La megamuestra de Giorgio de Chirico en el Borges
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Controversias
metafísicas
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En
el Centro Borges se expone hasta fines de junio una muestra de 130 obras
de Giorgio de Chirico, el fundador de la pintura metafísica,
compañero de ruta del futurismo, admirado por los surrealistas
y considerado uno de ellos hasta que Breton lo dio por muerto artísticamente.
Además De Chirico simpatizó con el fascismo, reivindicó
la tarea del artista como copista y, con toda una serie de obras que
realizó desde los años 30 hasta los 70, inspiró
directamente a la transvanguardia.
Por
Fabián Lebenglik
Nació
en Grecia en 1888 pero se nacionalizó italiano. Es uno de los
pintores más prolíficos del siglo. Fundó la pintura
metafísica, participó de las vanguardias históricas,
estuvo cerca del futurismo, fue admirado por los surrealistas (que lo
consideraron un surrealista avant la lettre), formó parte de
los grupos artísticos que adhirieron al fascismo, reivindicó
la tarea del artista como copista y, con toda una serie de obras que
realizó desde los años 30 hasta su muerte, en noviembre
de 1978, inspiró directamente a la transvanguardia. Dicho en
otras palabras, hay mucho para ver en la exposición que presenta
el Centro Borges de la obra de Giorgio de Chirico (compuesta por 130
obras, entre pinturas, dibujos, acuarelas y esculturas, provenientes
de la Fundación Giorgio e Isa de Chirico en Roma y de otras colecciones
particulares).
En la muestra del Borges conviven varias obras muy buenas con algunas
olvidables, otras puramente repetitivas y otras apenas burocráticas.
Para empezar, del período que se supone sustancial en la producción
de De Chirico (es decir, el núcleo metafísico
que va de 1911 a 1919), no hay ninguna obra. Pero sí se pueden
encontrar algunos buenos cuadros de otras épocas. Fundamentalmente
la extraordinaria serie de los bañistas, que atraviesa las décadas
del 50, 60 y 70. Llama la atención que buena parte de las telas
tiene correcciones en la firma y en la fecha, realizadas con notorios
parches de pintura. De hecho, en algunos casos hay diferencias hasta
de medio siglo entre la fecha declarada y la fecha que figura en la
pintura. Pero estas diferencias se consignan detalladamente en cada
uno de los carteles que informan los títulos de las obras, las
técnicas y medidas. La muestra incluye un buen catálogo
con varios textos críticos y la versión completa de una
extraña novela breve, Hebdómeros, que De Chirico publicó
en 1929.
En términos muy generales, la metafísica supone una dualidad
a priori: por una parte se postula que existe una realidad imposible
de aprehender y, por la otra, un mundo de pura apariencia, que es el
que se percibe a través de los sentidos. Así, la llamada
realidad sería sólo accesible gracias a una
operación mental. Pero si la realidad es producto
de un descubrimiento sólo cognoscible por el intelecto, la metafísica
relega a un segundo plano todo lo referido al deseo, al placer y a la
materialidad del cuerpo. El saber metafísico se correspondería,
así, con la postulación de un mundo oculto tras las apariencias:
se trataría de un saber secreto sobre una realidad oculta. De
ahí que el pensamiento contemporáneo coloque a los metafísicos
en el límite entre lo esotérico y lo religioso, si bien
ellos se sienten cerca de la ciencia y de la filosofía. Esta
explicación sirve como marco de referencia para situar la obra
de De Chirico: su etapa de formación tuvo lugar en Munich, donde
ingresó en la Academia de Bellas Artes y estuvo expuesto a un
cóctel de lecturas que combinaban a Nietzsche con Schopenhauer,
Weininger y Papini, sazonados con el ideario estético de Max
Klinger y la pintura de Arnold Böcklin.
