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¿Querés ser Lou Reed?


Cinco años después de su último disco de estudio, y con 58 años cumplidos, Lou Reed vuelve al ruedo con "Ecstasy", un álbum supuestamente corrosivo, acompañado por una gira europea que ya lo ha llevado al puesto primero de todos los rankings discográficos del continente. Sin embargo, detrás de la fachada transgresora e iconoclasta, se manifiesta cada vez más nítidamente la verdadera ambición del fundador de la Velvet Underground: que el mundo entero purgue el pecado de no ser Lou Reed.

Por RODRIGO FRESAN, desde Barcelona

Falta cada vez menos para que alguien descubra --detrás de un archivero en una oficina de un edificio de una ciudad llamada Nueva York-- un pasadizo secreto y metafísico que conduce a las profundidades de la mente de un hombre llamado Lou Reed. La cuestión es si alguien se va a animar a pagar doscientos dólares para entrar ahí, porque está claro que ser Lou Reed es mucho más complejo que ser John Malkovich. El famoso actor --al menos desde afuera-- parece perfectamente seguro de quién es, mientras que el legendario rock & roll animal no parece tener del todo claro dónde empiezan y terminan su persona, su personaje y su personalidad. En otras palabras, es fácil entrar en Lou Reed. Lo difícil es salir para contarlo.

1 Lo primero que uno siente adentro de Lou Reed es la fascinación de ser Lou Reed. Hay motivos válidos para sentir eso. Lou Reed es, o alguna vez fue uno de los escasos escritores de canciones --unos escalones más abajo que Bob Dylan y los Beatles, y junto a Leonard Cohen y Ray Davies--, cuyos versos trascienden los límites del género para convertirse en slogans inseparables de un momento histórico y, con el tiempo, en mantras que se heredan de generación en generación, como los inapelables espirales del ADN. "Sweet Jane", "Heroin", "Rock and Roll", "Walk on the Wild Side". Lou Reed fue uno de los miembros fundadores y el principal compositor de la Velvet Underground: la más atemporalmente moderna y eternamente influyente de todas las bandas. Con eso alcanza y sobra para sentirte satisfecho. Ahora bien, tal vez uno fuera más joven e inocente, pero me parece que antes no se hacía tan evidente: el problema de ser Lou Reed --de un tiempo a esta parte, principalmente desde los "trascendentes" Magic and Loss y Set the Twilight Reeling-- es que nuestro héroe no para de reflexionar sobre ser Lou Reed. Si le dieran la oportunidad de ser otra persona, seguro que contestaría: "Quiero ser Lou Reed sin dejar de ser Lou Reed. Quiero ser todavía más Lou Reed". No es un síntoma nuevo; es una enfermedad más que contagiosa entre los artistas del rock: se empieza universalista, se desciende en abrupto zoom sobre la propia y pintable aldea, y se termina cantando frente al espejo. Le pasó a John Lennon y a Charly García. Le pasó a Bob Dylan y a Andrés Calamaro. La diferencia entre los primeros y los segundos reside en que los primeros cantan que no les gusta aquello en lo que se convirtieron, mientras que los segundos parecen más que satisfechos de aquello en lo que van a convertirse.
Hay un momento en esa película inasible --¿obra maestra, estupidez consumada?-- que es ¿Quiere ser John Malkovich? donde Malkovich se penetra a sí mismo para ser parido en un mundo totalmente malkovichado. Allí todos --mujeres, niños, enanos, perros-- son John Malkovich. El actor grita desesperado. En cambio uno tiene la sospecha de que Lou Reed, enfrentado a la misma situación, se limitaría a enchufar la guitarra y rasguear los primeros acordes de "I'm Waiting for the Man", satisfecho de que la larga espera finalmente haya llegado a su fin. Bienvenidos a Loulandia. Es que, si hay algo más peligroso que convertirse en parodia de uno mismo --pienso en The Rolling Stones, pienso en The Who-- es convertirse en apólogo de uno mismo.

