Ser
o
no ser (otro)
Primero
fue David Fincher con Pecados capitales. La semana que viene David O.
Russell estrena Tres reyes. Pero el jueves pasado Spike Jonze, gurú
de los videoclips y abanderado de la generación MTV,
estrenó ¿Quieres ser John Malkovich?, probablemente la
mejor película de la nueva avanzada del cine norteamericano.
A una semana de saber cuántas de las tres nominaciones al Oscar
van a ganar (Mejor director, Mejor guión original y Mejor actriz
de reparto), sepa quiénes son Spike Jonze, Charlie Kaufman y
Catherine Keener. Y lea lo que John Malkovich tiene que decir sobre
ser él mismo.
POR
DOLORES GRAÑA
¿Alguna vez quisiste ser otra persona?. La pregunta
del afiche de Being John Malkovich es retórica. La verdadera
pregunta, en realidad, es por qué. Es por eso que el teorema
de Warhol nunca terminó de acertar del todo: porque, dentro de
la seguridad de que todo es cuestión de tiempo, están
las razones por las que a uno finalmente le toca ese supuesto instante
de fama. Estas dos cuestiones ser otro, ser famoso
son en realidad la misma, porque la única manera de conseguir
el éxito es convertirse en otra persona. Uno nunca va a ser famoso:
ésas son cosas que les pasan a otros. La pregunta es qué
pasaría si se concedieran ambos deseos: ser otra persona que
es, a la vez, una persona famosa como John Malkovich.
Pero Being John Malkovich (¿Quieres ser John Malkovich? en castellano,
lo que parece indicar la posibilidad de otras respuestas además
de la obvia afirmativa) no prueba sólo ese punto, sino que además,
comprueba su contrario: la fama no es lo que dicen. La fama es precisamente
lo que dicen los famosos: eso de que la fama no existe. Que es generalmente
inmerecida. Solitaria. Inútil. Y relativa. Así que más
vale que haya una muy buena razón para querer ser otra persona.
Y esa razón, la mayoría de las veces, es precisamente
otra persona. Tal el centro de esta película: Being John Malcovich
plantea qué hilos hay que mover para convertir a una persona
en un títere. La cosa, en realidad, es un poco más complicada
y más perfecta: porque ese títere es manejado por otro
títere que se hace famoso manejando títeres. Being John
Malcovich es una película que se retuerce una y otra vez sobre
sí misma para liberarse de cualquier atadura con la realidad.
Una historia que no cede en ningún momento a las reglas de otra
lógica que la propia, ni siquiera ante las de las convenciones
narrativas del cine, que indican que una película como ésta
debería ser contada de otra manera: como una fantasía,
del estilo del evangelio Sillicon Valley de The Matrix o del onirismo
pulp de Tiempos violentos. Que esta película elija ignorar tal
presupuesto es la razón por la cual uno termina dudando de que
sea una fantasía.
Pero claro, lo más interesante es que Being John Malkovich tiene
una relación un tanto oblicua con la realidad. Y, por esa razón,
lo mejor es seguir la línea punteada que describe el título,
sin salirse de su propio universo: el paso del anonimato a la celebridad
y, de allí, al oscuro anonimato de nuevo, sabiendo exactamente
lo que se pierde en la caída. Tal es el circuito realizado por
Craig (John Cusack), que comienza la historia como titiritero de vanguardia
cuyas representaciones callejeras de Eloísa y Abelardo terminan
en daños corporales provocados por la convincente lujuria que
transmiten los muñecos a niños inocentes. La mujer de
Craig, Lotte (Cameron Diaz) amontona iguanas, cotorras, perros y un
chimpancé, tratando de controlar los ataques de frustración
de su marido con sutiles manipulaciones tendientes a convencerlo de
llevar una vida normal. Craig se da finalmente por vencido,
abandona su vocación y consigue un trabajo como archivista en
LesterCorp, una empresa lo suficientemente enigmática como para
tener sus oficinas en el piso siete y medio de un rascacielos neoyorquino.
