La historia de Hurricane Golpe
a golpe, verso a verso Por RODRIGO FRESAN La película es muy mala y se llama Hurricane. La canción es muy buena y se llama Hurricane. La película cuenta la historia de un boxeador negro acusado de un crimen que no cometió y que termina pudriéndose en la cárcel por culpa de la ley de los blancos. La canción también. La película es muy larga y la canción es muy larga pero la canción dura lo que tiene que durar y la película es dura de soportar. La película fue dirigida por el mediocre Norman Jewison Jesucristo Superstar, El violinista en el tejado y protagonizada por el noble Denzel Washington, quien continúa con su seguidilla de mártires de color, de anónimos soldados de la Guerra Civil norteamericana a Malcolm X, pasando por Stephen Biko. La canción fue escrita por el alguna vez cantor de protesta Bob Dylan quien, en 1976, sintió la necesidad de volver a denunciar injusticias para distraerse un poco de su vida privada y de las grandes e impúdicas estrofas que le inspiraba su holocausto matrimonial. La película no es más que uno de esos films para televisión con elefantiasis, y más allá de que Denzel Washington gane o no su Oscar se le nota un futuro inmediato como celuloide de avión o de videoclub cuando no hay otra cosa para alquilar. La canción que aparece como una brevísima ráfaga en la película, acompañada por una imagen de Dylan en vivo y coleando sigue sonando tan bien como entonces y, como suele ocurrir con las canciones de Dylan, tiene otra historia detrás de la historia que cuenta y canta y golpea. CAMPANA Para junio de 1975, Dylan pasaba por uno de sus grandes momentos: otra de sus proverbiales resurrecciones. En menos de un año había vuelto del espacio exterior con Planet Waves, salido de gira con The Band para registrar el primer álbum en vivo de su historia Before the Flood, regresado a Greenwich Village para recuperar sus raíces y grabar el que para muchos sigue siendo su mejor disco: Blood on the Tracks. Además, finalmente había autorizado la edición de las legendarias The Basement Tapes y salía todas las noches a ver a los novatos Bruce Springsteen, Patti Smith, Television, Blondie o Ramones en el CBGB o en el Maxs Kansas City. Dylan venía huyendo de una sequía californiana y del desierto en que se había convertido su largo y legendario matrimonio con la ex modelo Sara. La mujer de los ojos tristes de las tierras bajas ya no aguantaba al hombre de la pandereta. Una cosa era clara, y sigue siéndolo: Dylan funciona mejor bajo presión o cuando está en problemas. Blood on the Tracks fue el primer capítulo de algo que con el correr de los años se continuaría en Oh Mercy y Time Out of Mind: capítulos difíciles de una autobiografía en constante movimiento. Las canciones casi bergmanianas en su crudeza sentimental de Blood On The Tracks le habían devuelto el respeto y la admiración de sus pares y seguidores. Pero Dylan sentía que se había desnudado demasiado y tenía ganas de volver a cubrirse. Así empieza a bosquejar la idea de un disco que sonara más como un libro de cuentos sobre otros que como un álbum de verdades íntimas. Dylan busca la compañía de Jacques Levy (coautor de canciones de The Byrds junto a Roger McGuinn y director del polémico musical nudista Oh! Calcutta!) y empieza a lanzar ideas e historias al aire. Primero llegan los aires flamencos One More Cup of Coffee y dos codas a Blood On The Tracks (Abandoned Love y Up to Me), descartadas por biliosas y luego rescatadas para las antologías Biograph y The Bootleg Series 1-3. La cosa empieza a tomar forma con Isis, otra parábola matrimonial con fugitivo pidiendo perdón envuelta en una trama de película de aventuras. Y se dispara del todo con Joey, la saga de un gángster romántico y maldito. Sigue el western mexicano Romance in Durango, la mininovela apocalíptica Black Diamond Bay, la turística Mozambique y la plañidera Oh, Sister. En algún momento, Levy le regala un diccionario de rimas. Dylan se muestraasombrado: que nunca había sabido de la existencia de algo semejante. Imagina el tiempo que me habría ahorrado, gime con esa voz mientras, por la ventanilla del micro, pasan las ciudades, todas iguales, de una gira que no se parecía a ninguna. En algún momento, a Dylan le regalan otro libro. Se titula The Sixteenth Round; su autor se llama Rubin Hurricane Carter y está preso y tiene ganas de salir. SEGUNDOS
AFUERA Dijo Dylan: La primera vez que fui a visitar a Hurricane,
salí seguro de una cosa... Su filosofía y la mía
corrían por la misma carretera, y hacía mucho que no me
pasaba algo así. Pensé que no estaría mal escribir
una canción. Es un hombre brillante, uno de los más sinceros
y honestos que jamás conocí. Lo amo como a un hermano.
No es justo. Hay que liberarlo. Hoy.
