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Cien años
de Lord Jim
Lord
Conrad
Nacido
en Polonia en 1857, antes de ser el escritor Joseph Conrad, Josef Korseniowski
conoció todas las alternativas de una existencia aventurera. Sin
embargo rehusaba hablar de ese pasado. Prefería recrearlo en sus
cuentos y novelas. Conrad murió en Inglaterra en 1924. Lord Jim
es recordada como una de sus novelas fundamentales. Alegoría dramática
del héroe romántico e imperialista, la novela mantiene,
a un siglo de su publicación, una fuerte vigencia artística
y política.
POR
GUILLERMO SACCOMANNO
En
1886, cuando tenía casi treinta años, mientras se graduaba
como capitán, Joseph Conrad envió su primer cuento a la
popular revista Tit-Bits, que organizaba un concurso entre sus lectores.
En Tit-Bits convivían los folletines de aventuras y los novelones
históricos. (Años más tarde, el James Joyce artista
adolescente, querría también publicar en Tit-Bits. Joyce
citará a Tit-Bits a través de Leopold Bloom en un capítulo
de Ulises). Que Conrad intentara publicar su primera ficción en
una revista como Tit-Bits sugiere, por lo menos, la intención de
una literatura de género. Aunque luego Conrad excedería
los límites del género, la marca de éste pesaría
sobre la forma de leerlo. En vida, Conrad no logró toda la repercusión
que anhelaba. Sin embargo obtuvo el reconocimiento de algunos pares: T.
S. Eliot, E. M. Forster y el grupo de Bloomsbury se incluyeron entre sus
seguidores más refinados. La obra de Conrad debería esperar
a fines de los 60 y comienzos de los 70 para conquistar la
consagración. Una probable hipótesis acerca de su éxito
se basa en las versiones cinematográficas: Lord Jim, por Richard
Brooks; Los duelistas, por Ridley Scott; El corazón de las tinieblas,
transformada en la monumental Apocalypse Now, por Francis Ford Coppola.
Pero el celuloide no es todo. Y cabe entonces consignar otros datos.
Tratándose de un escritor polaco que desarrolló toda su
producción en lengua inglesa, es recomendable preguntarse cómo
fue leído Conrad, o más bien, qué Conrad se leyó
en nuestro país, teniendo en cuenta que sus traducciones, a menudo
defectuosas, provinieron de España. Borges, citando a H. G. Wells,
refiere que el inglés hablado de Conrad era inferior a su desempleo
en la prosa. Sin embargo, en su lenguaje literario predominaron los giros
pomposos, construcciones almidonadas originadas en un inglés enrarecido
por el academicismo. Este mismo sonido, sentencioso, repercutirá
en Borges, uno de los primeros exégetas vernáculos. La pregunta
ahora es qué leyó Borges en Conrad. Se sabe, el Borges atento
a lo popular no se detecta sólo en su curiosidad por lo gauchesco.
Los primeros cuentos de Historia universal de la infamia fueron publicados
en Crítica más o menos en el mismo período en que
circulaba la versión local de Tit-Bits. El Conrad que reinvidica
Borges tiene el atractivo de cierta literatura que fluctúa entre
lo psicológico y el misterio. (Si se recuerda la colección
El séptimo círculo, que Borges codirigió con Bioy
Casares, con títulos en los que gobernaba lo deductivo, se comprobará
cuál era el interés de Borges, más fascinado por
el dibujo de las tramas que por las alusiones que una narración
pudiera disparar hacia la realidad.) El Conrad reinvindicado por Borges,
casi un Conrad de laboratorio idiomático, parece proclamar la autonomía
de lo literario.
