Un castillo
enorme llamado Gormenghast, que no puede ser conocido en su totalidad
por sus exageradas dimensiones. Una familia de risibles y trágicos
aristócratas que lo gobiernan (los Groan), más parecidos
a personajes de Dickens que a oscuros príncipes de Horace Walpole,
y que a los héroes de caballerosidad medieval de El señor
de los anillos. La trilogía de Mervyn Peake, conocida como The
Gormenghast Novels (Titus Groan, Gormenghast, Titus Awakes, que
fueron publicados en castellano por Minotauro bajo el título
de Los libros de Titus I, II, III) es la historia de una familia y un
castillo que, en apariencia, siempre existieron. Sus orígenes
no sólo no son claros, sino que jamás son explicados en
la obra. Gormenghast y la familia Groan son y fueron. No hay complicadas
geografías o genealogías que los sitúen en el tiempo
y el espacio: Gormenghast no tiene país, ni historia. Su poder
es inamovible. La familia vive oprimida por sus propios rituales, una
serie de responsabilidades ridículas e inútiles, que deben
cumplir cada día de sus vidas, sin ninguna razón aparente.
Gobiernan un pueblo al que ni siquiera conocen, excepto por una ceremonia
anual donde algunos artistas que viven fuera del castillo les donan
esculturas de piedra. Si estos escultores son los únicos habitantes
del mundo, no es posible saberlo, porque Gormenghast no se interesa
por el mundo.
El estado de las cosas, el poder no cuestionado, no puede ser cambiado.
Hasta que aparece Steerpike, un adolescente sin pasado, pero de enorme
inteligencia que emerge de las cocinas de palacio para destruir a la
familia y tomar el poder. La saga de su ascenso y caída es lo
que narran Titus Groan y Gormenghast, las dos primeras novelas de la
trilogía, que Mervyn Peake publicó en 1946 y que la BBC
de Londres acaba de convertir en una serie de TV estrenada en enero
con Ian Richardson, Cristopher Lee y Jonathan Rhys-Meyers (el símil
de Bowie en Velvet Goldmine).
LUCHA
DE CLASES EN EL CASTILLO
Los fans de Peake creen que la trilogía de Gormenghast es un
clásico moderno comparable sólo con El señor de
los anillos de Tolkien. El problema es que quienes no son fans de Peake
ni siquiera escucharon hablar de las novelas. O de su autor. Anthony
Burgess, un admirador de la trilogía, escribió que a
pesar de la alabanza de los críticos, Titus Groan nunca pudo
obtener popularidad; siempre estuvo destinada a ser la obsesión
de unos pocos. Peake tiene breves o nulas apariciones en las historias
de la literatura moderna, y es fácil entender por qué.
A diferencia de otros autores de posguerra, no busca ni se detiene en
tópicos como la raza o la lucha de clases, ni avanza en lo que
llamamos la conciencia contemporánea: técnicamente parece
mirar al pasado antes que al futuro. Sus libros nutren la imaginación
privada. Peake ha sido elogiado, pero también se lo ha malentendido:
sus novelas son casi imposibles de clasificar. Son únicas, de
la misma manera que los libros de Peacock o Lovecraft lo son.
No sólo son únicas, sino también muy extensas.
Las primeras dos novelas de la trilogía suman 800 páginas,
y la primera parte de la saga culmina cuando el heredero del trono tiene
apenas dos años. Toda la acción transcurre casi exclusivamente
en el castillo, en oscuros corredores visitados por Lord Groan, el jefe
de familia, que está loco y cree estar convirtiéndose
en un búho. O por Lady Gertrude, su obesa esposa, que convive
con centenares de pájaros y gatos (aunque en realidad tiene pájaros
viviendo en su cabellera), y que jamás ve a sus hijos, la adolescente
Fuschia y Titus, el niño heredero de ojos violetas. O por Sourdust,
un anciano de edad imposible, maestro del ritual cuyos propósitos
ignora, pero que cumple y hace cumplir a la familia Groan porque el
espíritu sagrado de la tradición y su manifestación
diaria era comprendido por todos. En el castillo, todo funciona según
esta tradición misteriosa que rige las vidas de sus habitantes.
En Gormenghast se nace y se muere sirviente. Pero será un sirviente
de las cocinas quien surgirá como revolucionario: Steerpike,
que inicia una saga de crimen, horror y manipulación en busca
de acabar con la dinastía Groan. Steerpike es el villano/héroe:
a pesar de su perversidad y maquiavelismo es imposible no desearle suerte
en su conspiración. Los aristócratas a quienes Steerpike
detesta con pasión no son siquiera queribles. Su ascenso en la
escalera social de Gormenghast deja un saldo de seis asesinatos y también
es el instigador de dos trágicos suicidios.
