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Conozca a
las Estrellas de Areíto y Los Zafiros
La
Habana era una
fiesta
El
éxito del álbum Buena Vista Social Club no sólo relanzó
las carreras de venerables músicos cubanos como Compay Segundo
o Rubén González. Aprovechando el furor, se acaban de reeditar
dos discos fundamentales para la historia de la música cubana:
los imperdibles Estrellas de Areíto (grabado por una suerte de
dream team musical) y Los Zafiros, banda que llegó a conquistar
París y a despertar elogios descomunales por parte de los mismísimos
Beatles.
POR MARTIN
PEREZ
Seguramente,
cuando hace cuatro años el productor Nick Gold decidió enviar
a Ry Cooder a Cuba, ni se imaginaba el provecho económico que podía
sacar del viaje. Musicalmente, sin embargo, tenía bien claro lo
que estaba buscando. Pero aun así, el resultado artístico
final también terminó sorprendiéndolo.
Lo que Cooder fue a buscar a Cuba para Gold era la unión entre
el sonido de Mali que tan bien había retratado Cooder en
su disco junto a Ali Farka Toure y el cubano: una fusión
entre las guitarras negras de Africa y América. Un proyecto más
que interesante, pero que no pudo llevarse a cabo porque los africanos
por un asunto de visas y pasajes jamás llegaron a La
Habana. Ya es parte de la leyenda el relato de cómo en Cuba
y con estudio, pero ya sin proyecto Cooder decidió seguir
adelante. Así nació Buena Vista Social Club, un humilde
álbum dentro del catálogo de un pequeño sello inglés
World Circuit dedicado a la música del mundo, que a
fuerza de ventas inéditas para la música étnica se
transformó en uno de los fenómenos culturales de los últimos
tiempos.
Me acuerdo de una reunión que tuve con la gente de un canal
de cable, antes de la salida del disco, comentó recientemente
Ry Cooder. Escucharon el material y les gustó, pero me lo
devolvieron encogiéndose de hombros. No podemos hacer nada con
él, no se ajusta a ningún formato, me dijeron. Tuve ganas
de gritarles que entonces debían crear un formato nuevo. Que es
lo que hizo, por su cuenta, el propio disco. Desde su lanzamiento
en 1997, el fenómeno Buena Vista Social Club reavivó la
carrera de músicos como Compay Segundo, Rubén González,
Ibrahim Ferrer y muchos más, reyes del son que habían sido
dejados de lado por la política cultural de la Revolución
Cubana y que en los últimos años han editado y reeditado
discos y tocado en todo el mundo. Hoy en día todos los estudios
musicales de La Habana están ocupados día y noche, y las
discográficas contratan a cualquier músico que les pase
cerca, dice Cooder, que es uno de los protagonistas del documental
sobre Buena Vista Social Club filmado por Wim Wenders, seguro candidato
al Oscar en su categoría.
Semejante fenómeno es el que ha llevado a Gold, el productor responsable
de este suceso, a conseguir el permiso correspondiente para reeditar en
su sello dos discos formidables que han entusiasmado a todos los que están
atentos a las novedades de la música cubana: Estrellas de Areíto
y Los Zafiros. Los álbumes, que han figurado aquí y allá
dentro de las listas de los mejores discos del año pasado (para
la tan rocker revista Spin, por ejemplo, el álbum de Los Zafiros
forma parte de su clásica lista los 10 mejores discos del
año que nadie escuchó), acaban de ser editados en
la Argentina, lo que amerita un recorrido por la historia y leyenda de
cada uno de ellos. Algo que, por supuesto, tienen de sobra.
Los
Zafiros, de Cuba a Rusia
LOS
ASTROS
Hacia fines de los años 70, la salsa estaba pasando por su
momento más popular en todo el Caribe, y los grupos más
exitosos eran los vinculados con Fania All Stars, un combo instalado en
Nueva York e integrado en su mayoría por músicos puertorriqueños.
La fiebre llegaba a tal punto que la radio cubana comenzó a programar
esporádicamente salsa, algo que era mirado con condescendencia
por los músicos de la isla, ya que pensaban creencia suscripta
tanto por los que se quedaron en Cuba como por los exiliados, como Celia
Cruz que la salsa era ni más que menos que el son cubano,
pero con otro nombre. Lo que hacen en el exterior es música
cubana, aun cuando le agreguen otros detalles. Es una música que
no apareció de la nada. El problema es que Cuba no tiene tiempo
para difundir su música como se debe. Los cubanos no sabemos lo
que está pasando en casa, mientras que los de afuera nos están
copiando, explicaba entonces el cubano Enrique Jorrín, creador
del cha cha cha.
