El triángulo amoroso que enfrentó
a Freud con Karl Kraus y el misterioso Fritz Wittels
El
escándalo de la
mujer niña
Las
memorias de Fritz Wittels (un médico vienés que consideraba
a Sigmund Freud su padre analítico y a Karl Kraus su padre artístico)
develan un fascinante episodio de la Viena de principios de siglo: el
triángulo amoroso entre Wittels, Kraus y una joven de 17 años
llamada Irma, en el que participan el dramaturgo Frank Wedekind, el
hijo de Wagner y hasta un oscuro periodista austríaco de nombre
Billy Wilder, que luego emigraría a Hollywood y filmaría
su propia versión de la historia, con el título Irma la
Dulce.
Por
Germán García
Se ha dicho que hablar de mujer niña es un pleonasmo, puesto
que en cada mujer se busca una niña: esa eterna menor que consagra
el Código Napoleónico. Pero si en la mujer se busca una
niña, ¿qué se busca en esta última? Sigmund
Freud logró saberlo, reflexionando sobre los avatares de un triángulo
amoroso cuyo escenario fueron los cafés de Viena mucho antes
de que la ciudad fuera transfigurada por el ascenso del nazismo. Los
protagonistas de ese triángulo fueron Fritz Wittels (el médico
vienés que en 1905 entró en contacto con el círculo
de Sigmund Freud y con la revista Die Fackel), Karl Kraus (el célebre
escritor satírico y editor de la mencionada revista) y una joven
de diecisiete años llamada Irma Karczewska, inventada
como actriz por Kraus para suplir la muerte de Annie Kalmar, la actriz
alemana que había sido su primer amor. El triángulo entre
Wittels, Kraus y la Karczewska es uno de los ejes del libro Freud y
la mujer niña (publicado en inglés en 1995 y traducido
al español por Seix Barral), las memorias de Wittels, editadas
y prologadas por el catedrático británico Edward Timms.
¿Por
qué ignoramos
a Fritz Wittels?
Cuando en marzo de 1932 la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York
aceptó el reconocimiento otorgado por la asociación homóloga
de Viena a Wittels (poco después éste ingresaría
en las sociedades Psicoanalítica y Psiquiátrica de Estados
Unidos), el médico austríaco ya cargaba con un azaroso
itinerario en sus espaldas, que lo había llevado hasta el Nuevo
Mundo a instalarse con su familia. Si bien Wittels llegaba a América
con una biografía de Freud bajo el brazo (escrita en 1924), se
había separado mucho antes del círculo del fundador del
psicoanálisis y, una década más tarde, en 1920
(después de haber revistado como médico en diversos frentes
de la Primera Guerra), había entrado en el análisis con
Wilhelm Stekel, a quien Freud llamó cerdo en más
de un idioma (es más: Freud se refería a Stekel y Adler
como Max y Moritz, los dos niños crueles del famoso cuento humorístico
de Wilhelm Busch). Para entonces, Freud también había
roto con Karl Kraus, un adversario temible, después de algunos
años de relaciones distantes, pero amistosas. Hasta el año
10, Wittels, que suponía que la palabra ambivalencia
justificaba sus vacilaciones, escribía en la revista de Kraus
a la vez que presentaba a Freud y los suyos un diagnóstico de
las motivaciones neuróticas de su director.
Freud le escribe a Ferenczi lo que supone el secreto de Kraus: Es
un loco mediocre con un gran talento histriónico. Un juicio
imprudente. Lo cierto es que, para 1910, Wittels se proponía
publicar una novela para elogiar a Irma, la mujer niña,
y responder a los ataques aforísticos de Kraus contra el psicoanálisis
y contra su persona. Ya se había roto la amistad entre ambos
y Kraus, que alguna vez le había dicho que era el mejor escritor
en lengua alemana, explicaba ahora que Wittels parecía bueno
porque lo plagiaba.
La publicación de Ezequiel el forastero, la novela de Wittels,
trató de ser evitada por Freud, quien después de leerla
le dijo: Condensaré mi veredicto en una frase: si no publica
el libro no perderá nada, pero si lo publica lo perderá
todo. La decisión de Wittels fue rotunda: presentó
su renuncia al círculo de Freud y publicó su libro. Kraus,
por su parte, llevó el caso a los Tribunales. El grupo de Freud
no quería saber nada con el escandaloso escriba y menos con el
escándalo. A eso se debe que Wittels sea tan escasamente conocido
a pesar de su trayectoria, sus publicaciones sobre psicoanálisis
y su temprana defensa del aborto, las mujeres criminales y la libertad
sexual, entre otros temas.