Es en este laberinto donde conoce a una compañera de trabajo,
la sarcástica y manipuladora Maxine (Catherine Keener). Una y
otra vez Craig trata de conquistarla y una y otra vez recibe la misma
cara de desdén. Hasta que un día descubre un misterioso
pasadizo (en realidad, más parecido a un cordón umbilical
diseñado por Lewis Carroll) que comienza con una pequeña
puerta en un archivo y termina en ¿la mente?, ¿el espíritu?,
¿el cuerpo?, ¿todo lo anterior? de John Malkovich. Es
entonces que el obsesionado cerebro de Craig encuentra la luz: la forma
de deslumbrar a Maxine con su condición de pionero de la transmigración,
y resolver de una vez por todas el evidente desagrado que le provocan
a Maxine cada uno de sus avances. Si no puede conquistarla por él
mismo, ni por sus títeres, la conquistará siendo otro.
Pero claro, Craig sigue siendo él mismo aunque esté dentro
de John Malkovich y por eso las cosas se complicarán mucho, cuando
consiga todo lo que quiere.
Las cosas se empiezan a complicar cuando Craig le muestra el portal
a Lotte, quien sale transfigurada por la experiencia: porque descubre
que, en realidad, ella es un hombre en el fondo de su ser. Un hombre
que también se enamora de Maxine, por supuesto a través
de los ojos y el cuerpo de John Malkovich (interpretado en la película
por John Malkovich). Y la vida de Malkovich es otro de los espléndidos
anticlímaxes que muestra esta película: una sucesión
de duchas, memorización de textos presuntosos, compras por teléfono,
cepillado de dientes y demás pormenores sanitarios y solitarios
entre los cuales los encuentros cuasiprostibularios con Maxine son sin
duda el punto más alto.
Cuando Craig se pone de rodillas ante Maxine y le confiesa que está
abrumado por la cantidad de preguntas filosóficas
que derivan de su descubrimiento, la respuesta de Maxine es simplemente
un movimiento del pulgar hacia la ventana. Ese momento describe a la
perfección el desparejo triángulo amoroso que es el centro
de Being John Malkovich. Maxine observa con una mueca divertida hasta
dónde llegarán sus criaturitas (Craig, Lotte, Malkovich),
dispuestos a hacer cualquier cosa por cobrar vida ante los ojos de quien
está allá arriba, manejándolos. En un principio,
las intenciones de Maxine se reducen únicamente a salir con Malkovich
para ver quién está adentro, y cobrar doscientos dólares
por viaje de más o menos quince minutos a quien esté
dispuesto a sumergirse en el cuerpo del pobre Malcovich. Después,
claro, Maxine va a tener que elegir, soltar los hilos y dejar que todo
se desarme.
No es sólo jugar con muñecas, Maxine, dice
Craig en un momento de la película, desde dentro de Malkovich,
al que ha aprendido a controlar a voluntad merced a su oficio de titiritero.
Tenés razón, querido, es algo infinitamente superior:
es jugar con gente. Ninguno de los personajes de la película
es simpático, agradable o moralmente redimible, más que
en su desesperada búsqueda de aceptación, y sin embargo,
eso es todo lo que se necesita para convertirlos en perfectos habitantes
del mundo en el que viven. Hasta John Malkovich sabe que no vale más
que como portal para que sus huéspedes descubran
quiénes son realmente (detalle: nadie parece recordar en qué
película estuvo ni por qué es famoso, lo que se resuelve
con un delirante documental sobre su vida hacia el final de la película).
Y hay que decir que John Malkovich hace maravillas cuando no puede ser
del todo John Malkovich porque hay alguien más dentro de su cabeza.
