban tan hartos de verme en pelotas que me pedían que me vistiera.
Pero creo que los ayudó. En la película se los ve bastante
relajados. Fue una buena idea filmar en verano, pero el invierno nórdico
no me hubiese detenido. Me hubiese desnudado igual, dice de las
escenas que le valieron la censura en toda Europa (excepto Dinamarca).
Después del revuelo que armó con Dogma, hasta un ansioso
como Von Trier quedaría satisfecho por un tiempo. Pero no: el
31 de diciembre de 1999, él y sus compadres de Dogma se encerraron
en el cuartel general de Zentropa para realizar El día D: cuatro
películas de 70 minutos filmadas en tiempo real, que fueron transmitidas
por cuatro canales distintos de la televisión danesa. Frente
a las pantallas en el búnker, cada uno de los cuatro directores
dirigía las operaciones de un cameraman y un grupo de producción
que seguían a un actor o actriz enviados a los epicentros de
la fiebre milenarista. Los televidentes podían editar El día
D cambiando de canal. Hoy, Von Trier no planea hacer otra película
de Dogma (aunque considera más que interesante la posibilidad
de filmar una porno sometiéndose a los votos de castidad). Una
vez que se hace una y se aprende de esa experiencia, ya no existe la
necesidad de filmar otra. Quizá dentro de muchos años,
cuando uno necesite de nuevo internar su cine en esa especie de spa
espartano que es Dogma.
Este año planea dirigir para la televisión danesa la tercera
parte de su telenovela sobrenatural El castillo. Pero lo que siempre
quiso hacer es una telenovela de un campo de concentración.
Me interesan las jerarquías entre los prisioneros. Ya investigué
mucho. Al parecer, adentro mantuvieron el status que tenían afuera.
Por ejemplo, si uno tenía dinero, podía pagarse un sastre.
Era muy difícil notar la diferencia, pero había pequeños
detalles que la develaban. No se podía escapar, pero sí
se podía declararse el más fuerte de los ratones. Y esas
jerarquías terminaban siendo más importantes que si alguien
moría o no. Era algo muy cruel. Así que querría
filmarlo. Además, si los actores no cumplen, va a ser fácil
eliminarlos, dice. Cinco minutos después, estaciona el
jeep en la puerta de uno de los edificios de Zentropa. ¿Querría
ver Dancer?, pregunta, con la condición de no escribir
una palabra sobre lo que vea. Mientras baja la escalera, dice que espera
que Dancer (su quinta película) mantenga el promedio y pueda
ser presentada en Cannes 2000. Y, antes de entrar en la sala de proyección,
asegura que la simplicidad es como la hipnosis y la eyaculación:
si se la busca, no se la encuentra. Y, si uno no la quiere, probablemente
la consiga. Sea lo que sea, Dogma fue una experiencia maravillosa.
Me divertí mucho. Fue como encontrar el Paraíso. Pero
eso no quiere decir que haya hecho un pacto con Dios.
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