Una historiadora inglesa debe probar el Holocausto
COSA
JUZGADA
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El
historiador filonazi David Irving afirma que Hitler nunca ordenó
el exterminio de los judíos (que, por otra parte, para él nunca
ocurrió). Su colega norteamericana Deborah Lipstadt lo definió en
su libro como un ideólogo negador del Holocausto. El mes pasado,
Irving le inició un juicio por calumnias. Ahora, el tribunal inglés
de High Court, el mismo que trata el caso Pinochet, está escuchando
los argumentos de Lipstadt, a quien la ley inglesa obliga a probar
que el Holocausto efectivamente existió. |
Por
Sergio Kiernan
La
parábola de David Irving es única en el viciado mundo del �revisionismo
histórico�, el nombre falsificado que usan los que niegan a sabiendas
el Holocausto. Donde cada uno de los �revisionistas� aparece como mentalmente
precario, culturalmente pobre, socialmente impresentable y políticamente
extremista, Irving es un hombre cargado de decencia, de éxitos y de
dinero. De hecho, por largos años fue un historiador más del establishment
internacional, un pesado best-seller y un excavador de archivos que
todavía hoy es citado por los papeles que encontró y publicó antes que
nadie. Hasta mediados de los años �80, Irving se destacaba sólo como
un iconoclasta demasiado amigo de Alemania en una especialidad, la Segunda
Guerra Mundial, en la que el filogermanismo es un vicio. Desde entonces,
este inglés sesentón y provocador se definió rotundamente �y a los gritos�
primero como el hombre que planteaba que Hitler nunca ordenó matar a
los judíos y nunca supo que los habían matado, y después como el historiador
�decente� que niega que se haya matado a los judíos y punto.
DRESDE
MON AMOUR
Irving vive en una pequeña fortaleza en la calle Duke de Londres, un
búnker que parece una casa pero abunda en puertas blindadas y sistemas
de seguridad. Desde ahí opera su página de Internet, prepara sus conferencias
a grupos neonazis y �revisionistas� de medio mundo, �lucha� (como le
gusta decir) para que alguien acepte seguir publicando sus libros. En
una entrevista con el historiador Ron Rosenbaum, publicada en el libro
Explaining Hitler (�Explicando a Hitler�, una mal escrita pero minuciosa
disección sobre las diversas teorías de la crueldad y la �originalidad�
del Tercer Reich y el Holocausto), Irving mismo cuenta las razones de
su �rebelión ante la verdad recibida�. El historiador nació en 1938,
apenas un año antes del comienzo de la Segunda Guerra, que vio con ojos
de niño. �Nos dábamos cuenta de las muchas bajas que sufrían nuestras
flotas aéreas porque veíamos volver las formaciones con grandes agujeros
en sus filas�, cuenta. �Pero nunca veíamos esa información en la prensa.
Me acuerdo de haber leído las notas de propaganda sobre Hitler y los
jerarcas nazis, a los que pintaban como ridículos. Y yo sentía que había
algo equivocado: ¿cómo podía ser que esas caricaturas de persona pudieran
infligirnos tanto daño y tanta indignidad? Si eran tan ridículos, ¿por
qué los alemanes peleaban una guerra por ellos?�. El Irving adolescente
continuó haciéndose estas preguntas. Sin vocación clara, dejó la universidad
y se mudó a Alemania y empezó a trabajar en una acería �para aprender
el idioma y conocer el país�. En esa Alemania dividida, todavía en ruinas
y empobrecida de fines de los años �50, el joven inglés descubrió el
tema que lo haría famoso: el bombardeo que destruyó la ciudad de Dresde,
en 1945. �Nadie había oído hablar de Dresde,� exageró Irving ante el
grabador de Rosenbaum, �hasta que escribí mi libro La destrucción de
Dresde, que puso el nombre de la ciudad junto a Hiroshima y Auschwitz
en el catálogo de atrocidades de guerra.� El libro, muy bien escrito
y un verdadero tesoro de testimonios de primera mano de sobrevivientes
del terrible bombardeo que destruyó la ciudad en dos noches, resultó
un best-seller. Los alemanes lo adoraron: por fin tenían una masacre
de la que podían sentirse las víctimas y no disculparse como los ejecutores.
