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Se estrena La playa, de Danny Boylea

Los Beach Boys

Después de Tumba al ras de la tierra, Trainspotting y Vidas sin reglas, el trío formado por el director Danny Boyle, el productor Andrew Mac Donald y el guionista John Hodges vuelve al ruedo con su primera incursión en el cine de aventuras. La adaptación de la novela de Alex Garland (sobre un mochilero que recibe un mapa del paraíso) es también la vuelta de Leonardo DiCaprio, que intenta desandar el camino recorrido en Titanic. Para demostrar que no se hundió con esa película, el ex niño dorado decidió presentar La playa en la isla de Maui.

Por DOLORES GRAÑA

La escena es levemente risueña. Se comenta que una suerte de logia de proporciones globales se encarga de apostar al menos dos de sus integrantes en cada hotel en el que se aloja, para reportar sus movimientos y pegarlos en alguna de las siete mil páginas web dedicadas a su hasta ahora breve vida y obra. Sin embargo, en el hotel de Hawai donde se presenta su nueva película, las medidas de seguridad no salen de lo habitual. Nada de tumultos histéricos a lo Richard Lester, pero el dúo no es difícil de identificar. Las dos chicas orientales anotan disimuladamente señas particulares de dos integrantes del entourage -”éstos son nuevos”– que rodea a Leonardo
DiCaprio en cada uno de sus viajes. Las reglas indican que las dos enviadas no pueden llamar la atención ni comportarse de otra manera que como simples turistas, porque últimamente han logrado un record de expulsiones del circuito turístico Leonardo DiCaprio-estuvo-aquí. Sin novedad en el frente por ahora, dicen. “Leo está con resaca.”

EXTRAÑOS EN EL PARAISO
“Vietnam, te amo desde hace tiempo. Día y noche, desde hace mucho tiempo. Lanzando ácido sobre el delta del Mekong, fumando hierba por el cañón de un fusil, volando en un helicóptero que vomita ópera por los altavoces, balas trazadoras y el paisaje de un arrozal, el olor del napalm por la mañana. Desde hace mucho tiempo. Sí, aunque camine por el valle de la muerte, a nada temeré, porque mi nombre es Richard. Nací en 1974.” Así comienza La playa, la novela de Alex Garland -publicada por Ediciones B– en la que está basada La playa, la película de Danny Boyle. Un libro sobre la diferencia entre el viajero y el turista. Una demostración de que el paraíso y el infierno se confunden fácilmente en la mente de quienes los imaginan. Un chirriante enjuiciamiento de la generación mochilera traducida a 27 idiomas para que los mochileros de todas las nacionalidades la pudieran convertir en fenómeno de culto y celebrarlo como una reivindicación. Un lugar en donde ¡el horror, el horror! es un nuevo local de McDonald’s al lado de un templo budista.
Una experiencia real es lo que busca Richard, un viajero británico anclado en Bangkok, cuando recibe un mapa con las instrucciones precisas para llegar al paraíso de manos de Mr. Duck (como en Daffy Duck, el Pato Lucas), quien acto seguido se suicida. Los cuentos sobre la playa son parte de la cantidad de leyendas urbanas que se comentan entre los mochileros que pululan por el sudeste asiático, pero queda claro que vale la pena la odisea que emprende Richard junto a Françoise y Etienne, una pareja francesa, para formar parte de ese “selecto grupo de turistas que pasa los meses pescando. Se van si quieren irse; algunos regresan; la playa no cambia nunca”.
Después de mil y un contratiempos, descubren que el mapa tenía razón y La Playa existe. El último paso de la travesía es un salto al vacío desde una pared de roca viva. Y, claro, es un salto que no tiene vuelta atrás. “Tardaste veintitrés minutos en saltar. A mí me llevó una hora decidirme. Claro que estaba solo, y eso complica las cosas”, le dice Jed, uno de los integrantes de la comunidad de viajeros que comparte la isla perfecta con una plantación de marihuana dirigida por gente de pocas pulgas y muchos fusiles. Richard se integrará a la comunidad que dirige la bífida norteamericana Salvester y su novio sudafricano Bugs –como en Silvestre y Bugs Bunny– para comprobar que sí, estar solo complica las cosas. Que para vivir en La Playa hay que aceptar las reglas de La Playa. Que haber visto Apocalypse Now no es lo mismo que conocer el corazón de las tinieblas. Richard acota en un momento particularmente profético de su bitácora de extraño en el paraíso: “Leí en cierta ocasión que la palabra más difundida en todos los idiomas es OK, seguida de Coke. Yo creo que es Game Over”.