2 Tal vez vaya siendo hora de aclarar que el aquí firmante es un fan confeso y sin culpas de Lou Reed; que sigue leyendo todo lo que aparezca sobre la Velvet Underground (y Andy Warhol) y que ha comprado todos y cada uno de sus discos solistas. Que todavía no se repone del hecho de no haber estado en Buenos Aires cuando tocó en el Gran Rex, y que el pasado lunes 3 de abril estaba, recién bañado y peinado, esperando que abriera la puerta de su disquería amiga para ser el primero en comprarse Ecstasy, el primer trabajo en estudio en casi cinco años de Lou Reed. Catorce canciones nuevas que se sospechaba sonarían a antiguas y está bien que así fuera porque ese descubridor de nuevos horizontes se ha ganado el pleno derecho a vivir de ese sonido obsesivo en el que desde hace tiempo lo acompañan el guitarrista Mike Rathke y el bajista Fernando Saunders. No hay quejas acerca de eso: nada sería más triste y desconcertante que descubrir que el nuevo disco de Lou Reed está producido por los Pet Shop Boys o George Martin. Pero, uh, lo nuevo del viejo Lou Reed no produce la plácida caricia del déjà-vu sino la incómoda y persistente palmadita en el hombro de ese amigo tuyo que está en todas las fiestas para repetirte, como si fuera la primera vez, la misma historia de siempre. El problema de Ecstasy --su agónica insistencia-- no está en que uno ya ha escuchado todo esto cuando era más joven sino que Lou Reed, con cincuenta y ocho años encima, se niega a reconocer que ha envejecido. En la tapa de Ecstasy (donde empiezan los problemas) hay una foto de Lou Reed con ojos cerrados, boca abierta, cara de orgasmo. La duda está en si Lou Reed está haciendo el amor con la Anderson, con alguna otra persona o --como dijo Woody Allen a la hora de definir el acto de masturbarse-- si sólo está haciendo el amor con la persona que más quiere.

