Los
elegidos
Teniendo
en cuenta el desdén de Miles Davis por los músicos blancos
y por los de estilo aún inseguro, era completamente imprevisible
que el visionario trompetista aceptara a Bill Evans como pianista y
a John Coltrane como saxofonista en un grupo suyo. Sin embargo, eso
fue lo que pasó. Y el resultado fue revolucionario. La reciente
edición completa de esas históricas sesiones en la Columbia
no sólo ofrece cinco CDs de jazz superlativo, sino una hora y
media hasta hora desconocida de Davis y Coltrane tocando juntos. Ésta
es la historia de aquellas grabaciones que cambiaron el jazz para siempre.
Por
Diego Fischerman
Si
la ciencia-ficción no fuera un género desprestigiado y
si los escritores de ciencia-ficción demostraran algún
interés por la música, bien podría intentarse una
ucronía: imaginar un mundo en el que hubiera sucedido lo más
probable y no lo que pasó. Un mundo en el que ese saxofonista
casi principiante y todavía con serios problemas técnicos
llamado John Coltrane no hubiera despertado el interés de Miles
Davis. Una historia alterna en la que el trompetista que detestaba a
los blancos (o eso decía) no decidía intempestivamente
contratar a un pianista blanco llamado Bill Evans.
No había casi ninguna posibilidad de que Davis, Coltrane y Evans
tocaran alguna vez juntos. No tenían casi ninguna afinidad musical.
No había casi ningún rasgo estilístico que los
emparentara. Pero juntos produjeron una revolución sólo
comparable a la que ocho años más tarde tuvo como protagonista
a la Banda del Sargento Pepper. Hubo preparativos y coletazos de esa
reunión cumbre de 1959. Puede sentirse la inminencia en algunos
de los momentos de las primeras grabaciones juntos: aunque los temas
fueran del Bop (Round Midnight, Sweet Sue),
algo del clima de las primeras sesiones, de 1955 y 1956, sugieren esa
especie de misterio, de oscuridad, de color aterciopelado, que hace
eclosión en el 59. Y puede percibirse la persistencia de
ese clima en las grabaciones del 61, ya con Hank Mobley como saxofonista
y con John Coltrane volviendo como invitado. E incluso en los quintetos
posteriores (con George Coleman y más tarde Wayne Shorter, con
Herbie Hancock, Ron Carter y Tony Williams). Todo lo que grabaron Davis
y Coltrane, como demuestra la deslumbrante caja de 6 CDs que acaba de
editar Sony, está atravesado por ese estilo que, a partir de
allí, se convertiría en el estilo del jazz, a secas.
Pero ese universo estético generado a partir del encuentro de
tres músicos que no deberían haberse encontrado nunca,
tiene un núcleo alrededor del cual gira todo lo que tocaron y
todo lo que tocarían otros músicos. Definitivamente, el
mundo no sería el mismo sin ese comienzo a cargo del contrabajo,
sin esa melodía modal, sin ese blues llamado So What
con la que empezaba el disco más consensuado de la historia del
género. Puede discutirse si el disco de Coltrane es Blue Train,
Giant Steps, A Love Supreme o First Meditations for Quartet. Con Davis
no existen esas dudas. Varios de sus álbumes son fundamentales
(Birth of The Cool, Miles Ahead, ESP, Bitches Brew), pero hay uno que
es imprescindible y que actúa como centro de toda la historia
del jazz. Uno sobre el que no hay discusión posible: Kind of
Blue.
¿ENTONCES
QUÉ? Charlie Parker tocó siempre bien (o siempre que
estuvo más o menos lúcido). Dizzy Gillespie también.
Monk tocó cada vez peor (es decir, fue construyendo un estilo
cada vez más alejado de las convenciones que el género
manejaba acerca de la belleza). Miles Davis tocó siempre igual:
lo que variaba (y mucho) es lo que sonaba a su alrededor. Coltrane,
en cambio, es uno de los muy pocos músicos de jazz en los que
es posible escuchar el aprendizaje. Sus primeras grabaciones, con la
banda de la Marina y con el sexteto de Gillespie poco después,
muestran a un saxofonista talentoso pero inseguro y de técnica
deficiente. La columna de aire no se mantiene, los dedos se traban en
los pasajes veloces, el ritmo no es firme, los solos son casi totalmente
previsibles. En ese casi, claro, es donde radica la esencia de lo que
Davis debe haber reconocido cuando llamó por teléfono
a su productor, George Avakian, y le dijo: Encontré el
saxofonista para el grupo. La primera opción había
sido Sonny Rollins, pero había decidido volverse a Chicago (la
historia se repetiría casi igual cuando, años después,
el elegido Joe Henderson fue citado por el ejército y Davis encontró
a Wayne Shorter).
