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Un fantasma
recorre
Europa
Convocada
por la Fundación Antorchas como jurado de sus subsidios anuales
para el área de Teatro y Danza, pasó por Buenos Aires
Hortensia Völckers, codirectora del Festival de Viena 2000 que
comenzará en mayo. En esta entrevista con Radar, habla de las
políticas culturales austríacas y argentinas, las comparaciones
con el Tercer Reich y el rol de los intelectuales frente al panorama
vienés. Además, Beatriz Sarlo escribe sobre el discurso
ideológico de Jörg Haider y el analista alemán Thomas
Assheuer explica los peligros y falencias del proyecto artístico
haideriano para el nuevo Estado.
por
Daniel Link
Todo
hacía prever que Hortensia Völckers, nativa de una de las
mansas orillas del Río de la Plata en la zona norte de la provincia
de Buenos Aires, egresada del colegio Northlands, tendría
una vida más o menos convencional. Pero esa chica que en su adolescencia
supo integrar el equipo olímpico argentino de natación
abandonó los árboles y las casas con techos de tejas en
1975. Lamentablemente nada fue convencional en mi vida,
confiesa ahora, desde su incómodo lugar de experta en arte y
política y codirectora de uno de los festivales más importantes
de Europa, el Festival de Viena, que entre fines de mayo y comienzos
de junio mostrará lo más canónico y lo más
experimental del arte contemporáneo. Tengo, a esta altura,
ya tantos años de europea como de argentina y cada vez que me
mudo compruebo que todo lo que tengo cabe en un taxi. Tal vez por eso
me interesan sobre todo los espacios intermedios, las transiciones y
fusiones entre artes diferentes. Sobre todo, siempre me interesó
mucho la relación entre plástica y artes performativas.
Por eso trato de inventar formatos nuevos que den cuenta de esa complejidad
y heterogeneidad que adquiere el arte en nuestro tiempo. A fines
de los 70 estudió en Munich Historia del Arte y también
Ciencia Política. Ese capital intelectual es, además,
uno de los intereses más recurrentes en sus producciones.
Desde 1987 hasta 1995 dirigió un festival bianual de danza, con
especial participación de intelectuales de otras áreas
e incluso científicos, convocados para estimular la reflexión
sobre el arte. Esas experiencias le permitieron encontrar su posición,
una posición ciertamente incómoda. Me interesa sobre
todo un tipo de práctica artística que está en
lo experimental y crítico y no en lo espectacular, declara
sin ignorar que es precisamente la espectacularización de la
cultura lo que se impone como tendencia en este comienzo de milenio.
No me interesan para nada el arte entretenimiento para las muchedumbres
y sus políticas asociadas. Reconozco que deben existir, pero
tiendo más a potenciar y patrocinar un arte que cree o cuestione
identidades. Eso se vuelve interesante sobre todo en momentos como el
que actualmente atraviesa Europa. Allí se pone en juego la responsabilidad
ética y política del arte.
En Frankfurt, estaba haciendo en 1995 el Festival Phase, especialmente
destinado a artistas de una disciplina que tuvieran ganas de probar
algo en otra área, cuando Catherine David la convocó,
primero para que curara el programa de teatro de la última documenta
y luego, de un día para el otro, para que estuviera a su lado
como subdirectora de la muestra de Kassel, para aprovechar su experiencia
en la organización de megaeventos (Mi trabajo, por formación
y por gusto, es muy festivalero). Fue un período
muy fructífero y también muy estresante, recuerda
ahora, porque estábamos viviendo en una ciudad pequeña,
trabajando en un proyecto que contaba con la hostilidad de toda la prensa
europea. En algún sentido nos hacían sentir (o eso pretendían)
que no estábamos sirviendo a los accionistas o patrocinadores
de la documenta.