Richard, Francoise (Virginie Ledoyen) y Etienne (Guillaume Canet)

Daffy (Robert Carlyle), el exiliado suicida del paraíso

VAMOS A LA PLAYA
En el hotel –donde la sensación de gran evento compite con los paseos en helicóptero, buceo con snorkel y siete microclimasmomentáneamente fuera de control–, un periodista australiano pregunta si alguien más vio a Leonardo DiCaprio en el lobby. “No”, es la respuesta general. Ése parece ser precisamente el quid de la cuestión con esta película: nadie ha visto a Leonardo DiCaprio desde hace mucho tiempo, con o sin resaca. Desde ese “experimento” –como decide catalogarlo un rato más tarde– con el que puso en peligro sus credenciales de actor en ascenso para convertirse en algo digno de ser pegado con chinches en la pared. La intriga es, entonces, ¿cómo despegarse? El personaje de Richard en La playa es la primera aparición de Leonardo DiCaprio como adulto. Y Richard no es precisamente un adulto modelo. Justo lo necesario para torcer el destino de quien terminó arrojándole un balde de agua helada a James Cameron por haberle hecho decir esa cursilería parado en la proa del barco más grande y más mersa del mundo.
Ahora, escudado detrás de una mesa, escoltado por Andrew Macdonald y Danny Boyle, y protegido por una troupe de anónimos amigos diseminados entre la multitud, el rey del mundo parece querer abdicar. Aprieta Rec en todos los grabadores que lo rodean, y dice: “Yo no creo en el paraíso. Especialmente a esta altura de los acontecimientos. Creo que utopías como la de La playa ya no son posibles, pero a la vez no puedo culpar al personaje de Richard por tratar de encontrar un lugar así. Es un personaje que contiene multitudes: no es un héroe ni un villano sino una persona que busca desesperadamente algo, sin saber exactamente qué. Cuando finalmente lo consigue, se da cuenta de que no es suficiente. Nunca es suficiente para nosotros, porque estamos acostumbrados a un suministro constante de emociones por parte del sistema. Richard, como mucha gente, no tiene una experiencia directa e individual del mundo. Sabe cómo jugar a un videojuego de guerra, pero no conoce Vietnam. Ésa es mi generación. En definitiva, creo que el animal humano no está preparado para sobrevivir en el paraíso. Somos la serpiente, por decirlo así”. A continuación, alguien le pregunta cuál es su manera preferida de pasar el día de San Valentín con su novia –”¿tiene novia?”, es la sagaz repregunta, claro– y el salón completo entra en un ataque de risa convulsiva. DiCaprio responde con cara de veinte-millones-por-película-no-es-tanto-dinero-después-de-todo.


Richard quema el mapa a instancias de Sal (Tilda Swinton)

EL PARAISO PERDIDO
Justo entonces llega la pregunta tan temida: “Señor Danny Boyle, ¿cómo justifica lo que sucedió en Tailandia?”. Lo que sucedió en Tailandia es ni más ni menos que un escándalo de proporciones que comenzó cuando la playa tailandesa de Maya Bay fue elegida para doblar el paraíso imaginado por Garland. El problema no era sólo que se había otorgado el permiso para rodar una película en un parque nacional sino que el paraíso real había tenido que ser “mejorado” con sesenta palmeras y flores de plástico para lograr el efecto necesario. DiCaprio mira fijamente a Boyle. Boyle mira a Macdonald. Macdonald mira fijo a Boyle, y al director no le queda otra que responder: “Es difícil justificar lo que hicimos. No puedo negar que hacer una película como ésta es imperialismo. Es un acto egoísta, y los equipos de filmación ciertamente dañan todo a su paso. Lo tuvimos claro desde el principio, porque paradójicamente es uno de los grandes temas de la película: no se puede jugar con la naturaleza porque la naturaleza devuelve el golpe. Esto incluye la ingenuidad de pensar que se puede dominar el clima para poder terminar la película a tiempo. Esta experiencia nos enseñó que verdaderamente ocupamos un lugar minúsculo en la escala de las cosas que, por definición, no es humana. Los cambios que hicimos en la playa se debieron únicamente a la construcción del cliché occidental del paraíso. Pero nos aseguramos, inclusive antes de que comenzaran las protestas, de devolverla a su estado original, excluyendo las toneladas de basura que encontramos al llegar, y encargarnos de que siguiera así. Gastamos mucho dinero de Rupert Murdoch en Maya Bay”. DiCaprio declara su amor eterno a Tailandia, mira a Boyle y sonríe para encandilar posibles repreguntas. Lo logra.