Freud: el padre
analítico Kraus: el padre literario Wittels:
el descarriado
Irma
la Dulce
En 1907 Kraus y Wittels están cerca, comparten noches en los
cafés, escriben en Die Fackel. Wittels descuida la medicina,
también el psicoanálisis. En 1908, con la muerte del padre
de Wittels, se produce un mayor acercamiento a Freud y un progresivo
alejamiento de Kraus, que concluye en la ruptura de 1910. Como también
rompe con Freud por la misma fecha, Wittels se queda solo. Pero las
cartas de Freud, incluidas en las memorias editadas por Edward Timms,
muestran que éste le daba mucho más importancia al discípulo
descarriado de la que uno pudiera imaginar por las versiones oficiales.
Por esas fechas, Kraus había entrado en una controversia con
los redactores de Die Strunde, quienes buscaron en su vida privada argumentos
para atacarlo. Entre estos periodistas figuraba un tal Samuel Wilder,
más tarde célebre director de Hollywood con el nombre
Billy Wilder (Edward Timms se pregunta si fue en esta ocasión
que Wilder descubrió la historia de la prostituta ingenua que
filmaría en 1963 con el título de Irma la Dulce). Die
Stunde fue un enemigo ocasional, porque la constante lucha de Kraus
era contra el periódico Neue Freie Presse, que decidía
sobre el destino de los artistas mediante sus elogios y sus rechazos:
Edward Hanslich hundía a Wagner y Max Nordau trataba de destruir
a Ibsen, Nietzsche, Tolstoi y Zola, mientras Moriz Benedikt (director
de Neue Freie Presse) dedicaba largos editoriales en las secciones financiera
y política a los reaccionarios convertidos en liberales
por conveniencia, además de escribir una columna semanal sobre
la bolsa (la referencia velada aludía a Wittels). Para
los lectores de la época era una fiesta la lectura paralela de
estas furibundas piezas y las no menos furibundas parodias, críticas
y agudezas de Die Fackel, cuyo director algunas veces se introduce en
el diario enemigo, mediante el camuflaje de cartas de lector escritas
con seudónimo.
Pero nada de eso interesaba mayormente a Irma Karczewska, demasiado
ocupada por reemplazar el lugar de Annie Kalmar, quien había
sido promiscua, apasionada, alegre, despreocupada, borracha e
inteligente sin ser culta, según la descripción
de Wittels. De hecho, el amor de Kraus por Annie lo había llevado
a publicar el artículo En alabanza de la prostituta,
donde predicaba el derecho y el deber de cada mujer a ser puta. La joven
Irma fue una aparición para Kraus: no su cuerpo, pero sí
sus facciones le recordaban a Annie, una auténtica hetaira griega.
A los diecisiete años, Irma sólo se interesaba por las
cosas del sexo, con una sofisticación asombrosa. Kraus se lo
contó con tanto ardor a Wittels que éste se enamoró
antes de conocerla. Habría que agregar que el gusto de Karl Kraus,
según se sabía en los cafés de Viena, era recibir
una mujer cuando salía de los brazos de otro hombre.
Aquella hija de un portero de los arrabales de Viena lucía con
gracia las joyas y abrigos de pieles que le regalaba Kraus, para ofrecerla
mejor a sus amigos. Wittels, por su parte, la cuidaba como médico,
enfermero y amante. Por ejemplo, cuando Irma no bebía, la premiaba
con dinero y entradas para el teatro. Y para retenerla en casa y que
se acostase temprano, le regalaba azaleas rojas, caviar, binoculares
para el teatro, medias, guantes y broches de todas clases: Yo
la tenía toda para mí, en la medida en que se puede monopolizar
a una griega nacida a destiempo que no conocía más que
un principio: no tener ninguno, diría Wittels. Pero antes,
en 1907, retrata a la creación favorita de Kraus en estos términos,
en un vibrante artículo llamado La mujer niña
que publicó en Die Fackel: Se trata de una muchacha que
posee un gran atractivo sexual, desarrollado con tanta precocidad que
se ve forzada a iniciar su vida sexual siendo todavía una niña
en otros aspectos. Durante toda su vida sexual sigue siendo una niña
hipersexuada, incapaz de comprender el mundo civilizado de los adultos.
Además, la adornaba con alusiones a Helena de Troya, Lucrecia
Borgia, Manon Lescaut y la Naná de Zola. Irma no entendía
ni le interesaban esos bizantinos elogios; le bastaba para ser feliz
saber que sus inclinaciones la inscribían en esa galería
de nombres.
Poco antes de la ruptura, en una de las reuniones de los miércoles
en el círculo de Freud, Wittels leyó su trabajo donde
concluía que esta mujer niña era serena, y con una sensualidad
sin lujuria, porque era una criatura libre de neurosis. Freud, un poco
incómodo, respondió que era un perfecto andrajo (Haderlump)
y agregó que no era intención del psicoanálisis
crear desenfreno, sino ayudar a conocer y dominar la sexualidad. Irma
no había pasado el examen.
