Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
 




Vale decir



Volver

COMIC Frank Miller, de Ciudad Gótica a las Termópilas

O juremos con gloria morir



Después de una década dedicada exclusivamente a sus policiales negros de la serie Sin City, el gran renovador de la historieta norteamericana dejó la ciudad y el blanco y negro para mirar a Grecia. En su flamante 300 –recién editada en castellano– Frank Miller cuenta a su manera un episodio de la guerra entre griegos y persas que ya contaron Herodoto, Hollywood e incluso Oesterheld-Breccia: el sacrificio espartano en la batalla de las Termópilas.

Por Martín Pérez

Todo comenzó con una película. Una que un niño de seis años fue a ver con su familia una tarde de domingo, y que no se pudo sacar de la cabeza durante toda una vida de ver más películas y pelear con superhéroes, futuros imposibles y ejecutivos de Hollywood. Hasta el día en que, sabiendo que podía intentar lo que se le antojara, decidió lo que quería hacer: su versión de aquella película que lo había cautivado de niño. La película, llamada El León de Esparta, contaba la heroica y fatal resistencia de los trescientos integrantes de la guardia imperial del rey Leónidas de Esparta en el paso de las Termópilas, ante el avance del imponente ejército persa liderado por el rey Xerxes. El niño se llamaba Frank Miller, y creció desde aquella inolvidable sesión de matiné familiar hasta convertirse en uno de los autores de comic más importantes de la historieta norteamericana.
En 88 páginas a todo color y un majestuoso formato apaisado, Miller cuenta a su manera, en la flamante 300 –editada originalmente en una serie de cinco revistas, y recién traducida al castellano, en un solo volumen de tapa dura– la historia de Leónidas y Xerxes, con un aliento que recuerda a El Tony pero con todo el oficio adquirido en casi dos décadas de dibujar historietas y acumular elogios de la crítica especializada. “Tuve la suerte de contar con la mejor historia que se puede pedir. Todo estaba ahí para mí. Cuanto más buscaba, más encontraba. Porque las mejores líneas de la historia fueron escritas por Heródoto: Nuestras flechas taparán el sol, entonces pelearemos a la sombra. Cuando uno se topa con eso, no hay mucho que agregar”, explicó el hombre que supo rescatar del olvido a los superhéroes más clásicos, no cotidianizándolos (como Watchmen de Alan Moore) sino haciéndolos más épicos aún, un tono que lleva aun más lejos en 300. “Hace poco vi la película otra vez, y me pareció una antigüedad. No sólo aburrida sino muy poco fiel a la historia original. Para mis jóvenes ojos de entonces fue un hito, porque me planteó por primera vez que había gente dispuesta a morir por sus principios, en vez de ponerse sencillamente del lado de los ganadores.” Una máxima que Miller puso en práctica durante toda su carrera, en particular cuando tuvo que lidiar con otro héroe de capa pero con máscara.

EL HOMBRE MURCIÉLAGO Si la leyenda de Frank Miller comenzó en algún lado fue en 1986, cuando puso todo el entusiasmo y la reflexión de una década dibujando superhéroes al servicio de El señor de la noche, la serie con que sacó del ocaso al que parecía condenado Batman. Uno de los pocos superhéroes sin superpoderes, el Hombre Murciélago se convirtió en los 60 en un icono gracias a aquella serie televisiva pletórica en plops y crashs. Miller lo sacó del camp convirtiéndolo en un parapolicial psicópata obsesivo entrado en años: en El señor de la noche, Batman encarnó la rebeldía idealista –y condenada al fracaso– frente al superservilismo de un Superman al servicio de Ronald Reagan. “Nos matarían si pudieran, Bruno. Ellos, la gente común, se hacen más pequeños cada año. Y nos odian más, año a año. No debemos recordarles que hay gigantes caminando sobre este planeta”, dice Superman a Bruno Díaz en el momento cumbre del álbum que aún hoy se lee como una obra maestra del género. Y agregaba: “Hace años, cuando comenzó el escándalo avivado por los grupos de padres, y el Subcomité llamó a todos los superhéroes para que declaráramos, fuiste el único que se rió, con esa risa helada que te caracteriza, y dijiste: Por supuesto que somos criminales. Siempre lo hemos sido. Debemos serlo”. Acto seguido, Superman caía en manos de un Batman armado con kriptonita y moría en sus manos.
En el prólogo de la edición definitiva de El señor de la noche, el ya mencionado guionista inglés Alan Moore –otro de los renovadores del comic de superhéroes de los últimos tiempos– escribió: “En su absorbente historia sobre el final de un gran hombre, Miller ha conseguido crear algo brillante que iluminará el ámbito de la historieta de superhéroes, lanzando una nueva luz sobre los problemas que debemos enfrentarnos los que estamos dentro de esta industria, que tal vez nos guíe hacia nuevas soluciones”. Pero la historia de Miller dentro del mundo del comic, en realidad, no hacía más que comenzar.