La película de Spike Jonze (un debutante en el largometraje responsable
de al menos tres obras maestras del videoclip: Sabotage de los Beastie
Boys, Its oh so quiet! de Björk y Praise You de Fatboy Slim)
logra ser extremadamente oscura en sus resultados porque es terriblemente
transparente en sus propósitos. La historia comenzó
con un hombre enamorado de una mujer que no es su esposa, respondió
el guionista Charlie Kaufman a la eterna pregunta: ¿De
qué trata la película?. El grado de understatement
que manejan sus creadores sirve para no dejar un centímetro abierto
a las pretensiones alegórico-significativo-metafóricas
que podrían desprenderse de sus golpes al warholismo, a la función
del arte y del egoísmo justificado a través de la realización
personal. Ésa precisamente es la idea: no dejar entrar ni una
sola cuestión de este mundo en ese mundo que crea laboriosamente
para luego hacerlo explotar, dejándonos flotando a la deriva
en el espacio, para que descubramos la diferencia entre lo real
y lo verdadero. Entre la vida y el arte. Entre ser y parecer.
Entre el genio y la fama. Entre todas esas cuestiones las únicas,
las de siempre que el cine quizá no sea capaz de zanjar,
pero que siempre debería acometer. Porque cuando lo hace y pega
muy cerca del blanco, como en esta película, lo primero que se
piensa es cómo lo hizo. Una de las muchas virtudes de Being John
Malcovich es la capacidad de hacer reír tanto siendo una de las
historias más sombrías, obsesivas y sensibles que se han
visto en mucho tiempo. Quizás eso se deba al aire que deja para
respirar, ya que la película sostiene que la única moraleja
posible es negar cualquier moraleja. Y por eso la escena final es una
epifanía, pero a la inversa. Descubre un mundo infinito de eternas
repeticiones sin sentido. Y nos descubre que hay algo que queremos más
que ser otro. Y eso es cortar los hilos.
Mi
vida es
mi vida
Por
JOHN MALKOVICH
Cuando
me llegaron rumores de que había un proyecto de película
con mi nombre y apellido en el título, no le di mucha importancia:
mi nombre ya había aparecido en algunas novelas, esas cosas pasan.
Lo primero que pensé fue: Es un chiste fácil. No
va a funcionar, seguramente. Hasta que me llegó el guión,
y vi que estaba escrito como los dioses. No podía dejar de leer
y de interesarme más y más por la historia de todos esos
personajes, hasta empecé a ver al personaje llamado John Malkovich
como uno más. No estaba particularmente sorprendido de que me
eligieran como envase, ni lo pensé en términos personales,
en términos icónicos. Pudieron poner William Hurt, o Gary
Oldman, o quién sabe cuántos nombres más. Lo único
que me perturbó un poco es que el guión había acertado
con algunas cuestiones raras: yo viví en el 7 y medio de la calle
75 Oeste en Nueva York, que en la película es la dirección
de Lestercorp. Eso realmente me asustó cuando lo leí.
Y también como tostadas, compro ropa de catálogos por
correspondencia, incluso hojeo de tanto en tanto el Wall Street Journal.
Pero cuando terminé de leer el guión, pensé que
nadie que haya vivido o trabajado por un minuto en Hollywood podía
pensar que esta película llegaría a filmarse. Toda esa
creatividad e innovación parecía condenada al tacho de
basura de algún ejecutivo. Incluso en el improbable caso de que
lograran filmarla, yo podía llamar a mis abogados y obligarlos
a sacar mi nombre de la película. Por eso decidí hacerla:
porque es buena, porque es atrevida y, principalmente, porque nadie
pensaba que yo iba a aceptar. Las únicas preguntas pertinentes
eran: ¿Cuántas buenas películas salen de
Hollywood?. Y: ¿Quién sabe más de John
Malkovich que vos?. Eso fue todo lo que me dijeron Spike Jonze
y Charlie Kaufman. Eso bastó.