En un viaje a Venecia (por entonces una colonia de Viena, prácticamente)
Irma desplegó sus caprichos. Esa ciudad que para Kraus y Wittels
se asociaba con Casanova, Byron y Shakespeare, era un aburrimiento para
la hija del portero. En la playa, en vez de mirar el mar andaba detrás
de Siegfried Wagner hijo de Richard, quien a su vez cortejaba
a Isadora Duncan. No se interesó por los Tiziano, los Bellini
y los Veronese; sí, en cambio, por las partes íntimas
de una enorme estatua de Hércules. Exigió a Kraus un piano
de caoba a media cola, hizo algunos escándalos que la colegiala
de Gombrowicz y la Lolita de Nabokov hubiesen aplaudido.
Después del desastre de ese viaje, los dos caballeros vieneses
trataron de que el famoso actor Alexander Girardi la recomendara a un
gran director de Berlín llamado Kren. Irma era pésima
actriz, tenía una voz imposible, pero igual logró ser
recibida. Kraus le había inventado un pasado, así como
quería inventarle un porvenir: era responsable de haberla separado
de su ambiente y de haberla puesto a competir con las putas ricas del
centro de Viena: Kraus aún fingía estar extasiado
por la divina belleza de la muchacha, pero en realidad no soportaba
su cháchara y por ello la presentaba a más y más
hombres, para que se la llevaran y la distrajeran, escribe Wittels.
Poco antes de la ruptura definitiva del triángulo, que se concretó
en el escándalo de 1910, Kraus le contó un sueño
a Wittels, un sueño que consideró un mal presagio: Benedikt,
su archienemigo, el director de Neue Freie Presse, era saludado con
una reverencia por Fritz Wittels. Poco después, Kraus convenció
a Irma de que no aceptase la propuesta de casamiento hecha por Wittels,
y redobló los ataques contra su ex compañero mediante
filosos aforismos. Continuando con sus planes, casó a Irma con
un industrial austríaco. Después de la Primera Guerra,
ella volvería a casarse con un ingeniero, reincidiría
por tercera vez en el matrimonio con un búlgaro y más
tarde viviría con un tal Henri Triadou, que murió en 1926.
A esos hombres hay que sumar a Frank Wedekind, que cuando estaba en
Viena frecuentaba a Kraus y también cultivaba la pasión
por la mujer niña (cuya versión, con el disimulado alias
de Lulú, expone en dos de sus obras).
¿Dónde
está mi padre?
Wittels decía que Kraus era su padre literario y Freud era su
padre analítico (aunque su único paciente hasta aquel
momento fuese el arquitecto Adolf Loos). Pero también tenía
un padre biológico que murió en 1908, cuando Wittels tenía
menos de treinta años: El niño que llevamos dentro
pregunta angustiado: ¿Dónde está mi padre?, y lo
busca en todas aquellas personas a las que ha revestido de autoridad.
Así que fui a ver a Freud y le dije que mi padre había
muerto. Freud le respondió: Seguiremos juntos y trabajaremos
juntos. Wittels escribe entonces La miseria sexual. Se lo dedica
a Freud, quien le dice que Kraus se vengará por eso. En efecto,
Kraus escribe: El psicoanálisis es la enfermedad para la
que este medio pretende ser la cura (la gracia del aforismo está
en que la palabra medio se refiere tanto a Die Fackel como
al psicoanálisis).
Ezequiel el forastero, la novela de Wittels, tiene un personaje llamado
Benjamin Disgusting (repugnante, en inglés) que publica
una revista con el título La napia gigante (en alusión
a la considerable nariz de Kraus). La novela vendió varias ediciones,
era una roman á clef transparente para los que frecuentaban los
cafés de la bohéme. Le fue fácil a Kraus ganar
el juicio en defensa del honor de Irma, quien contenta con su lugar
de heroína fue a decirle a Wittels: Yo le dije que aún
estaba enamorada de ti, pero él me contestó: ¡Qué
mal gusto!.
¿Qué sacó Freud de este enredo? Las respuestas
son varias: 1) que la mujer del otro interesa porque el perjuicio del
tercero puede ser una condición sexual; 2) que la madre está
en juego cuando se trata de redimir una mujer; 3) que la mujer niña,
en su ambigüedad corporal, satisface tendencias masculinas y femeninas;
4) que la ambivalencia es una incapacidad de decidir entre el deseo
y el ideal; 5) que las mujeres bellas, los criminales y las fieras fascinan
nuestro narcicismo; y 6) que Estados Unidos ofrece una salida a quienes
no resuelven estos problemas.
En cuanto a Wittels, luego de emigrar a América se ganó
la vida como conferencista, becario investigador del Hospital Bellevue
de la Universidad de Nueva York, psicoanalista asociado a la Universidad
de Columbia, para terminar encontrándose en una posición
insólita: como defensor de la ortodoxia freudiana frente a la
psicología del yo de Heinz Hartman y la crítica feminista
iniciada por Karen Horney.
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