Reflexionando sobre la itinerancia perpetua a la que la obligan sus
trabajos, Hortensia Völckers encuentra el modo de comenzar a pensar
políticamente en el arte: De alguna manera, cambiar de
empleo y de país cada tres o cuatro años me permite no
respetar los acuerdos preexistentes y las trenzas locales,
de las que puedo fingir no estar enterada. No me gustan ese tipo de
vínculos y de condicionamientos y como mi trabajo me obliga a
viajar permanentemente por el mundo puedo ignorarlos.
TEATRO
Y PATRIA
El éxito del teatro independiente argentino en los festivales
europeos es, en gran parte, su responsabilidad. El año
pasado invité a gente de los festivales de Edimburgo, Avignon,
Bruselas, Amberes, Montreal, Viena, Amsterdam y Roma, entre otros, para
que vieran el teatro experimental que se estaba haciendo en Buenos Aires,
de una calidad excepcional (comparado incluso con experiencias similares
en Londres y Nueva York). Todos quedaron fascinados con lo que vieron
e incluyeron en sus programaciones varias producciones independientes
que, obvio es decirlo, necesitan de un cierto patrocinio estatal.
El recambio de gobierno, sin embargo, sumió en la zozobra a los
elencos invitados. El Estado argentino (la Cancillería,
más precisamente) cortó el presupuesto destinado a financiar
los viajes de los grupos de teatro independiente que iban a representar
a la Argentina en Europa. Son dos millones de pesos que desaparecieron
del presupuesto. Ahora bien, si un gobierno quiere ubicarse en el mundo
a partir de su acción de política exterior cultural, hay
ciertas reglas y compromisos que deben cumplirse para no perder credibilidad.
De las obras argentinas que seleccionó para el Festival de Viena
(una retrospectiva completa del joven dramaturgo Federico León)
le interesó sobre todo el formato pequeño y el cuestionamiento
del realismo, muy en boga también en Europa y Estados Unidos.
En Argentina ese tipo de teatro es correlativo de películas
como Mundo Grúa o Pizza, birra, faso, donde se mezclan diferentes
formatos. Estas obras, que curiosamente coinciden con producciones independientes
de Zagreb, Nueva York o Londres tanto en el localismo temático
como en ciertos procedimientos formales, apelan a un nuevo tratamiento
de la realidad, el story-telling, la exhibición de los métodos
de construcción de la realidad teatral, el entrecruzamiento entre
lo documental y lo ficcional. Habrá que ver cómo conceptualizar
estos nuevos realismos o hiperrealismos.
DANUBIO
AZUL
El arte debe ser experimental y crítico, señala
Völckers tratando de explicar su trabajo en el Festival de Viena.
Por un lado, me divierte la búsqueda de nuevos talentos,
pero además lo que me gusta es la forma frágil y no la
forma monumental. Un artista joven hace arte porque tiene algo para
decir. Pero como enfrenta problemas de supervivencia es posible que
su producción se serialice o se burocratice. Hay que cuidar a
esos artistas para evitar que caigan en la monotonía. Porque
hoy hay una producción de arte que se ha vuelto más un
oficio que una aventura. Cualquiera de las superproducciones de Bob
Wilson, por ejemplo, funciona relativamente bien en cualquier parte
y no necesita de tanto cuidado como el Boezzio de Federico León.
El Festival de Viena es un festival muy grande, muy burgués,
con mucha ópera y obras representativas del siglo
XIX y XX. Su presupuesto total es de 18 millones de dólares,
aproximadamente. Yo, por fortuna, tengo a mi cargo la parte más
experimental del Festival. Puedo dedicarme, por lo tanto contenida
dentro de una institución poderosa y de gran prestigio,
a hilar finísimo, aun a conciencia de que mi trabajo puede resultar
elitista para muchos.
Por supuesto, el gran interrogante tanto para los organizadores como
para los participantes de todo el mundo es cómo reaccionar ante
los últimos giros del vals político vienés. ¿El
triunfo de Jörg Haider pone en riesgo la acción cultural
del Festival? Lo que temo es que los proyectos frágiles,
de laboratorio, más invisibles, sean cancelados. Pero ése
no es un problema típico del fascismo sino del liberalismo salvaje.
