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La
navaja suiza
Por
JUAN JOSE MILLAS
Lo curioso
del teléfono celular es que tratándose, como el megalito,
de un símbolo fálico, da más prestigio cuanto más
pequeño lo tienes. Eso no podía prolongarse mucho tiempo
sin compensar la pérdida de tamaño con el número
de funciones. Desde luego, ya hay celulares que envían correo electrónico,
que sirven de agenda, que reconocen tu voz, que vibran en las profundidades
del bolsillo, junto a las ingles. Pero todo eso no es nada comparado con
la versatilidad del teléfono celular de tercera generación,
cuyas aplicaciones te dejan sobrecogido, más que por lo que puede
hacer, por lo que no podrás llevar a cabo sin su ayuda.
No podrás, por ejemplo, obtener dinero del cajero automático,
ni comprar papel higiénico, ni abrir la puerta del garaje, ni reservar
entradas para el cine, ni poner en marcha el microondas, ni bajar las
persianas, ni programar la calefacción, ni ver una película
codificada, ni encender el video, ni leer el correo electrónico,
ni enviar un telegrama, ni subir al autobús, ni tomarte la presión,
ni hacerte un análisis de orina, ni recibir clases de inglés,
ni entrar en casa, ni cerrar las ventanas, ni averiguar dónde está
la comisaría más próxima... Lo malo es que tampoco
podrás pedir auxilio, pues el celular de tercera generación
también sirve para llamar por teléfono.
Un día, de pequeño, perdí una de esas navajas multiuso
que mi padre me había traído de Suiza, y durante una temporada
no pude cortarme las uñas de los pies, ni limarme las de las manos,
ni descorchar una botella, ni abrir una conserva, ni destapar una Coca-cola,
ni hacer barcos con cortezas de pino, ni dibujar corazones en los bancos.
Por no poder, no podía ni limpiarme la boca, porque la navajita
escondía también un escarbadientes. Desde entonces, aunque
continúan fascinándome, me dan un poco de aprensión
los objetos polivalentes. Al ser pesimista, me fijo más en lo que
pierdes cuando no los tienes que en lo que ganas cuando sí. No
digo que no me guste la tarjeta para el metro-bus, pero me
intranquiliza saber que su pérdida me priva de poder viajar en
dos transportes a la vez.
El celular de tercera generación es la versión digital de
la navaja suiza. Si lo extravías o se le acaban las pilas, caes
de inmediato en la era de los metales: una especie de estupor analógico
del que sólo puede rescatarte otro teléfono celular de tercera
generación. Cuando dependamos completamente de él, la gente
preferirá la emasculación a la desmovilización (o
ablación del teléfono móvil). Si te desmovilizan,
estás listo. A Fulano lo tenemos agarrado del celular,
se dirá para señalar que alguien no tiene escapatoria. Y
es que ese teléfono móvil se impregnará completamente
de nosotros. Conocerá nuestras huellas dactilares, el color de
nuestros ojos, nuestro grupo sanguíneo, nuestras preferencias gastronómicas
y sexuales. Nadie como él sabrá de qué pie cojeamos.
Cuando la gente esté desesperada, ya no será preciso que
se arroje por la ventana, con el peligro de que su cuerpo rebote en las
cuerdas de la ropa y quede malherido en lugar de morir. Para suicidarse,
bastará con arrojar el celular al inodoro y tirar de la cadena.
Quizá continuemos en pie, pero sin iniciativas, como cuando ahora
nos quitan el lóbulo central. Y el diablo ya no te pedirá
el alma a cambio de la eterna juventud: te pedirá el celular. Tú
verás qué haces, pero debes saber que de nada te valdrá
ser joven si careces de teléfono celular, pues todas las puertas
permanecerán cerradas a tu alrededor como las de un mausoleo. Y
nadie volverá a decir se me cayó el alma a los pies
para expresar abatimiento, pues lo insoportable será que se te
caiga el celular.
Cuando fallezcamos, el celular se separará del cuerpo, y mientras
éste se pudre en la tumba, aquél descansará en la
mesilla de noche reproduciendo en su pantalla tus hábitos de conducta,
tus horarios, tus fantasías venéreas. Y el Día de
los Muertos, la familia, en lugar de llevarte flores al cementerio, te
llevará pilas para el teléfono celular, para que continúes
latiendo eternamente en el interior de sus circuitosimpresos. Es tanto
lo que no podrás hacer sin él, que al adquirirlo deberías
comprar al mismo tiempo una navaja suiza: para cortarte las venas o descorcharte
el cráneo en caso de pérdida. Descansemos en paz.
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