LA REVOLUCION Nacido en 1957 en Olmie (Maryland), Miller desembarcó en Nueva York al cumplir veinte años, decidido a ganarse la vida haciendo historietas. Más guionista que dibujante, la leyenda de Miller habla de un joven que se rompe el lomo puliendo su estilo, aceptando encargos ocasionales, hasta llamar la atención con un especial del Hombre Araña en el que aparecía Daredevil. Admirador y estudioso de la obra de Gil Kane y de Will Eisner, Miller logró en 1979 hacerse cargo –primero del dibujo y luego íntegramente– del bimensual de Daredevil, el superhéroe ciego de la Marvel cuyos superpoderes radican en la hipersensibilización de los cuatro sentidos restantes. El realismo psicologista que aportó Miller a la historia de Daredevil alcanzó para transformar una serie menor en todo un suceso, a partir del cual recibe la oferta de DC Comics para intentar lo mismo con Batman.
Héroe de una revolución en el comic de superhéroes similar a la que en los 90 encabezaría Neil Gaiman con su Sandman, Miller valorizó a tal punto su firma que la puso al servicio de una quimera: la creación de Dark Horse, la editorial que se disputó con DC y Marvel el mercado de los superhéroes. Por ese entonces declaró: “Hay una estúpida tradición en este rubro. En vez de ser un terreno en el que los autores crean las historias que tienen ganas de hacer, se ha transformado en una fábrica de productos tan homogéneos como previsibles. Desde que los autores recuperaron la dignidad de sus derechos de autor, esa fábrica ha sido desarmada y los internos han pasado a manejar el asilo. A partir de entonces las posibilidades del comic son infinitas, y su futuro es brillante”. Dark Horse, una editorial dirigida por dibujantes y guionistas, supo ser criticada por no romper con los parámetros del mercado, generando productos tan alienantes o poco creativos –por ejemplo, planas adaptaciones de películas– como los de DC o Marvel. “Las críticas de The Comic Journal han sido feroces, pero la verdad es que siempre he terminado respetándolas”, ha dicho Miller. “Porque al fin y al cabo se toman la historieta en serio, y yo prefiero estar de ese lado antes que del lado de los que sólo preguntan cuándo sale el nuevo ejemplar de Superman.”

LA CIUDAD OSCURA A quince años de la revolución de El señor de la noche, Miller dio a conocer 300 luego de pasar casi toda la década del 90 dedicado a su brutal policial negro Sin City (“Ciudad del pecado”). Después de armar un panteón de héroes propios (como Ronin, Elektra o Martha Washington), el gran personaje al que Miller se encomendó después de su fracaso en Hollywood (escribiendo los guiones de la segunda y la tercera parte de Robocop) fue una ciudad heredera de la cruel oscuridad de Ciudad Gótica. “Sin City nació porque, después de ser el empleaducho de todos los mediocres en Hollywood, quise volver a los policiales que leía de pequeño”, explicó en su momento Miller. Acusado de violento y sexista, Miller respondió a las críticas con más acidez: titulando sus álbumes con frases como Valores Familiares. “Hay que ver a los censores como a los toros ciegos que son, y torearlos en vez de rendirse ante ellos. Es una lección que aprendí de Bill Gaines, el mejor editor de comic de los años 50, que luchó contra la censura que quería imponerle el Senado y sólo fue vencido porque los demás editores se aprovecharon de eso, en vez de secundarlo”, opinó Miller. “Siempre he considerado una tontería la idea de que un personaje de historieta pueda ser una influencia más fuerte que un padre o un maestro. Y no estoy en este negocio para entretener a los infantes. Los niños son encantadores y dulces, pero también son ignorantes, y yo no hago historietas como Sin City pensando en ellos.”
Después de 300, Miller ha declarado que planea regresar a su oscura metrópolis (“Sin City es mi hogar, aunque no sé si viviría en una ciudad así”) y que su paso siguiente será otra historia de samurais. “Porque es sorprendente que, en tanto tiempo, este negocio haya evolucionado tan poco. Desde los 50, no ha habido otra cosa que tipos disfrazados peleando entre sí. La única renovación ha sido poner chicas con grandes pechos peleando entre sí”, afirma este populista revolucionario y exitoso, maestro del blanco y negro, el mejor producto de una industria tan convencional como la de esos tipos disfrazados dedicados a destruirse mutuamente. O a sacrificarse por una causa justa, por qué no.

arriba