Alguien puede creer que todo esto convierte a las novelas en una suerte
de thriller gótico. Pero no lo es: el grotesco está tan
presente en las novelas como cualquier elemento de horror y algunos
personajes parecen directamente importados de Monty Python. Hay pocas
gárgolas, y mucha excentricidad británica, una farsa bufona
que, en ciertas páginas, es aterradora. Tampoco se trata de un
relato fantástico: no hay dragones ni mazmorras, ni anillos de
poder, ni elfos. De hecho, no hay un solo evento mágico en toda
la trilogía, y a pesar de eso los libros sólo pueden ser
encontrados en la sección fantasía/ciencia ficción
de las librerías. Y su estilo no es de los que pueden atraer
a las multitudes que disectan El señor de los anillos. La preocupación
de Peake por el detalle es casi paranoica, pero no narrativamente, a
la manera de Tolkien, sino estilísticamente. No hay interminables
genealogías, ni antiguas historias acerca de reinos olvidados,
pero un duelo a muerte entre dos sirvientes ocupa más de treinta
páginas. Las descripciones de los pasillos de Gormenghast desafían
la paciencia de un monje. Sus arrebatos retóricos y líricos
pueden resultar penosos. Aun así, los libros son hipnóticos,
violentos, sofisticados. Y, según los críticos, alegóricos.
Para Burgess, si bien el mundo real, el mundo de las posguerras,
parece totalmente excluido en las novelas, hay que pensarlo mejor. El
horror y lo gótico en Gormenghast no son gratuitos, son la reflexión
acerca de una era de horror. La destrucción de siglos de tradición
parece ser un símbolo del fin de los verdaderos, históricos,
siglos de orden en Europa. El actor y escritor Stephen Fry (protagonista
de Wilde) que en Gormenghast (la miniserie) interpreta a Bellgrove,
el director de la escuela de palacio, afirma: No es posible hacer
una única lectura de los libros, ni una sola interpretación
alegórica, pero no tengo dudas de que Gormenghast sólo
pudo haber sido escrita en el siglo XX. El pánico moral y la
cobardía con que este siglo intentó superar la muerte
de las certezas (espirituales, políticas, sociales y psicológicas)
ha sido usado generosamente por la literatura. Pero creo que el intento
de Gormenghast es el de retratar nuestro letargo moral. Ese letargo
es este palacio, esta familia. Y Steerpike puede ser, según el
gusto y la ideología del lector, un revolucionario violento,
un socialista intelectual (sueño con la igualdad,
suele decir), un burócrata, un fascista, un fanático desalmado
o un asesino serial. Cualquiera sea la interpretación, Steerpike
es la infección que pudre la aparente impermeabilidad de Gormenghast.
Todo lo que toca cambia. Trae consigo una libertad terrible, del mismo
modo que Freud, Marx y Darwin nos ofrecieron una libertad terrible a
nosotros.
SEÑOR
DE LOS CORDONES
Mervyn Peake nació en China en 1911, hijo de misioneros británicos.
Hasta los 12 años de edad vivió en una casa cerca de la
ribera del río Yang-tsé. Parte de las ideas de Gormenghast
destilan su infancia china y sus visitas a la Ciudad Prohibida, sobre
todo las ideas acerca de los rituales y la tradición como una
cuestión inamovible. A los 12 años, Peake volvió
a Inglaterra, y después de terminar la secundaria decidió
unirse a un grupo de artistas plásticos modernos y mudarse a
Sark, una isla cercana a Inglaterra, donde por ley no se permiten autos,
y donde vivió hasta elcomienzo de la guerra en una casa sin electricidad
y con techo de chapa, sólo accesible a través de un camino
virgen entre las colinas. Los artistas de Sark, Peake incluido, tuvieron
sus diez minutos de gloria mediante una exposición de sus pinturas
y dibujos en Londres, que ayudaron a establecer al autor como un reconocido
ilustrador.
Pero en 1939, Peake fue reclutado en las filas del ejército aliado,
y mientras recorría Inglaterra ensayando fútiles maniobras
de combate, empezó a escribir Titus Groan en anotadores. Los
manuscritos eran enviados a la casa que alquiló en Sussex durante
el conflicto: su esposa los apilaba bajo la cama, para tenerlos cerca
y poder rescatarlos en caso de un ataque aéreo. La temporada
de Peake en el ejército no duró mucho, de todas maneras:
en 1942 tuvo una crisis depresiva (estaba atándome los
cordones cuando, de pronto, me di cuenta de que era incapaz de volver
a obedecer una orden, le escribió a un amigo) y fue dado
de baja por invalidez. Hacia el final de la guerra volvió a ser
convocado por el gobierno británico, pero esta vez como artista:
le encomendaron visitar el campo de concentración de Belsen,
en Alemania. El resultado de esta visita fueron unos aterradores dibujos
de niños agonizantes y, según afirmaba el propio Peake,
la experiencia terminó de volverlo loco.