3 La estrategia y la intención son clarísimas: Lou Reed --quien alguna vez afirmó desde las liner-notes del indigerible Metal Machine Music que "una semana mía vale más que un año de ustedes"-- quiere y necesita que Ecstasy sea considerado como su Time Out of Mind y, en consecuencia, que sea recibido y homenajeado con el mismo entusiasmo que provocó en 1997 la renovada evidencia de que Dylan nunca se va pero siempre vuelve porque, bueno, Dylan está de vuelta y --como Robert Johnson, Cole Porter, George Gershwin, Louis Armstrong, Frank Sinatra-- ya es parte de una historia que trasciende lo musical y lo popular. Pero Lou Reed no supo ver el verdadero valor del último Dylan: Time Out of Mind es, posiblemente, el primer álbum de "rock de viejo" en la historia del género. Un álbum de canciones para envejecer, que no esconden las arrugas y se confiesan aterrorizadas por lo que se intuye a la vuelta de la esquina. Ecstasy, en cambio, apuesta a ser un puñado de canciones curtidas por la experiencia, la madurez y la sabiduría, pero sin atreverse a sacarse los clichés de campera de cuero, cara de chico malo y dientes de lobo estepario. Es que Ecstasy es un producto, en el buen y en el mal sentido de la palabra.
Me explico: a Lou Reed le gusta sentirse outsider pero tiene claro, aunque le cueste admitirlo, que es un insider de sí mismo obligado a ofrecer un más o menos aceptable Modelo Reed de tanto en tanto. De este modo, donde Set the Twilight Reeling era una apología de la vida en pareja (por entonces Lou festejaba su flamante pareja con Laurie Anderson), Ecstasy funciona como vómito contra el matrimonio. Es cierto que Lou Reed no tiene la presión de ser un megaéxito comercial (como U2 o Radiohead, por nombrar a un par de elementos dignos en las por lo general infames cúspides del hit-parade), pero sí tiene la presión de su propia y bien cuidada leyenda y la presión de sus fans. Y algunos de ellos --me consta-- piensan bastante parecido a mí pero no se atreven a decirlo en voz alta por miedo al castigo divino. La crítica suele ser más honestamente corrupta en el tratamiento de Lou Reed: no se lo puede tratar mal (Rolling Stone acaba de darle cuatro estrellas a Ecstasy) porque, después de todo, sus canciones y sus intenciones se suponen siempre "sentidas y honestas" y ahí afuera hay cosas y cosos mucho peores que Lou Reed. Entonces, mejor pensar en Lou Reed como parte de la resistencia: un heroico freak, "uno de los nuestros", piensan los críticos. Pero uno de ellos, llamado Lester Bangs --el difunto padre del nuevo periodismo rockero--, detectó antes que nadie este virus de complacencia y lo denunció con furia casi fundamentalista desde las páginas de la también desaparecida revista Creem a principios de los '70. Hasta entonces, Lou Reed era su héroe y Lester Bangs no pudo soportar la traición de Lou a su propia causa, así que decidió empezar a morirse, y se murió nomás, pero después de sacarse chispas en varias polémicas en vivo y en la prensa con su ídolo caído.
Es verdad que, de entrada, el disco gratifica; pero a medida que se avanza por sus tracks, se empieza a sentir un olor a podrido: su ya preocupante, por lo reincidente, orgullo misógino disfrazado de patoteril ética noir, que nada tiene que ver con la guitarra cada vez más podrida y minimal de Lou o con la voz cada vez más podrida y poco flexible de Lou. Ecstasy --como Sally Can't Dance, Rock and Roll Heart, Growing Up in Public, Mistrial, Magic and Loss y Set the Twilight Reeling-- es otro álbum de Lou Reed haciendo de Lou Reed y barnizado por ese esmalte de tipo duro que uno sospecha especialmente diseñado para atrapar a las nuevas generaciones incautas y siempre dispuestas a adorar a un tipo con la edad de sus padres pero que no se parece mucho a sus padres. Para uno, en cambio, que lo considera un hermano mayor o un tío loco, Ecstasy refresca pero no quita la sed. Y el Lou Bizarro --soberbio como Clay-- pierde por puntos en un combate contra su propia sombra. Un campeón a veces cae. A veces se levanta. A veces no.

4 Alguna vez Lou Reed fue uno de los más verosímiles portavoces de la decadencia rockera que juraba nunca ser decadente. El problema es que Lou quiere todo y lo quiere ya: los laureles de un viejo shamán sin por eso renunciar a la frescura del aprendiz de brujo; los beneficios del art-rock burgués sin tener que sacrificar la transgresión punkie. Lou Reed quiere ser auteur respetado en el SoHo y pandillero temido en el Bronx. Y da un poco de impresión verlo y oírlo. La misma impresión que producen ese adicto a la modernidad perpetua que es David Bowie (quien, de tanto disparar a todas partes, de vez en cuando da en el blanco), o Patti Smith descalza y desgreñada aullando sonetos supuestamente hopi (¿alguien puede probar lo contrario?) y el hiperkinético Iggy "San Vito" Pop sacando culo con el torso desnudo y escupiendo desde el escenario a chicos que podrían ser sus nietos (Iggy es reciente responsable de Avenue B, otra de esas involuntariamente desopilantes obras "serias"). Gente grande, ¿no? La verdad es que asusta un poco esa compulsión refleja de viejos verdes del rock cuando se la compara con la elegancia victoriana de Ray Davies o la sofisticación bon-vivant de Leonard Cohen o la urbanidad sensible de Paul Simon. No hace mucho fui a un concierto del todavía casi adolescente Beck y --dejando de lado su cuestionable manía referencial-- lo cierto es que gratificaba su desaforada alegría juvenil sin temor al ridículo. Algo que, paradójicamente, lo acercaba a lo trascendente por el solo hecho de ser como es. Y al que no le guste, ya se sabe: la puerta está abierta.
La ideología de Lou Reed --sus pronunciamientos públicos-- dicen algo similar: soy como soy y, al que no le guste, la puerta está abierta. Pero mientras Beck parece en paz con los que no lo consideran "el futuro del rock", Lou Reed --protegido por buena parte de la prensa especializada, compuesta por contemporáneos nostálgicos o juveniles crédulos-- lo repite una y otra vez, mordiendo las palabras y provocando la sospecha de que afuera te están esperando sus amiguitos para romperte las piernas. ¿Ya dije que tengo entrada para ver a Lou Reed en vivo, por primera vez, para dentro de dos noches y que tengo un poco de miedo?

