¿Querés ser Lou Reed?
Cinco años después de su último disco de estudio, y con 58 años cumplidos, Lou Reed vuelve al ruedo con "Ecstasy", un álbum supuestamente corrosivo, acompañado por una gira europea que ya lo ha llevado al puesto primero de todos los rankings discográficos del continente. Sin embargo, detrás de la fachada transgresora e iconoclasta, se manifiesta cada vez más nítidamente la verdadera ambición del fundador de la Velvet Underground: que el mundo entero purgue el pecado de no ser Lou Reed. Por RODRIGO FRESAN, desde Barcelona Falta cada vez menos para que alguien descubra --detrás de un archivero en una oficina de un edificio de una ciudad llamada Nueva York-- un pasadizo secreto y metafísico que conduce a las profundidades de la mente de un hombre llamado Lou Reed. La cuestión es si alguien se va a animar a pagar doscientos dólares para entrar ahí, porque está claro que ser Lou Reed es mucho más complejo que ser John Malkovich. El famoso actor --al menos desde afuera-- parece perfectamente seguro de quién es, mientras que el legendario rock & roll animal no parece tener del todo claro dónde empiezan y terminan su persona, su personaje y su personalidad. En otras palabras, es fácil entrar en Lou Reed. Lo difícil es salir para contarlo. 1
Lo primero que uno siente adentro de Lou Reed es la fascinación
de ser Lou Reed. Hay motivos válidos para sentir eso. Lou Reed
es, o alguna vez fue uno de los escasos escritores de canciones --unos
escalones más abajo que Bob Dylan y los Beatles, y junto a Leonard
Cohen y Ray Davies--, cuyos versos trascienden los límites del
género para convertirse en slogans inseparables de un momento
histórico y, con el tiempo, en mantras que se heredan de generación
en generación, como los inapelables espirales del ADN. "Sweet
Jane", "Heroin", "Rock and Roll", "Walk
on the Wild Side". Lou Reed fue uno de los miembros fundadores
y el principal compositor de la Velvet Underground: la más atemporalmente
moderna y eternamente influyente de todas las bandas. Con eso alcanza
y sobra para sentirte satisfecho. Ahora bien, tal vez uno fuera más
joven e inocente, pero me parece que antes no se hacía tan evidente:
el problema de ser Lou Reed --de un tiempo a esta parte, principalmente
desde los "trascendentes" Magic and Loss y Set the Twilight
Reeling-- es que nuestro héroe no para de reflexionar sobre ser
Lou Reed. Si le dieran la oportunidad de ser otra persona, seguro que
contestaría: "Quiero ser Lou Reed sin dejar de ser Lou Reed.
Quiero ser todavía más Lou Reed". No es un síntoma
nuevo; es una enfermedad más que contagiosa entre los artistas
del rock: se empieza universalista, se desciende en abrupto zoom sobre
la propia y pintable aldea, y se termina cantando frente al espejo.
Le pasó a John Lennon y a Charly García. Le pasó
a Bob Dylan y a Andrés Calamaro. La diferencia entre los primeros
y los segundos reside en que los primeros cantan que no les gusta aquello
en lo que se convirtieron, mientras que los segundos parecen más
que satisfechos de aquello en lo que van a convertirse. 2 Tal vez vaya siendo hora de aclarar que el aquí firmante es un fan confeso y sin culpas de Lou Reed; que sigue leyendo todo lo que aparezca sobre la Velvet Underground (y Andy Warhol) y que ha comprado todos y cada uno de sus discos solistas. Que todavía no se repone del hecho de no haber estado en Buenos Aires cuando tocó en el Gran Rex, y que el pasado lunes 3 de abril estaba, recién bañado y peinado, esperando que abriera la puerta de su disquería amiga para ser el primero en comprarse Ecstasy, el primer trabajo en estudio en casi cinco años de Lou Reed. Catorce canciones nuevas que se sospechaba sonarían a antiguas y está bien que así fuera porque ese descubridor de nuevos horizontes se ha ganado el pleno derecho a vivir de ese sonido obsesivo en el que desde hace tiempo lo acompañan el guitarrista Mike Rathke y el bajista Fernando Saunders. No hay quejas acerca de eso: nada sería más triste y desconcertante que descubrir que el nuevo disco de Lou Reed está producido por los Pet Shop Boys o George Martin. Pero, uh, lo nuevo del viejo Lou Reed no produce la plácida caricia del déjà-vu sino la incómoda y persistente palmadita en el hombro de ese amigo tuyo que está en todas las fiestas para repetirte, como si fuera la primera vez, la misma historia de siempre. El problema de Ecstasy --su agónica insistencia-- no está en que uno ya ha escuchado todo esto cuando era más joven sino que Lou Reed, con cincuenta y ocho años encima, se niega a reconocer que ha envejecido. En la tapa de Ecstasy (donde empiezan los problemas) hay una foto de Lou Reed con ojos cerrados, boca abierta, cara de orgasmo. La duda está en si Lou Reed está haciendo el amor con la Anderson, con alguna otra persona o --como dijo Woody Allen a la hora de definir el acto de masturbarse-- si sólo está haciendo el amor con la persona que más quiere. 3
