Santana está de vuelta
La
revolución mexicana
En
el Woodstock de 1969 su show fue uno de los más celebrados. Nutrido
de los yeites del blues y el jazz, de los fraseos de José Feliciano
y de los ritmos latinos, para 1970 el mexicano Carlos Santana era uno
de los músicos más calientes del rock. Pero sus incursiones
en el jazz lo convirtieron en un guitarrista de culto. Hasta que el
año pasado grabó Supernatural, un disco en el que pidieron
colaborar desde Eric Clapton hasta Lauryn Hill. Hace quince días,
ganó ocho Grammy, empatando el record de Michael Jackson con
Thriller y pasándole por encima a 5five, Backstreet Boys y Ricky
Martin.
Por
SERGIO MARCHI
Si fuera verdad el dicho que asegura que uno recoge lo que siembra,
eso bastaría para explicar la explosión actual de Carlos
Santana. Pocas veces en la historia de la música se ha encontrado
un artista tan talentoso, humilde y generoso con sus pares como este
guitarrista mexicano de 52 años. Pero se sabe que no todos los
dichos son estrictamente verdaderos, y que un importante cúmulo
de virtudes no alcanza para garantizar un éxito abrumador como
el de Santana en un mercado musical tan regulado por el marketing, las
fusiones, los dividendos y los medios de comunicación.
En todo caso, la contundente historia de Santana y su bondad intrínseca,
que ha puesto su poderosa guitarra siempre al servicio de causas nobles,
alcanza para explicar una porción de su actual suceso: el asentimiento
inmediato de sus colegas a colaborar con él. Eric Clapton lo
llamó un día de 1998 para preguntarle si todavía
lo tenía en cuenta para tocar en su próximo álbum.
No hay nadie que le gane a Carlos en gusto y emoción,
supo decir Clapton cuando le preguntaron su opinión acerca de
Santana. Lauryn Hill le hizo un ofrecimiento similar, recordando que
Santana puso sus seis cuerdas al servicio de To Zion, tema
de The Miseducation of Lauryn Hill. También se acercaron Wyclef
Jean, miembro de los Fugees junto a Lauryn Hill, y Rob Thomas, cantante
de Matchbox 20, banda exitosa de la era post-grunge. La voz había
corrido rápido: Carlos Santana estaba grabando un nuevo álbum
para recuperar sus acciones perdidas en la bolsa de valores del mercado
musical, y todos se desvivían por colaborar con el retorno del
guerrero. Pero hubo un chismoso que fue el arquitecto encargado de cohesionar
todas esas voluntades dispersas: Clive Davis, presidente de Arista Records
y uno de los hombres más poderosos de la industria musical. Fue
Davis quien le ofreció un contrato a Santana en 1969 para Columbia
Records, poco antes de que se presentara en Woodstock. Muchos recuerdan
el sueño de la nación hippie con medio millón de
personas convirtiendo un festival en un hito histórico, pero
son pocos los que se acuerdan que musicalmente el evento sólo
entró en calor cuando Santana y su banda, desafiando un terrible
aguacero la mezcalina consumida aquel día ayudó
a la audacia, dinamitaron su carga de rock afrolatino ante una
audiencia muy volada que de pronto se arremolinó alrededor del
escenario.
Santana llegó justo para ponerle ritmo a la fiesta del rock en
su mejor momento (Woodstock) y se fue cuando la misma fiesta se pudrió
en Altamont, el trágico festival donde un fan de los Stones fue
apuñalado por los Hells Angels y en el que Santana fue
el número inaugural.
La performance en Woodstock, sumada a la película sobre el festival,
hizo que el de Santana se transformara en uno de los grupos más
calientes del rock de los 70, y así arrancó su carrera
discográfica con espléndidos álbumes de salsa psicodélica.
Santana (1969), Abraxas (1970) y Santana III (1971) fue una trilogía
que agregó unos cuantos vocablos latinos al diccionario del rock
de la época, por aquel entonces en pleno desarrollo. La guitarra
de Santana siempre fue una voz más dentro de un numeroso combo
musical, generoso en vientos e instrumentos de percusión; una
voz de hablar pausado pero sentido, de pocas notas pero con mucho corazón,
que se había nutrido de los yeites del blues tradicional, pero
que también tomó nota de los fraseos de José Feliciano
y de los de Gabor Szabo, guitarrista húngaro cuya obra conoció
cuando se recuperaba de tuberculosis en un hospital durante 1968, y
al que sus amigos le acercaban drogas y discos por partes iguales.
Después de sus tres primeros discos, Santana buscó evolucionar
incorporando jazz y ritmos brasileños en su música, que
ganó en riqueza pero fue perdiendo conexión con el público
del rock. En 1973 se hizo devoto del gurú hindú Sri Chinmoy
y grabó junto a John McLaughlin Love, Devotion, Surrender. Por
aquellos años visitó Argentina tocando en el Luna Park,
el entonces Teatro Metro y el viejo Gasómetro, brindando conciertos
que los más memoriosos aún veneran. Pero la nueva complejidad
de su música, el misticismo exacerbado y cierta falta de inspiración
en sus discos posteriores relegaron a Santana de los primeros planos,
aunque sus shows en vivo siempre fueron un éxito de taquilla.
Exitos ocasionales como Europa (1976), Shes
not there (tema de The Zombies que grabó en 1977), y Hold
on (1982) mantuvieron la llama encendida, pero en posición
piloto. La verdadera hoguera se producía solamente en el escenario.
