Artistas brasileños en el MAM
Marcas
registradas
El
Museo de Arte Moderno presenta hasta fines de mayo la exposición
Plural y singular, en la que se reúne a 17 de los mejores artistas
brasileños de los últimos tiempos. Hay obras para los
cinco sentidos: escultura, pinturas, instalaciones, video, proyecciones,
objetos, instalaciones recorribles, fotografías, sonido y olor,
en un recorrido que remite a cada una de las marcas que
caracterizan la historia cultural del Brasil del siglo veinte.
Por
FABIAN LEBENGLIK
Las
artes plásticas brasileñas exhiben históricamente
un sello propio, una marca registrada y señalan claramente una
pertenencia. El grupo de artistas que integran la muestra del MAM no
es la excepción. Surgidos en su mayoría en los primeros
años de la década del 80, cuando se desarrolla en
el campo de la plástica brasileña un arte crítico
que expresa lenguajes múltiples, casi todos ellos se dieron a
conocer internacionalmente en la Bienal de San Pablo. Pero para llegar
a ellos vale la pena señalar antes algunos mojones en la historia
cultural de Brasil, que van trazando una genealogía tan distintiva
como poderosa.
Primera
marca
La Semana de Arte Moderno de 1922 es el punto de partida, la ceremonia
de pasaje, que sirve como mojón en la cultura modernista y de
vanguardia de Brasil. Aquellos siete días de febrero que conmovieron
las artes del país se celebraron en el Teatro Municipal de San
Pablo para presentar lo nuevo en la danza, la música, la poesía
y las artes plásticas nacionales. De aquella Semana participaron
escritores como Mario de Andrade, Oswald de Andrade y Manuel Bandeira,
músicos como Heitor Villa Lobos, pintores como Anita Malfatti,
Tarsila do Amaral y Brecheret. Para contrapesar estratégicamente
cierto clima escandaloso, los organizadores convocaron también
la presencia de varios artistas académicos que cumplieron con
el objetivo de legitimar toda aquella novedad.
Por esos años, Oswald de Andrade y Tarsila do Amaral, que entonces
era su mujer, lanzaron la proclama de la cultura antropofágica,
él con su Manifiesto antropofágico y ella con su célebre
cuadro Abaporu, que significa hombre que come, en lengua
tupí (curiosamente, ese célebre cuadro fundador de la
modernidad brasileña pasó de un socio del Mercosur al
otro gracias al pujante capitalismo argentino: más precisamente,
esa obra maestra integra la colección Costantini, con lo que
puede decirse con orgullo que la Argentina monopoliza hoy el canibalismo).
La antropofagia cultural se convierte rápidamente en una figura
que funciona como síntesis de la cultura brasileña modernista
(y, por extensión, también latinoamericana). Desde entonces,
aquella frase feliz sirvió como un emblema que distinguió
todo el siglo. De hecho, la última Bienal de San Pablo, en 1998,
se organizó bajo la consigna de la cultura antropofágica
y a su director, Paulo Hekenhoff, le sirvió para ser elegido,
pocos meses después, curador del Museo de Arte Moderno de Nueva
York (MoMA). Aquella consigna de la Bienal rescataba las ideas originales
de 1922, marcando un proceso complejo de enfrentamiento, apropiación,
deglución, asimilación y transformación cultural
de las manifestaciones artísticas de los países centrales:
las ideas-fuerza no sólo daban cuenta de un comportamiento nacional
y regional respecto de las culturas dominantes sino también
de la asimilación y transformación de los hitos de la
cultura propia, subsumidos en nuevas formas.
Edgar De Zouza
Princesa turca,1989 - Ernesto Neto Aro Ventre,1999
- Jac Leirner Blue phase,1991
Segunda
marca
El segundo movimiento del tablero, el segundo mojón en la
plástica brasileña, es el cambio estructural de la sociedad,
la política y la cultura en la década del 50. Hacia
mediados de siglo se generaron profundas reformas políticas -.durante
los gobiernos de Getúlio Vargas y Juscelino Kubitschek-., en
cuyo contexto la poderosa burguesía nacional de aquel país
generó un proyecto de fomento, promoción y difusión
cultural muy fuerte: se crea entonces la Bienal de San Pablo (en 1951),
aparecen nuevos grupos artísticos y un incipiente mercado de
arte. En simultáneo con el industrialismo, crece la abstracción
geométrica y, a fines de la década, se publica el Manifiesto
neoconcreto. Las que habían sido lúcidas expresiones de
deseo en los años 20 se convierten, durante la década
del 50, en programas de aplicación cierta, en proyectos
artísticos, enposiciones políticas y acciones sobre la
vida cotidiana. Los artistas concretos se vuelcan a la realización
de obras autorreferenciales, van hacia el interior de la propia práctica
artística, independizándola de cualquier sujeción
temática o referencial externa. El gesto revolucionario, se decía,
debe producirse como consecuencia de una transformación en el
interior de cada campo específico, con las herramientas adecuadas.
Junto con los artistas constructivos, los concretos proponían
para el arte una combinación metodológica de rigor, apertura
y
experimentalismo.