La estrategia y la intención son clarísimas: Lou Reed
--quien alguna vez afirmó desde las liner-notes del indigerible
Metal Machine Music que "una semana mía vale más
que un año de ustedes"-- quiere y necesita que Ecstasy sea
considerado como su Time Out of Mind y, en consecuencia, que sea recibido
y homenajeado con el mismo entusiasmo que provocó en 1997 la
renovada evidencia de que Dylan nunca se va pero siempre vuelve porque,
bueno, Dylan está de vuelta y --como Robert Johnson, Cole Porter,
George Gershwin, Louis Armstrong, Frank Sinatra-- ya es parte de una
historia que trasciende lo musical y lo popular. Pero Lou Reed no supo
ver el verdadero valor del último Dylan: Time Out of Mind es,
posiblemente, el primer álbum de "rock de viejo" en
la historia del género. Un álbum de canciones para envejecer,
que no esconden las arrugas y se confiesan aterrorizadas por lo que
se intuye a la vuelta de la esquina. Ecstasy, en cambio, apuesta a ser
un puñado de canciones curtidas por la experiencia, la madurez
y la sabiduría, pero sin atreverse a sacarse los clichés
de campera de cuero, cara de chico malo y dientes de lobo estepario.
Es que Ecstasy es un producto, en el buen y en el mal sentido de la
palabra. 5
Hay una canción de Ecstasy titulada "Like a Possum"
que se convierte en el mejor alegato para la fiscalía y que la
defensa --Lou Reed es su propio abogado, claro-- insiste en que se trata
de su mejor argumento para demostrar no la inocencia de su cliente sino
que el resto de la humanidad es culpable de no ser Lou Reed. Si Dylan
cerraba Time Out of Mind con ese larguísimo y bucólico
paseíto de abuelo llamado "Highlands" --diecisiete
minutos y fracción--, Lou Reed, por supuesto, quiso demostrar
que la tiene más larga y más dura: dieciocho minutos de
distorsión y furia bíblica y versos como "El diablo
intentó satisfacerme pero mi depresión era tan alta como
el cielo", "Fumando crack con alguien que flirteaba conmigo
en el centro de la ciudad", "Pinchándome y corriéndome
hasta que duele", "Las chicas del mercado saben de qué
voy, aprietan sus pezones y se suben las faldas", "Tú
me conoces, me gusta bailar con diferentes personalidades que se cancelan
unas a otras", "Estoy tranquilo como un ángel"
para concluir --demasiado, demasiado tiempo después-- con: "Soy
el único, soy el único, el único que queda en pie".
6
Tal vez vaya siendo hora de volver a aclarar que el aquí firmante
es un fan confeso y sin culpas de Lou Reed. Que, en más de una
ocasión, escribió una sentida loa reediana. Que fue a
comprar su entrada para el concierto el día en que salieron a
la venta y que sigue escuchando --como si fuera la primera vez, con
la alegría del descubrimiento-- las canciones que vienen adentro
de Lou Reed, Trasformer, Berlin, Coney Island Baby, Street Hassle, The
Bells, The Blue Mask, Legendary Hearts, New Sensations, New York, Songs
for Drella, Take No Prisioners y Perfect Night. La duda existencial
--la pregunta del millón-- es si el firmante sigue creyendo en
el pop luminoso y transformista de "Satellite of Love", en
la decadencia berlinesa de "Sad Song", en el gozo juvenil
"She's My Best Friend", en la épica callejera de "Street
Hassle", en la postal matrimonial de "Make Up my Mind",
en la felicidad burguesa de "New Sensations", en el conmovedor
--aunque un tanto oportunista-- réquiem warholiano "Hello,
It's Me", o si simplemente las sigue escuchando como las escuchó
entonces, cuando Lou Reed era una especie de ojo de la cerradura que
nos invitaba a mirar el otro lado de las cosas y cuando el wild side
neoyorquino no había sido domesticado por las galerías
de arte y el alcalde Giuliani. 7
Recapitulemos: Lou Reed nunca dijo que no podía conseguir satisfacción,
ni que esperaba morir antes de llegar a viejo, pero sí se erigió
en un virtual apólogo del reviente. De ahí que --ahora
que se siente extático y sin edad y autor de sinfonías--
a veces dé la impresión de alguien que patea tachos de