Debo aclarar que mi personaje no tiene demasiado que ver conmigo pero,
por otra parte, yo tampoco tengo mucho que ver con John Malkovich. Y
mucha gente piensa lo mismo: me he pasado la vida aclarando que no soy
yo el de Amadeus ni el de Atrapado sin salida. De hecho, muchas veces
siento que estoy jugando a ser John Malkovich un par de días
a la semana. Es un papel que parece que me sale bastante bien. Aunque
Spike Jonze me perseguía todo el tiempo: ¡John Malkovich
no haría eso!. En esos momentos, John Cusack prendía
un cigarrillo y se sentaba a escuchar con suma atención. Era
bastante difícil contradecir a Jonze, así que yo bajaba
la cabeza y le preguntaba: ¿Cómo te parece que lo
haría él?. Charlie Kaufman dice que sacó
el personaje después de ver la mayoría de las obras en
las que actué, y de tolerar todas mis películas. No sé
de dónde sacó que soy amigo de Charlie Sheen (aunque no
estaría nada mal serlo). Yo sólo digo que no tuve nada
que ver con el John Malkovich que muestra la película: yo no
lo escribí; sólo lo interpreté. En definitiva,
lo único que me interesa es poder bailar, y no es algo que pueda
hacer muy seguido en el celuloide. Eso es todo lo que tengo para decir
sobre qué se siente al ser John Malkovich.
El
idioma de los chimpancés
Charlie
Kaufman escribió su primer guión, el de Being John Malkovich,
hace cinco años. Desde ese momento, comenzó un largo peregrinaje
por todos los estudios de Hollywood, sin lograr convencer a nadie de
que se arriesgara a poner el dinero necesario. Se sabe que hace falta
bastante más que buenos gags para sostener una película.
Y muchos guionistas de sitcoms fracasaron a la hora del salto a la pantalla
grande, de Larry David, el creador de Seinfeld que se arriesgó
con Sour Grapes, para abajo. Nadie quería arriesgarse con un
neófito. Hasta que Michael Stipe se decidió a hacerlo.
Kaufman dice que no sabe por qué lo hizo, ni por qué la
gente se ríe tanto de algo tan serio como su guión. No
creo que mis personajes sean graciosos. Yo me los tomo muy en serio,
no importa cuán delirante sea la situación en que se encuentran.
Sus problemas son reales y trágicos. Por eso coincidimos con
Jonze en hacer una película que tiene una visión naturalista:
para evitar que todo se volviera adorable.
Cinco años después, el guionista consiguió una
nominación al Oscar por su primer intento y ya tiene tres películas
escritas en proceso de producción. Bastante bien para alguien
que no tenía trabajo y decidió escribir una película
para matar el tiempo. Ned y Stacy, su último trabajo conocido,
era una sitcom chirriante sobre un matrimonio por conveniencia, que
ya contenía su profundo desagrado por el sentimentalismo y las
moralejas, así como la tendencia a dejar abiertas
pequeñas intrigas-gags que nunca se resuelven. Entre las decenas
que pueden encontrarse en la película, se encuentra la verdadera
razón de los problemas psicológicos del chimpancé
Elijah, una de las mascotas de Lotte (Cameron Diaz): un trauma de infancia
filmado como si se tratase de un enfrentamiento en Vietnam. Pero Kaufman
tiene más dudas que respuestas para este pequeño agujero
negro: ¿El chimpacé Elijah es un héroe? Parece
que sí, porque ayuda a Lotte, pero quién sabe qué
pasa realmente dentro de su cabeza. En el flashback a la selva, sus
padres lo llaman Elijah. Y Lotte también lo llama
Elijah. ¿Cómo sabe Lotte que ese es el nombre
que le pusieron sus padres chimpancés en el idioma de los chimpancés?.
Kaufman, como
Cusack en la película, es un devoto de este tipo de disquisiciones,
pero su verdadera intriga era si John Malkovich aceptaría hacer
de él mismo: Tuvimos que empezar a barajar alternativas.
Y ninguna de ellas tenía un apellido tan gracioso. Debo reconocer
que John demostró tener gran valor, porque la vida del personaje
es deprimente. Uno de los clientes de J.M. Inc. (la empresa que organiza
los viajes a la cabeza de Malkovich) dice en la película que
Malkovich es su segunda opción. Me encanta que nunca sepamos
cuál era la primera.