Es lo que sucedió en Londres durante y después del gobierno
de Thatcher y también durante la era de Reagan en Estados Unidos.
Por lo demás, el triunfo de la ultraderecha es, para Hortensia
Völckers, estimulante. En la última manifestación,
que tuvo a 300 mil personas bajo la lluvia demostrando su desacuerdo
con el nuevo gobierno austríaco, el festival estuvo muy presente.
Los artistas e intelectuales austríacos, como muchos otros europeos,
sienten odio y desesperación, y eso hay que capitalizarlo en
una nueva repolitización del arte.
HEIL HAIDER
El ataque de Haider al arte es sistemático (ver recuadro) y encuentra
sus palabras favoritas en la obra de pensadores neoconservadores
que, en la década del 80, se levantaron para denunciar el nihilismo
y el hedonismo de la vanguardia. El más evidente de esos intelectuales
que millones de jóvenes leyeron como bibliografía
obligatoria en las facultades de Derecho y Ciencias Económicas
de todo el mundo es Daniel Bell, cuyas toscas y equívocas
formulaciones en Las contradicciones del capitalismo repite hoy Haider
como un alumno aplicado. Su triunfo en las últimas elecciones
austríacas es, claro, el triunfo de las peores ideas del siglo
XX, pero además el resultado de un proceso político complejo
que resume Hortensia Völckers. Lo que ocurre es que 25 años
de gobierno socialdemócrata los últimos de los cuales
fueron en alianza con la democracia cristiana formaron un mecanismo
burocrático extremadamente corrupto, que es aquello contra lo
cual la gente se rebeló. El disgusto se canalizó en una
suerte de voto castigo. El voto a Haider pasa por el cansancio
y la disconformidad respecto de ese sistema que había eternizado
la clase política. Ahora bien, que el 25 por ciento de los votantes
haya elegido a Haider da que pensar, porque muchas de las críticas
que Haider formula a la partidocracia son acertadas. Claro que formuladas
desde un lugar inadmisible. Su ideología es, por lo menos, fascistoide,
cosa que demuestra con sus declaraciones sobre las políticas
de empleo durante el Tercer Reich. O cuando insiste en la eliminación
de subsidios al arte (dado que, en su concepción el arte es cosa
privada y no pública). O cuando organiza encuentros con veteranos
del Reich para recordar los viejos momentos de gloria.
Como otros intelectuales progresistas, Völckers sin dejar
de temer los posibles desarrollos futuros de la política europea
prefiere ser cauta en lo que se refiere a las comparaciones con el Tercer
Reich. Handke declaró que el tren para Auschwitz no tiene
parada en Viena. Y yo acuerdo con él en este punto: la comparación
de la situación actual con el Tercer Reich es un poco abusiva.
Después de todo el programa económico del nuevo gobierno
es exactamente igual al del anterior y en lo cultural no se ha registrado
hasta ahora ningún cambio significativo probablemente,
entre otras cosas, porque las manifestaciones en Austria y en el resto
del mundo han sido eficaces. De todos modos, que Haider y sus
aliados y seguidores funcionen como una continuación natural
del gobierno anterior plantea un peligro mucho más sutil y peligroso.
Habrá que ver qué resuelven en relación con las
políticas migratorias. La reciente renuncia del ministro de Justicia
es un indicador de que hay gente que, más allá de su ideología,
presiente que participar de esta gestión implica en algún
sentido quemarse políticamente. Y también
indica los conflictos internos en un gobierno de coalición.