Irving, en el párrafo final, se encargaba de aclarar explícitamente
que Dresde no levantaba el horror de Auschwitz. El siguiente libro marcó
el segundo paso en la parábola. Con la cuenta bancaria más sólida y
con su crisis vocacional resuelta, Irving habló con su editor sobre
su siguiente proyecto: contar la Segunda Guerra desde el punto de vista
de Hitler. Casi famoso en Alemania, Irving tuvo acceso a todos los archivos
posibles y sacó a la luz resmas de documentos, órdenes, memorándum e
�Instrucciones del Führer para la conducción de la guerra�, que nadie
nunca había visto. Mucho más importante desde el punto de vista historiográfico
�y crucial para la historia de su conversión� el inglés logró acceso
al Círculo Mágico.
LA
GUERRA SEGUN HITLER
La llave de entrada fue el hijo del mariscal de campo Wilhelm Keitel,
un jerarca que antes de ser colgado como criminal de guerra en Nuremberg
dejó escritas sus memorias. Keitel Jr. estaba indignado por los recortes
�sanitarios� que el editor alemán había practicado en el texto. Irving,
solidario, preparó una edición completa en inglés de la obra del militar.
Keitel, encantado, lo recompensó: en 1967, lo presentó a Otto Günsche,
edecán por la SS de Hitler y el hombre que había quemado el cuerpo del
Führer y el de Eva Brown en las ruinas del búnker de Berlín, después
del suicidio de la pareja. Günsche, tras tomarse su tiempo para confiar
en Irving, le presentó a los miembros del Círculo, los colaboradores
directos de Hitler que habían sobrevivido la guerra y se reunían regularmente.
El inglés pasó los siguientes años entrevistando minuciosamente a sus
nuevos amigos, grabando horas y horas de historias y anécdotas y dejándose
seducir por ellos. �Sin excepción, todos hablaban bien de Hitler�, explicó
Irving. �Eran 25 personas bien educadas que lo elogiaban. Eso fue lo
que me convenció de escribir mi libro. Obviamente había dos Hitler:
el de la propaganda, el de Hollywood, y el que estas personas habían
conocido en carne y hueso. Este Hitler era una persona real, común y
corriente, con mal aliento y dientes postizos.� Este Hitler �humano�
fascinó a Irving. La guerra de Hitler es una sutil defensa del Führer,
un retrato de su visión del mundo y de la guerra, una defensa de sus
talentos, un recordatorio de sus �debilidades, su condición humana�:
Hitler como �uno de nosotros�. Y también es el libro donde Irving afirma
y subraya que nunca nadie encontró la Führerbefehl, la orden por escrito,
el documento que probaría que Hitler ordenó el exterminio de los judíos
en la Europa conquistada. Su conclusión es que la orden nunca existió,
que no fue el Führer sino sus subordinados con poder efectivo y territorial
(Himmler, Heydrich, Eichmann, Goëring, Goebbels, junto a los gauleteirs
de los países ocupados y las tropas SS del frente) los que masacraron
a los judíos, los disidentes y las minorías rebeldes. Para 1977, fecha
en que publicó su obra, creó un escándalo y se convirtió nuevamente
en best-seller, Irving había completado la segunda etapa en su camino
hacia el neonazismo y la negación del Holocausto.
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�La
existencia del Holocausto no se puede debatir. Los negadores no
son historiadores, sino ideólogos que mienten a sabiendas. Es mentira
que están en una búsqueda seria y erudita de la verdad histórica.
Lo que hacen es mezclar un grano de verdad con muchas mentiras,
y confunden a los lectores que no conocen sus tácticas.� DEBORAH
LIPSTADT |
SATORI
EN CANADA
En 1988, el ya muy polémico historiador todavía conservaba su prestigio,
aunque se dudaba de su objetividad. En todo caso, Irving representaba
un extremo de la posición �funcionalista�, la que afirma que el Holocausto
fue más una consecuencia del nazismo, de la estructura política y social
de la época, de la guerra y de la dinámica interna del Reich, que de
la voluntad personal de Hitler y sus secuaces. A cada crítica por sus
ideas todavía se le podía responder con una lista de sus muchos hallazgos
historiográficos, y los grandes nombres en su campo (Allan Bullock,
Hugh Trevor-Roper) todavía aceptaban debatir con él. Pero en ese año,
Irving le anunció al mundo su conversión total a la negación del Holocausto.
La escena fue, premonitoriamente, un tribunal. El gobierno canadiense
le enjuiciaba a un negador profesional del Holocausto, Ernst Zundel,
un alemán naturalizado que creó un instituto desde el que editaba, generaba
y vendía a nivel mundial literatura neonazi, clásicos del nazismo, discos
de rock skinhead y una creciente cantidad de material que �probaba�
que el Holocausto �es una mentira judía para justificar la existencia
de Israel, sacarles dinero a los alemanes y ganar poder político por
la culpa europea�. Acusado de insultar �la memoria de las víctimas�
y de �agitación neonazi�, Zundel convocó a dos �expertos� para su defensa.
