La
vida breve
Se
acaban de editar tres discos antológicos de quien es considerado el
padre de la nueva música uruguaya, el inventor del candombe-rock del
que se nutren grupos como Los Fabulosos Cadillacs y Los Piojos. Durante
los �70 grabó y actuó en la Argentina. León Gieco, Litto Nebbia y Horacio
Molina versionaron sus temas. Sin embargo, este uruguayo que murió en
1990, a los 50 años y después de vivir pidiendo limosna, sigue siendo
un ilustre desconocido. Así que, ahora que se consiguen los discos,
conozca a Eduardo Mateo.
POR
CARLOS POLIMENI
John
Lennon dijo una vez: Antes de Elvis, la Nada. Y otro día agregó: Se
murió y se fue al Infierno. De Mateo, salvando distancias con humildad
y respeto, dejando aparte nuestro folklore urbano y campero, digo: Antes
de Mateo, la Nada. (Jaime Roos, en 1984)
Imagínense
a un hombre que en los tempranos �60 hizo tanto por el futuro de la
nueva música de su país como Litto Nebbia y Luis Alberto Spinetta juntos,
sólo que casi nadie se dio cuenta a tiempo. Imagínenselo con un carácter
y unas manías obsesivas como las de Joao Gilberto, y esa misma relación
atrofiada con el mundo, si se lo concibe en términos de un mercado al
que algo hay que venderle. Súmenle un destino de bonzo lumpen, un aura
de poeta maldito y un estilo de Charly García en plan Say No More. Agréguenle
toques de fascinación por la música de la India y de Africa, una estadía
en las filas de un gurú manso y tranquilo, y la cultura negra rioplatense
mordiéndole los talones. ¿Tienen, ya, la idea? Batan ahora todos esos
elementos en la coctelera de un país chiquito, donde el futuro ni siquiera
pasó de largo. Agréguenle dos toques de resentimiento. Filtren lo que
de Charly y sus modales hubiese quedado flotando. Queda, aún, un paso:
sazonar todo con una personalidad tóxica y una larga serie de detenciones
por posesión, tenencia, suministro y, luego, portación de prontuario.
El cóctel resultante se llama Eduardo Mateo. Su obra y su vida producen
escalofríos. Su obra, de emoción. Su vida, de tristeza. A diez años
de su muerte, por un cáncer de estómago que le descubrieron más que
tarde, Mateo sigue siendo el secreto mejor guardado de la música del
culo del mundo, el Río de la Plata. Un secreto de músicos uruguayos
más que un artista conocido por el público, Mateo redondeó en 25 años
de accionar una obra con picos altísimos de calidad, sólo que desperdigada.
Su caso parece similar al de Tom Zé, el brasileño que en 1999 se convirtió
en el niño mimado de las vanguardias y la prensa especializada estadounidenses,
tras haber sido �descubierto� en 1986, de casualidad, casi por error,
por David Byrne. Si Byrne hubiese entrado en una disquería de Montevideo
en lugar de una de Río, hace 14 años, probablemente sería hoy Mateo
el artista de culto internacional, no Zé. Pero no fue así, una constante
en la vida de Mateo, al que casi todo lo que le pudo salir mal, le salió
mal.
RASGUÑA LAS PIEDRAS
Las
imágenes del final de este auténtico genio ignorado y desconocido de
la música popular del siglo XX son tan tristes como las que podría filmar
un Tim Burton en tren depresivo: vagaba por el centro de Montevideo,
fantasmal y en pijama, pidiendo limosna. La mayoría de los que lo reconocían
se cruzaban de vereda, para no quedar pegados, o por eso que se llama
vergüenza ajena. Los que no, solían recibir discursitos como éste: �Hola,
¿no me conocés? Soy Eduardo Mateo. Seguramente escuchaste más de una
vez un tema mío. No te estoy pidiendo limosna. Te pido que me pagues
una parte de mis derechos de autor. Es que... nunca me los pagaron�.