EFECTO
MEPHISTO
Entre los intelectuales y artistas se extiende una duda tenaz sobre
la participación o no en un festival subvencionado, en última
instancia, por un gobierno que se declara enemigo del arte. ¿No
existe el riesgo de quedar atrapado como el director de teatro
en la novela Mephisto de Klaus Mann (luego una película de Istvan
Szabo) en un pacto de colaboración con el enemigo? Sí,
responde Hortensia Völckers, el riesgo de caer en el colaboracionismo
existe. Pero, si yo abandonara mi trabajo en este momento, no aportaría
nada a la discusión política ni a la afirmación
de valores democráticos, progresistas y pluralistas. Naturalmente,
hay que ir midiendo eso día a día en función de
los acontecimientos. Estamos ya trabajando en el festival del 2001,
pero yo no puedo saber con certeza si estaré allí o no.
Por ahora, hay que quedarse, manifestar, protestar, construir y articular
algo a partir del odio y la desesperación de artistas e intelectuales.
Después se verá qué sucede. No tengo ningún
interés y ninguna necesidad de aparecer como cómplice.
Pero después de todo, en Austria el 75 por ciento de la población
no votó a Haider. Somos conscientes de que en esta edición
del Festival de Viena nos tocará mostrar nuestras banderas de
oposición. Zubin Mehta, por ejemplo, que va a dirigir el gigantesco
concierto de apertura del Festival con 2000 músicos al aire libre,
condicionó su participación si politizábamos el
acto, cosa que por supuesto aceptamos. Me parece fantástico aprovechar
esa oportunidad para demostrar hasta qué punto el arte contemporáneo
es contrario al fascismo en todas sus formas. En este momento de peligro
hay que repolitizar el arte, que durante la década del 80 y 90
se concentró más en micropolíticas (por ejemplo,
la discusión sobre géneros o la revisión del canon).
Lo que hay que conseguir establecer es una articulación crítica
y no simplista entre el arte y el discurso político. Salir a
un escenario y decir simplemente Estamos en contra de este gobierno
no sirve demasiado, sobre todo porque ya lo hicimos.
Hortensia Völckers
NAZION
Y CULTURA
Völckers destaca que la opinión pública austríaca
siempre recibió los pronunciamientos de Haider con escándalo,
escándalo que él se encargó de explotar bien durante
la campaña electoral. El vacío ideológico en el
que ha caído últimamente la práctica política
es tal vez el mayor peligro actual. Ese vacío se nota sobre
todo en la derecha liberal, incapaz de formular una guía, un
manifiesto, un programa de acción política que marque
los límites entre la democracia y las ambiciones totalitarias
de la ultraderecha. El ideario de Haider es pobre. Maneja ideas sencillas
y viejas puestas al servicio de una estrella de western barato. Pero
la derecha liberal no alcanza a posicionarse conceptualmente como para
evitar que los electores caigan en manos de la extrema derecha. Todo
esto acentúa la necesidad de participar activamente de esta coyuntura.
Sobre todo porque la gente común puede sentir la reacción
internacional en contra del nuevo gobierno como un ataque a la nación.
Un taxista me decía: Yo no lo voté, pero tampoco
se puede reaccionar así. Van a aislarnos. Esa potenciación
del nacionalismo por un sentimiento de agresión del mundo entero
también es muy peligrosa. Es lo que siente el taxista, pero también
el dueño de una hostería que sufre cancelaciones de todas
sus reservas en plena temporada de ski.
LA
MAQUINA DEL TIEMPO
Por momentos tanto el tono como los contenidos de la charla con Hortensia
Völ- ckers producen una extraña ilusión. Parecería
que hemos retrocedido en el tiempo y que estamos en los primeros años
de la Revolución Rusa, tratando de articular la vanguardia política
con la vanguardia estética (y las voces de Trotsky, Eisenstein
o Sklovsky resuenan en nuestros oídos) o en la década
del 30 del siglo pasado (con Benjamin, Adorno, Gramsci o Thomas Mann)
evaluando tácticas de respuesta intelectual a la marea fascista.
Hay un mal europeo que retorna como una pesadilla en este nuevo milenio.