Uno era Alfred Leuchter, un personaje que se dedicaba a construir cámaras
de ejecución para las prisiones norteamericanas y que se ofreció a visitar
Auschwitz para probar que las cámaras de gas no podrían haber matado
a nadie. Leuchter voló a Polonia y, a escondidas, robó ladrillos y pedazos
de revoque del campo de exterminio, mandó a hacer un análisis enun laboratorio
comercial (diciendo que era una prueba sobre raticidas) y escribió un
informe que hoy es, a su vez, un clásico de la negación del Holocausto.
Según Leuchter, los materiales nunca estuvieron en contacto con el gas.
El otro experto era Irving, que todavía hoy afirma que llegó a Canadá
para testificar la inexistencia de la Führerbefehl y acabó convencido,
por Leuchter y Zundel, de que el Holocausto, en realidad, no había existido.
�Fue mi momento decisivo,� explicó el historiador, �y a partir de entonces
borré de mis libros toda referencia a Auschwitz y a las cámaras de gas�.
Lo que también ocurrió a partir de entonces fue que Irving descubrió
la militancia y se dedicó a polemizar, a difundir y a convencer a los
demás de la validez de su nuevo descubrimiento. Australia fue uno de
los escenarios donde se ganó ovaciones de los racistas y neonazis locales.
Tanto, que el gobierno le recomendó que no pidiera otra visa y lo declaró
persona non grata. Alemania, por supuesto, fue su apoteosis: los skinheads
locales adoraron a este negador prestigioso, erudito y �presentable�
que les podía hablar en su idioma y que resultó un orador apasionado
y contagioso. Después del tercer disturbio causado por el ardor de Irving,
las autoridades lo denunciaron: en 1992 fue condenado y multado por
una corte de Munich por �calumniar a los judíos asesinados�; en 1997
se le prohibió la entrada a su segunda patria.
EN
CASA
Hasta Argentina fue escenario de la nueva carrera de Irving. En octubre
de 1991, el inglés llegó al país para dar una serie de conferencias
a los neonazis locales y para promover una edición en español de sus
libros. Fue aquí donde Irving estrenó su teoría del Holocausto como
�mentira judía, falsificación politizada de la historia�. Y fue aquí
donde recibió de manos de un señor mayor con acento alemán un tesoro
de esos que lo hicieron famoso: el diario de Adolf Eichmann. �La comunidad
judía argentina fue lo suficientemente tonta como para denunciarme en
la prensa como un agitador nacionalsocialista�, cuenta Irving con ironía.
�Lo bueno es que al final de una reunión se acercó un señor con un gran
sobre y me dijo: Obviamente, usted es la persona para custodiar estos
papeles que me dejó en 1960 la familia Eichmann. Cuando Eichmann fue
llevado a Israel, la familia entró en pánico, sacaron todos los papeles
de la casa y se los entregaron a este hombre.� De vuelta en Londres,
Irving abrió el sobre y se encontró con el diario del criminal de guerra
capturado por los israelíes en Buenos Aires. Con el diario autenticado
por los archivos nacionales alemanes �que sólo hicieron la salvedad
técnica de que más que un diario era �una colección de apuntes autobiográficos
y de conversaciones con algún entrevistador amistoso�� Irving comenzó
a leer y se puso nervioso. El diario contenía decenas de referencias
a las �órdenes directas del Führer para exterminar a los judíos�. Eichmann
se refiere varias veces a una reunión que tuvo con Reinhardt Heydrich
(el segundo de Himmler en las SS) en septiembre u octubre de 1941 en
las que Heydrich dice: �Vengo de ver al Reichsführer Himmler, que ha
recibido instrucciones del Führer para la destrucción física de los
judíos�. En su larga entrevista con el historiador Rosenbaum, Irivng
contó cuánto dudó de sus convicciones negadoras del Holocausto ante
los escritos de Eichmann. Más aún, el diario, de innegable autenticidad,
indicaba que Hitler sabía que el Holocausto estaba siendo organizado
y cumplido por sus subordinados. Con candidez, el inglés admitió que
tuvo que pensar arduamente para no dejar su ideología de lado y que
le costó encontrar la solución al problema. Que consistió en declarar
que Eichmann no quería decir lo que dijo: �Heydrich quería tranquilizar
las dudas de Eichmann, y le dijo que Hitler aprobaba lo que estaban
haciendo. Además, hay un problema semántico. Eichmann escribe que Der
Führer habt richt der Ausrottung der Juden befohlen, donde la palabra
Ausrottung, que hoy se usa como exterminio, quería decir extirpamiento,
remoción�. Con el problema resuelto, Irving continuó su �trabajo� de
agitador. Y se dedicó a tratar de frenar su creciente desprestigio,
que se traducía en la negativa generalizada a editar sus libros. Para
entender su preocupación, hay que tener en cuenta que Irving publicaba
en editoriales de primer nivel, vendía cientos de miles de copias y
estaba acostumbrado a cobrar un millón de dólares por cada obra nueva:
no era exactamente un marginal publicando volantes mimeografiados. Ahora,
los tribunales alemanes le prohibían acceder a los archivos que lo habían
hecho famoso; su editorial norteamericana, St. Martin Press, rehusaba
publicar su último libro, una biografía de Goebbels. El año pasado,
sintiéndose acorralado, el inglés tuvo una idea: contraatacar.