Lo peor de la situación es que por entonces ya ni siquiera sentía culpa
o vergüenza por su estado: lo consideraba natural. Cierta vez, luego
de haber grabado un tema suyo, �Príncipe azul�, en De Ushuauaia a la
Quiaca, León Gieco se presentó en Montevideo, cuando Mateo vivía prácticamente
de la caridad, en junio de 1982, en plena época de Malvinas. Mateo se
las arregló para acceder al argentino y saludarlo, pese a que varias
veces había hablado mal de la versión, por unos cambios en la letra
que lo ofendieron. En esa charla, Mateo le pidió al argentino dos entradas
para el show de la noche. Gieco se las consiguió. Mateo las vendió,
a mitad de precio, en la puerta del teatro �en rigor, el Cine Censa�
y minutos después se metió en un boliche a tomarse y comerse lagentileza
de Gieco. El santafesino lo admiraba desde mucho tiempo antes: de hecho,
cuando trabajaba de crítico musical en la revista Pelo, a principios
de la década del �70, había escrito un buen comentario del disco Mateo
solo bien se lame. Pero a Mateo que ese comentario fuese sólo elogioso,
y no muy elogioso, le había dado en el centro de las amígdalas. Esta
nota no tendría del todo sentido si no estuviese acompañada por la noticia
de que, por fin, tras lustros de atraso, está conseguible en la Argentina
una porción importante de la música del mítico autor de �Mejor me voy�
y �Esa tristeza�. Se trata de tres recopilaciones, editadas aquí por
Acqua Records, por un acuerdo con el sello uruguayo Sondor, que las
lanzó hace seis, cinco y dos años, respectivamente. Las dos primeras
son �Mateo clásico 1� y �Mateo clásico 2�, cuyas ediciones aparecen
avaladas por quien quedó parado en la historia como su mejor discípulo
y su heredero artístico: Jaime Roos, encargado de la selección y supervisión
de las versiones incluidas. La tercera es una arqueológica labor de
recuperación de temas de El Kinto y The Knights, dos grupos que lideró
Mateo cuando en la Argentina todavía Los Gatos no habían despegado hacia
el futuro con el éxito de �La balsa�. Litto Nebbia fue uno de los primeros
argentinos en darse cuenta de que Mateo era un creador en serio. �Me
volví loco cuando lo conocí: era increíble el swing y el talento de
ese tipo�, testimonia Nebbia, que incluso cruzó el charco para tocar
en homenaje a Mateo, en un recital organizado un año después de su muerte.
Nebbia, por otra parte, grabó Quien te viera, uno de los temas del uruguayo,
en su disco debut como solista. Los temas incluidos en esta tercera
antología ni siquiera pertenecen a discos de época: El Kinto jamás llegó
a un estudio de grabación para registrar un simple. Los temas fueron
tomados de playbacks para presentaciones en programas de televisión
y de grabaciones eventuales, sin ansias de posteridad. En ese grupo
se encontraron Mateo y Rubén Rada, es decir la quintaesencia del movimiento
que cambió para siempre la música urbana uruguaya, al inyectar candombe
en la música beatle. El que vaya a escuchar por primera vez a Mateo
debe hacerlo prevenido. Es difícil que guste a primera impresión: su
obra es un conjunto de piedras en bruto, en que se adivinan las piedras
preciosas que las habitan.
POR QUÉ ESCUCHAR LOS CLASICOS
Uno de los enormes problemas que significa abordar desde comienzos
del siglo XXI el aporte de Mateo a la música de la segunda mitad del
siglo pasado es que buena parte de lo mejor de su obra jamás llegó al
disco, ni fue registrada en formato alguno. Fue tocada en vivo o en
ensayos y, simplemente, se perdió. Incluso antes de su muerte. Lo que
las grabaciones en cuatro canales atrapan �muchas de ellas fueron arrancadas
por la fuerza al músico, o publicadas casi contra su voluntad� parecen,
en general, el borrador de una obra por venir. Lo por venir, el porvenir,
nunca pareció importarle mucho a ese hombre nacido en 1940, en el seno
de una familia de clase media baja de los barrios del sur de Montevideo.