Diferente será el procedimiento de lectura que se concentrará
en Conrad durante los 70. Bajo el prisma de la lingüística,
la semiología y el análisis de los discursos, los sectores
vanguardistas de la intelectualidad operan una resignificación
de los géneros marginales. (La literatura policial, por ejemplo,
será entendida al modo de Georg Lukács como realismo
crítico.) En esos años se lee con idéntico
fervor al argelino Franz Fanon de Los dueños de la tierra, prologado
por Sartre, al Umberto Eco de Apocalípticos e integrados, y los
comics de Héctor Oesterheld y Hugo Pratt, cuyo personaje Corto
Maltés respira el exotismo de Conrad. A Melville, Stevenson, Kipling
y, por supuesto, a Conrad se los lee buscando decodificar el gusto popular
a través de una óptica crítica. Conviene advertir
que estas operaciones no son ajenas al pulso acelerado de lo político:
en estos años alcanzan su expresión máxima las luchas
de liberación del Tercer Mundo. En un contexto donde se cuestionan
los canones desde la insurgencia y se redefinen los valores culturales,
la interpretación de Conrad va más allá de la degustación
borgeana de una clase de estructura, o si se prefiere, de una escritura
de clase. Porque una mirada política de la obra de Conrad resalta
aquello que está contenido, como la contradicción entre
civilización y barbarie, que en estos años violentos se
traduce en la práctica política con la consignaLiberación
o dependencia. Lejos de empañar el magnetismo de las narraciones
de Conrad, este enfoque, como señala el palestino Edward Said,
contribuye a transparentar su esencia en la medida en que Conrad explica
al lector el funcionamiento del imperialismo como sistema.
RETRATO
DEL AVENTURERO
La biografía de Josef Teodor Konrad Nalecz Korseniowski, nacido
en Berdiczew, Polonia, en 1857, y fallecido en Kent, Inglaterra, en 1924,
articula una serie de hechos que replican la existencia agitada de uno
de sus héroes. Deben considerarse su origen polaco cuando las provincias
ucranianas estaban bajo el zarismo y también el padre intelectual
y revolucionario, que inicia al hijo en el idioma francés al traducir
Los trabajadores del mar. Al respecto, se conjetura que esta novela de
Víctor Hugo fue para el joven una especie de revelación
y profecía. También es necesario mencionar la militancia
nacionalista y el exilio. Después, Marsella, un pasaje corto en
navíos franceses, un episodio oscuro de contrabando de armas en
el que salva milagrosamente el pellejo, deudas y un intento de suicidio.
Frente a la amenaza siempre constante del enrolamiento en el servicio
militar ruso, que dura más de veinte años, alistarse en
la marina mercante británica es toda una estrategia de huida. Ahora,
la navegación, todos los mares y los ríos del planeta parecen
ofrecérsele. Si hay un viaje destinado a inquietarlo es el que
hace a través del río Congo, que reflejará en El
corazón de las tinieblas. Más tarde dirá: Antes
del río Congo yo era un sencillo animal. Toda esta experiencia
aventurera le dejará secuelas. Al primitivo diagnóstico
de epilepsia en su juventud, luego cambiado por neurastenia,
se le deben agregar algunos daños ahora irreparables como gota,
malaria, reuma y un asma incipiente. En la madurez, abocado ya a la escritura,
rehusará hablar de su pasado marino, esa otra vida a la intemperie.
En lugar de convertirse en personaje, preferirá crearlos.
Si bien las anécdotas de su pasado, abundantes en emociones y colorido,
podrían justificar su obra, el argumento resultaría lineal
y conductista porque aun cuando en sus narraciones participan los viajes
y las peripecias, con su complejidad violentan los márgenes del
género. Como narrador, Conrad esquiva tanto el pintoresquismo como
el vértigo espasmódico (Loti y Rider Haggard serían
su antítesis). Lector de Turguenev, Chejov, Maupassant y Flaubert,
se empecina en estar a la altura de sus gustos.
Cuando
Coppola leyó Vietnam en Conrad y filmó Apocalypse
Now no se equivocó demasiado.