La
tristeza de la primavera, 1970
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Legada
de la mudanza, 1951
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El pintor,
escultor y grabador alemán Max Klinger (1857-1920) era partidario
de la obra total: proponía la contaminación entre música,
literatura y artes plásticas, al punto que dividía su
obra en ciclos y enopus. Entre sus extraordinarias series de grabados
hay muchos dedicados a ilustrar poemas, mitos, relatos populares y religiosos,
así como cuentos de escritores. Klinger sostenía la necesidad
de que el arte narrara. Los detractores de este alemán critican
su grandilocuencia y su ambición wagneriana de totalidad como
un indicio de totalitarismo. Lo cierto es que de él tomó
De Chirico la devoción por Nietzsche y Schopenhauer. En cuanto
a su otro padre artístico, Arnold Böcklin (nacido en Suiza
en 1827 y muerto en Italia en 1901), pintaba extraños paisajes
y alegorías siniestras, que anticiparon la pintura metafísica.
Su mórbido simbolismo pictórico también anticipó
todo un imaginario freudiano que fue luego abordado por los surrealistas.
A partir de 1910, De Chirico comienza a pintar sus plazas solitarias
y extrañas, con estatuas clásicas injertadas en medio
de la composición, arcadas oscuras y figuras aisladas y pequeñas,
enmarcadas en sombras siniestras y arquitecturas severas. Los arcos
de sus pinturas, que proyectan una oscuridad ilógica, así
como las perspectivas en profundidad y los cielos ennegrecidos, pasan
a ser componentes usuales de su obra. Los suyos son espacios sin tiempo
o fuera del tiempo. Muchos de sus cuadros tienen como imagen central
uno o más maniquíes, del mismo modo que los cuadros del
ex futurista devenido metafísico Carlo Carrá. Los espacios
vacíos, gélidos y estáticos, donde la inmovilidad
se contagia a todos los elementos pictóricos, sumados a las perspectivas
profundas y sombras ilógicas, generan una atmósfera particular
y el efecto de ensoñación se acentúa con los títulos.
De Chirico propone un nuevo sistema de relaciones para los objetos.
El adentro y el afuera se recomponen continuamente en sus cuadros porque
los presenta como contextos relativos. Las ventanas dan a interiores,
y el afuera muchas veces genera una circularidad con los ambientes cerrados.
Hay un juego permanente, casi abusivo, de las citas de obras de otros
artistas y autocitas de pinturas anteriores del propio De Chirico. Dentro
de sus pinturas es usual encontrar otras pinturas, que funcionan ambiguamente
como virtuales ventanas y, al mismo tiempo, las ventanas cumplen la
función de pinturas que remiten a paisajes enigmáticos.
Cuando exhibe su obra en París en 1911, inmediatamente logra
la atención de Picasso y Apollinaire. Pero el primer contacto
con los artistas de vanguardia ocurrirá dos años después,
también en París, mientras presenta algunas obras en el
Salón de los Independientes. Sus por entonces amigos Picasso
y Apollinaire le presentan a Léger, Brancusi, Braque, Max Jacob
y André Derain. Y Apollinaire se vuelve su crítico de
cabecera: escribe varios artículos sobre la pintura de De Chirico
y lo relaciona con el que será su galerista por muchos años.
Por entonces, De Chirico establece un repertorio de objetos y elementos
plásticos fijos que, a través de combinaciones, van transformando
sus cuadros en motivos y variaciones compositivas (en relación
con el eterno retorno nietzscheano). Cuando se desata la Primera Guerra,
el grupo de amigos se disgrega, varios se alistan para ir al frente
mientras De Chirico logra organizar una muestra en Nueva York en 1915.
Sus espacios abiertos, fuera del tiempo, se transforman entonces en
espacios cerrados y opresivos, con objetos heterogéneos amontonados
en estructuras multiformes y complejas. En el centro de esos espacios
reducidos, el eje de la composición está regido por un
maniquí que se transforma en el personaje protagónico
de sus cuadros (en esta línea hay toda una descendencia de pinturas,
de las cuales varias integran la muestra del Centro Borges).