Jaime Roos �por lejos, el músico uruguayo más reconocido en la Argentina�
parece, por momentos, ser nada más �y nada menos� que el hombre que
pasó en limpio los borradores garabateados por Mateo. Empezando por
su voz y por la forma de impostarla. A veces, cuando Roos canta �y se
ha escuchado la buena época de Mateo y se tiene en la memoria el impresionante
registro de Rada� se tiene la misma sensación, salvando las distancias,
que cuando se escucha, por detrás de Fito Páez, la tutela de Spinetta
y Charly. ¿Tá? Parece fácil decir que Mateo metió el candombe en Los
Beatles, pero eso fue una hazaña cultural al que el tiempo no le ha
hecho suficiente homenaje. ¿Por qué el mundo le reconoció a tiempo a
la bossa nova haber incorporado en los �60 el jazz de vanguardia al
samba tradicional y lo deMateo quedó en un secreto para iniciados? ¿Será
sólo por el tamaño y el peso de Brasil, donde viven 170 millones de
personas, contra los 3 millones del paisito? ¿Por qué los hombres que
hicieron un esfuerzo similar en la Argentina son, a su modo, próceres
artísticos latinoamericanos, y a Mateo no lo conoce casi nadie fuera
de Uruguay? ¿No habrá un proceso uruguayo de relación con el tema del
respeto por la carrera y la eventual exportación de artistas, una especie
de tendencia a la autoflagelación y la posterior autoconmiseración?
¿Por qué los otros grandes-grandes de la prehistoria del presente, Los
Shakers, liderados por lo hermanos Osvaldo y Hugo Fattoruso, que después
repitieron con Opa, hicieron el 80 por ciento de su carrera fuera del
país? Un granito de arena sobre un tema mucho más grande: uno de los
grandes propulsores del reconocimiento que hoy existe por Mateo en Uruguay
fue el músico y periodista brasileño Guilherme de Alencar Pinto, autor
del exhaustivo libro de investigación Razones locas y colaborador de
Roos en las ediciones que ahora se consiguen en la Argentina. El brasileño,
que tuvo una relación con Mateo a la vez admirativa y tensa �el trato
con él era cuanto menos complicado� cuenta que cuando empezó a vivir
en Montevideo le daba impresión que se le diese tan poca pelota a su
talento. Era como si Mateo fuera parte del inventario de la ciudad por
la que vagaba, intentando en vano ganarse la vida con su música, y la
gente se había acostumbrado a eso, a que si el hombre había desperdiciado
su vida, por algo sería, y no era un problema de ellos. De una palabra
inventada por Mateo, al que el idioma le quedó chico según fueron pasando
los años, la �contumancia�, surgió el nombre de una revista argentina
de música, con la que De Alencar Pinto colaboraba. Durante un lustro,
hasta el año pasado, La Contumancia fatigó el terreno de la música popular
de calidad, sin lograr, por eso, subsistir.
En
1964, con la guitarra Del Vechio que perdería en 1970 durante
una visita a Buenos Aires.
�En
los setenta, Mateo fumaba porro como un loco y parecía que siempre
andaba en una nube. Le chupaba un huevo ser Artista. Estaba
convencido de que no debía transar con nada ni nadie, y que
si el precio era cagarse de hambre, se iba a cagar de hambre.
Y así fue�. Horacio Molina
|
Rada,
Mateo, Luis Sosa, Walter Cambón y Miguel Mattos, cuando eran
The Knights y antes de ser El Kinto, circa 1967.
|
Entonces, ¿por qué es tan importante Mateo? En primer lugar, por su
invención: hay un antes y un después de su paso por la música, como
bien apunta Roos. En segundo, por la proyección de esa invención: basta
escuchar hoy a Los Piojos o a los Fabulosos Cadillacs para comprobar
que el candombe-rock no es sólo una cosa de uruguayos o del pasado sino
uno de los aportes más originales y poderosos del sur de América a la
historia del rock. Lo de candombe-rock debe tomarse como una idea global.
Lo que en rigor hicieron Mateo, Rada & Co., como aquí lo hizo la generación
de Nebbia, Manal, Almendra, Moris & Co. fue tomar un modelo musical
proveniente del mundo anglosajón y conectarlo con la cultura propia,
varios años antes de que Santana le mostrase al mundo desde Woodstock
�69 que existía un rock latino. Mateo usó el candombe, la milonga y
el milongón, entre otros ritmos, porque ésa era la banda de sonido del
mundo que conocía y quería, aquel en el que se había criado. Había sido
murguero desde niño y de ahí salió su afición por la percusión y su
definitivo cope con los percusionistas. No llegó, como Roos, a cruzar
murga y rocanrol, pero abrió las puertas a ese concepto. Nada hubiese
sido del todo igual en su vida, de todas maneras, de no haberse producido
en 1958 �cuando tenía 18 abriles� la explosión de la bossa nova. Mateo
vivió años obsesionado con la figura y la mano derecha de Joao Gilberto,
y fue uno de los primeros en el sur del mundo en sacar su famosa �batida�.
