El misterio llamado Gabriela
La
primera
dama
Se convirtió
en la primera mujer del rock nacional cuando grabó su primer disco con
su marido Edelmiro Molinari, Litto Nebbia, Oscar Moro y David Lebón.
Durante los 25 años que duró su exilio en Los Angeles grabó otros tres
discos con los mejores sesionistas de la Costa Oeste. De vuelta en la
Argentina, grabó dos discos con el gran guitarrista Bill Frisell. Sin
embargo, los discos de Gabriela no se consiguen en casi ninguna disquería
local y cada vez que alguien se la encuentra le pregunta por los viejos
buenos tiempos.
Por
Willie Campins
No
usa el apellido de su primer marido, como Joni Mitchell, aunque la escuchó
y su música la marcó desde muy joven. Tampoco usa su propio apellido,
Parodi, tal vez para que no la confundan con Teresa. Se decidió por
Gabriela, a secas, y todos la nombran de esa forma. Muchos siguen relacionándola
con aquella �Campesina del Sol�, su tema hit de cuando comenzaba el
folk en la Argentina y la identifican como la primera mujer del rock
nacional, pero no saben lo que está haciendo ahora y, entonces, en lugar
de preguntarle por su música le preguntan si conoce y escucha a otras
mujeres de la música: Erica García o Soledad. Muchos no saben que hacia
fin del año pasado se editó en Europa Viento rojo, su sexto disco �el
segundo junto al guitarrista Bill Frisell�, y que próximamente se editará
Estados Unidos. Bill Frisell es considerado por la prensa mundial como
uno de los guitarristas e innovadores musicales más importantes de la
última década. Fue varias veces ganador de la encuesta de críticos y
público de la revista Down Beat y, aparte de su carrera solista, que
cuenta con más de una decena de álbumes, Frisell trabajó con artistas
tan diversos como Elvis Costello, Pat Metheny, Ginger Baker, Gary Peacock,
Paul Motian, Burt Bacharach y Cassandra Wilson. Entonces la pregunta
es: ¿cómo es la cosa? La queja repetida es que la música creativa compuesta
en estas pampas no tiene repercusión en el Primer Mundo, pero cuando
una artista como Gabriela logra interesar a un músico del nivel de Frisell
y grabar dos discos en Estados Unidos con él y otros grandes músicos,
con temas propios y otros compuestos �en castellano� con el guitarrista,
casi nadie acusa el menor interés. Tal vez su perfil simple y de laburadora
incansable no seduzca a muchos periodistas, siempre ávidos de la pose
polémica y de las peleas por el número uno. Y Gabriela no es de esas
que en las fiestas andan mirando de reojo para ver dónde conviene figurar
y, aunque en su vida pasó por muchas experiencias, muchas veces prefiere
refugiarse en la tranquilidad. �Yo soy como un animal del monte. De
esos que se esconden mucho, salen un ratito y en cuanto ven que viene
alguien, vuelven al monte. Y muchas de las cosas que escribo tienen
que ver con eso�, dice. Y tal vez es por eso que termina apareciendo
en revistas norteamericanas, como Guitar Player o JazzTimes, o en la
Deutscher Rolling Stone, más que en los medios locales.
UNA
AMERICANA EN PARIS
�Mis padres no eran musicales, y en mi casa había tres discos: uno de
Harry Belafonte, otro de Gardel y otro de Miguel Aceves Mejía�, explica.
Gabriela se hizo a los viajes y al mundo desde muy chica. Nació en Buenos
Aires y pasaba mucho tiempo en su campo de Rauch, provincia de Buenos
Aires. La condición de diplomático de su padre la llevó a conocer el
mundo desde temprano: Turquía, Portugal, Brasil, Irlanda. Precisamente
allí, en Irlanda, en 1968, se independizó de sus padres. Ella terminaba
el colegio y la familia se volvía a la Argentina. Pero Gabriela quería
ser actriz y se fue a estudiar teatro a París. �En Irlanda yo vivía
como en una especie de gran acolchado, vivía con mis viejos en una embajada,
no tenía mucha calle. Lo que yo quería era salir, ver cómo era afuera
del monte; mis viejos se volvían a Buenos Aires en barco y me pusieron
en un avión rumbo a París. Llevaba una valija, todas mis posesiones
estaban en esa valija. Ojalá fuera así ahora, extraño eso.� En París
no conocía a nadie, pero había conseguido lo que quería: salir del monte.