De todos modos, Peake tenía una vida social agitada en su casa
de Sussex. No sólo era conocido por sus fiestas, sino también
por su íntima amistad con Dylan Thomas y Graham Greene. Fue Greene
quien, cuando trabajaba como editor en Eyre & Spottiswoode, le ofreció
publicar Titus Groan. Aunque en su primera lectura, Greene fue implacable
(tengo ganas de romperte el cuello porque, leyendo el manuscrito,
siento que estás arruinando una historia de primera por pereza
le escribió); después de varias revisiones el libro fue
publicado, con ilustraciones de Peake, en 1946. Un año después,
el autor se mudó con su familia (esposa y tres hijos) a la isla
de Sark, donde terminó de escribir la segunda parte, Gormenghast.
Pero la idílica temporada en la isla tuvo que ser interrumpida
por un motivo poco romántico: los Peake estaban en bancarrota.
En Londres, mientras Peake enseñaba dibujo en escuelas primarias,
se establecieron en un estudio de Chelsea, una suerte de monoambiente
barato con penosa calefacción en invierno. Peake intentó
ganar dinero escribiendo obras de teatro, pero ninguna tuvo éxito.
En el invierno de 1953, Peake sufrió un ataque y tuvo que ser
hospitalizado: poco después se le diagnosticó el Mal de
Parkinson y tuvo que someterse a una cirugía cerebral. Fue en
esta época, prácticamente demente, cuando culminó
su trilogía y escribió Titus Alone, un epílogo
extraño y poético que poco o nada tiene en común
con el estilo de los anteriores libros. Su familia decidió hospitalizarlo
a principios de la década del 60, y Mervyn Peake murió
en 1968, a los 57 años. Ya no reconocía a los familiares
y amigos que lo visitaban.
LOS
DESVELOS DE STING
Me temo que no puedo entusiasmarte ni entusiasmarme con la idea
de pensar en la posibilidad de vender los derechos para cine de los
libros. No puedo imaginarlo como película, y hoy menos que nunca.
La temática está completamente fuera de los limitados
intereses de los productores, y no quiero ilusionarte, le escribía
Graham Greene a Maeve Peake en 1962, cuando ella, necesitada de dinero,
le sugirió la posibilidad de vender los derechos de las novelas
a productores cinematográficos. Desde entonces, la idea de filmar
la trilogía de Gormenghast siempre pareció un delirio
trasnochado.
El único que se le atrevió firmemente fue Sting. En 1982,
el bajista compró los derechos de la trilogía. Fan consumado
de Gormenghast, al punto que su productora se llama Steerpike y su propia
hija lleva el nombre de Fuschia, como la romántica y trágica
heredera de los Groan, Sting intentó producir la adaptación
cinematográfica (que él mismo protagonizaría, obviamente
en el rol de Steerpike), pero jamás pudo conseguir el dinero,
ni logró interesar a productores serios. Finalmente, sólo
participó en una adaptación para radio de las novelas
en 1984.
Pero 1999 fue el gran año de las épicas/góticas
de alto presupuesto. La leyenda del jinete sin cabeza de Tim Burton,
El señor de los anillos de Peter Jackson (cuyo rodaje en Nueva
Zelandia constituyó una impactante noticia a nivel mundial) le
dieron coraje a la BBC para intentar Gormenghast, que se estrenó
como una miniserie de cuatro episodios en enero de este año,
dirigida por Andy Wilson. Para mediados de este mes se anunció
su estreno en Estados Unidos. Y si bien muchos cultistas de la saga
se lamentaron porque la historia no logró convertirse en un film,
es posible que el formato de TV sea más conveniente para Gormenghast:
una película de dos horas jamás habría podido abarcar
el interminable relato y es por lo menos dudoso que los productores
hubieran conseguido alguna vez el dinero para rodar una superproducción
como El señor de los anillos que Peter Jackson está terminando
en Oceanía. Todo el conservador y tedioso estilo teatral de la
BBC (que no estuvo ausente en la serie) no pudo sin embargo arruinar
la sensación que produce Gormenghast: es un relato raro. No es
lo suficientemente delirante como para deleitar a los buscadores de
lo bizarro, y no es lo suficientemente clásico como
para que la mismísima BBC lo transforme en una pieza de museo.
Cristopher Lee, que a los 70 años interpreta a Flay, el fiel
y solitario sirviente de Lord Groan (y que curiosamente también
participó de La leyenda del jinete sin cabeza y El señor
de los anillos), explica la extrañeza de la comedia de horrores
que nadie creyó posible de rodar. La imaginería
de este libro y esta serie se define para mí con el término
francés de grotesquerie. No puedo compararlo con los films góticos
que hice para Hammer hace cuarenta años. Aquéllos eran
imaginativos, pero este trabajo tiene todas las emociones posibles:
es triste, es tremendamente gracioso, es aterrador, es perverso. Puede
haber cierto ambiente gótico, pero no hay ninguna otra similitud.
No se puede comparar el trabajo de Peake con el de Edgar Allan Poe o
el de Bram Stoker. Es completamente diferente. Mervyn Peake inventó
un estilo. Es único.
arriba