DE HITLER A HAIDER
Su blanco fue la profesora norteamericana Deborah Lipstadt, que
en 1993 publicó el primer libro erudito sobre la negación del Holocausto,
Denying the Holocaust (�Negando el Holocausto�). En poco más de 200
páginas, Lipstadt disecaba la ideología neonazi, identificaba a sus
protagonistas y advertía sobre la actitud a tomar de llegar a encontrárselos:
no discutir, no darles el rango de historiadores, no considerarlos �la
otra voz� ni �una visión alternativa de la historia�. �La existencia
del Holocausto no es una cuestión que se pueda debatir�, explicaba Lipstadt.
�Los negadores no son historiadores, son ideólogos que mienten a sabiendas.
Quieren convencer de que están en una búsqueda seria y erudita de la
verdad histórica, pero eso no es cierto. Lo que quieren es negar el
Holocausto y lo hacen mediante la distorsión. Mezclan un grano de verdad
con muchas mentiras, confundiendo a los lectores que no conocen sus
tácticas.� Lipstadt le dedicaba varios párrafos a Irving, mezclándolo
con toda naturalidad con Zundel, Leuchter y otros negadores. En julio
de 1999, cuatro años después de la aparición de la edición británica
del libro, David Irving acusó a Deborah Lipstadt y a Penguin Editions
por �libelo�, la variante anglosajona, mucho más grave, de nuestra �calumnia
e injurias�. A fines de enero, comenzaron las audiencias en una de las
salas de High Court, la misma sede judicial que trató el caso Pinochet.
Ambas partes convinieron en que el caso es demasiado complicado como
para que lo trate un jurado: el juez Charles Gray, uno de los cinco
especialistas más eminentes en libelo de Gran Bretaña, va a tener que
decidir solo. Y no es poco lo que va a tener que estudiar y definir
el juez. La ley inglesa hace que sea Lipstadt y no Irving quien tiene
que probar lo que dijo o escribió, por lo que la norteamericana se encuentra
en la rara situación de tener que probar ante un tribunal, con pruebas
y análisis forenses, que el Holocausto efectivamente existió. Los observadores
del caso, entre ellos el profesor David Cesarani, que enseña historia
judía en la Universidad de Southampton y es uno de los principales ideólogos
del sionismo moderno, señalan que la movida de Irving es casi maquiavélica:
es un brillante recurso publicitario y obliga tan luego a Lipstadt a
tener que debatir con él, tal vez el negador del Holocausto más famoso
y articulado. ¿Por qué es tan importante el caso? Si Irving logra ganar
el caso o por lo menos logra un fallo ambiguo, le daría un espaldarazo
inmenso a la causa de la negación del Holocausto, algo que tendría consecuencias
mucho más profundas de lo que parece a simple vista. Si no hubo Holocausto,
ser nazi es casi excusable, es casi una ideología más, una opción desagradable
pero legítima. La existencia del Holocausto hace toda la diferencia
entre la política y la simple reinvindicación del asesinato. Por eso,
como agudamente destaca Lipstadt, esta �limpieza� de la historia le
resulta particularmente atractiva a los que buscan construir un nacionalismo
extremista moderno sin la etiqueta nazi. Blanquear la historia es la
única manera de levantar esta etiqueta, y la única manera de blanquearla
es escamotear la enseñanza básica que dejó el Holocausto: que el nacionalismo
extremista es racista, que un Estado nacionalista y extremista lleva
a ladestrucción física de las minorías que son objeto de su odio. Algo
que a la Austria de Haider le gustaría olvidar.
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