Es lo reprimido, lo que queda como una patología o un resto de
retorno siempre imprevisible. Es que, a diferencia de Alemania,
puntualiza Hortensia, Austria no ha revisado a conciencia su pasado
nazi. Contra eso, cobran nuevas fuerzas las ideas del arte asociado
con cierta responsabilidad y cierta moral. Una vez más, la ultraderecha
ha politizado el arte con un movimiento violento y la amenaza de aniquilación.
Puede ser que nos corten los subsidios. Pero eso sería
útil, porque desnudaría los mecanismos de censura que
se manejan actualmente. Al enunciado fascista de Haider El
futuro de Austria es el arte, Hortensia Völckers opone su
convicción de que El arte es el futuro de Austria.
La comunidad
del pueblo
En
este artículo publicado originalmente en el diario alemán
Die Zeit, el
periodista Thomas Assheuer analiza las políticas artísticas
y culturales
imaginadas por Jörg Haider para su nuevo Estado,
el primer paso en la búsqueda de la Tercera República.
Por
Thomas Assheuer
La mejor manera
para entender qué es lo que entiende el político
de derecha Jörg Haider por democracia es realizar un rodeo
a través del arte, pues no hay nada que encienda más
su ira popular que los intelectuales de izquierda, aquellos para
citar las palabras de sus repetidas intervenciones anarquistas
de la cultura, mafiosos de la cultura, parásitos
sociales que producen ideología política roja
en el lecho ocioso de opulentas subvenciones. Para
él los artistas e intelectuales son buenos para nada,
engreídos y vagos pseudointelectuales que ocupan casas
y reciben ayuda social. Y los amenaza con un futuro sin
respiro. Silben tranquilos. Cuando yo esté en el
poder, no les va a quedar más aire para silbar. Lo
que Haider no alcanza a decir por sí mismo lo dice su asesor
cultural, principal ideólogo y compañero de ruta,
Andreas Mölzer secretario del semanario de extrema
derecha Zur Zeit, que hasta ahora no ha hecho más que dar
que hablar con sus caricaturas antisemitas: El arte
se ha dejado prostituir por la política cultural socialista.
Estos ataques constituyen parte de un sistema. Es que Haider y
los encargados de diseñar sus programas están obsesionados
con la idea de que el arte moderno y el pensamiento liberal
occidental son dos caras de una misma moneda. Según
palabras de Mölzer, el arte del siglo que acaba de concluir
murió reducido a la nada abstracta. Del mismo modo, afirma
el ideólogo de Haider, el Estado occidental de organización
partidaria es insostenible frente a las leyes de la historia.
Ya en la primera frase del escrito programático de Haider
titulado La libertad a la que me refiero (1993) se señala
que: Las ideas y los sistemas sociales que surgieron a partir
de la Ilustración y signaron a Europa ya han sido superados,
han llegado a su fin o directamente han fracasado. Esto vale tanto
para el socialismo como para el pensamiento liberal.
La culpa de estos signos funestos que provienen del Estado de
su debilidad amorfa la tendría la emancipación
del arte. Del reino de lo bello emanan la peste de la autonomía
estética y el veneno del librepensamiento, para minar finalmente
los diques protectores de la moral y la autoridad del Estado.
Desde el punto de vista del FPö (Partido de la Libertad),
el arte moderno es un virus asesino en el cuerpo del poder y de
su economía. En la economía rigen el orden,
la disciplina, la eficiencia (...), mientras que en la esfera
cultural dominan la expresividad, la ausencia de lazos y la espontaneidad.
Por influjo de esos principios que regulan las prácticas
culturales, finalmente, la cultura corta totalmente con
los lazos religiosos y sociales de la sociedad burguesa
y se convierte en contracultura. La subversión
de lo bello es el destino de la política o, como se decía
en un slogan del FPö durante la campaña electoral:
El futuro de Austria es nuestro arte.
