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CINE “Todo comienza hoy”, de Bertrand Tavernier

Hoy puede ser un gran día

Aunque uno de sus personajes insista en gritar “¡Se acabó Germinal!”, Todo comienza hoy es una prueba rotunda de que la herencia de Emile Zola goza de buena salud en Francia. Bertrand Tavernier, el hombre que fue crítico y luego director, vuelve con la historia real de un maestro que enfrenta la miseria en un pueblo minero. Y sigue defendiendo el cine europeo y las causas sociales, desde adentro y desde afuera de sus films.

Por DOLORES GRAÑA

Bertrand Tavernier filmó La muerte en directo (1979) como una película de ciencia ficción, ubicando al menos treinta años en el futuro la historia de cómo una cadena de televisión intentaba que una mujer moribunda le vendiera sus últimas imágenes en vivo. El tiempo demostró que había incurrido en un optimista error de cálculo y por eso, cuando su ficción se volvió realidad mucho antes de lo previsto, Tavernier fue uno de los primeros en emprender una activa y extensa cruzada contra la irresponsabilidad en el manejo de las imágenes. Porque uno de los temas claves de su cine es, precisamente, la responsabilidad individual y colectiva: la necesidad de todos y cada uno de nosotros de hacerse cargo del pasado y su consecuencia inevitable: el presente. Imperativo que por otra parte se lleva perfectamente bien con su increíble versatilidad a la hora de contar historias en todos los géneros posibles (algo que ciertamente lo acerca a uno de sus héroes: Howard Hawks). Tavernier mantiene una de las relaciones más interesantes que pueden encontrarse en el Viejo Continente con el cine norteamericano, compleja como sólo puede darse en el caso típicamente francés de un crítico que logró llegar a la dirección.
Claro que antes de filmar su primera película, ya había conseguido la nada despreciable tarea de lograr escribir en las dos publicaciones especializadas más importantes –y al mismo tiempo enemigas acérrimas– de su país, Cahiers du cinéma y Positif, en la época de oro de la nouvelle vague. Además fue agente de prensa de directores como Raoul Walsh, Nicholas Ray y John Huston, fue autor –junto a Pierre Coursodon– del mítico libro 50 años de cine norteamericano (citado por la mayoría de los críticos de Estados Unidos como una de las publicaciones definitivas sobre el tema) y ¡ah!, también es uno de los más fervientes activistas contra los efectos de la invasión todopoderosa del cine de Hollywood en la industria de su país, encabezando la lucha de los directores franceses que intentan establecer algún tipo de barrera o cupo a la cantidad de películas norteamericanas, y así permitir que las cinematografías europeas puedan sobrevivir.
Tavernier ha dedicado parte de su carrera a recorrer diferentes momentos de la historia de su país, especialmente esos que muchos preferirían olvidar. Como las contradicciones del gobierno francés inmediatamente después de la batalla de Verdún en La vida y nada más o la muerte de cientos de soldados franceses luego de la firma del armisticio en Capitán Conan (primera y segunda parte, respectivamente, de su trilogía sobre la Primera Guerra Mundial). Así se alejaba como bólido de ese género nefasto que se ha dado en llamar “superproducción a la europea” que tan bien (en realidad, tan mal) le sale a Claude Berri. Es por eso que la eterna lucha de Tavernier contra el avance de la máquina hollywoodense se libra también desde adentro de sus películas, en las que el director se acerca a la figura de ácido observador (cada vez más anarquista en la vena Ken Loach pero con bastante más sentido del humor) pero sin dejar de ser un puntilloso cronista de las ambigüedades morales de la sociedad contemporánea, como hizo en L627 (1992) y La carnada (1994).
