La curiosa vida de Giovanni Ventura
MI
PASADO ME CONDENA
En
1972, media docena de ultraderechistas italianos fue juzgada por el
atentado en la Piazza Fontana, que tres años antes había
causado 16 muertos y 88 heridos. Entre los acusados se encontraba Giovanni
Ventura, un profesor de filosofía del Veneto. Si bien fue encontrado
culpable en 21 de los 22 atentados dinamiteros anteriores a la masacre
del 69, fue absuelto del cargo de matanza.
Treinta años después, los investigadores siguen sospechando
de su participación en lo que para muchos fue el principio de
un golpe de Estado. Mientras el proceso contra otros imputados está
a punto de reabrirse, Giovanni Ventura vive en Buenos Aires, donde es
dueño de un conocido restaurante cerca de Plaza San Martín.
POR
SUSANA VIAU
El 12
de diciembre de 1969, a las 16.30, una violenta explosión sumió
en pánico a los vecinos del número 4 de la Piazza Fontana,
en Milán. La bomba, colocada bajo una mesa ubicada frente a las
ventanillas de atención al público de la Banca Nazionale
della Agricoltura, dejó un saldo de 16 muertos y 88 heridos.
Los carabinieri se lanzaron a la caza de anarquistas. Con el correr
de los días, la búsqueda comenzó a cambiar de dirección:
quedaron en la mira las tramas negras, los grupos de acción neofascistas,
la ultraderecha del Veneto, los ideólogos de la estrategia
de la tensión. Pasaron treinta años, tres jueces,
se escribieron más de 60 mil fojas, pero aún no hay culpables.
Sin embargo, el 16 de este mes, el juicio se reanuda. Algunos de los
protagonistas de la strage la matanza de la
Piazza Fontana escaparon; otros fueron encartados y absueltos del cargo
más grave, el de matanza, y no pueden ser llevados
a juicio nuevamente. En esa situación se encuentra Giovanni Ventura,
que vive desde mediados de los años 80 en Buenos Aires
y da de comer a yuppies y personajes del menemismo en Filo, su excelente
y refinado restaurante del downtown.
Pocos saben que el hombre alto, moreno y refinado que controla el enorme
local cercano a Plaza San Martín es una figura relevante del
neofascismo. Y nunca reacciona igual cuando alguno se lo recuerda; a
veces se ríe y dice son todas mentiras, otras responde
con enojo, como cuando la periodista del Corriere della Sera, llegada
para la asunción del nuevo Gobierno aliancista, le confesó
que el verdadero motivo de la entrevista que le había solicitado
no era su presente próspero sino su pasado. De todas maneras,
el fotógrafo ya había hecho lo suyo y Giovanni Ventura,
sonriente, apareció retratado en el periódico. Un par
de semanas más tarde, los nombres de Ventura y del restaurante
volvían a sonar en un programa que la RAI dedicaba a recordar
la strage. Era un panel más que plural, donde Pino
Rauti líder de la ultraderechista Ordine Nuovo y
el príncipe Junio Valerio Borghese cerebro del Frente Nacional
daban su versión de los hechos bajo la mirada flamígera
de Mario Capanna, quien fuera dirigente estudiantil milanés durante
la rebelión del 68 en Italia. Participaba, asimismo, la
entrometida periodista del Corriere della Sera, quien explicó
que Filo era un lugar de moda en el que se codeaban empresarios, influyentes,
funcionarios e incluso la hija de Carlos Menem.
En verdad, la actitud de Ventura se presta a equívocos. En los
últimos años resultó notorio su deseo de vincularse
con grupos socialistas de debate, un intento en el que perseveró
por largo tiempo. También sorprendente resulta su amistad con
el sacerdote Antonio Puigjané, quien el año pasado lo
casó en el convento de la Congregación de los Palotinos,
donde el sacerdote se encuentra confinado luego de su excarcelación
por razones de edad. Los religiosos, cuentan, asistieron boquiabiertos
al derroche de manjares y vinos con que Ventura celebró el cambio
de estado civil. Culto, de hablar pausado, el italiano alienta la actividad
de artistas progresistas desde la galería de arte que Filo cobija.
Anatomía
de un atentado A pocas horas de la masacre de la Piazza Fontana
comenzó la persecución de los militantes anarquistas.
Ellos y los grupos prochinos, principales protagonistas de la agitación
de esos tiempos, eran el chivo expiatorio de los pesquisas. El resultado
fue la detención de seis ácratas sindicados como sospechosos.
Tres días más tarde, en la medianoche del 15 de diciembre,
uno de ellos, Giuseppe Pinelli, caía sin proferir un grito desde
el cuarto piso del departamento de investigaciones. Darío Fo
tomaría ese extraño suicidio así lo calificó
rápidamente la policía como leitmotiv de su obra
Muerte accidental de un anarquista. Un hecho fortuito y la tendencia
a la locuacidad de Giovanni Ventura iban a modificar, ese mismo día,
el rumbo de las cosas. Un democristiano de Treviso, Guido Lorenzon,
se presentó a un abogado de la ciudad para hacerlo depositario
de un secreto inquietante: Giovanni Ventura le había hecho un
pormenorizado relato de la strage, con tantasprecisiones
que resultaba impensable que fuera ajeno a los hechos. El joven profesor
democristiano agregó que no era la primera vez que aquello ocurría.