�Llegué al aeropuerto y me tomé un taxi. Tenía un hotel reservado pero
era más caro de lo que podía pagar, así que empecé a buscar otro hotel
más barato en el Barrio Latino. Llegué a uno que estaba lleno de artistas
reventados: ése era el hotel que quería.� En París fue alumna de Jean-Louis
Trintignant y estuvo dos años actuando en una compañía de vanguardia
que dirigía el argentino Víctor García (�Yo tenía tres pasiones en mi
vida, una era ser actriz, otra ser escritora yla otra era hacer música�).
Los lunes, que no actuaba en la compañía, cantaba covers, sola con su
guitarra, en un café. En París vivió la explosión de Mayo del �68 y
también la explosión de los Beatles. �Un día deambulaba por una discoteca
de París que se llamaba Regine�s, cuando veo que estaban Ringo y la
que era su esposa, Maureen, bailando en la pista; yo pensé Tengo que
hacer algo. Entonces fui a la pista y lo pisé; él se rió y me pisó de
vuelta. Eso se llama Episodios estúpidos con estrellas famosas.� Y,
también en París, vivió la psicodelia y conoció nuevas formas de arte
y de pensar, conoció a Copi, a Cortázar y al padre Mujica. �En París
vi la luz.�
LA
DICHA EN MOVIMIENTO
De vuelta en la Argentina, el movimiento del rock llamó su atención:
�Yo sentía que en eso había algo que era de verdad. Y resultó ser cierto:
vos escuchás el primer álbum de Manal o de Almendra y te das cuenta
de que ahí hay una honestidad total, que no están hechos para vender.
Era el producto de gente que se juntaba todos los días a hacer música,
y que estaban en algo�. Entonces decidió que quería hacer música y,
habiendo escrito poesía desde chica, le resultó natural cantar sus poemas
acompañándose con la guitarra. Así compuso su primer tema, �Es la lluvia
y nada más�, que más tarde grabó dos veces. Meses después, se mandó
a la oficina del manager de Almendra y ahí mismo le cantó unos temas
con su guitarra y ahí mismo le ofrecieron empezar a trabajar. �Me preguntan
si me costó entrar en el mundo de la música, y la verdad es que no,
no me costó nada. Pienso lo que cuesta insertarse ahora en el negocio.
La mayoría no lo logra, y lo que más cuesta una vez que estás adentro
es seguir adelante a través de los altibajos.� En ese entorno y por
esa época conoció a Edelmiro Molinari y con él armó parte de su vida
y una superbanda con la que grabó su primer disco, Gabriela. La banda
estaba integrada, además, por Litto Nebbia en piano, Moro en batería
y David Lebón en bajo, �aunque ninguno de ellos, salvo Edelmiro, me
menciona cuando nombran su recorrido artístico. Este todavía sigue siendo
un país machista�. Con esa banda hizo shows marcando el extraño hito
de ser la primera mujer del rock nacional. �Llegué a hacer shows hasta
en pisos de tierra, y era denso, porque la música era un negocio de
hombres. Entonces yo aparecía con mi aspecto frágil de campesina del
sol y me aceptaban o me querían matar. Aunque en general debo decir
que siempre me fue bien.� En 1974, junto a Molinari, formó parte de
la avanzada de músicos argentinos que más tarde emigraría a Los Angeles
(Pino Marrone y Gustavo Santaolalla entre ellos, y el mismo León Gieco
por un corto tiempo). �Durante esa época, menos de prostituta, trabajé
de todo. Ahí conocí Latinoamérica, trabajando en fábricas y restaurantes
