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Se estrena Una historia sencilla, la nueva película de David Lynch

El tractorcito valiente

Nada más aparentemente alejado de la estética de David Lynch que el argumento de su nueva película: la historia real de un viejo que cruzó Estados Unidos en un tractorcito para reencontrarse con su hermano agonizante. Sin embargo, el director de Terciopelo azul logró una proeza con Una historia sencilla: más alejado que nunca de su lado oscuro, ofrece una película que se parece a dormir una siesta con los ojos abiertos, la road-movie más serena de la historia del cine.

Por RODRIGO FRESAN

Había una vez un hombre de 73 años llamado Alvin Straight, habitante de Laurens (Iowa), que llevaba más de diez años sin hablarse con su hermano menor (aunque no tanto) Lyle Straight, habitante de las afueras de Mt. Zion (Wisconsin), a casi mil kilómetros de distancia, cruzando el Mississippi. Cuando Lyle sufre un ataque cardíaco, Alvin decide tragarse su orgullo e ir a visitarlo antes de que sea demasiado tarde. Alvin no está en gran forma: ve mal, camina peor, no tiene permiso de conducir, es padre de una hija con problemas mentales y no quiere que lo lleven hasta Wisconsin: quiere ir él por las suyas. Partir solo y llegar solo. Entonces mira fijo su cortadora de césped con forma de tractorcito, John Deere ‘66. Allá va Alvin, a velocidad paso de hombre cansado, sin apuro, pero con una misión. Misión cumplida: Alvin tardó seis semanas en unir un punto con el otro, con la épica de lo íntimo. Todo esto es verdad. Sucedió en 1994. Salió en las páginas más secretas de los diarios o en alguna de esas columnas estilo Ripley. Y un día lo leyó una tal Mary Sweeney y se lo comentó a su novio David. El apellido de su novio David es Lynch.

EL TITULO En inglés, la película se llama The Straight Story y –ya se dijo– es la historia de un hombre llamado Straight. Pocas veces un apellido sirvió tanto a la hora del múltiple sentido: straight, en inglés, significa “recto”, “sencillo”, “verdadero”, todas esas cosas que son esta película de David Lynch.

EL DIRECTOR Ya se sabe: el dueño de un estilo que a veces gusta y fascina (Eraserhead, Terciopelo azul), a veces irrita (Dune, la versión fílmica de Twin Peaks) y a veces quita el aliento. Me refiero a esa otra historia sencilla y recta y verdadera y sin adornos que es El hombre elefante: otro hombre luchando contra su condición y procurando elevarse por encima de todo y de todos. Y lo consigue. Hay algo en el Lynch sensible –el que se presta a filmar guiones ajenos; como es el caso de Una historia sencilla, escrito por la ya mencionada Mary Sweeney junto al profesional John Roach- que funciona siempre y funciona muy bien. Una cierta distancia que lo despega un poco de sus obsesiones personales. A la hora de viajar junto a una historia ajena por la que siente cariño, Lynch aplica su estética personal a un mundo que le interesa hacer suyo y parece encontrar la medida ideal. No 50 y 50 porque, en este caso, juegan otros factores a considerar: David Lynch nació (en 1946) en Missoula (Montana), el centro exacto de ninguna parte, y luego de una infancia nómade y monótona logró alcanzar el status de neoyorquino por adopción (que, como suele ocurrir con los conversos, son los más fanáticos de todos). El paisaje de Una historia sencilla no sólo devuelve a David Lynch a sus raíces más secretas sino que –como ocurría con la Inglaterra victoriana de El hombre elefante– lo obliga a mirar otras cosas más allá de su concepción del suburbio chico como infierno grande y la road-movie como sucedáneo de la locura con el acelerador a fondo. Una historia sencilla es la road-movie más serena jamás filmada.

EL DISCURSO “Todos estamos cambiando constantemente, y yo no respondo a los estereotipos que se han hecho de mí”, dijo David Lynch a propósito de esta película. “Quienes me asocian sólo con el lado oscuro de la vida, el incesto, la agresión y el deseo sexual descontrolado se equivocan por completo. Estoy abierto a cualquier historia que aporte algo sobre nuestra condición. No me he ablandado. Después de Eraserhead hice El hombre elefante, otra película muy dulce y emotiva. Uno nunca sabe de qué proyecto va a enamorarse. Pasa lo mismo con las mujeres: por mucho que te empeñes en encontrar una pelirroja, de golpe te enamoras de una rubia que te pasa por al lado. El misterio de esta película está en el pasado deAlvin, en el tormento que apenas se esconde dentro de su mente. Las historias que cuenta de su juventud dejan atisbar cierta maldad, y uno se da cuenta de que tuvo una vida dura y terrible. La ternura puede ser algo tan abstracto como la demencia.”