5 Hay una canción de Ecstasy titulada "Like a Possum" que se convierte en el mejor alegato para la fiscalía y que la defensa --Lou Reed es su propio abogado, claro-- insiste en que se trata de su mejor argumento para demostrar no la inocencia de su cliente sino que el resto de la humanidad es culpable de no ser Lou Reed. Si Dylan cerraba Time Out of Mind con ese larguísimo y bucólico paseíto de abuelo llamado "Highlands" --diecisiete minutos y fracción--, Lou Reed, por supuesto, quiso demostrar que la tiene más larga y más dura: dieciocho minutos de distorsión y furia bíblica y versos como "El diablo intentó satisfacerme pero mi depresión era tan alta como el cielo", "Fumando crack con alguien que flirteaba conmigo en el centro de la ciudad", "Pinchándome y corriéndome hasta que duele", "Las chicas del mercado saben de qué voy, aprietan sus pezones y se suben las faldas", "Tú me conoces, me gusta bailar con diferentes personalidades que se cancelan unas a otras", "Estoy tranquilo como un ángel" para concluir --demasiado, demasiado tiempo después-- con: "Soy el único, soy el único, el único que queda en pie".
El efecto producido es tan fuerte y vergonzante que alimenta la sospecha de que "Paranoia Key of E", "Mad", "Modern Dance", "Turning Time Around" y "Baton Rouge" --nobles canciones de Ecstasy que uno disfrutó apenas un rato antes-- tal vez no sean tan buenas. O, peor todavía, que sean igual de mentirosas, y que sólo Lou Reed (o alguien que quiera ser Lou Reed) podría tomarse en serio. Lou Reed ha dicho en varias entrevistas que piensa tocar "Like a Possum" en vivo. ¿Ya dije que tengo un poco de miedo?