A mediados de 1915 De Chirico es convocado por el ejército y
destinado a Ferrara junto con su hermano. Allí se pone en contacto
con los poetas y artistas plásticos futuristas y también
toma contacto con una secta esotérica y alquímica a la
que frecuenta. En su pintura, ciertos objetos relacionados con la escala
y la medición (escuadras, reglas, mapas) se vuelven centrales
y los espacios se reducen todavía más. Poco antes del
fin de la guerra, el pintor cae en una depresión profunda y es
internado en el hospital militar de Ferrara, donde coincide con Carlo
Carrá, con quien fundaría la escuela metafísica.
La
mañana en los baños misteriosos, 1973
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El
poeta y el pintor, 1975
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Si bien
los surrealistas lo toman como modelo por el clima misterioso y metafísico
de sus cuadros, De Chirico nunca adhirió al otro componente central
del grupo: el automatismo. Pero sí propuso relaciones extrañas
y nuevas entre los objetos, al gusto de los bretonianos. En este sentido,
como es notorio en los cuadros que integran la exposición del
Borges, estas relaciones suponen una incongruencia básica en
función de las relaciones usuales, racionales, anteriores
de los objetos reunidosmisteriosamente, como si cada elemento del cuadro
perdiera su sentido previo. El italiano coincidía también
con los surrealistas en la reivindicación de la mirada infantil
y del estado onírico de los cuadros. A pesar del hieratismo de
sus obras, el período metafísico inicial de De Chirico
como se dijo, ausente de la muestra del Centro Borges tiene
una cierta calidez que se pierde en las obras posteriores, las cuales
parecen repetir un esquema más o menos mecánico.
En 1919 De Chirico cambia de rumbo y propone una vuelta a la tradición
italiana, razón por la cual, a fines de la década del
20, André Breton -que pretendía que el surrealismo se
transformara en una doctrina a cumplir según las normas establecidas
por él mismo, su jefe e intérprete final dio a De
Chirico por muerto desde su punto de vista. El italiano postula entonces
el valor del artista como copista y alterna su propia obra de
autor con sus versiones de los maestros del pasado: copias e imitaciones
de Tiziano, Rafael, Rubens, Courbet, Watteau o Fragonard. De toda esta
serie reaccionaria que el artista seguirá practicando hasta su
muerte, hay numerosos ejemplos en la muestra del Borges. El pintor,
a través de estas series, centraba su interés en la ejercitación
de la técnica.
El órgano de difusión de la escuela metafísica
a la que se suman De Pissis y el hermano de de Chirico: el músico,
escritor y pintor Alberto Savino fue la revista Valori Plastici,
fundada por el teórico y pintor Mario Broglio en Roma en 1918.
Allí se defiende la vuelta al orden neoclásico y el rescate
del Prerrenacimiento y el Renacimiento, acompañado por una exaltación
del fascismo. Hacia la década del 20, De Chirico acentúa
este giro nostálgico. Durante el período de entreguerras,
el eje arte/política es central para comprender el recorrido
del arte italiano: buena parte de las luchas por imponer una mirada
y una estética pasa por la relación entre los artistas
y el Estado.
Uno de los movimientos artísticos emblemáticos del fascismo
fue el Novecentismo, que desde su nacimiento se constituyó en
la representación artística de la ideología estética
mussoliniana. La crítica de arte Margheritta Sarfatti amante
del Duce era la teórica y promotora del grupo. Sarfatti
estuvo en Buenos Aires en 1930 para presentar una muestra del Grupo
Novecento en la que había obras de Giorgio de Chirico. Un detalle
interesante es que Pettoruti ayudó a colgar aquella exposición.
Así fue como la inaugurada década infame argentina permitió
tomar contacto a los porteños por primera vez con la obra de
De Chirico, hace setenta años.
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