Miles me convenció de ir a escuchar a Coltrane un sábado
a la noche y me dijo que si me gustaba el sonido y la forma de tocar
podríamos empezar a grabar enseguida, cuenta Avakian, el
productor del sello Columbia al que se le había metido en la
cabeza la idea de que Davis grabara allí.Ése fue
el comienzo oficial de la historia, en agosto de 1955. Reservamos un
estudio, aunque Miles tenía aún contrato con Prestige,
y yo puse una sola condición: que no grabaran Round Midnight
para ese sello. Porque yo quería sacar un disco con ese nombre,
en recuerdo de la noche magnífica en la que había escuchado
a Miles por primera vez, en el Festival de Newport de aquel año,
junto a Zoot Zims, Thelonious Monk y Gerry Mulligan. Así grabamos
el primer disco pero entonces apareció la dificultad para sacar
un segundo registro. Prestige tenía programados varios discos
al hilo con Miles, así que me puse a pensar en algún proyecto
diferente. Por ese entonces, Miles participó como solista invitado
de unas grabaciones con Gunther Schuller, en Music for Brass. Ahí
lo escuché tocar el flugelhorn y se me ocurrió la idea
de que tocara ese instrumento junto a una gran orquesta. Para mí,
no había más que dos arregladores posibles: uno era Leonard
Bernstein y estaba en otros proyectos; el otro era Gil Evans, que vivía
a dos cuadras de mi oficina en Columbia. Lo fui a ver, le di total libertad,
artística y financiera y, a cambio, le impuse la idea del título:
Miles Ahead. El doble sentido era un gancho de promoción
que calzaba perfectamente con la personalidad de Davis, pensaba Avakian:
Miles iba realmente delante de los otros, estaba más vivo
que todo el mundo. Después de que cumpliera su contrato con Prestige,
cuando ya el quinteto con Coltrane se había hecho famoso como
el mejor grupo de jazz después de los Hot Five de Louis Armstrong,
vinieron los discos para Columbia. Hubo un cambio de pianista. Entró
Bill Evans. Y también se agregó en saxo alto uno de los
mejores saxofonistas que había en el momento: Canonball Adderley.
Lo demás es historia conocida.
UN
ARTE JAPONÉS En las notas que acompañaban la edición
original de Kind of Blue, Bill Evans comparó el arte de improvisar
con una forma especial de acuarela japonesa en la que no existe la posibilidad
de corrección o borraduras, para explicar cómo trabajaron
en aquellas sesiones. Miles concebía los esbozos que después
se convertían en los temas sólo unas horas antes de los
horarios de grabación. Y llegaba sólo con apuntes acerca
de lo que había que tocar. Por lo tanto, ustedes escucharán
algo muy cercano a la espontaneidad pura, en estas interpretaciones.
El grupo nunca había tocado las piezas antes de grabarlas y creo
que, en todos los casos, la primera versión completa de cada
tema era el corte que quedaba para el disco. Evans, por otra parte,
es generoso. Salvo Davis, todos creyeron siempre que Kind of Blue y
las ideas que habían disparado los temas del álbum eran
mucho más del pianista que del trompetista. De hecho, ese pequeño
movimiento a lo Satie (primero con dos notas ascendentes y luego con
dos descendentes) que están presentes en casi todo el álbum
y que se explicitan en Flamenco Sketches, son los mismos
de Peace Piece, uno de los temas emblemáticos del
estilo de Evans.
El pianista dice, además, que parte del asunto pasa por la empatía
(y simpatía) que sientan entre sí los miembros del grupo.
Y que, en el caso de Kind of Blue, las cosas no podrían haber
sido mejores. Debería ser cierto, si se juzga por el resultado
musical. Pero en ese caso, fue cierto por poco tiempo. Y ahí
es donde entra en juego el único disco que es, al mismo tiempo,
uno de los mejores y uno de los peores de la historia del jazz. La grabación
había sido realizada en un concierto en el Festival de Newport
de 1958 pero no fue editada hasta bastante después, y con un
título mentiroso: Miles and Monk at Newport se anunciaba en la
tapa del álbum doble que recién salió a la venta
en noviembre de 1964. Miles y Monk no tocaban juntos. No sólo
eso: entre la actuación del sexteto de Davis y la del cuarteto
de Thelonious había una separación de cinco años.