6 Tal vez vaya siendo hora de volver a aclarar que el aquí firmante es un fan confeso y sin culpas de Lou Reed. Que, en más de una ocasión, escribió una sentida loa reediana. Que fue a comprar su entrada para el concierto el día en que salieron a la venta y que sigue escuchando --como si fuera la primera vez, con la alegría del descubrimiento-- las canciones que vienen adentro de Lou Reed, Trasformer, Berlin, Coney Island Baby, Street Hassle, The Bells, The Blue Mask, Legendary Hearts, New Sensations, New York, Songs for Drella, Take No Prisioners y Perfect Night. La duda existencial --la pregunta del millón-- es si el firmante sigue creyendo en el pop luminoso y transformista de "Satellite of Love", en la decadencia berlinesa de "Sad Song", en el gozo juvenil "She's My Best Friend", en la épica callejera de "Street Hassle", en la postal matrimonial de "Make Up my Mind", en la felicidad burguesa de "New Sensations", en el conmovedor --aunque un tanto oportunista-- réquiem warholiano "Hello, It's Me", o si simplemente las sigue escuchando como las escuchó entonces, cuando Lou Reed era una especie de ojo de la cerradura que nos invitaba a mirar el otro lado de las cosas y cuando el wild side neoyorquino no había sido domesticado por las galerías de arte y el alcalde Giuliani.
Tal vez las viejas canciones del joven Lou Reed no envejezcan mientras que las nuevas canciones del viejo Lou Reed parezcan canciones nacidas con colágeno y liftings y clichés. Pensamiento súbito y ligeramente totalitario: ¿deberían durar tanto los rockers? ¿No deberían durar menos y ser biodegradables? ¿El rock no tendría que estar hecho por jóvenes y para jóvenes, y representar y musicalizar un determinado momento sociocultural? Y, una vez descartada la utopía o distopía de turno, ¿no debería uno despedirse de todo eso como se despide del acné y de las ganas de acostarse tarde y de la necesidad de cambiar el mundo? ¿O alguien imaginó en los tiempos de Elvis, Buddy Holly y Chuck Berry que alguna vez iba a existir algo conocido como "rock adulto", escrito por y para gente de más de cincuenta años? (Sorpresa y tranquilidad: corrigiendo estas líneas, el firmante encuentra un pronunciamiento casi idéntico de Nick Hornby en el New Yorker, a la hora de poner en caja a Steely Dan, otro dueto de astutos dinosaurios.)
Tal vez lo que ocurre es que Lou Reed lleva demasiado tiempo escuchando a Lou Reed y disfrutando de ser Lou Reed y --a diferencia de Bob Dylan, que cada tanto se acaba para volver a empezar--, nadie le dijo que va siendo hora de dedicarse a otra cosa o, por lo menos, de dejar de componer canciones como "Like a Possum" y, mucho menos, definirla así en entrevistas: "Un experiencia que nos transporta hacia el éxtasis. Muy ambiciosa. No es música de fondo ni quería que se deslizara hacia el jazz; es un tema que grabamos en una sola toma y que para nosotros fue como una experiencia mágica y escalofriante. Es como un regalo que me hice y que les hago: una llave que da la posibilidad de entender una experiencia... Piensen que se trata de algo grande. Piensen en una sinfonía. Es algo glorioso, producto de estar perfectamente en foco, como viajar con un chofer en el que tienes plena confianza. Cuando la escuchamos por primera vez me dije: Aquí está finalmente, lo hemos conseguido".

7 Recapitulemos: Lou Reed nunca dijo que no podía conseguir satisfacción, ni que esperaba morir antes de llegar a viejo, pero sí se erigió en un virtual apólogo del reviente. De ahí que --ahora que se siente extático y sin edad y autor de sinfonías-- a veces dé la impresión de alguien que patea tachos de basura y toca el timbre para salir corriendo con el aire amenazante de un rebelde con causa. De ahí que se autoproclame juez implacable de toda la sociedad, "el único que queda en pie".
Hubo un momento en que Lou comenzó a cambiar: luego de alcanzar la cúspide de lo salvaje con Street Hassle y The Bells (a finales de los '80), parecía haberse resignado a madurar con gracia y conocimiento. Siguieron canciones que mostraban a un Lou Reed disfrutando y padeciendo la vida en pareja, luego de décadas de descontrol, y hasta permitiéndose el retorno como cronista externo de lo oscuro (en 1989 con su celebrado New York). Ahí, me parece, pasó algo. O, por lo menos, se hizo evidente algo que el sufrido John Cale --compañero de Reed en la Velvet y socio en Songs for Drella-- ha venido sosteniendo desde hace años y que volvió a experimentar durante los pocos días de la complicada resurrección de la Velvet en Underground: Lou Reed es un tipo con el más soberbio y mitómano y grandilocuente y ególatra y gigantesco complejo de inferioridad.
Tal vez por eso, a medida que van pasando los años, uno siente cada vez más simpatía por John Cale (alguien que parece estar bastante seguro de lo que es) y cada vez más pesadez por Lou Reed. Puede que Lou se haya puesto más grave y terminal gracias a --o por culpa de-- su matrimonio con la sacerdotisa alternativa Laurie Anderson. O puede que no pueda dejar de luchar contra el fantasma invencible de la Velvet Underground y, mal que le pese, de su factótum el Dr. Andy "Frankenstein" Warhol. De ahí su postura, del tipo: "Entonces yo era nada más que un rocker y ahora soy un artista". O quizá todavía no se ha repuesto ni vengado de los electroshocks de la juventud, a los que lo sometieron sus padres, o de las canciones tontas que se vio obligado a componer para otros por unos pocos dólares, antes de fundar la Velvet. Y esa furia casi sexagenaria no sea más que un reflejo de todo eso: el grito primal de un adolescente gagá. O puede que un perfectamente satisfecho y "en foco" Lou Reed no piense en ninguna de estas cosas y sea cada vez más feliz. Sospecho que lo mismo le pasó a Bukowski cuando olvidó que un eructo será siempre un eructo por más que se lo lance en el parisino y cultural programa televisivo de Monsieur Pivot, en lugar de en una taberna de Sunset Boulevard.

