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Un secreto llamado Ben Katchor y su tira Julius Knipl, fotógrafo inmobiliario

Un mundo para Julius

Durante años fueron pocos los afortunados que conocían las tiras que Ben Katchor dibujaba en un entrepiso de Brooklyn y que aparecían en pasquines de tiradas ínfimas. Pero hace una década, Art Spiegelman, el célebre autor de Maus, se topó con una de esas revistas y escribió una larguísima elegía en la que bendecía los talentos de Katchor desde la tapa del New Yorker, llamándolo “un Proust de dos mangos”. Ahora, conozca al autor de Julius Knipl, fotógrafo inmobiliario, la tira que retrata las miserias de la vida en una gran ciudad que se parece cada vez más a todas las grandes ciudades.

POR SERGIO KIERNAN

Una ciudad vieja, gastada, donde se vende el pan de ayer a mitad de precio. Negocios absurdos, anacrónicos, abren y cierran: una sala para morderse las uñas, un kiosco de champagne con sabor a coco, una cafetería misteriosa donde el café sale de una canilla en la pared. Julius Knipl, un hombre de edad indefinida, bigotito, traje gris, sombrero, vida opaca, estado civil desconocido, cruza la ciudad que no tiene nombre pero es Nueva York. Lo único que se sabe de Knipl es su profesión: fotógrafo inmobiliario. Un día, hace mil años, contestó un avisito en una revista berreta y olvidada, y aprendió fotografía por correspondencia. Es uno más entre los vendedores de gomitas, los cocineros de bar, los peones de mudanza de su cuadra. Es un solitario que recita el código de construcción para dormirse, que se apasiona por misterios de cabotaje.
Este mundo de la decadencia vive en una tira borroneada a pluma y pincel por Ben Katchor, un neoyorquino de 49 años, alto y despeinado, con bolsas en los ojos y la expresión de un depresivo sin Prozac. Por años y años, Katchor fue imprentero, “un trabajo que me busqué para no tener que levantarme a ninguna hora en particular, para empezar tarde y quedarme hasta la madrugada”. Hace una década, Art Spiegelman, el ya célebre autor de Maus, descubrió a Katchor y lo lanzó a una modesta fama de un autor under. Katchor sigue sin saber muy bien qué hacer con la notoriedad, con los reportajes, pero sus dibujos aparecen en varias publicaciones que hasta la bendición de Spiegelman nunca se hubiesen animado, y este mes prepara la salida su cuarto libro. Todo un logro para una tira que nació prácticamente por casualidad, un capricho de editor que buscaba algo “original” para una revista nueva.
Katchor nació en Brooklyn, el “hijo de reemplazo” de un padre polaco que había perdido a su primer hijo en acción en el frente africano, socialista, judío militante aunque no religioso, tres veces divorciado. Papá Katchor nunca salió de pobre, porque su idea de ganarse la vida era abrir un “motel de izquierda” en un spa. “Era en Saratoga Springs, donde hay muchos hoteles”, explica Katchor hijo, “y la gente los elegía por afinidad ideológica: en el de papá podían hablar hasta las tres de la mañana de la revolución. Además, al lado tenía un criadero de gallinas, por lo que siempre había huevos frescos”. Katchor padre se mudó a Brooklyn para empezar una familia nueva, que consistió en una enfermera aficionada a las historietas y un hijo callado.
Ben comenzó a hacer historietas en la secundaria, publicó sus propias revistitas, metió alguna tira en publicaciones menores. Con 37 años cumplidos, era un desconocido impresor de volantes. Spiegelman, ya famosísimo, vio algunos de sus materiales y lo recomendó a un aventurero que estaba lanzando The New York Press, una revista alternativa. Katchor pensó y pensó, y le entregó la primera tira de Julius Knipl, fotógrafo inmobiliario.
¿De qué trata la historia? De nada en particular, del “placer de la decadencia urbana”, de la mediocridad. Una típica tira consiste en Knipl -un apellido inventado que en yiddish quiere decir tesorito– esperando que la luz esté en posición para una toma, pensando en que va a tomarse un plato de borsch frío cuando termine. En otra, un portero le explica por qué ya no existen hoteles berretas, o Knipl se pregunta por qué los restaurantes de Nueva York dejan las cajas registradoras abiertas de par en par cuando cierran. El efecto es acumulativo, hipnótico, triste y fascinante a la vez. Knipl se mueve por esos distritos que toda gran ciudad tiene: las calles repletas de “todo por dos pesos”, bares de plástico, oficinas de abogados y dentistas fracasados, vendedores de baratijas. Sus habitantes leen TV Guía para imaginarse shows que no quieren ver, creen que las monedas de un centavo concentran gérmenes, discuten las propiedades curativas del Alka Seltzer, eligen con cuidado galletitas rellenas. Es una ciudad onírica donde no existe el Central Park ni la Estatua de la Libertad. Este mes, Katchor presenta su tercer libro de tiras de Knipl, la única historieta moderna adaptada para el radioteatro. El año pasado publicó El judío de Nueva York, una rara novela gráfica basada en la vida de “el intendente Mordecai Noah”, un personaje real que fundó una colonia utópica en la Nueva York de 1830. El libro tiene el mismo nivel de detalle urbano –los edificios dibujados con minucia, las calles repletas de carteles y vehículos, la basura– de Knipl y un argumento deliciosamente demente, basado en una historia real. El personaje central es un inmigrante judío que, tras años de vivir entre indios y colonos, como comerciante ambulante, no soporta dormir bajo techo. Desnudo y dormido en una plaza, lo encuentra un viejo conocido, un respetable miembro de la colectividad neoyorquina, por entonces de tres mil miembros. Mientras desayunan, uno envuelto en una frazada, el otro impecable, de galera y chaleco, se desenrolla la historia de la colonia utópica. Intermitentemente, se cruza, como una interferencia, el cuento de un indio entrenado por un rabino renegado para pasar por judío: el sioux recita las escrituras en hebreo, cautivando a un público teatral que cree en la entonces muy de moda teoría de que los aborígenes americanos eran la tribu perdida de Israel.
“Yo coleccionaba libros de locos, esos libros que se publican a sí mismos los locos que tienen una teoría que vender”, explica Katchor cuando le preguntan por qué eligió un personaje tan oscuro para su novela. “A mí me gusta leer guías telefónicas viejas, de los años 60, que tienen una increíble poesía del mundo material”, continúa cuando se le habla de sus influencias. “Mi mayor influencia estilística son los manuales de instrucciones de electrodomésticos y los catálogos de tiendas. Creo que el catálogo de Sears Roebuck de 1961 debe ser lo que más me marcó”. Lo peor es que lo dice en serio.

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