Semanas atrás, los diarios mostraban la foto de dos gemelos
de doce años, con un cigarrillo en la boca y un M-16 en las
manos, presentándose
como líderes del grupo guerrillero Ejército de Dios
en la ex-Birmania. Hace ya más de un siglo, Conrad se adueñaba
narrativamente de esos paisajes. |
CRITICA
LITERARIA
Sobre Conrad parece haberse dicho y escrito todo, o casi. No hay escritor
que no se haya acercado a Conrad sin sentir su efecto. Para André
Gide y Paul Claudel nadie como él fue antes capaz de una vida
tan salvaje para después dedicarse tan íntegramente al
arte. Gide dice: Conrad sabe detenerse en el umbral de lo espantoso
para que la imaginación del lector pueda jugar libremente después
de haberla acercado a la sugerencia del horror en una medida que juzgo
insuperable.
Para Cesare Pavese, traductor y prologuista de Conrad al italiano, la
clave de su narrativa reside en el afinamiento del timbre de voz, la
inquietud más por lo visto y oído que por lo vivido, la
esfumatura de los hechos en función de un punto de vista siempre
cambiante que cuestiona la objetividad de la narración naturalista.
De acuerdo a Pavese, los relatos de Conrad ambientados en los mares
y puertos de Oriente son más vigorosos e intensos que sus otras
historias europeas o sudamericanas. A Conrad se le supo reprochar la
endeblez de sus criaturas femeninas. Virginia Woolf salió en
su defensa apoyándose en que los barcos, en inglés, son
femeninos. Según la Woolf, los barcos son los mejores retratos
femeninos de Conrad.
Bertrand Russell visitó a Conrad ya anciano. En sus memorias,
Russell escribe: Las opiniones de Conrad distaban de ser modernas.
En el mundo moderno hay dos filosofías: una que procede de Rousseau,
desdeña la disciplina, la considera innecesaria; la otra, que
halla su expresión enel totalitarismo, piensa que la disciplina
hay que imponerla desde el exterior. Conrad pertenecía a una
tradición más antigua: opinaba que la preocupación
debía proceder del interior. Desdeñaba la disciplina que
era sólo externa.
Para Herman Hesse, lo que importa en Conrad es el gusto maniático
por lo oculto, la progresión detallista de la intriga, el descubrimiento
lento y moroso de los caracteres y la indagación de las relaciones
secretas. Aunque a Conrad se lo suele comparar con Dostoievski, Hesse
trivializa toda posible similitud: La comparación sólo
es acertada hasta cierto punto, y Dostoievski sigue superando a Conrad
exactamente en la misma medida en que su fe mística cristiana
supera el concepto inglés de gentleman. Con motivo de esta
comparación, Conrad solía indignarse. En su fobia a Dostoievski
residía, sin duda, bastante de antizarismo. Italo Calvino, que
venera sus historias de oficiales, busca marcar la diferencia entre
Dostoievski y Conrad. Los personajes del primero, afirma Calvino, pertenecen
a una estirpe de santos. Los del segundo, en cambio, a una de valientes.
Sobre el coraje como leit-motiv en Conrad se ha insistido con frecuencia.
Borges, sin ir tan lejos, en su cultivo del coraje como tema, ha admitido
su efecto. Quizá conviene entonces detenerse en esta cuestión.
UNO
DE LOS NUESTROS
A Conrad le interesa someter a sus héroes a situaciones extremas.
Le apasiona ponerlos a prueba no sólo con respecto al prójimo
sino con respecto a sí mismos. El coraje parece ser una obsesión
determinante de sus historia pero, dialécticamente, esto es en
superficie. Puede arriesgarse que, en verdad, el gran protagonista de
sus relatos es el miedo.