basura y toca el timbre para salir corriendo con el aire amenazante
de un rebelde con causa. De ahí que se autoproclame juez implacable
de toda la sociedad, "el único que queda en pie". 8 Matando el tiempo, mientras escribo esto --mientras espero que llegue el día y la hora de ir a ver a Lou Reed en vivo--, veo en la televisión el videoclip de "Modern Dance" con un Lou Reed disfrazado... ¡¡¡de gallina bataraza!!! Un rato después, leo el recién aparecido Atraviesa el fuego, libro gordo y bilingüe recién editado por Grijalbo-Mondadori con todas las letras de todas las canciones de Lou Reed (incluyendo sin problemas y como propias las compuestas fifty-fifty junto a Cale y una para el álbum de la serie Friends). El libro empieza bien: con "I'm Waiting for the Man". Durante páginas y páginas desfilan perfectos short-stories a los que uno les pone música. Pero cerca del final uno ya tiene la sensación de que Lou Reed le está gritando al oído y no encuentra el control remoto para ponerle mute a esa necesidad de Lou Reed de explicarse una y otra vez, aunque el autor dice en el prólogo: "Siempre he creído que mis letras iban más allá del reportaje y que adoptaban posiciones no morales, sino emocionales". Un rato después leo a Lou Reed repetir una y otra vez en la prensa española de estos días "Lorca, Gaudí, Goya", recordando sin cesar que suspendió las fechas en la ultraderechista Austria de su actual gira, y molestándose cuando alguien le señala que no hace mucho tocó en la Casa Blanca (la respuesta: "Fui porque mi amigo Václav Havel me lo pidió"). Un rato después leo a Lou Reed recopilado en The Penguin Book of Rock & Roll Writing, firmando un texto en 1970 titulado Fallen Knights and Fallen Ladies, donde acaba advirtiendo: "Es verdad que resulta imposible colmar las expectativas de todos luego de tanto tiempo de exposición... Y es inevitable y, oh, triste y, oh, nada puede hacerse para cambiarlo cuando comenzamos a entender, demasiado tarde, que los hábitos adquiridos a lo largo de los años no pueden cambiarse en cuestión de días y que, al final, todos somos caballeros caídos en desgracia". Treinta años después, Lou Reed es --ya lo sabemos, lo escuchamos durante dieciocho minutos-- la excepción que confirma la regla: es el único que, oh, queda en pie. 9
El concierto de Lou Reed en Barcelona --primero de su tour español
2000-- es la tercera fecha hot en poquísimo tiempo dentro del
calendario musical de la ciudad: primero fue Beck (porque es el sabor
de la temporada), después The Cure (porque se separa) y ahora
es Lou Reed porque es Lou Reed, y aquí se lo quiere como se quiere
a Leonard Cohen y a Bruce Springsteen: más que en cualquier otra
parte del planeta. Se impone agregar que Ecstasy está en el primer
puesto de ventas en casi todas las listas españolas y que por
eso ha arrancado en este país la gira europea del asunto. Sobre
el escenario de un legendario sitio barcelonés muy incómodo
y lleno desde los zócalos hasta el cielorraso llamado Zeleste,
Lou Reed parece Dorian Gray y el retrato al mismo tiempo. La atmósfera
está caldeada en Zeleste: euforia de los seguidores combinada
con desesperación de los dueños, porque Lou Reed --no
más aterrizar-- prohibió la venta de alcohol durante el
show porque le "molesta el ruido de las botellas contra los vasos".
Al ver en el escenario a Lou Reed, uno piensa que tiene delante a un
auténtico e indiscutible pedazo de historia (y sí, a uno
le gustaría ser Lou Reed pero, de ser posible, no tener que ponerse
esos pantalones de cuero). Pero cuando uno espera el cristalino y venerable
sonido de Perfect Night (su excelente último álbum en
vivo con canciones clásicas y una novedad digna de figurar entre
lo mejor de la Velvet Underground, llamada "Talkin Book"),
la cosa se complica: el concierto se basa --casi en su totalidad-- en
insoportables y eternas versiones de canciones de Set the Twilight Reeling
y Ecstasy (con larguísimos solos de guitarra reediana), apenas
salpicadas por algunas canciones más o menos oscuras, como "The
Blue Mask", "The Last Shot", "Turn to Me",
"Romeo Had Juliet" y "Smalltown". A falta de algo
mejor, uno acaba agradeciendo esos temas como si fueran maná,
mientras paga y recibe una cerveza por debajo del mostrador (lo siento,
Lou) y asiste pasmado al entusiasmo de las nuevas generaciones, para
quienes el último Lou Reed es el mejor, quizá por sentirlo
más próximo y por comprarlo cuando recién sale
en la batea de novedades.
|