Sería un error creer que Haider quiere proteger al arte
de los políticos que lo usan con fines de propaganda gubernamental
o electoralista. En La libertad a la que me refiero, Haider habla
de una lucha cultural contra una modernidad que se
inició en Viena a fines del siglo XIX por accidente y que
ahora debe acabar allí lo antes posible. Sin una
lucha cultural en pos de la defensa de valores es imposible vencer
al fascismo cultural de iz-quierda, escribe, y de inmediato
queda claro por qué Mölzer celebra el ascenso político
de Haider como un gran avance de dimensiones dogmático-históricas
que abarca a Europa entera, es decir, como una victoria
en una etapa de la carrera contra el nihilismo moderno.
Haider no oculta que su Tercera República eliminará
la separación entre Estado y cultura y que sobre las ruinas
del pensamiento liberal pondrá en práctica un
política social total. Los principios del FPö,
escribió Haider hace años en la revista de extrema
derecha Aula, sólo pueden cobrar vida en el marco
de una política de la comunidad social del pueblo. Especial
importancia se debe conceder, en este sentido, a la adhesión
al credo de la comunidad del pueblo, que es expresión de
la unión orgánica y ética de los individuos
en el marco de diversas comunidades que van desde la familia hasta
la nación.
La comunidad del pueblo, homogénea y etnocultural, constituye
el eje total de la cuestión. Si se compara
la ideología de la comunidad cultural del pueblo de Mölzer
con la de la Tercera República de Haider resulta
difícil establecer diferencias, lo que demostraría
que ambos conceptos provienen de la misma pluma. No se habla de
Constitución, sino de la adhesión por parte del
Estado al credo de una homogénea comunidad cultural
y popular alemana; no se habla de derechos de los individuos,
sino del derecho de la comunidad del pueblo a defender su sustancia
étnica-cultural de las intrusiones liberales.
Por eso, la Tercera República no sabe de ciudadanos,
sino sólo de miembros del pueblo, a los que hay que brindar
protección contra los peligros de la transformación
del pueblo y de los negros de la selva. Quien
insista, pese a todo, en la diferencia entre demos y ethnos, entre
nación de ciudadanos y nación étnica, estará
procurando la ruina de Occidente. Si la política
dice Haider no se basa más en principios étnicos,
la humanidad ya no tendrá ningún futuro.
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El
Festival de Viena tendrá lugar entre el 12 de mayo y el 18 de
junio próximos. Sus directores son Luc Bondy, Klaus-Peter Kehr
y Hortensia Völckers. Además del concierto inaugural, el
programa incluye nuevas producciones de LIncoronazione de Poppea
y de Il Combattimento de Tancredi e Clorinda de Monteverdi, Macbeth,
de Verdi y Genoveva de Schumann. Ricardo Mutti dirigirá el Don
Giovanni de Mozart y Peter Sellars actualizará la Historia de
un soldado de Stravinsky haciendo que la acción transcurra en
Los Angeles y que su protagonista sea un nativo de El Salvador que retorna
de Kosovo. Entre el nutrido repertorio teatral se destacan la serie
de nuevas experiencias teatrales, donde se incluye una retrospectiva
completa de Federico León (Cachetazo de campo, Mil quinientos
metros sobre el nivel de Jack y Museo Miguel Angel Boezzio) y la pieza
de Marcelo Bertuccio Señora, esposa, niña, y joven desde
lejos. El programa de danza incluye la première mundial de Highway
101, un laboratorio-instalación de reflexión sobre la
danza y el cuerpo a cargo de la bailarina y coreógrafa norteamericana
Meg Stuart. El nombre de la megamuestra juega con las cuatro palabras
Alles, was, sein, kann, permutadas para obtener diferentes sentidos
(Todo lo que puede haber, Todo puede ser algo, Todo lo que puede pasar,
Todo puede ser algo), como una afirmación más de pluralismo
político.
Mil
quinientos metros sobre el nivel de Jack, de Federico León
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Cachetazo
de campo, de Federico León
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La lengua del
odio
Por
Beatriz Sarlo
Arte degenerado,
arte prostituido, arte que disuelve los lazos de comunidad. Haider
habla con la lengua del odio, que los nazis perfeccionaron hasta
lograr que la realidad de su política coincidiera con la
de sus fobias.