EL HEROE Alvin Straight es el actor Richard Farnsworth o viceversa: uno de esos contados y afortunados casos donde no se sabe dónde termina la persona y empieza el personaje. Richard Farnsworth nació para ser Alvin Straight y –sin por esto despreciar las luminosas presencias de Sissy Spacek, Harry Dean Stanton y demás personas y personajes al costado del camino– Una historia sencilla es una película de un actor y de un director. Hubo alguna presión de los estudios para incluir algún actor más famoso (fácil ser más famoso que Farnsworth) pero, después de una brevísima entrevista con él, Lynch aguantó el embate y supo que había encontrado a su Alvin Straight. Farnsworth –nacido en 1920– es uno de esos anónimos animales cinematográficos: debutó como extra –en el rol de jinete mongol– en Los viajes de Marco Polo (1937), apareció en Los diez mandamientos y Espartaco, fue doble de riesgo del hierático Gary Cooper, en 1977 asomó por primera vez la cabeza al ser nominado para un Oscar como actor de reparto por El jinete eléctrico (con Jane Fonda y Robert Redford) y recién en 1982 obtuvo su primer protagónico en El zorro gris luego de décadas de caerse de caballos, de recibir flechazos y balazos y sablazos. Cuando lo nominaron nuevamente por Una historia sencilla tuvo la casi seguridad de que no le iban a dar ese merecido Oscar porque nada inspira más desconfianza que ver en la pantalla a un actor tan bueno que parece que no está actuando, o que no tiene apuro por demostrar nada, porque a cierta edad ya se sabe que no hace falta apurarse.

LA VELOCIDAD Una historia sencilla es una película lenta que, misteriosamente, se pasa volando. El hallazgo de Lynch está en haberla filmado a velocidad de tractorcito. Así, la velocidad del héroe es la que acaba imponiéndose sobre un espectador demasiado acostumbrado al celuloide vertiginoso. Ver Una historia sencilla se parece un poco a dormir una siesta con los ojos abiertos y soñar algo muy raro que –de eso tratan los mejores sueños, después de todo– podría ser perfectamente normal.

LA CRITICA Desde que fue presentada con rotundo éxito en Cannes ‘99, la crítica mundial ha celebrado que Lynch haya controlado su compulsión por transgredir y ser original, en nombre de una sencillez minimalista y límpida. Algunos llegaron a festejar “la más feliz de las traiciones”. Error. Es recomendable ver Una historia sencilla dos veces para ver la historia que nos cuenta Alvin Straight y la historia que nos cuenta David Lynch y, recién entonces, recordarla como se debe y a la velocidad de un tractorcito discurriendo por la delgadísima carretera que separa un lado del otro.

EL PAISAJE El territorio que recorre Una historia sencilla es esa frontera entre las cándidas ilustraciones de Norman Rockwell y las escenas siempre perturbadoras de Edward Hopper. Una mezcla de un episodio de Dimensión desconocida con un hipotético capítulo de Los Walton escrito por Faulkner. Como si Lynch hubiese permitido que se le filtrara la alegría caballeresca de Frank Capra o Preston Sturges barnizada con la sensible dureza de John Ford. Hay que pensar Una historia sencilla como la feliz comunión de extremos aparentemente irreconciliables que, al igual que los hermanos Alvin y Lyle, deciden enterrar sus diferencias y sentarse juntos, otra vez, a mirar las estrellas. Dicen que, en Iowa, un minuto dura cinco y en ocasiones se hace peligrosamente palpable el encanto del suicidio y del alcoholismo (en ese orden). Gente buena, muy buena, demasiado buena. Iowavivió como una fiesta el rodaje de Una historia sencilla y la inmortalización en la gran pantalla de un héroe privado. Cuenta Lynch que todos se acercaban para contarle historias de Alvin Straight, que varios insistieron en ser los que le vendieron su tractorcito aventurero, que algunos niegan que Alvin Straight haya muerto en 1996 y que insisten en que lo vieron el otro día, silbando sin prisa y sin pausa.