Según explica el cuadernillo que acompaña la completísima
edición de Estrellas de Areíto, el proyecto fue una
idea de Raoul Diomandé, un productor discográfico africano
apasionado por la salsa cubana, nacido en Costa de Marfil, pero afincado
en París. Tan apasionado estaba Diomandé por la música
de la isla, que el cantante Pío Leyba llegó a inmortalizarlo
en un verso del tema Pónganse para las cosas, compuesto
por Pedro Arreola: Dicen que del extranjero/ ha llegado Diomandé/
por eso le digo a usted/ le digo con emoción/ que se pongan palas
cosas/ que sigue imperando el son. Diomandé que ya
había hecho negocios con Egrem (el sello estatal cubano), licenciando
discos para editarlos en Africa, Francia y Latinoamérica
pensó que para competir con la fama de Fania All Stars no había
nada mejor que armar un grupo con los mejores músicos cubanos.
La idea terminó de germinar en Cuba en marzo del 79, cuando
Fania All Stars se presentó en un teatro del centro de La Habana.
Los músicos cubanos que fueron al concierto salieron convencidos
de que ellos podían hacerlo mejor.
La idea de Diomandé fue finalmente aceptada por Egrem, que encomendó
al trombonista y productor Juan Pablo Torres la responsabilidad de reclutar
a las estrellas, escoger el repertorio y dirigir las grabaciones. Lejos
de encarar de manera rutinaria el proyecto, Torres se fijó dos
objetivos. Por un lado, intentar una fusión de varios formatos
musicales clásicos en Cuba: mezclar, por ejemplo, el sonido de
las charangas (dominadas por flauta y tres violines) con el de los conjuntos
(caracterizados por un tres y un trío de trompetas). Por el otro,
sumarle a eso los vientos de la tradición jazzera de Cuba y las
guitarras folklóricas. Semejante apuesta necesitaba unos intérpretes
acorde, y Torres consiguió reunir lo mejor de varias generaciones
de músicos cubanos.
A las figuras populares de la música de oro como el cantante
Pío Leyba, el pianista Rubén González (el mismo de
Buena Vista Social Club) o el violinista Enrique Jorrín,
Torres sumó lo mejores músicos crecidos junto a la revolución,
muchos de los cuales formaban parte de la Orquesta Cubana de Música
Moderna que él había fundado. Varios de los integrantes
de la orquesta habían integrado luego el grupo Irakere, y entre
ellos se destacaban Arturo Sandoval y Paquito DRivera, que formaron
parte del proyecto. La selección de Torres también incluyó
jóvenes talentos que entonces iniciaban su camino, pero que el
tiempo revelaría como los responsables de cargar con la tradición
en las décadas siguientes: el percusionista Amadito Valdés,
el trombonista Jesús Ramos y el bajista Fabián García.
Fue una de esas cosas que suceden una sola vez en la vida,
recuerda Valdés. Fue por pura suerte, la mano de Dios, destino
o lo que sea, pero lo cierto es que todos estábamos en La Habana
en el momento en que convocaron para la grabación. Algo que nunca
volvería a suceder. Por eso es que lo que registramos es un momento
único e irrepetible, un punto de referencia para la historia de
la música cubana. Estrellas de Areíto es la grabación
más importante realizada en Cuba durante las últimas dos
décadas. El resultado de aquellas sesiones realizadas en
La Habana durante noviembre del 79 se editó entonces en cinco
discos, que pasaron casi desapercibidos en Cuba, pero fueron número
uno en Venezuela. Lo mejor de esos cinco discos aparece compilado en el
álbum doble desbordante de música que, bajo el nombre de
Estrellas de Areíto, editó Nick Gold en su sello World Circuit.
El nombre del grupo viene del sello Areíto, subsidiario de
Egrem; que editó los discos originales, explicó Gold.
Y agregó: Las estrellas están en las grabaciones.
Una de las maravillas de las extensas versiones registradas en aquellas
sesiones de noviembre del 79 es su musicalidad. A la manera de las
históricas descargas de jazz latino o zapadas que inmortalizó
Cachao, cada tema interpretado por las Estrellas de Areíto desde
El pregón de la montaña hasta Guajira
Guantanamera llega a durar diez minutos llenos de talento,
improvisación y baile. Estas grabaciones son una maravilla,
ha dicho Ry Cooder. Todos los instrumentistas están en su
mejor forma, incluyendo a muchos de Buena Vista Social Club, como Rubén
González, o al maravilloso y ya fallecido Nino Rivera en tres.
Es un álbum doble de impecable virtuosismo y tremenda potencia,
mucho más que la que se percibe en el Buena Vista.