Tercera
marca
En 1964 llega la hora de la espada, con el golpe militar. Entre
los nuevos artistas plásticos de entonces, el arte se transforma
en otra cosa, cambia el eje referencial y es reemplazado por luchas
más acuciantes. En este otro contexto, el valor de la autorreferencialidad
cae y la preocupación de la avanzada artística pasa a
ser la realidad social y política: la plástica debía
proponerse ya no la transformación de su propia estructura sino
la de la realidad misma. Se pensaba que el arte no podía distraerse
interpretando lo real sino que debía modificarlo. Entre estos
artistas estaba Cildo Meireles (1948), uno de los participantes de la
exhibición Plural y singular que presenta en estos días
el MAM. Otro de los incluidos en esta muestra que también
viene de los años 60, aunque su poética difiere
notoriamente de la de Meireles es Waltercio Caldas (1946), considerado
uno de los mejores artistas brasileños de las últimas
décadas. Mientras la pequeña instalación de Meireles
en el MAM -.un vendedor ambulante con su caballete y mesitas ubicado
en un enorme espacio que lo empequeñece aún más
y lo hace aparecer como fuera de escala-. es una reflexión sobre
el espacio y la representación social, las piezas de Caldas dialogan
con el paradigma del diseño industrial en clave poética.
Marcas
registradas
Una de las claves que distingue a la cultura brasileña desde
los años 60 es el borramiento entre arte culto y arte popular.
Dicho en otros términos, el arte comprometido de la década
del 60 disuelve aquella división de clase entre lo supuestamente
alto y lo supuestamente bajo. Esto resulta claro
no sólo entre los plásticos sino también entre
los músicos, así como en la literatura. En el contexto
de géneros y formas populares ya arraigados, penetran y se incluyen
otras formas muy sofisticadas e innovadoras. También surgen nuevas
formas de eludir la censura. Durante la última dictadura hay
artistas que resisten desde otras perspectivas, a través de obras
que proponen lenguajes, imágenes y situaciones más oblicuas,
como de contrabando, y eventualmente también desde el esoterismo.
Todas las marcas antes descriptas y someramente desarrolladas
se pueden descubrir en los artistas seleccionados para esta exposición
panorámica.
Jac Leirner (1961), una de las artistas que brilló en la bienal
paulista de 1989, trabaja sobre el principio constructivo de la acumulación,
haciendo un paralelo entre la acumulación de capital simbólico
y dinerario. Desde la hiperinflación brasileña de hace
una década, cuando los billetes perdían valor con el paso
de las horas, Leirner juntó miles de billetes devaluados para
utilizarlos como materia prima de las más diversas obras. A partir
de esa hipertrofia acumulativa, las más diversas mercancías
desde bolsas comerciales, hasta pañales, pasando por etiquetas
y diferentes clases
de packaging-. sirvieron para ampliar el sentido formal, compositivo
e interpretativo de su obra. Adriana Varejao (1964) evoca la azulejería
colonial portuguesa en cuadros de exuberante barroquismo. La cantidad
de pintura es tal que los cuadros forman gruesascapas que se resquebrajan
introduciendo estratégicas grietas que funcionan como trazos
bellos y profundamente críticos. José Damasceno (1968)
es un artista deleuziano, cuya obra arborescente aporta en imagen una
crítica al pensamiento binario. Sus árboles son tan impactantes
como inteligentes. Uno de esos árboles exhibido en el MAM es
una enorme y ramificada escultura de pared, construida con numerosos
estuches de violín perfectamente injertados. En otras de sus
piezas se vuelve visualmente sobre viejos aunque eternos problemas teóricos,
como la relación entre forma y función, o entre contenido
y continente. Vik Muniz (1961) utiliza la técnica de la fotografía,
pero sus obras reúnen, una a una y metafóricamente, todas
las técnicas. La aparente simplicidad de sus piezas oculta, sin
embargo, una gran complejidad conceptual, a través de distintos
desarrollos: algunas de sus obras son esculturas realizadas como dibujos
y a su vez estampadas para luego ser fotografiadas, en un ida y vuelta
de técnicas y sentidos muy original.
Desde una perspectiva feminista, Valeska Soares (1957) construye obras
sobre la sensualidad en las que explota el color, la textura y, muy
notoriamente, el olfato, porque incorpora en el interior de sus trabajos
fragancias muy penetrantes. De Rosangela Renno (1962) se presentan dos
instalaciones muy inteligentes sobre las relaciones sociales y el lenguaje,
basadas en proyecciones de imágenes fotográficas y de
video. La exposición del MAM también incluye obras de
Ernesto Neto, Rochelle Costi, Edgard de Souza, Miguel Rio Branco, Sandra
Tucci, Ana Miguel, Rivanne Neuenschwander, Eder Santos y Diana Domingues.
De un modo tangencial, la exposición recuerda a un personaje
que fue motor y difusor del buen arte de Brasil durante los últimos
años. Sucede que varios de los artistas incluidos en la exposición
han trabajado con Marco Antonio Camargo Vilaça, uno de los mejores
y más lúcidos galeristas brasileños, quien murió
ahogado en un accidente en Río de Janeiro, a fines de 1999, a
los 38 años.
arriba