De ahí, para siempre, tocó la guitarra de una forma extraña, con afinaciones
y recursos sorprendentes, que lo convertían en un polo de atracción
para los músicos. El truco de trabajar en la guitarra ritmo, melodía
y armonía fue una de las marcas de su paso por la música. Si tenía que
descartar un elemento, descartaba la melodía. En tercer lugar, Mateo
es uno de los imprescindibles del Sur de todo por las canciones que
escribió y las formas que eligió para arreglarlas. Hay algunas de ellas
impresionantes: �Mejor me voy�, �Esa tristeza�, �Príncipe azul�, �Yulelé�,
�Un canto paraIemanjá�, �Amigo lindo del alma�, �Y hoy te vi�, �Tras
de ti�, �Palomas�, �Cuerpo y alma�, �El tungue le�, �Pippo�, �Nombre
de bienes�. �Y hoy te vi� parece el borrador de �Un vestido y un amor�,
uno de los temas más afortunados y bendecidos de la historia de Fito
Páez: �Y hoy te vi/ mirando rosas hoy te vi/ tú nunca dices qué hay
en ti/ y hoy te vi�, dice la letra de Mateo, en el estribillo. �A Mateo
�cuenta Fito� me lo introdujo hace años Osvaldo Fattoruso, para el que
es Dios. Vos le hablás de Mateo y él hace reverencias, de verdad. Para
mí, Mateo es como una mezcla muy a la uruguaya de Zitarrosa con Tanguito,
un tipo muy lastimado y muy genial. No recuerdo haber escuchado �Y hoy
te vi� antes de componer �Un vestido y un amor�, pero si en algo se
le parece, me parece muy potente, bárbaro. Metafísica artística rioplatense,
tal vez.� Esa canción de Mateo tuvo su pequeña historia en la Argentina,
hace ya mucho tiempo. Horacio Molina, que pensaba grabarla, se la enseñó
a Sandra Mihanovich, a quien le daba clases de guitarra, allá por 1975.
Sandra, para disgusto de Molina, la grabó para la banda de sonido del
film Sola, de Raúl de la Torre, con Graciela Borges. Esto originó en
1976 una negociación con Mateo para que cediera los derechos legales
del tema a cambio de un dinero importante. La leyenda que circula por
Montevideo cuenta que un empresario argentino que fue a buscarlo lo
encontró en una pensión de mala muerte y que Mateo lo atendió de pijama,
recién levantado, con una media de mujer en la cabeza, para achatar
su pelo. Después, comentó: �Típico empresario argentino, de traje, apurado,
lleno de palabras bonitas�. Horacio Molina, que era amigo y fan de Mateo
(incluso lo tuvo hospedado en su casa varias veces), grabó en Francia
cinco de sus temas y nunca sacó de su repertorio �Esa tristeza�. De
hecho, la interpreta en el show que concreta esta temporada, junto a
Julia Zenko, en Punta del Este. �Este tema es de un genio uruguayo,
que tuve el honor de conocer�, cuenta modesto Molina, antes de jugarse,
con una interpretación siempre conmovedora. Es un tema que el músico
escribió al finalizar con una de sus parejas en la época de El Kinto,
antes de 1968: �Más que ternura tienen tus ojos tristes, penas/ más
que cansadas quedan tus manos chicas, muertas/ más que agotada quedas,
pensando triste, sola/ y en un rincón te quedas mientras un llanto asoma/
Tal vez te guste mucho pasar tus horas sola/ mucho me duele ver que
cuando piensas lloras/ nunca me cuentas nada pues sufres sola, mira/
no puede verme inútil, mejor me marcho, y llora/ me voy/ si de nada
sirvo para ti/ mejor me voy�. Algunos uruguayos suelen sorprenderse
por ese homenaje de un argentino, tanto o más de que sea conocido del
otro lado del río color león. Mateo solía hablar pestes de los porteños,
a los que asociaba con una viveza que despreciaba y con una ansiedad
que chocaba con su mansedumbre.
EL ARTISTA DEL HAMBRE
Aunque pueda parecer increíble, hoy que La Mona Jiménez tiene grabados
67 discos, Mateo grabó sólo dos como solista, en condiciones casi risibles:
Mateo solo bien se lame, aparecido en 1972, y De cuerpo y alma, en 1984.