Arturo Sandoval |
Manuel Galbán, el Link Wray cubano |
Pedro Hernández |
LAS
JOYAS
Sucedió en 1965, como parte de una gira llamada El Gran Music
Hall de Cuba, que recorrió Moscú, Polonia, Alemania
y varias naciones africanas. Y, por supuesto, París. Allí
fue donde Los Zafiros hipnotizaron a Los Beatles. Como parte de un show
que incluía las presentaciones de Celeste Mendoza, Elena Burke
y la Orquesta Aragón, entre otros, el quinteto desplegó
sobre el escenario del Olympia su mejor repertorio vocal, que gracias
a la garganta de Ignacio Elejalde era capaz de mayores agudos que los
que conseguía Tony Williams con los Plateros originales. Los
Beatles estaban entre el público, y se enloquecieron con nosotros,
recordó el vocalista Eduardo El Chino Hernández
en 1991, poco antes de su muerte. Se fascinaron con la voz de Ignacio,
y llegaron a examinar su garganta para ver si tenía algo escondido
allí adentro. John Lennon charló mucho conmigo. Me tocó
el pelo, yo toqué el suyo. Fueron unos verdaderos caballeros. Querían
que nos quedáramos allí, con ellos, pero nosotros no quisimos.
Les dijimos: Nos volvemos a Cuba, nosotros no somos de aquí. Y
nos volvimos.
La oscura historia de Los Zafiros, el maravilloso grupo vocal cubano que
llegó a fascinar a Los Beatles, comienza en el año 62
el año de la crisis de los misiles y termina recién
en los años 70, década en la cual la magia del grupo
terminó desvaneciéndose. Pero una década antes, su
mezcla de guitarra eléctrica, doo-wop, rhythm & blues, calypso,
bolero y bossa nova los hizo únicos y fascinantes. Sus integrantes
eran cuatro vocalistas volátiles como pocos: Leoncio Kike
Morúa, Miguel Miguelito Cancio, Ignacio Elejalde y
Eduardo El Chino Hernández. Además de ser capaces
de las mayores proezas vocales, las voces de Los Zafiros vivieron al límite
durante la década de su éxito, al estilo de su admirado
Frankie Lymon, que murió en 1968 a la edad de 25 años. Eran
incorregibles, recuerda Manuel Galbán, un guitarrista que
es denominado por Cooder como el Duane Eddy cubano, y que era el quinto
integrante del grupo. Bebían desde la mañana hasta
la noche, y destrozaban los cuartos de hotel con sus peleas. Eran como
niños que no podían crecer.
Su talento no sólo los llevó a tener una residencia permanente
en el hotel Oasis de Varadero sino que se tradujo en hits y en aquella
gloria parisina, leyenda que se completa con los precisos 11 minutos que
duró la ovación que los despidió del escenario. Tal
vez ése haya sido nuestro momento de mayor gloria, porque en aquella
época nadie podía ir más lejos que París.
En ese momento parecía que nada, ni el alcohol, ni las mujeres,
ni la vida disipada, podía detenernos. Habíamos llegado
al techo del mundo, recuerda hoy con tristeza Galbán, que
no puede olvidar la larga pendiente en la que cayó luego el grupo,
con giras suspendidas por el miedo a los incidentes que causaban sus cantantes.
Luego de presenciar el principio del fin, Galbán dejó el
grupo en 1972, y hoy forma parte de la Vieja Trova Santieguera. Fue convocado
por Cooder para grabar dos viejos éxitos de Los Zafiros para el
disco de Ibrahim Ferrer: Herido de sombras y Nuestra
última cita.
Tito
Gómez, Miguelito Cuní y Teresa García Caturla
De
los cuatro vocalistas, sólo Miguel Cancio sigue vivo. Ignacio Elejalde
murió en 1982, a los 39 años. Kike murió de cirrosis
al año siguiente. Y el Chino murió en 1995, a los 56 años,
en el mismo hospital que Ignacio y Kike. Como dijo Galbán: Nacieron
para cantar, pero no sabían vivir. Sus vidas fueron inmortalizadas
en el film Zafiros, locura azul, dirigido por Manuel Herrera. Pero el
mejor documento de su genio es el álbum de World Circuit, que compila
sus grandes éxitos grabados entre1962 y 1967, con un sonido que
recuerda el de la época del Club del Clan porteño. El mejor
testimonio de que, como bien se puede leer en una de las tantas y elogiosas
críticas que ha suscitado el lanzamiento en los Estados Unidos:
Si hacia mediados del los años 60 una nave espacial
llegaba a la Tierra preguntando por la mejor música del planeta,
sin dudas se le mencionaba Liverpool como su destino. Pero hoy sabemos
que bien podrían haber probado con La Habana. Y con Los Zafiros.
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