Kaufman dice que no sabe por qué Malkovich aceptó hacer
la película, y que si lo supiera, sería el último
en contarlo porque arruinaría todo. No tengo respuestas
para nada, y realmente no me gustan las películas que las promueven.
Lo único que me interesa es crear situaciones que dejen a la
gente pensando, en lugar de ofrecerles un pensamiento prefabricado.
Odio las películas que terminan diciendo que hay que quererse
más. Es un insulto. Mis personajes no aprenden a querer a nadie,
y mucho menos a sí mismos. ¿Por qué habrían
de hacerlo? Ninguno de ellos es aceptado por lo que es. ¿Por
qué? Kaufman no se los va a decir. Él no sabe nada de
todo eso.
Mujer
morocha busca
La
carrera de Catherine Keener es bastante prototípica en Hollywood:
una gran actriz a la que nadie conoce. En realidad, los únicos
que no parecen tenerla en cuenta son los responsables del cine más
mainstream, porque hace rato que Keener (Miami, 1960) es la reina tácita
del cine independiente norteamericano que llega hasta aquí de
un modo como mínimo errático. Pero hay una fórmula
segura para rastrear a uno de los secretos mejor guardados de los últimos
tiempos: seguir sus películas, en las que Keener siempre se las
arregla para dejar una impresión indeleble con menos escenas
de las que se merece. Primera parada: su antológica versión
de una starlet desesperada en esa pequeña joya de Tom DiCillo
sobre cómo se hace una película independiente, Viviendo
en el olvido (1995). De hecho, actuó en el debut de DiCillo,
Johnny Suede (1991), interpretando a la novia de un Brad Pitt que todavía
quería ser un estrellita pop como Ricky Nelson, mientras Keener
ya lo miraba con esa cara marca registrada de todas sus performances.
La de alguien que sabe mucho, mucho más de lo que alguna vez
va a confesar. Para más pruebas, ver la última de DiCillo,
Una rubia de verdad (1998). Keener es, por supuesto, morocha.
A mí me enseñaron que las morochas siempre son malas
y sarcásticas, y nunca, pero nunca, consiguen al chico. No me
quedó otra que volverme Barbara Stanwyck, decía
Keener que, aunque estaba de rubia, seguía siendo mala y sarcástica
y se quedaba sin el chico y a nadie le importaba. Próximo paso:
dejar al chico y conseguir a la chica en Tus amigos y vecinos (1998),
de Neil LaBute. En esa fábula paternalista que tenía como
único sentido dar la razón a eso de que las mujeres siempre
son mejores que cualquier hombre, Keener atravesaba la película
con la precisión de un cortador de diamantes. Ese mismo año,
Keener interpretó otro de sus pequeños personajes en otra
de sus grandes películas: la asistente de mago y primera mujer
de George Clooney en Un romance peligroso, uno de los pocos papeles
adorables de su carrera y otro diamante en la corona de Steven Soderbergh.
No se puede decir lo mismo de 8 milímetros (1999), en la que
daba vueltas sin papel para hacer ni chico al que destrozar, porque
Nicolas Cage estaba demasiado ocupado en demostrar cuánto es
posible sobreactuar en una sola película.
Hay quienes podrían pensar que en el mundo obvio de Hollywood
los dos papeles femeninos de Being John Malkovich habrían sido
repartidos a la inversa: Cameron Diaz de mujer fatal y Catherine Keener
perdiendo al chico (de hecho, Cameron Diaz hizo una buena versión
de Keener en Vidas sin reglas). Pero, por suerte, Jonze y Kaufman no
tienen la menor idea de cómo son las cosas en la vida real, pero
sí cómo deberían serlo en un mundo ideal. Un mundo
en el que Keener es una estrella y los papeles-Keener se los dan a Catherine
Keener. Así, contemplar a su Maxine Lund riéndose a carcajadas
mientras Lotte y Craig le declaran a dúo su amor, es la prueba
innecesaria de que Barbara Stanwyck estaba equivocada: las morochas
malas y sarcásticas siempre consiguen al chico. Si quieren.