Todo comienza hoy es la historia de Daniel (Philippe Torreton, también protagonista de Capitán Conan), director y a la vez maestro de un jardín de infantes en un pueblo del norte de Francia. Luego del cierre de las minas, el treinta por ciento de desocupación de los padres hace que el trabajo de Daniel (él también un hijo de mineros) consista en bastante más que enseñarles a sus hijos a dibujar y cantar canciones. Como cuando la madre de Laetitia, una de sus alumnas, se desmaya completamente borracha en el patio del colegio cuando llega a buscarla y ni bien vuelve en sí sale corriendo, dejando a la chica y a su hermanito al cuidado de un atónito Daniel. El maestro decide no llamar a la policía y en cambio trata de ponerse en contacto con los servicios sociales. Y los servicios sociales le cortan el teléfono. Así que a Daniel no le queda otra que darles de comer, llevarlos de vuelta a su casa y encontrar un panorama, si es posible, aún más desolador: sin electricidad, sin calefacción en pleno invierno, sin comida y con la madre semidesmayada en un sillón. Las tragedias se suceden sin interrupción en la trama de Todo comienza hoy, puntuadas por pasajes del diario de Daniel y bucólicas postales de la región, en donde las cosas no han cambiado demasiado desde que Zola escribió Germinal. Por eso uno no puede menos que aplaudir a Samia (la excelente Nadia Kaci), la asistente social, cuando encara a gritos a un jerarca que osa comenzar su discurso, precisamente, con un eufórico y triunfalista “¡Se acabó Germinal!”.
La historia que cuenta Todo comienza hoy está basada en una historia real, como lo fueron el caso policial de La carnada y las leyes antidrogas que originaron L627. El guión fue escrito por la hija del director, Tiffany Tavernier, a partir de una anécdota que le acercó un escritor y maestro que conoció en una reunión: “Un día, Dominique Sampiero, mi coguionista, llevó aparte a una de las madres y le recordó, con tacto, que todavía no había aportado los treinta francos para gastos especiales que todos los padres pagan cada tres meses. La mujer respondió que con eso daba de comer a su familia durante una semana. Esa cantidad equivale a seis dólares”. Luego de contarle la historia a su padre, Tavernier decidió que, como él, había mucha gente que no sabía que esas cosas podían seguir pasando. Y una de las mayores virtudes de esta película es la forma en la que el director trata un tema que fácilmente podría haber sido presa de un ataque de demagogia sentimentalista. En Todo comienza hoy no hay malos ni buenos: Daniel no es un héroe de la clase trabajadora, y queda claro que no es muy probable que consiga cambiar el estado de las cosas. Apenas trata de evitar que el círculo vicioso de la miseria se extienda otra generación. La única salida para Daniel, entonces, parece ser la vieja pero no menos efectiva táctica de hacer quilombo sin perder la alegría, porque hay mucho humor en la forma en la que Daniel y todos los trabajadores lidian con las desgracias que se empecinan en torcerles el camino. Así que el director Lefebvre le cierra la puerta en la cara a la asistente social que aparece un mes tarde, se pelea con los inspectores y entra como tromba en el despacho del alcalde del pueblo, luego de que el comedor escolar le niegue la entrada a un grupo de chicos que no habían comprado su vale. Hace meses que nadie paga, le dice el alcalde, simplemente se acabó la tolerancia. “¿Usted no era comunista?”, lo encara Daniel. A lo que el funcionario lo mira, resignado, y le dice: “¿Qué quiere que haga? Cada vez que se acaba el dinero y tengo que decir que no, la gente se pasa a la derecha”.
En Todo comienza hoy todas las caras del gobierno, todos y cada uno de los funcionarios, burócratas, inspectores y asesores que le cierran la puerta en la cara, son de izquierda. Y la obvia pero no menos lúcida crítica a la incapacidad del político de cualquier pelaje de cumplir sus promesas, es la columna moral que sostiene la película de Tavernier, que prefiere documentar cómo la gente común asume la responsabilidad de convertir la vida en algo un poco más humano, empezando hoy. Y volviendo a empezar mañana.

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