Ventura le había hecho en otras ocasiones detalladas descripciones
de los ataques a trenes, ocurridos poco antes en el norte de Italia.
Según Lorenzon, Ventura le había confesado también
que pertenecía a una organización clandestina que proyectaba
un golpe de Estado que establecería un régimen inspirado
en la República de Salò. Lorenzon, consignaron los periodistas
franceses Fréderic Laurent y Fabrizio Calvi, temía que
Piazza Fontana fuera apenas un eslabón más en la irracional
estrategia de la tensión. La misma historia fue repetida
con prolijidad por Lorenzon a Pietro Calogero, procurador de Treviso,
quien le aconsejó que siguiera frecuentando a Ventura y obtuviera
toda la información posible. En breve tiempo el procurador Calogero
había reunido fuertes indicios contra Ventura y un amigo suyo,
Franco Freda, un abogado de Padua conocido por sus posturas neonazis.
La Justicia de Treviso no dejó de vincular los datos con el ataque
dinamitero, llevado a cabo en los primeros meses de 1969 contra el rector
de la Universidad de Padua, de origen judío.
Lorenzon no sólo consiguió información. Hizo una
pequeña biografía política de Freda y Ventura.
Freda había nacido en Padua, era un entusiasta admirador de Hitler
y las SS, profundo antisemita y a principios de la década había
comandado el brazo estudiantil del MSI (Movimiento Social Italiano).
Luego fundó los Grupos de Aristocracia Aria (Grupos AR), con
grandes puntos de contacto con Ordine Nuovo. Ventura, nacido en 1944
y algo menor que Freda, era oriundo de Castelfranco Veneto y, sostienen
los periodistas franceses, un padre camisa negra lo había
educado en la nostalgia de Mussolini. Ventura había
ingresado al MSI siendo extremadamente joven. En 1965, Ventura buscó
una opción aún más ultramontana y se enroló
en Ordine Nuovo. En uno de sus escritos, publicado por la revista neonazi
Reacción, enfilaba los cañones contra la burguesía
pan-demo-pluto-judaica.
Tres años más tarde, su versatilidad o las instrucciones
de infiltración recibidas lo pusieron en contacto con grupos
de la izquierda extraparlamentaria. Con los profesores de raíz
prochina Quaranta y Franzin, Giovanni Ventura funda la editorial Galileo.
Era el verano del 68 y sus proyectos se extendieron a Roma, donde,
junto a un fascista infiltrado en el socialismo, crea Enese
(Nueva Sociedad), destinada a difundir textos anarquistas. En plena
expansión, y ahora con la colaboración de un auténtico
miembro del socialismo, abrió también una imprenta: Lito
Press. El arduo trabajo de aproximación de Ventura a la extrema
izquierda dio sus frutos, al menos por un tiempo: trabó una buena
relación con Alberto Sartori, uno de los referentes del PCML
(Partido Comunista Marxista Leninista), de tendencia maoísta,
y le ofreció la dirección de Lito Press.
Sartori no era un recién llegado a la política. Tenía
un pasado glorioso como comandante partisano de la Brigada
Garibaldi, y bajo el seudónimo de Carlo Loris había descollado
en la guerra de guerrillas del Veneto. Los méritos de Sartori-Loris
en combate no constituían una pura leyenda: los atestiguaba la
medalla de plata al valor militar entregada por la Resistencia.
Sartori vio de inmediato el filón que conllevaba la oferta: obtener
un excelente aparato de propaganda y simultáneamente hacer finanzas
para el PCML. Pero Ventura cometió un error. Uno de los accionistas
de Lito Press era el terrateniente aristocrático Pietro Loredan,
conocido como el conde rojo por su intensa militancia en
las asociaciones de ex partisanos. Eso le había permitido montarse
un pasado a la medida, de antiguo guerrillero antimussoliniano. Sin
embargo, Loredan, hermano de un dirigente missino, era en
realidad uno de los jefes ocultos de Ordine Nuovo y sus escasísimos
tratos con los partisanos los había tenido en calidad de agente
de la OVRA, policía secreta del Duce. Sartori estaba envejeciendo,
pero mantenía el olfato y algo extraño alcanzó
a advertir poco antes del atentado de la Piazza Fontana. Ventura, Loredan
y sus colegas buscaban una cobertura de extrema izquierda para
la provocación.
En 1973, con la intuición o la certeza de que los
investigadores de la strage se le acercaban, Loredan dejó
Italia. En el mapa titilaba una tierra de promisión para la ultraderecha
internacional. Y se vino a la Argentina.
Culpa
de la clase obrera A Giovanni Ventura la suerte volvió a
jugarle una mala pasada. Esta vez por obra de la casualidad y del error
de cálculo del albañil que efectuaba reparaciones en una
casa de Castelfranco Veneto. Al operario se le fue la mano con el formón
y atravesó la medianera. El agujero dejó ver el interior
de la vivienda vecina, donde se acopiaban armas, explosivos y municiones
con la marca NATO (OTAN). El propietario de la vivienda-arsenal, un
edil socialista, explicó que todo aquello había sido depositado
allí por Giovanni Ventura, poco después de la strage
del 12 de diciembre en la Piazza Fontana. Las había trasladado
desde un escondite anterior, en lo de un tal Ruggero Pan.