Ojos
de videotape
Desde
que Spike Jonze dirigió Sabotage para los Beastie Boys, en 1994,
todos los años alguno de sus videoclips está nominado
para los premios MTV. Entre ellos, varios homenajes-chatarra
(como le gusta definirlos) bastante disímiles: a Los paraguas
de Cherburgo de Jacques Demy en Its Oh So Quiet de Björk,
a la serie televisiva Los días felices en Buddy Holly
de Weezer y a Fama, en Praise You de Fatboy Slim. De hecho, si se mira
bien la cara de quien dirige la agrupación amateur de bailarines
en la puerta de un cine es posible hacerse una idea de cómo es
la cara de Spike Jonze. Porque de hecho es Spike Jonze. Pero Spike Jonze
no se llama Spike Jonze, sino Adam Spiegel, tiene treinta años
y está casado con Sofia Coppola (que acaba de estrenar la adaptación
cinematográfica de la novela Las vírgenes suicidas de
Jeffrey Eugenides). Eso es todo lo que se sabe de él, si se descuenta
el rumor que lo señala como el heredero de la fortunade la empresa
de compras por catálogo Spiegel. No da entrevistas. Las pocas
declaraciones que existen parecen contradecir su capacidad de comunicarse
en algún idioma inteligible y, en caso de dudas, pide que le
pregunten a otro. Ese otro es por lo general Charlie Kaufman, con quien
comparte el horror extremo de hablar sobre su vida privada. Pero, claro,
por lo menos se sabe qué cara tiene Spike Jonze, cosa que no
puede decirse de Kaufman.
La
cara de Spike Jonze es la cara de Conrad Vig, el irremisiblemente estúpido
y querible soldado-perrito faldero de Mark Wahlberg en Tres reyes, el
magnífico film de David O. Russell que se estrena la semana próxima.
El director escribió el papel específicamente para Jonze,
porque sabía que de chico le gustaba hacer piruetas.
Spike Jonze hacía piruetas en los circuitos semiprofesionales
del skate y las bicicletas hasta que se dio cuenta de que le gustaba
más filmar las piruetas que hacían otros. De ahí
salió un documental sobre el equipo Blind que se llamó
Las nueve vidas de Paco (así, en castellano), que ya contaba
con patadas de kung-fu y una cámara que se movía más
que sus protagonistas. Luego de verlo, una empresa constructora de California
(bastante poco almidonada, evidentemente) le encargó una serie
de institucionales que le abrieron las puertas del cine publicitario.
Un año después, ganó la Palma de Oro de Cannes
con un corto para una multinacional que fabrica gaseosas. Durante esos
años, dirigió Dirt, una revista para jóvenes, trabajó
como fotógrafo profesional (algunas de sus fotos de rodaje ilustran
estas páginas) y presentó un cortometraje por año
en el Festival de Sundance: Pig (Cerdo, 1996), How They Get There (Cómo
llegan ahí, 1997) y Amarillo By Morning (Amarillo por la mañana,
1998).
El de Jonze (ya nominado al Oscar al Mejor director) es el debut más
esperado de la que se conoce como la generación MTV,
obligada por mandato mediático a salvar el cine norteamericano
de la trampa sin salida en la que se encuentra. El primero fue David
Fincher, con Pecados capitales, también producida por Michael
Stipe. En el caso del oscurísimo primer largometraje del talentoso
Alexander Payne, La elección (nominado al Oscar por Mejor guión
adaptado), la propia MTV se hizo cargo de la producción con brillantes
resultados. Ahora, Stipe está auspiciando la ópera prima
de otro nuevo camarada, Michael Gondry (el director de esos videos de
Björk con ositos asesinos, polillas gigantes y camiones orgánicos).
Adivinen quién escribe y quién produce. Ajá, del
hombre sin rostro para el hombre con nombre falso. Más vale estar
atentos, porque por ahora la película se llama, simplemente,
La naturaleza humana.
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