8 Matando el tiempo, mientras escribo esto --mientras espero que llegue el día y la hora de ir a ver a Lou Reed en vivo--, veo en la televisión el videoclip de "Modern Dance" con un Lou Reed disfrazado... ¡¡¡de gallina bataraza!!! Un rato después, leo el recién aparecido Atraviesa el fuego, libro gordo y bilingüe recién editado por Grijalbo-Mondadori con todas las letras de todas las canciones de Lou Reed (incluyendo sin problemas y como propias las compuestas fifty-fifty junto a Cale y una para el álbum de la serie Friends). El libro empieza bien: con "I'm Waiting for the Man". Durante páginas y páginas desfilan perfectos short-stories a los que uno les pone música. Pero cerca del final uno ya tiene la sensación de que Lou Reed le está gritando al oído y no encuentra el control remoto para ponerle mute a esa necesidad de Lou Reed de explicarse una y otra vez, aunque el autor dice en el prólogo: "Siempre he creído que mis letras iban más allá del reportaje y que adoptaban posiciones no morales, sino emocionales". Un rato después leo a Lou Reed repetir una y otra vez en la prensa española de estos días "Lorca, Gaudí, Goya", recordando sin cesar que suspendió las fechas en la ultraderechista Austria de su actual gira, y molestándose cuando alguien le señala que no hace mucho tocó en la Casa Blanca (la respuesta: "Fui porque mi amigo Václav Havel me lo pidió"). Un rato después leo a Lou Reed recopilado en The Penguin Book of Rock & Roll Writing, firmando un texto en 1970 titulado Fallen Knights and Fallen Ladies, donde acaba advirtiendo: "Es verdad que resulta imposible colmar las expectativas de todos luego de tanto tiempo de exposición... Y es inevitable y, oh, triste y, oh, nada puede hacerse para cambiarlo cuando comenzamos a entender, demasiado tarde, que los hábitos adquiridos a lo largo de los años no pueden cambiarse en cuestión de días y que, al final, todos somos caballeros caídos en desgracia". Treinta años después, Lou Reed es --ya lo sabemos, lo escuchamos durante dieciocho minutos-- la excepción que confirma la regla: es el único que, oh, queda en pie.