En 1989, Santana convocó a un ejército de músicos
para echarle una mano a John Lee Hooker y lo ayudó a producir
The Healer, disco con el que revivió su carrera. A Santana parecía
alcanzarle con sus esporádicos discos y conciertos para ver la
luz. Pero este hombre tan espiritual no había podido deshacerse
de ciertos traumas terrestres que confesó hace pocos días
en un reportaje. Allí contó que cuando vivía en
Tijuana, a los 10 años, poco antes de seguir a su familia y radicarse
en San Francisco, un hombre lo cargaba de ropas y juguetes a cambio
de alguna satisfacción sexual. Su esposa Deborah lo conminó
a exorcizar ese fantasma por medio de una terapia en 1995, lo que salvó
su matrimonio. Una vez que Santana recuperó cierto equilibrio
psíquico, Deborah insistió en que se comunicara nuevamente
con Clive Davis, su viejo patrón.
¿Qué es lo que Carlos Santana quiere hacer hoy?,
preguntó el hombre de negocios cuando tuvo al legendario guitarrista
sentado en su oficina. Quiero que las moléculas de mi música
se fusionen con la luz para llevar alegría y felicidad a la gente,
respondió solemne y serio Santana. Bueno, en ese caso,
¿por qué no volvemos a trabajar juntos?, lo apuró
Davis y firmaron contrato.
Clive Davis necesitaba revalidar títulos en una industria musical
salvajemente competitiva y apostó buena parte de sus fichas a
un artista clásico de capa caída como Santana, a quien
él se encargaría de levantar.
A todo esto, Santana sabía que la música de estos tiempos
es muy distinta a la de sus años gloriosos, y que si bien él
no podía cambiar un estilo tan reconocido y arraigado en el inconsciente
colectivo como el suyo, sí tendría que aggiornarse de
alguna manera. Su hija de ocho años lo introdujo a uno de los
nuevos grupos que estaba conquistando a la audiencia norteamericana:
la Dave Matthews Band. Con un simple llamado telefónico, Matthews
y Santana se pusieron en contacto y trabajaron en Love of my life,
uno de los primeros temas de Supernatural. Del resto se encargó
Clive Davis, quien planificó cada uno de los pasos estratégicos
para devolverle a Santana el lustre perdido. Pero Santana mismo corrió
algunos riesgos propios, como la convocatoria al grupo mexicano Maná,
que colaboró en la canción Corazón espinado.
O el dúo con Eric Clapton, The Calling, que cierra
el disco con una pieza instrumental de casi ocho minutos.
Supernatural se editó en junio de 1999 y Santana mismo lo definió
como una suerte de acupuntura musical. Clive Davis, excitadísimo,
aseguró que era un disco que iba a introducir a Santana a las
nuevas generaciones y que llegaría a vender millones, ya
que tiene 7 u 8 canciones que son un éxito asegurado. Esto
último todavía está por verse, ya que el tema que
hizo posible el milagro de las ocho millones de copias vendidas y los
ocho Grammy todavía eclipsa al resto.
Smooth fue el primer tema de la historia de Santana que
llegó al primer puesto del chart norteamericano, y lo hizo en
el momento justo: el panorama musical era y sigue siendo
una desolación dominada por grupos de párvulos como Backstreet
Boys, NSync y 5ive, distinguidos por repetir mediocres coreografías
y melodías recalentadas que datan de la época de Jackson
5. Al lado de esas canciones, Smooth es como un trago de
tequila en una fiesta de abstemios: destila gracia, sabor, garbo, ritmo
y penetra en la cabeza del desprevenido a través de la afilada
guitarra de Santana, que revolotea alrededor de la apasionada voz de
Rob Thomas, cantándole a su Mona Lisa del Harlem Español.
La resurrección total se consumó cuando tanto el tema
como el disco llegaron al primer puesto de singles y álbumes
simultáneamente.
En 32 años de sólida trayectoria, Carlos Santana jamás
alcanzó tamaño grado de reconocimiento y de éxito
comercial. Y, ya se sabe, a la hora de entregar los Grammy, los capitanes
de la industria premian a aquellos que más han hecho por engrosar
sus cuentas bancarias. Pero en esta entrega de premios quedó
flotando la extraña sensación de que los jurados, en su
mayoría prominentes hombres de negocios, no toleran de buena
gana el panorama actual de la música, tan epidérmico y
artificial, y que por eso todos se volcaron a favor de Santana a la
hora de emitir el voto. Lo que no deja de ser curioso. En un momento
en el que los ejecutivos han logrado el sueño dorado de abarrotar
el mercado con grupos fabricados por productores que siguen
a pie juntillas los preceptos del marketing, y que rinden jugosos dividendos,
ellos mismos parecen abjurar de la bestia que fabricaron. Ni Ricky Martin,
ni Luis Miguel, ni siquiera los locales Backstreet Boys consiguieron
premios. El boom infanto-juvenil sólo obtuvo cierto reconocimiento
con Christina Aguilera, una estadounidense hija de padre ecuatoriano,
que se llevó el premio a la Mejor artista nueva.
Esta situación derivó en una catarata de Grammy a los
pies de un guitarrista mexicano que empardó la hazaña
de Michael Jackson en 1983, cuando se alzó con la misma cantidad
de estatuillas gracias al disco más vendido de todos los tiempos,
Thriller. Y, aseguran las malas lenguas, Carlos Santana no lo superó
sólo porque tampoco era cuestión de dejar el record en
manos de un latino.
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