Su discografía básica, empero, incluye cuatro trabajos con el supergrupo
uruguayo La Máquina del Tiempo, y tres más en colaboración, uno con
el percusionista Jorge Trasante, otro con Fernando Cabrera y un último
con Rubén Rada. El resto son participaciones en compilados, discos colectivos
y trabajos de otros intérpretes. El único disco de El Kinto, Circa 1968,
que integra el tercer antológico ahora conseguible en las bateas argentinas,
fue editado recién en 1977. En uno de los grandes discos de su historia,
Roos eligió a Mateo, que ya estaba bastante disminuido en varios aspectos,
para que fuese, en 1984, la voz de su tema �Victoria Abaracon�. Varios
otros temas de Roos, manifiestamente �Te hizo vivir�, recuerdan buena
parte de los méritos artísticos del Maestro. �Te hizo vivir� tiene el
swing y la clase a la que aspiraba Mateo, un aire enigmático, como �Aquello�,
del mismo autor, y unaconcepción de Uruguay como un puerto abierto,
no como una terminal. En Uruguay es hoy bastante difícil conseguir compactos
o casetes de Mateo, cuando no imposible. Se agotaron, no han sido reeditados,
no se venden, no existen, contestan los empleados de las casas de música.
La historia de la grabación del primer disco de Mateo es sintomática
de su relación con la profesionalidad (a lo mejor se entiende bien el
personaje con el concepto de que fue siempre un amateur �un amador�
de la música y nunca un profesional, es decir alguien que trabaja de
músico). Mateo ya era considerado por entonces un prócer musical en
Uruguay, sobre todo por El Kinto, pero no tenía disco propio. A esa
altura, el medio ya tenía claro su carácter de divagante perenne, de
diletante a la violeta, la inexistencia de un proyecto personal a largo
plazo. Sin embargo, el técnico de grabación Carlos Piriz, uno de sus
fans acérrimos y un socio, Coyo Abuchalja, casi que lo obligaron a empezar
a grabar en Buenos Aires en 1971 lo que sería Mateo solo bien se lame.
Tras pagarle al músico y a su novia Nancy pasajes y estadía, los flamantes
dueños del sello musical De la Planta empezaron a comprobar que el intento
de registrar las canciones en una semana era utópico: los tiempos de
Mateo eran imposibles. Grababa un día un tema, que parecía recordar
de casualidad, leyendo un cuaderno, y al día siguiente lo borraba. Invitaba
músicos argentinos o radicados en la Argentina �entre otros, Horacio
Molina, Pocho Lapouble, Jorge López Ruiz, Galo García, Oscar Cardozo
Ocampo� y no los hacía tocar, los tenía de claque. Algunos tal vez estaban
cuidando los instrumentos que podían haberle prestado, atentos a los
datos que decían que Mateo hacía con toda naturalidad aquello que la
leyenda cuenta que hizo Pappo con la guitarra que Spinetta le había
prestado, más o menos por la misma época de estados alterados. Otros
días, corriendo con las horas pagas de estudio, llegaba hasta ION sólo
para decir que no estaba inspirado, y que volvía al día siguiente, o
directamente no aparecía. Uno de los problemas de Mateo en Buenos Aires
era claro: fuera del circuito montevideano, que conocía al dedillo,
no conseguía marihuana ni anfetaminas. Debía arreglárselas con pastillas
para adelgazar. Estuvieron dos meses en ese ir y venir, en esa apuesta
de dos convencidos de su grandeza a registrarle un disco como arrancándoselo.
Hasta que un día Mateo hizo la típica �voy a la esquina a comprar fasos�
y se volvió a Montevideo, cerca de Navidad. El disco terminó siendo,
lógico, el borrador de lo que podría haber sido: Piriz estuvo un año
pegando partes de temas, cortando otras, armando conceptualmente los
trozos dispersos, bordando un rompecabezas a partir de las pistas dejadas
por el autor. �En esa época -cuenta Molina�, Mateo fumaba porro como
un loco, y parecía que siempre andaba en una nube. Estábamos en casa
y de repente me decía: Vení, loco, acompañáme que tengo una actuación.