Lord Jim, escrita entre septiembre de 1899 y julio de 1900, es, en este
sentido, una novela ejemplar. La historia se centra en Jim, un oficialito
bisoño que ansía una gran oportunidad para demostrar su
valentía. Pero, cuando se le presenta esa gran oportunidad, Jim
fracasa. Con no más de veintitrés años, Jim se embarca
como piloto del Patna, un barco desvencijado, a cargo de una pequeña
banda de truhanes. El Patna transporta, a través de las islas de
Oriente, setecientos coolies, peregrinos, ganado humano. A
bordo no hay más que siete botes y no todos en óptimas condiciones
en caso de accidente. Frente a la inminencia de un naufragio, cuando los
blancos responsables de la nave, esa banda, aterrados, la abandonan, Jim
se les suma. Poco después se sabrá que el Patna no se hundió,
que continuó su viaje a la deriva y que fue rescatado por un barco
de marina francesa. Haber desaprovechado esa oportunidad idealizada es
para Jim la vergüenza de las vergüenzas. Persiguiendo ocultar
su pasado, Jim se perderá más tarde en un delta remoto donde,
representando al imperio británico, con sus acciones, poco a poco,
irá redimiéndose hasta lograr convertirse en leyenda, bautizado
respetuosamente Tuan Jim por los indígenas.
Como en casi todos su libros, Conrad dispone un prólogo para Lord
Jim. Entre el principismo y el arte poética, cada prólogo
de Conrad es un duelo con sus comentaristas adversos. En el que prepara
en 1917 para la segunda edición de Lord Jim, Conrad se opone a
las acusaciones de dispersión y falta de control de su historia.
También Conrad rebate otra acusación, la de que Lord Jim
pueda ser una narración enfermiza. Este juicio me dio pie
para estar toda una hora sumido en inquietas cavilaciones. Para
Conrad no puede haber nada enfermizo en la aguda conciencia del
honor perdido. Y declara: Esta conciencia puede ser errónea,
o estar en lo cierto, o aún ser condenada por artificial, y acaso
mi Jim no sea un tipo de los más comunes y extendidos. Lo que puedo
asegurar sin temor a los lectores es que no es el producto de un modo
de pensar fríamente pervertido (...) Me tocaba a mí, con
toda la simpatía de que era capaz, buscar las palabras justas para
lo que representaba. Era uno de los nuestros. Si el uno de
los nuestros alude al espíritu de cuerpo de la marina imperialista,
el tipo de héroe que dispone Conrad no es precisamente un modelo.
Jim es la conciencia del honor perdido y también de la vergüenza.
Al recluirse en un delta, lejos de las miradas de Occidente, Jim no pretende
simplemente empezar de cero. Pretende, como si se pudiera, olvidar. Conciencia
es entonces sinónimo de vergüenza. Jim, como ningún
otro héroe conradiano, es un héroe quebrado.
CIVILIZACION
Y BARBARIE
El narrador casi onmipresente de la novela es Marlow, un capitán
retirado. Marlow, como significante, alude al dramaturgo Christopher Marlowe
(1564-1593), cuyo teatro puede definirse por la iconoclastía de
sus personajes. Además de Marlow cuentan la historia de Jim, como
armando un rompecabezas, otras voces en distintos planos. Quienes cuentan,
tanto desde Bangkok como desde Sidney o HongKong, pertenecen todos a la
tradición del comercio de ultramar. Podría denominarse estas
voces como voces mercantes. Al contar, juzgan. Y lo hacen
desde el pragmatismo. Pero Jim se revela permanentemente contra el instinto
material del comercio. A Jim, comenta Conrad, le perturba la prosaica
seriedad del trabajo diario que proporciona el pan. Por más
que Conrad se empeña en enfatizar a lo largo de la historia que
Jim es uno de los nuestros, Jim realiza una elección
diferente a la que le recomienda el pensamiento rubio. En esta medida,
este héroe emblemático, se anticipa a las tensiones que
medio siglo más tarde deberán enfrentar en sitios análogos
los personajes de Graham Greene.
Hay también en Lord Jim una red de protectorados masculinos para
desentrañar. Del mismo modo que el capitán Marlow intenta
proteger todo el tiempo a Jim, Stein fue protegido, en su juventud, por
un comerciante escocés. Stein no es sólo otro comerciante
que cuenta, como ya se verá. En este universo sin mujeres, son
los protectores quienes, asumiendo el rol paternal, se encargan de contar
la historia transmitiendo un saber. Aquello que cuentan, aquello que transmiten,
es una idea de superioridad, es decir, la superioridad de la civilización.