BIENVENIDOS A DISNEYLANDIA
Uno de los periodistas sentados en la última fila hojea nerviosamente un ejemplar de la novela con copiosas anotaciones manuscritas. Espera su turno para desentrañar por qué leer el libro y ver la película es una secuencia que no garantiza los mejores resultados. (En realidad, la pregunta era una andanada como ésta: “¿Cómo piensa que van a tomar los fanáticos de Garland el hecho de que Richard sea convertido en norteamericano y consiga la chica y el final sea diferente?”). Andrew Macdonald (hasta el momento una especie de figura contemplativa sacada de una de sus propias películas) hace un gesto del tipo “Ah, por fin” y dice: “No comprábamos el final de la novela, porque era demasiado parecido a El señor de las moscas. Lo que nos parecía más interesante de esta comunidad ideal era que su idea del paraíso incluía a los indeseables. Además, había una cuestión bastante simple: el libro era más largo que cualquier película que alguien quisiera ir a ver, aunque fuera nuestra. Hay otra película entera, si se quiere, en la lucha de Sal por el control de la playa. Y nos preguntan todo el tiempo qué fue de Jed: muchos actores nos llamaron para hacerlo gratis”. Un periodista australiano decide meter la segunda chicana de la tarde preguntando por el estado de la relación de los cerebros detrás de Tumba al ras de la tierra, Trainspotting y Vidas sin reglas con Ewan McGregor. Al parecer, el alter ego cinematográfico del trío no estaba demasiado contento con la elección de DiCaprio para interpretar lo que parecía “su papel”. Boyle se ríe: “Muy contento no estaba, es cierto. Pero cuando uno decide filmar una película, tiene que tomar decisiones, y con John Hodges nos dimos cuenta de que Richard, como personaje en un guión, era terriblemente estático. La decisión de convertirlo en norteamericano respondió al hecho de que el mundo se está convirtiendo en un Disneylandia gigantesco. Lo que hicimos fue tomar uno de esos norteamericanos que detestan la manera en que su país hace las cosas y lo mandamos al lugar en donde veinte años atrás perdieron la guerra. Era irresistible. Queríamos evitar que la película fuera un evento inglés sino una película internacionalista en el mejor sentido del término, con un tono y un ritmo diferentes a las historias urbanas que habíamos hecho hasta ahora. Nada de neón, para variar. Creo que fue una decisión acertada. Ewan lo va a entender cuando vea la película. Espero”.

QUISIERA SER GRANDE
Si el Richard de Leonardo DiCaprio es lo más parecido a Peter Pan encerrado en el corazón de las tinieblas, forzado a enfrentarse con sus propias pesadillas de videojuego (secuencia con seguro destino de antología pop que, confiesa DiCaprio, “probablemente fue idea mía”), es porque la intención parece ser purgar de una vez por todas lo que había de niño prodigio en su carrera, de Mi vida como hijo a esta parte. “Sería subestimar al público pensar que alguien quiere verme hacer Titanic otra vez. Yo no quiero hacer Titanic otra vez. Por eso me tomé dos años de vacaciones para pensar qué iba a hacer, porque lo que importa no es la línea de llegada sino cómo se llega hasta ahí. Lo que me decidió a hacer esta película fue una frase del libro: El mundo en el que vivimos es inevitable. Es inevitable convertirnos en lo que nos estamos convirtiendo. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Nos adaptamos. Seguimos adelante. Me di cuenta de que yo tenía que decir eso, que eran las palabras exactas para describir lo que nos está pasando a todos en esta época. ¿Quién quiere ser un adulto? Pero igual nos adaptamos y seguimos adelante. Uno tiene que crecer, de una manera u otra”. “Hasta el Game Over”, acota Boyle.

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