Y entonces partíamos y llegábamos a un boliche, por ejemplo, de Almagro,
y el tipo tocaba unas cosas dificilísimas para tres borrachos uruguayos
que lo conocían y dos argentinos que lo miraban como sapo de otro pozo,
y él estaba chocho. No tenía esa cosa de Soy Artista. Le chupaba un
huevo ser Artista. Estaba convencido de que no debía transar con nada
ni nadie, y que si el precio era cagarse de hambre, se iba a cagar de
hambre. Y así fue.�
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En
el �82, después de haber grabado un tema suyo en De Ushuaia a la
Quiaca, León Gieco se presentó en Montevideo. Mateo vivía ya de
la caridad. Pese a haber hablado mal de la versión de Gieco, el
uruguayo se acercó a saludarlo y le pidió dos entradas para esa
noche. Gieco se las consiguió. Mateo las vendió a mitad de precio
en la puerta del teatro y se metió en un boliche a tomarse la gentileza
de Gieco. |
PARA
SABER COMO ES LA SOLEDAD
Aquel disco pasó bastante desapercibido en la Argentina (aunque el periodista
Gieco, recién llegado de Cañada Rosquín a Buenos Aires y ganándose la
vida como empleado de ENTel, lo comentó para Pelo), pero explotó en
la cabeza de muchos jóvenes músicos uruguayos. �Mateo solo bien se lame
fue realmente como una bomba en Uruguay�, testimonia Roos en Razones
locas. �Me marcó definitivamente. Es un disco que devoré, que conozco
de memoria. El disco sigue sonando como un clásico. Cuando salió, ya
era un clásico. Marcó una línea estética, en miopinión, absolutamente
tercermundista, si es que esto quiere decir algo: Mateo haciendo un
disco con una guitarra acústica y un tambor, en un momento en que toda
la música estaba electrificada, en que el rocanrol se hacía cada vez
más sofisticado y se tendía ya a dejar la forma simple para llegar al
rock sinfónico, al estilo de Emerson Lake & Palmer o Yes. En ese momento,
Mateo salió con una guitarra acústica contra el mundo, en un estilo
que se apartaba de los parámetros folklórico-rurales, o políticos, para
entrar en una atmósfera de mayor vuelo desde el punto de vista espiritual.
Mateo tenía una gran influencia de Joao Gilberto y de las atmósferas
que creaba Ravi Shankar, pero era una procesadora estética muy particular,
con un enorme cuidado y un enorme olfato para las verdades musicales.
Tomaba lo que creía que debía tomar, con un criterio particular y personal
muy profundo, y lo elaboraba. Lo mismo desde el punto vista rítmico.
Era un guitarrista y un percusionista genial.� No es para nada inocente
que Roos subraye que Mateo se apartaba de los �parámetros folklórico-rurales�:
uno de los grandes problemas de su trayectoria artística fue el no haberse
alineado en ninguna de las grandes vertientes de la canción uruguaya
de los �60, los �70 o los �80. Mateo, como Zé en Brasil, pasó los años
de la dictadura militar en un exilio interno, que devaluó su figura
mientras crecían hasta el cielo las de los artistas politizados y combativos,
como Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Los Olimareños. No fue incluido,
por decreto externo, en el Canto Popular Uruguayo, acaso en una maniquea
venganza por no haber hecho panfletos o haberse subido a los carros
de la corrección política. O porque su música no era �constructiva�
ni �servía a una causa�, ni estaba llena de �contenidos�. Mateo parecía
estar más allá de la militancia, aunque actuó varias veces en actos
de fuerzas de izquierda: desde las nubes en que vivía, solía tener una
versión zen de esos que otros llamaban realidad. Por otra parte está
el tema de sus letras, muchas veces �minimales�, onomatopéyicas e indirectas,
en que las palabras solían aparecer más por su sonoridad que por su
sentido literal. De hecho, progresivamente, acaso por el consumo de
drogas, Mateo entró en períodos de tartamudez que, de alguna manera,
signaron también su letrística, llena de reiteraciones y a veces, de
una gramática inexistente, o muy personal. (�Si palomas al viento/ se
llaman señoras/ serían perfumes/ mi abuela y la gloria/ o el ansia que
espera/ y evoca remota�, escribió en �Palomas�. �Mamá el día tá tan
lindo/ yo quisiera que/ me des un beso/ me des el tino/ me des abrigo/
mamá por Dios�, en �Un canto para mamá�.) En sus canciones, además,
inventaba palabras, como �airece� o expresiones como �estoy embotellado�.