En este marco, la heroicidad como pensamiento romántico, al situarse
en la barbarie, contradice la idea de superioridad. En este aspecto, Jim
desconfía de la civilización y es ambivalente hacia todo
protectorado. Jim, a su manera, no se deja colonizar.
Después de su humillación, cuando está por perderse
en el delta para redimirse en Patusan, esa tierra de peligros, Jim se
despide de Marlow en una escena conmovedora. Jim se embarca hacia lo desconocido
llevando sólo una edición barata de las obras completas
de Shakespeare y un revólver. En apariencia, Jim es el símbolo
de la superioridad occidental. Sin embargo, al ingresar entre los nativos,
Jim tiene ese revólver descargado. El lugar del valor y la pureza,
sugiere Conrad, está en la barbarie. Y Conrad, como su héroe,
romántico y desconfiado de la civilización, está
de su parte.
ENTOMOLOGIA Y APOCALIPSIS
Todo esto ocurrió en mucho menos tiempo del que se necesita
para narrarlo, sobre todo siendo mi objeto reflejar en la conversación
el efecto instantáneo de impresiones visuales, escribe Conrad
en un alto del relato. Como es habitual en Conrad, las digresiones son
cruciales. No sólo aportan nuevas perspectivas sobre el protagonista.
También subvierten la noción de realismo. En estas digresiones
es donde Conrad insinúa una poética de su narrativa, que
busca distanciarse de las reglas de la literatura decimonónica.
Stein, quizá la voz más importante dentro del coro de narradores
del periplo de Jim, es además de comerciante, entomólogo.
Stein colecciona toda clase de insectos. La caza de mariposas es su predilección.
Stein redacta infatigable catálogos con sus hallazgos y mantiene
una correspondencia nutrida con sabios europeos que luego
extraerán sus conclusiones. La verdadera belleza, las obras maestras
de la naturaleza, para Stein, se encuentran en el territorio de la barbarie,
pero quienespueden juzgarlas están en otra parte, en el centro
del poder imperial. Así, Stein desarrolla el movimiento narrativo
del autor. Conrad, a través de personajes como Marlow, un cazador
de historias, informa a los lectores europeos acerca de la barbarie.
Aquí, donde narración y entomología dan la impresión
de trabajar con las mismas reglas, se produce otra de las apariencias
que a Conrad le importa develar. El hombre no es una obra maestra,
se enerva Stein. Y avanza: Algunas veces se me antoja que el hombre
vino a un sitio donde no lo necesitaban, donde no hay lugar para él,
pues si no fuera así, ¿por qué se empeñaría
en que lo necesita todo entero para sí? ¿Por qué
iba a andar de aquí para allá alborotando tanto, dándose
gran importancia, hablando de las estrellas, metiéndose con las
hojas de césped?.
Semanas atrás, casi durante la redacción de este artículo,
los diarios mostraban una foto que causaba estupor: Luther Hoo y Johnny,
dos gemelos de doce años, con un cigarrillo en la boca y un M-16
en las manos, se presentaban como los líderes del grupo guerrillero
Ejército de Dios en Myanmar, ex Birmania. Como poco antes en Timor,
Indonesia, la imagen periodística reflejaba la sordidez de la violencia
real. Hace poco más de un siglo, Conrad se adueñaba narrativamente
de esos paisajes. Cuando en los 70 Coppola leyó Vietnam en
Conrad y le dio la forma de Apocalypse Now no se equivocó demasiado.
Entonces, así como se puede preguntar qué se leyó
en Conrad en los 70, puede ser aconsejable plantearse qué
se lee en Conrad hoy. El resultado puede ser iluminador y altamente ilustrativo
de las contradicciones de un mundo presuntamente globalizado.
Aquello que le interesaba contar a Conrad, como un entomólogo que
disecciona tanto la crisis del pensamiento romántico como el saqueo
colonial, se resignifica trágicamente en este tiempo.
El hombre, vuelve a repetir Stein, no es una obra maestra.
Y esto es lo que cuenta Conrad en los dos mil también.
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