con gente de Guatemala, El Salvador, México. Se nos había acabado la
guita, tuve a mi hija, Cecilia, y literalmente dejé la música por cuatro
años.� Cuando finalmente hizo pie en Los Angeles, fue testigo en tiempo
real del movimiento de la Costa Oeste; vio en vivo a músicos como Joni
Mitchell, David Crosby, Jackson Browne, James Taylor, Bob Dylan; conoció
a muchos otros instrumentistas sorprendentes, como los guitarristas
Robben Ford y David Lindley; y convivió también con mucha música mexicana,
placer heredado por obra y gracia de aquel disco familiar de Miguel
Aceves Mejía. Y allí en California se abrió definitivamente en ella
la válvula de la composición. �En Los Angeles manejás trechos muy largos
y en el auto estás como encapsulado. Yo descubrí que si apagaba la radio,
me surgían melodías, así que me compré un grabador chiquito y cuando
se me ocurría algo lo grababa, ahí, adentro del auto.�
DE
LOS ANGELES A ESCANDINAVIA
Un día sintió que estaba lista para recomenzar y grabó Ubalé, que editó
Microfón en 1980 (reeditado en CD en 1998): �Ése fue un disco enteramente
producido por mí, pagándoles a los músicos, literalmente, con tortillas
de papa y milanesas caseras�. Los músicos eran, a todo esto, Gieco,
Santaolalla, Lindley, Robben Ford, Molinari, Pino Marrone, Mónica Campins,
Aníbal Kerpel, Alex Acuña y varios otros sesionistas locales. �Es un
disco hecho a pulmón pero con alma y que sintetiza todos los años esos
de Los Angeles.� Ubalé fue también su primer contacto con músicos norteamericanos:
�Yo estaba tan asombrada de lo que estaba viviendo que recién lo pude
capitalizar años más tarde�. Su tercer disco se editó sólo en los países
escandinavos. Friendship (1983), tal el nombre de la placa, surgió como
un arreglo discográfico que negoció una amiga. Gabriela llevó a Daniel
Goldberg como productor y se grabó con músicos suecos, en pleno enero
boreal, �con tres horas de luz por día, en una casa en medio del bosque
donde caía nieve constantemente y algunos de los músicos ni siquiera
hablaban inglés�. Pero pese a eso, el disco es una rareza en vinilo
digna de ser rastreada. A Friendship siguió Altas planicies, editado
aquí en 1991, que grabó entre Los Angeles y Argentina, a caballo de
su vuelta al país, secundada por Pino Marrone, Dino Saluzzi, Alex Acuña,
David Lindley, Pedro Aznar y Daniel Goldberg, �y que fue como mi primer
paso a algo un poquito más experimental, menos folk�.
OTRA
VUELTA DE TUERCA
En 1996 Gabriela pensaba en hacer su último disco. Ya estaba instalada
en Argentina y el medio local no la favorecía. Pensaba: �Lo voy a grabar
en casa. Alquilo un par de cosas, llamo a algunos amigos para que toquen
esto y aquello, y el resto lo hago yo. Después pido un préstamo, lo
mando a hacer, y lo saco. Ésa era mi idea para mi último disco�. Pero
en el interín, Pino Marrone, su marido desde hace años, le hizo escuchar
el tema instrumental �Rambler� de Bill Frisell, que la cautivó inmediatamente
con su sabor mexicano. Primero pensó hacer un tema con ese estilo. Finalmente
decidió ponerle letra en castellano, con la idea de hacerlo en su disco.
Como demo, sobregrabó su voz a la versión original del guitarrista y
se lo mandó al manager de Frisell junto con una copia de Altas planicies.