BREAK
Con la satisfacción de haber compuesto en palabras de Robert
Shelton, uno de sus más dedicados biógrafos el
JAcusse del sistema legal norteamericano, Dylan podía
dedicarse ahora a la búsqueda y el hallazgo del nuevo sonido
para sus nuevas canciones. Bien sabido es que Dylan gusta de enloquecer
a sus músicos y sus productores con descartes arbitrarios, remezclas
monstruosas, escasos ensayos y arreglos verité. Lo que ocurrió
con Desire no fue la excepción; de hecho, se convirtió
en una de las cimas del caos dylaniano. Primero reclutó a la
violinista callejera Scarlett Rivera y después a la cowgirl debutante
Emmylou Harris, a quien obligó a grabar su parte en una sola
toma y convirtió en la primera de una larga lista de coristas
condenadas a intentar seguir un fraseo impredecible. Enseguida llamó
a todos sus amigos. Eran tiempos en que Dylan tenía muchos amigos
y pocas ganas de volver a dormir solo a su pisito de soltero. Eric Clapton
todavía tiembla al recordar esas largas noches blancas: En
un momento había veinticuatro músicos en el estudio tocando
los más diversos instrumentos para grabar, por indicación
de Bob, una versión disco de Hurricane. Yo dije que salía
a tomar un poco de aire fresco y no paré de correr hasta llegar
a casa. A SUS RINCONES Dylan se había subido al ring y no tenía ganas de bajarse. El tema del boxeador como doble lo acompañaba desde que Paul Simon por más que nunca lo admitiera públicamente le dedicara The Boxer, esa miniópera mitificadora de la saga dylaniana que el mismo Bob destrozó sin piedad en su Selfportrait. El próximo paso era volver al camino. Dylan comenzó a trazarse el recorrido por supuesto, caótico de una súper gira con aires de caravana gitana. Los primeros en anotarse fueron Mick Ronson, Scarlet Rivera, T-Bone Burnett, Joan Baez, Roger McGuinn y un Allen Ginsberg siempre feliz de aparecer en fotos con gente conocida. La idea era tocar sin avisar donde se les diera la gana y los llevara la brújula. Conciertos de cuatro horas. Performances con canciones. Micros y autos y moteles donde Ginsberg recitaba su poema Kaddish y hablaba de una reconquista de América. Un alto en la tumba de Jack Kerouac, una visita de sorpresa a Leonard Cohen en su casa (que terminó con Leonard Cohen echándolos casi a patadas). Todo esto y mucho más aparece en el desopilante y por momentos patético libro/diario de viaje On the Road with Bob Dylan del periodista gonzo Larry Sloman, de Rolling Stone. El nombre del delirio es The Rolling Thunder Revue y sus miembros recorren el país y ganan dinero y lo dilapidan mientras filman un larguísimo y simbólico largometraje dirigido por Dylan Renaldo y Clara que para algunos es genial y para muchos es una mierda incomprensible y autoindulgente. A Ginsberg, por supuesto, le gustó. En algún momento de diciembre de 1975, la Rolling Thunder Revue llega a una cárcel de Nueva Jersey y toca su canción Hurricane frente al auténtico Hurricane. Se abre un fondo para recolectar dinero (The Hurricane Trust Fund, en cuyo directorio Dylan no figura) y se organiza The Night of the Hurricane, concierto en el Madison Square Garden donde aterriza la Rolling Thunder en pleno, potenciada por Roberta Flack, Joni Mitchell, Richie Havens y Muhammad Alí que, por supuesto, proclama desde el escenario: Estoy seguro de que todos ustedes han venido a verme a mí y nada más que a mí, porque Bob Dylan no es tan grande como yo, que soy el más grande de todos. LAS
TARJETAS DICEN... La moda Hurricane promueve una revisión
de la causa que resulta infructuosa. Varios de los nombres
mencionados y acusados en la canción demandan al
cantante y a su compañía grabadora. Pierden. Carter no
saldrá en libertad hasta 1985, María José Cantilo
consigue cierta fama con su versión rioplatense de Hurricane
y años después ¿justicia poética?-
marcha presa. Antes de eso, la Rolling Thunder Revue se desbanda luego
de grabar un especial para televisión y un disco en vivo titulado
Hard Rain. Es hora de volver a casa. Dylan tiene otras cosas de qué
preocuparse: combates más cercanos y ganchos poderosos a su prominente
nariz. Sara Dylan: Me daba miedo volver a casa y enfrentarme a
sus arrebatos de furia y violencia, o encontrar a alguna mujer desconocida
paseándose como si fuera la reina del lugar. El asunto
desemboca en tribunales. Dylan pierde y pierde mal. Para entonces Desire
es número uno en ventas en Estados Unidos y el Reino Unido, mientras
Dylan volvía a hundirse en otro de sus muchos años perdidos
ningún disco, ningún concierto hasta anunciar
que Jesucristo le movió la cama (luego del difuso y simbolista
Street Legal) y que ahora es cristiano renacido por knock-out. La canción
ya no es la misma pero la película sí: A veces siento
que toda mi vida es una película dirigida por otro, a la que
yonada más le pongo canciones. Algún día me gustaría
conocer al tipo detrás de la cámara y decirle un par de
cosas, declara Dylan.
|