El veneno está hoy en la lengua de Haider y sus secuaces.
Mañana esa lengua podría convertirse en acto. Haider
da miedo porque su lengua envenenada tiene palabras que, en el
siglo XX, se convirtieron en un acto único de cercamiento
y muerte. Haider habla una lengua de guerra. Todos recordamos
que así comenzaron las cosas, precisamente en Austria,
donde caudillos nacionalistas anteriores a Hitler, que le sirvieron
de inspiración, perfeccionaron la lengua del odio racial.
En la lengua del odio, los argumentos son impactantes y sencillos.
Rápidamente, la lengua del odio señala dónde
están los enemigos: los inmigrantes, porque sus cuerpos
extraños se introducen en el cuerpo de la nación
que debería mantenerse incontaminado; los artistas, porque
sus obras extravagantes invierten la normalidad de los gustos
y las necesidades. Naturalmente, Haider no busca culpables sino
que los encuentra: están allí, como estuvieron los
judíos para los nazis. Un extranjero o un artista ocupa
siempre el lugar del reo. En la lengua de Haider ese lugar está
fijo antes de que pronuncie la primera palabra.
La lengua del odio es una lengua que no tiene frases interrogativas.
La duda, repetía un represor argentino, es un lujo para
intelectuales. En efecto, la duda es inadmisible en los discursos
compactos. Lisa, blindada y sin fisuras, la lengua del odio es
una no-lengua porque en ella el sentido siempre es único
y no admite variaciones sino repeticiones. La lengua del odio
es insistente: golpea sin desviarse.
No hay discusión en la lengua del odio porque tampoco ella
admite la interpretación: Haider dice lo que dice, sin
más. Por eso, su discurso explica, para muchos de sus seguidores,
sensaciones de inseguridad, de desasosiego, de incomodidad que
no tienen lengua. Cuando el capitalismo destruye efectivamente
comunidades y lazos solidarios, viene el caudillo nacional-popular
con una solución que salta por encima de los problemas.
La lengua del odio es sencilla porque fija lugares de una vez
para siempre: agredidos y agresores, víctimas y culpables
se distribuyen en una trama nítida. Todo en las sociedades
actuales se resiste a la nitidez, pero Haider dice que, por el
contrario, es muy fácil ver y hablar claro. Así,
encuentra sus culpables: los extranjeros y los artistas que, a
su modo, también son extranjeros.
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El sueño
de los héroes
por
Rubén Szuchmacher
Gran parte
del pueblo austríaco ha sentido y siente una fuerte atracción
(fatal) por figuras que los remiten a la época del nazismo.
Si para algunos es un orgullo que Mahler o Freud fueran austríacos,
para otros bastantes, lamentablemente, la figura de
Adolf Hitler puede ocupar legítimamente el parnaso patriótico
austríaco.
Por otra parte, a diferencia del esfuerzo realizado por el pueblo
alemán para explicar los horrores realizados durante la
Segunda Guerra Mundial, y en particular el Holocausto, los austríacos
se colocaron rápidamente en el lugar de víctimas,
sin hacerse jamás cargo de la activa participación
que también tuvieron en las políticas de exterminio.
Ya con Waldheim mostraron que la revisión del pasado no
es el fuerte de una comunidad que prefiere, en la intimidad, adorar
a sus héroes de la Segunda Guerra Mundial. Una comunidad
muy bien descripta por Thomas Bernhard en la obra Heldenplatz
(Plaza de héroes, precisamente), que nunca se llevó
muy bien con los judíos.
Haider es, entonces, la vuelta de aquello de lo que no se puede
hablar y que retorna inexorablemente. Tal vez no sea tan mala
la presencia de este político mediático nazi, tal
vez ayude definitivamente al pueblo austríaco a saldar
sus cuentas con su pasado y a asumir dolorosamente sus responsabilidades
históricas.
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