Y se olvidó. �Al mes, una noche con ese calor húmedo de diciembre que
se caen los pájaros, me llega un fax de Frisell donde decía: Few things
ever went through my heart the way your music did (`Pocas cosas me atravesaron
el corazón como lo hizo tu música�). Me senté sola, lo leí varias veces
y me puse a llorar.� Más abajo, Frisell le decía también que le encantaría
que ella hiciese su propia versión de �Rambler� y que además hicieran
algo juntos. �Me asaltó un pensamiento muy argentino: Esto se cae, pensé.�
Pero no. Frisell la conectó con su productor, Lee Townsend, éste le
consiguió un contrato de grabación para su serie Songline, del sello
alemán Intuition, y a los seis meses Gabriela estaba aterrizando en
San Francisco, otra vez sola con su guitarra, para las sesiones de Detrás
del Sol (1997), junto a Frisell, Alex Acuña en batería, Eyvind Kang
en violín, Rob Burger en acordeón y Bill Douglass en bajo. �Estábamos
todos alojados en el mismo hotel. Cuando bajé el primer día al lobby,
estaba Frisell ahí sentado. Yo, en lugar de ir y decirle Hola, soy Gabriela,
me fui afuera. Cuando al final me decidí a entrar, pensando en qué decirle,
él me llevó por delante con uno de esos carritos que llevan las mucamas.
Así nos conocimos.� La grabación no podía demorar más de tres días,
de manera que se registró en el estudio como una sesión en vivo, totalmente
improvisado, con Gabriela cantando y tocando la guitarra, en primeras
tomas. �Era como una banda de garaje, pero con esos monstruos.� Y ese
clima se vive al escuchar el disco, una de esas joyas raras donde la
música fluye y lacanción y el acompañamiento están fusionados hasta
la perfección, como si todo hubiera surgido de uno solo. El disco salió
en varios países y vendió bien. Ganó el premio Deutschen Schallplattenkritik,
otorgado por la crítica en Alemania. Pero en la Argentina sólo se lo
encuentra como importado en algunas de las disquerías inquietas de Buenos
Aires. Ningún sello local se interesó en editarlo y ninguna distribuidora
lo pidió a Intuition para venderlo. Tampoco los periodistas se interesaron
demasiado por algo que pocas veces había pasado antes: que un músico
argentino de extracción �rockera� despertara el interés en el exterior
con sus propios temas en un contexto de gran respeto artístico. �Acá
me dijeron cosas como: cuando Frisell tenga más participación en tu
música por ahí podemos sacar algo�, dice Gabriela.
CONTINUARA...
Menos de dos años después, Townsend y Frisell le ofrecieron hacer
un segundo disco, �que para mí era un gran riesgo que estaba dispuesta
a tomar. Quería hacer algo distinto y se me ocurrió hacer un disco sin
batería ni percusión, algo que flotara más, y darle mis temas a Frisell
para que él los arreglara para violín, cello, contrabajo y guitarra.
Cuando le tiré esta propuesta por teléfono, el productor se quedó en
silencio un rato y después me dijo: Si eso es lo que querés hacer, lo
hacemos.� Frisell hizo los arreglos que Gabriela, confiada, no conoció
hasta entrar al estudio. Una vez adentro, tocaron junto a ella el contrabajista
Victor Krauss, Jenny Scheinman, una violinista muy joven de San Francisco,
el cellista Eric Longsworth y el propio Frisell. Y, como el anterior,
el disco fue grabado en tres días con todos tocando como en vivo. Viento
rojo es un disco nocturno, cargado del misterio de una mujer que prefiere
lo sutil y lo oblicuo. Gabriela despliega en este disco su poesía, por
momentos pacífica, por momentos dramática y teatral (�Somos sólo partículas
que vuelan al azar/ y nos volvemos parte de cualquier lugar�). Sus melodías
envueltas en vapores de tequila se cruzan con las cuerdas arregladas
por Frisell, formando sonoridades exquisitas, flotando como el polvo
del desierto. Viento rojo, que ya está en las bateas europeas, es el
producto de una artista madura, que muestra una claridad cada vez mayor
para comunicarse a través de la música y la poesía. Y aunque recién
saldrá en Estados Unidos en marzo, el programa Global Village, de la
emisora KPFK de Los Angeles, ya lo votó como uno de los tres mejores
discos del año pasado. Paradójicamente, aquí habrá que esperar que alguna
de esas pocas disquerías que saben lo que venden lo pidan como importado
o habrá que comprarlo en el sitio del sello (www.songtone.com). Mientras
tanto, ella sigue recibiendo los temas que Frisell le manda periódicamente
para que les ponga letra, que probablemente desembocarán en un tercer
disco. Ésa quizá sea la vencida.
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