LA MUSICA La banda de sonido de Una historia sencilla está firmada por Angelo Badalamenti (ver Radar Nº 190) y es una de las mejores de los últimos tiempos: una feliz y melancólica combinación de instrumentos campestres sobre sembradíos de sonidos electrónicos. Pocas veces música e imagen han estado mejor compaginadas. Que no haya estado nominada para los Oscar es un enigma más insondable que la muerte de Laura Palmer.

EL METODO Una de las mejores aproximaciones al credo de David Lynch pertenece al escritor David Foster Wallace, quien estuvo cubriendo el rodaje de Carretera perdida para la revista Première. Allí escribió: “Las películas de Lynch son a menudo definidas como formas intermedias entre el cine artístico y el cine comercial. Pero el terreno que en realidad ocupan y reclaman para sí es una tercera opción, donde nada tiene una razón de ser y las posibilidades de interpretación son múltiples. Las películas de Lynch no resisten explicación, sólo pueden ser experimentadas”. Una historia sencilla es efectivamente una experiencia rara. Difícil no emocionarse y, al mismo tiempo, tener la sensación perturbadora, decididamente lynchiana, de estar siendo manipulado. Todos son buena gente en Una historia sencilla. Sospechosamente buena gente, como lo era el agente Dale Cooper en Twin Peaks. Todos ayudan a Alvin, todos lo escuchan. Pero al mismo tiempo ahí están esos signos lynchianos para recordarnos el otro lado de las cosas: surtidores que riegan el césped en la noche, ominosos silos, sonidos industriales, profundos cielos estrellados, cementerios antiguos, tormentas eléctricas de placidez japonesa, una chica fugitiva de un pueblo que sólo puede llamarse Twin Peaks, ciclistas que surgen de ninguna parte, bomberos practicando a un costado de la nada, una mujer desesperada que ya no sabe qué hacer para dejar de atropellar ciervos, una conversación de viejos sobre la guerra que se las arregla en pocos minutos para contener y superar varias horas de Rescatando al soldado Ryan. Y está Alvin, claro, un viejito luminoso y estoico que oculta zonas oscuras, en los fértiles campos de la más terrible América profunda. Cabe la posibilidad de que Lynch, cansado de los golpes y consciente de que buena parte del nuevo cine norteamericano se ha “lynchificado” con mayor o menor intesidad (ver al adolescente perturbado por una bolsa de plástico de Belleza americana, ver los delincuentes juveniles de Los muchachos no lloran, o la bíblica lluvia batracia de Magnolia), haya optado por filmar la más perversa y monstruosa de sus obras sin que se note: una película de David Lynch apta para todo público, distribuida por Disney. Un tractorcito también puede ser un caballo de Troya.

LA VEJEZ Hay todo un subgénero de cine que se podría rotular como “películas de viejos”. Conduciendo a Miss Daisy, En la laguna dorada y cualquier cosa en la que aparezcan Jack Lemmon y Walther Mathau. Películas especialmente diseñadas para hacernos ver los un tanto inasibles encantos de la ancianidad y la fortuna de paladear aunque sea sin dientes propios esa sabiduría que sólo llega con los años. En un momento de Una historia sencilla, un joven ciclista le pregunta a Alvin qué es lo peor de ser viejo y Straight contesta sin dudarlo: “Lo peor de ser viejo es acordarte de cuando eras joven”. Las últimas investigaciones por nuestro mapa genético nos hacen pensar en un futuro cercano en que la vejez será unrecuerdo distante o una opción voluntaria que se neutralizará o invocará con toque delicado sobre un determinado cromosoma. Nadie tendrá entonces la necesidad de subirse a una cortadora de césped con forma de tractorcito para enderezar una historia torcida, porque habrá todo el tiempo del mundo. Los ancianos jóvenes se acordarán de cuando eran jóvenes ancianos y dejarán para mañana lo que puede hacerse hoy. Y quizá sea un mundo mejor, o quizá no, pero lo seguro es que será cada vez más difícil abrir el diario o ir al cine a encontrarse con una historia como la de Alvin Straight.

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