Detenido, Pan no escatimó referencias. Contó que en el
verano de ese año, después de los atentados a los trenes,
Ventura le había pedido que comprara cajas metálicas alemanas
de la marca Jewell porque las empleadas para contener los explosivos
colocados en los transportes eran de madera y no produjeron el efecto
de compresión explosiva del metal. Pan se negó
a cumplir con el encargo, aunque luego vio que las Jewell aparecían.
Seguramente otro había tenido menos aprensión. Pan olvidó
el episodio, hasta que el 13 de diciembre la televisión y los
diarios mostraron la Jewell hallada en el lugar de la strage,
idéntica a la que Freda y Ventura habían decidido comprar.
La Justicia descubrió que el grupo que formaban Freda y Ventura
se reunía en un instituto de estudios de Padua al que el custodio
Marco Pozzan, mano derecha de Freda, les franqueaba el acceso. Pozzan
declara a su turno que el plan de acción del grupo había
sido aprobado en abril, en el curso de una reunión con una persona
llegada de Roma, Pino Rauti, y otro individuo al que Freda había
identificado como periodista y miembro
de los servicios secretos. El 3 de marzo de 1972, Rauti dirigente
nacional del MSI y fundador de Ordine Nuovo, Freda y Ventura fueron
arrestados. Se los acusaba de los atentados a los trenes y a la estación
Central de Milán. Las actuaciones referidas a la strage
de la Piazza Fontana fueron remitidas a la Justicia de Milán
por competencia territorial. Una de las evidencias recogidas por los
magistrados fue la del paraguas protector que sobre los sospechosos
abrían los servicios secretos italianos y el propio presidente
del Consejo de Ministros, Mariano Rumor.
Si Giovanni Ventura escribió el juez Guido Salvini
se quebrara bajo el acoso de la actividad investigativa de los pesquisas,
como se temía en los ambientes de Ordine Nuovo, del SID y del
general Malletti (que le había ofrecido a Ventura una sencilla
evasión de la cárcel de Monza, que éste rechazó),
ciertamente que la operación íntegra del 12 de diciembre
de 1969 hubiera salido a la luz y el castillo entero se hubiera derrumbado,
dejando aflorar incluso las más altas responsabilidades.
El deseo no se cumplió. Pero sí pudo saberse que los ejecutores
materiales de la matanza habían sido Carlo Maria Maggi y Delfo
Zorzi. Zorzi se afincó en Tokio, se casó con una japonesa,
se ciudadanizó y puso una empresa de diseño, como corresponde
a un italiano de este tiempo. En 1973, Ventura hizo una admisión
a medias de su culpabilidad: se declaró responsable sólo
de los atentados sin víctimas y negó cualquier participación
en la strage. En 1979 fue condenado en primera instancia
y después absuelto del cargo de matanza (strage)
durante la etapa de apelación. Eso sí: a él y a
Freda se los había encontrado culpables en 21 de los 22 atentados
queprecedieron a la matanza de la Piazza Fontana. La pena fue de 15
años de reclusión. En el 87, la sentencia quedó
firme.
Para los instructores no quedaban dudas: los servicios de inteligencia
habían formado codo a codo con el fascismo la puesta en marcha
de la estrategia de la tensión. En la maraña
de expedientes acumulados en torno al atentado de Piazza Fontana, advierten
los periodistas Laurent y Calvi, se observa que no sólo fueron
los servicios de inteligencia italianos los que se interesaron por la
strage: eran todos los que operaban en el territorio y la
sombra del golpe de Estado se proyectaba detrás de sus autores.
Alguno de los arrepentidos del proceso llegó a asegurar
que el llamado golpe Borghese del año 70 había sido
planificado para un tiempo antes y la bomba en la Banca Nazionale della
Agricoltura había tenido la misión de acelerarlo.
El 16, en apenas diez días, Milán asistirá a la
reapertura del proceso por la matanza de la Piazza Fontana. Todos saben
que la operación fue realizada con el concurso de Freda y Ventura,
pero ellos no pueden ser juzgados nuevamente por la misma causa. Quedan
Delfo Zorzi, inasible en Japón; el médico veneciano Carlo
Maria Maggi, regente de Ordine Nuovo; y el técnico
en explosivos arrepentido Carlo Digilio. El cuarto imputado, Giancarlo
Rognoni, aguarda tranquilo: la acusación está prendida
con alfileres. No hay más que indicios. Giovanni Ventura, cuentan,
suele excusarse y calificar esos años y aquellos atentados fascistas
como un pecado de juventud. Con todo, dicen también, no hace
tanto que Franco Freda fue detenido comiendo en su compañía.
Ventura explicó el encuentro a su manera, entre displicente y
cínico. Es que su mujer hace las mejores pastas de Italia,
dicen que dijo.
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