Fue la generación de cantantes urbanos vinculados con el cosmos del
rock que llegó a la palestra en los ochenta, la que reconoció en Mateo
aquello que en Mateo había: un profeta de una música mejor, un predicador
enloquecido por el desierto que lo rodeaba, al que el futuro evaluaría
en una dimensión imposible para su época. Pasó, también (se sabe, ¿no?)
con Robert Johnson, con Franz Kafka, con Vincent van Gogh, con el tipo
que pintaba las cuevas en Altamira. No fueron los críticos uruguayos
de música, seguro, los que advirtieron la dimensión histórica de aquel
tipo que paseaba su pobreza en pijama, denunciándose y denunciando a
su aldea: juzgaban su personalidad, no su arte. Roos pareció trazar
una vez, en un diálogo con la historiadora Milita Alfaro, para el libro
Jaime Roos, el sonido de la calle, la idea de un paralelo entre Mateo
y el escritor Roberto Arlt, aunque hablando, además, de su propia puja
con la crítica uruguaya. �Arlt era un autodidacta, despreciado por los
escritores de su época. Mientras los intelectuales sacudían sus dry
martinis en las mesas cultas de Buenos Aires, comentaban que Arlt no
sabía escribir. Y dice Onetti que tenían razón. Pero agrega: lo que
pasa es que Arlt era un genio.� Roos había incluido al final de la letra
del tema �Pirucho�, delpor entonces long-play Mediocampo, una cita de
Arlt: �Y que los eunucos bufen�, en un directo a la mandíbula de la
crítica musical que durante lustros había ninguneado a Mateo. �Los críticos
uruguayos de música -cargó Roos� no merecen ningún respeto, por insensibles,
por vanos, por incapaces y por frustrados. Acá, los críticos se mueven
con criterios absolutamente extramusicales, odio o amor a tu persona.
O juzgan la música de acuerdo a las ideas políticas del autor.� Mateo
era fanático de la música de la India, de la bossa nova, de los ritmos
cruzados, de Miles Davis, de Hermeto Pascoal, del grupo Oregón, de Pat
Metheny, de Charlie Parker, de la cábala judía y otros ocultismos y
¿conocimientos? esotéricos, de Los Beatles, de la música tribal africana,
de Sting en su primer disco solista, de los Van Van, de los consumos
no tradicionales, de los dibujos animados y de los niños, y todas esas
influencias flotan por arriba de la raíz negra de su ritmo. Era un cantante
mediocre y desapasionado. No soportaba el primer plano. Algunas veces
tenía una generosidad sin límites, y otras, una manifiesta abyección.
Tuvo muchas parejas, muchas mujeres que lo quisieron y a las que al
final hartó. Pobres y ricas. Agotó todos los créditos y todas las paciencias.
Practicó el sincretismo y la antropofagia cultural antes que hicieran
de eso un modelo �sin conocerlo� los tropicalistas que encabezan Caetano
Veloso y Gilberto Gil en Brasil. Dibujaba notoriamente bien. Era un
hombre culto, y no de escuela secundaria, y con calle. Demasiada. Le
fascinaba la alquimia: fabricaba perfumes, cocinaba y hasta llegó a
delirar con un proyecto para extraer mercurio del aire y enriquecerse
vendiendo termómetros. Decía y repetía que la muerte no existía porque
tampoco El Tiempo existía. A un amigo que lo visitó en el Hospital de
Clínicas poco antes de su muerte �el 16 de mayo de 1990� le dijo, mostrándole
su estómago, horrorosamente hinchado por el cáncer que se lo devoró:
�Soy una víctima de la inflación�. Sus amigos, encabezados por su ex
compañero en El Kinto, Urbano Moraes, lo despidieron cantando �Yulelé�
como en un mantra: �Yu lee, Yulelé/ Cuidado que viene gente que suave
se mueve/ corazón no puede más/ si esto sigue seguirán/ cuando lleguen
morirán/ pedirán más./ Cambiarán por siempre sudor en la frente/ los
ojos se encontrarán/ todo el tiempo siempre igual/ el cansancio no estará/
pedirán más/. Yu lee, Yulelé�. Este debería ser en Uruguay, a diez de
su muerte, El Año Mateo. Uruguay es un país chiquito en el mapa. Ese
que está entre Brasil y la Argentina, al lado de Paraguay.
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