Los objetos de Carlos Gallardo en el Recoleta
Mapa
del corazón humano
Empezó
diseñando los celebrados afiches del Teatro San Martín
en los 80. Abandonó el diseño para dedicarse a la
pintura tiempo completo y vivir una vida nómade en países
como Canadá, México, Bélgica y Chile. De su paso
por esos lugares recolectó las piezas que alimentan sus obras
en Kronos, la muestra que se exhibe en estos días en el Recoleta
y ofrece la infrecuente oportunidad de contemplar cómo un artista
puede detener el tiempo.
Por
Ramón Castillo
La
forma simbólica que encontró Carlos Gallardo para llevar
consigo todos los lugares de su errancia ha sido recolectar objetos,
recortados del universo de otros objetos y de otros contextos, para
que hagan eco de un gesto, un uso, un tiempo y un espacio, precisamente
desde su parcialidad y fragmentariedad. En su muestra itinerante Kronos,
hoy en el Recoleta, está el sujeto biográfico, el objeto
biográfico y la memoria subjetiva sostenida a través de
breves señales o signos que esperan el despliegue de una mirada.
Desde 1994, Gallardo ha ido rescatando sea en Canadá, México,
Bélgica, Chile o Argentina máquinas abandonadas,
cartas personales, buzones, alambres, cajas y postales, secretas filiaciones
que se resisten a ser devoradas por el tiempo. Desde su taller de Montreal,
Gallardo actúa valientemente contra la manecilla del reloj: lo
tuerce, lo hunde, lo maquilla, lo desviste, lo rescata y lo empuja a
escena, provocando el vómito mítico de Saturno devorando
a sus hijos, apropiándose de lo efímero, recuperando las
horas, los rincones, las grietas y las heridas de cada viaje, para sobrevivir
al tiempo, para no dejar que la desaparición y los borrones actúen
impunemente sobre el mundo cotidiano. Dice Gallardo: Inicié
esta recolección urbana con las cartas, que recolecté
de numerosos cajones a lo largo de los años. Y continué
una nueva arqueología con las máquinas de escribir, que
ya desaparecen, como los desechos de relojes. Las máquinas son
de Montreal. Los almanaques, en cambio, los encontré en Amberes
en una librería de artistas donde los utilizaban como soportes
para hacer acuarelas. Me parecieron muy inquietantes, de tal modo que
los dejé a la espera dos años y medio, dando vueltas en
el taller.
En su espacio de trabajo en Montreal, Gallardo avanza entre los objetos
olfateando, recordando, dejando que ellos susurren espontáneamente.
Un ritual en el que no existe un programa previo para establecer jerarquías
ni órdenes. Mientras tanto, desde un silencio irritante, limpia
las piezas, agrupa los documentos, tuerce los alambres, estira los resortes
y une maquinarias de mundos diversos, para que se intervengan unos a
otros y, de pronto, se configure una serie y se suspenda el deterioro
de esos objetos. Del mismo modo, Gallardo ha convertido a las cartas
personales (y las facilitadas por algunos amigos, sintiendo que tendrían
mejor destino en manos del artista) en textos universales.
La exposición se inicia con una parte del trabajo Memoria (de
1994), donde innumerables nombres se despliegan sobre la totalidad de
los dos muros que se reflejan sobre un espejo de agua: el azul nocturno
apenas interrumpido por las letras blancas. Le sigue Desde lejos (de
1996), donde tres cajas de madera rústica dejan en el centro
un conjunto de postales y mapas atravesados por dos largos tornillos
y tres cajas de acrílico contienen espacios llenados con sobres
y postales. La ideología convertida en dogma, priorizando los
deseos materiales, se puede ver en las listas de Compro luego existo.
Contrapuestos a la Memoria están los 12 Kronos (de 1999), livianos,
de pequeño formato y muy blancos. En Destiempos (de 1994), al
final de la muestra, las agendas de quince años del artista han
sido archivadas, atornilladas y consolidadas para que no ocurra ningún
retorno, indicando el sentido inverso de las agujas del reloj, regresando
sobre los cajones, los cofres, las cerraduras, los armarios, las señales
del cuerpo social e individual y el doble fondo desordenado de la memoria
trashumante.
¿Qué relato colectivo narra Kronos?
La exposición es una única obra, un transcurso que
pasa por distintos niveles de reflexión, quizá personal,
quizá privada, orientado hacia las preguntas de los demás.
Yo creo que, en el arte, los caminos son tan privados que tal vez el
único dogma que puedo aceptar es el de no ser dogmático.
Y ahí me callo la boca. El efecto de las obras se completa en
el instante en que aparece el espectador. Los artistas vamos armando
algo con nuestras obras, como si fueran una carta lanzada al mar dentro
de una botella. En ese sentido, un museo es como un océano: no
sabemos lo que va a ocurrir con el espectador.