9 El concierto de Lou Reed en Barcelona --primero de su tour español 2000-- es la tercera fecha hot en poquísimo tiempo dentro del calendario musical de la ciudad: primero fue Beck (porque es el sabor de la temporada), después The Cure (porque se separa) y ahora es Lou Reed porque es Lou Reed, y aquí se lo quiere como se quiere a Leonard Cohen y a Bruce Springsteen: más que en cualquier otra parte del planeta. Se impone agregar que Ecstasy está en el primer puesto de ventas en casi todas las listas españolas y que por eso ha arrancado en este país la gira europea del asunto. Sobre el escenario de un legendario sitio barcelonés muy incómodo y lleno desde los zócalos hasta el cielorraso llamado Zeleste, Lou Reed parece Dorian Gray y el retrato al mismo tiempo. La atmósfera está caldeada en Zeleste: euforia de los seguidores combinada con desesperación de los dueños, porque Lou Reed --no más aterrizar-- prohibió la venta de alcohol durante el show porque le "molesta el ruido de las botellas contra los vasos". Al ver en el escenario a Lou Reed, uno piensa que tiene delante a un auténtico e indiscutible pedazo de historia (y sí, a uno le gustaría ser Lou Reed pero, de ser posible, no tener que ponerse esos pantalones de cuero). Pero cuando uno espera el cristalino y venerable sonido de Perfect Night (su excelente último álbum en vivo con canciones clásicas y una novedad digna de figurar entre lo mejor de la Velvet Underground, llamada "Talkin Book"), la cosa se complica: el concierto se basa --casi en su totalidad-- en insoportables y eternas versiones de canciones de Set the Twilight Reeling y Ecstasy (con larguísimos solos de guitarra reediana), apenas salpicadas por algunas canciones más o menos oscuras, como "The Blue Mask", "The Last Shot", "Turn to Me", "Romeo Had Juliet" y "Smalltown". A falta de algo mejor, uno acaba agradeciendo esos temas como si fueran maná, mientras paga y recibe una cerveza por debajo del mostrador (lo siento, Lou) y asiste pasmado al entusiasmo de las nuevas generaciones, para quienes el último Lou Reed es el mejor, quizá por sentirlo más próximo y por comprarlo cuando recién sale en la batea de novedades.
Hay algo terrible en la contemplación de alguien que cobra caro por su leyenda y se niega a pagar lo que corresponde por usufructuar de ese raro privilegio. Dentro de unos días, Tom Jones no se escapará de cantar "It's Not Unusual" o "Delilah" y hasta lo hará con placer --o con terror supersticioso-- ante el milagro de que las multitudes sigan desembolsando lo suyo por volver a oírlo cantar eso para ellos. Otra curiosa paradoja que Lou Reed debería saber y respetar a esta altura del partido: el rock, especialmente el rock en vivo, es uno de los movimientos culturales más instantáneamente nostálgicos que existe. El público va a escuchar lo que ya escuchó hasta el hartazgo pero nunca vio o necesita volver a ver. Es decir: a complementar un sentido con otro, a potenciar su memoria afectiva y sentirse, aunque sea un poco, parte de la religión. Las reglas siempre fueron las mismas: para las canciones nuevas --y acaso futuros himnos-- está el compact flamante. Pero Lou Reed --supuestamente por subversivo, o por artista-- invierte la fórmula: niega el hecho de que es imposible que lo nuevo supere a lo viejo (porque lo viejo es insuperable) y recién dos horas más tarde, a la altura de los bises, entrega dos horribles y dolorosas versiones de "Vicious" y "Sweet Jane", como si arrojara unos huesos viejos y pelados a unos melancólicos perros famélicos apenas dignos de su presente y furibundo desprecio. Yo soy uno de ellos y me quedo con hambre pero satisfecho de tachar el último nombre que quedaba en mi lista de conciertos imprescindibles, antes de volver a casa, encender el equipo de sonido y --creo que ya dije que soy un fan de Lou Reed-- escuchar otra vez aquellas antiguas y flamantes canciones de la Velvet Underground donde se oye aquello de "seré tu espejo, reflejaré lo que eres" o la historia de alguien que alguna vez encendió la radio y su vida fue salvada por el rock and roll. Eran los tiempos en que adentro de la cabeza de Lou Reed había espacio para todo aquel que quisiera ser Lou Reed por un rato. Mucho antes de que Lou Reed reclamara todo ese espacio para sí mismo, rompiera todos los espejos a patadas y ya no dejara entrar ni se preocupara por salvar a nadie que no sea idéntico a Lou Reed. Y si ese alguien es Lou Reed, mejor todavía, alcanza y sobra para que los dos juntos se pongan a cantar una canción titulada "Like a Possum".

 

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