Kronos
(3.2), 1999
|
On
& Off (Qué-cómo), 1998.
|
¿Hay
ecos o resonancias de obras de otros artistas?
Siento más ecos de la obra de alguien como Günter
Grass. Las resonancias que puedo encontrar de diferentes obras plásticas
tienen que ver con criterios estéticos y, para mí, lo
estético es la excusa de su contenido. Lo que me puede subyugar
de un artista es cómo piensa, si tiene la capacidad de volcarse
en la materia de manera sustanciosa. La estética no tiene razón
de ser sin conflicto. Por eso no continué como diseñador
gráfico: tuve mucha caricia social, pero luego de ganar la Bienal
de Buenos Aires, en menos de una semana llamé a mis amigos y
les entregué mis clientes. No quería engordar en este
oficio.
¿Cómo fue su llegada al mundo de las galerías
de arte?
Extremadamente cautelosa. Me importaba que la obra fuera intocable.
Que tuviera como única presión la generada por mis conflictos.
Eso es libertad cien por ciento, y no quiero que sea de otra manera.
Por suerte, esta situación se armonizó con mi trabajo
de escenógrafo, aunque yo me siento más un instalador.
¿Cuáles son las afinidades y los conflictos entre la
escenografía teatral y en el espacio del museo?
Viniendo de la comunicación visual, tuve durante años
el prejuicio de no hacer una obra gráfica porque había
sido diseñador. De la misma forma, se estuvieron peleando durante
un tiempo el escenógrafo y el pintor en mí, porque tanto
el diseño como la escenografía son interpretaciones de
otras ideas, de otros conflictos, mientras que la tarea plástica
tiene su razón de ser en la existencia de un conflicto propio
que la sustenta. Hoy, esos conflictos no existen para mí, porque
los límites se diluyeron y mis conocimientos se aúnan
hacia un objetivo. A veces una escenografía es más gráfica,
otras más plástica, otras más arquitectónica,
pero siempre en función de un objetivo. Sería poco inteligente
renegar de los conocimientos que uno tiene, pero a la hora de las definiciones,
me veo como un artista plástico que instala en escena, no como
escenógrafo.
Como artista de los 80, ¿en qué medida reconoce
una filiación o una deuda plástica con una escena específica
del arte argentino?
No puedo hablar de deuda plástica, porque antes que nada
la deuda fue conmigo mismo. Insisto: para ser artista, primero se debe
ser honesto. Aparecer es sólo una coyuntura, un accidente. Antes
de verme como un artista de los 80 he tenido que recorrer otras
inquietudes, otras deudas; recién después de renunciar
al halago por mis diseños comencé a intentar ver mis propias
preguntas e interrogantes. Fue como un ultimátum: o pinto o me
seco. Es por eso que vivo con valijas y bocetos a cuestas desde hace
más de quince años.
Kronos
(5.2), 1999.
|
On &
Off (Qué-quién), 1998.
|
¿Qué
ha cambiado en su obra, a nivel formal y conceptual, desde entonces?
Como soy esencialmente archivista, mi obra se ha convertido en
una especie de basurero que recoge por el mundo todo vestigio de memoria
que le puede ser útil para desarrollar una idea. Formalmente
me salí de la pintura propiamente dicha debido a la necesidad
de integrar en el hecho plástico elementos que van más
allá de ella misma: los restos mecánicos de Kronos, las
cartas, los sobres, los buzones. No es que considere que la pintura
no es válida, sino que mis ritos me van llevando a desestructurarla,
a producir tridimensionales. Quizá lo que estoy buscando es la
reafirmación de lo ambiguo.
¿Qué es lo que une a Chile y Argentina en la muestra?
Parafraseando a Borges, el amor y el espanto. No nos olvidemos
que hemos sido y somos víctimas de las mismas injusticias, de
los mismos dogmas: primero religiosos, ahora económicos. Hoy
vivimos prisioneros de recetas economicistas que están muy lejos
de preservar la utopía de la que habla Grass. Lo que quiero comunicar
con este repaso de los materiales es buscar el origen de una extraña
arqueología y manualidad que, si desaparece, si no hay más
borrones de tinta, desaparecerá el sujeto. Espor eso que el montaje
de la exposición también tiene un destiempo, una fragmentación
provocada por la iluminación, de tal modo que las obras aparezcan
despojadas del mapa mental, acentuando las distancias entre una y otra.
Un claroscuro progresivo e íntimo.
Kronos
podrá visitarse desde el jueves
16 de marzo de martes a domingos, de 14 a 21,
en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.
arriba