Pero además, mientras la del grupo de Monk era excelente, la
del de Davis estaba lejos de serlo: Coltrane se desentendía totalmente
de las ideas que había planteado Adderley, Davis estaba imperturbable
en la suya y Evans luchaba literalmente para que alguna de sus sutilezas
armónicas fuera escuchada por alguno de los demás (o del
público). Si uno de los valores del jazz es la interacción
(esa simpatía y empatía de la que hablaría Evans)
en esa actuación estaba claramente ausente. La grabación
fue un fracaso, pero también uno de los momentos más perfectos
del jazz. Porque allí, como corrientes de energía pura
configurando el caos inicial, está todo lo que se cristalizará
en Kind of Blue. Y, también, lo que impedirá cualquier
continuación de Kind of Blue. Allí aparecen, desenmasacarados,
quiénes serán Evans, Coltrane y Davis en el futuro. Allí
aparecen impresas no sólo esa clase de blue que revolucionaría
al jazz sino también la progresiva introspección del pianista,
la salida hacia el free del saxofonista y la respuesta al free que ideó
el trompetista al frente de su quinteto con Hancock y Shorter. Y, por
supuesto, también el estilo que con muy pocas variantes cultivarían
los jóvenes a lo largo de los 80, los 90 y hasta hoy. El historiador
Eric Hobsbawm que, además de historiador, es fanático
del jazz escribe en uno de los artículos recopilados en
Gente poco corriente (recientemente publicado en español por
Crítica), titulado El Jazz desde 1960: ¿Y
si echamos un vistazo a lo que tocan hoy? La base de lo que se toca
en la actualidad es en esencia lo que se tocaba en los años 40
y 50... Y no es que no haya ocurrido nada en el jazz, sino más
bien que se han marginado silenciosamente las innovaciones de los últimos
treinta años, del free a la fusión. Hasta las más
entusiastas notas necrológicas de Miles Davis, como figura clave
de la evolución del jazz desde los primeros 50, se vuelven
claramente más ambiguas al referirse a sus últimos veinte
años, y prefieren no decir nada sobre los diez últimos.
Esto agrada a los ciudadanos de edad avanzada, que recuerdan sin dificultad
las maravillas del primer quinteto/sexteto, de Miles Ahead y de Kind
of Blue. Es que ese disco mítico que unió a Davis
con Coltrane y Evans encierra, tal vez a su pesar, toda la historia
anterior y gran parte de la posterior (por lo menos la que terminó
ocupando el lugar de paradigma dominante).
La formación
completa en Newport, 1958: Bill Evans, Paul Chambers,
Jimmy Cobb, Julian "Cannonball" Adderley, Miles Davis y John
Coltrane.
MILÉSIMAS
El nombre de Miles se prestaba. Y George Avakian tenía buenas
ideas. Después de Miles Ahead vino Milestones (los tonos
o las notas de Miles, pero también los mojones de
la ruta) y más tarde Miles Smiles. Podría agregarse
alguno en español y decir que, en realidad, de lo que se trata
es de desentrañar a los miles de Miles posibles: fundador del
bop con Charlie Parker; fundador del cool con Lee Konitz; Gil Evans
y Gerry Mulligan, hard bopper con Art Blakey y Horace Silver en sus
dos álbumes para el sello Blue Note, creador de casi todo con
Kind of Blue, inventor de la polirritmia modal y controlada (en lugar
de la liberación general de parámetros propiciada por
el free) con el quinteto 63-68, inventor del jazz rock con Bitches Brew
e In a Silent Way. Para usar una paráfrasis de cierta canción
de Serrat, Miles Davis fue el hombre que siempre llegó a tiempo
adonde estaban pasando montones de cosas. Fue, varias veces, la persona
correcta en el lugar correcto. Y siempre supo con quiénes tocar.
Un disco de la década del 70 en el que se recorría su
carrera anunciaba en la tapa los nombres de los músicos que aparecían
junto a Miles; la lista se parecía demasiado a una enciclopedia
del jazz. Podría haberse escrito con facilidad la historia del
género recurriendo solamente a los nombres citados en esa tapa:
Parker, Monk, John Lewis, Bud Powell, Silver, Blakey, Evans, Konitz,
Mulligan, Coltrane, Shorter, Hancock, Jarrett, Corea, Tony Williams,
Zawinul, Holland, De Johnette, Sonny Stitt, McLaughlin, Kenny Garrett,
Scofield y hasta un outsider como Hermeto Pascoal.
La historia del jazz podría escribirse, también, en tres
capítulos, que usaran a Davis como eje: los antecedentes de Kind
of Blue, Kind of Blue propiamente dicho y la herencia de Kind of Blue.
Ese núcleo central se reduce a diez sesiones de grabación
para el sello Columbia, cinco discos para Prestige, y el registro de
dos actuaciones en vivo, en el Festival de Newport el 3 de julio de
1958 y en el Hotel Plaza de Nueva York, el 9 de septiembre de ese mismo
año (entre las seis y las siete de la tarde).
JAZZ
A LA CARTA El elenco básico de The Complete Columbia Recordings
está compuesto por Miles Davis en trompeta y John Coltrane en
saxo tenor, Paul Chambers en contrabajo y, en batería, Philly
Joe Jones primero y Jimmy Cobb después. Hasta la sesión
del 4 de marzo de 1958 la quinta de las realizadas para Columbia
el pianista es Red Garland. Las tres siguientes, más las dos
tomas en vivo, cuentan con Bill Evans (menos en So What,
donde lo reemplaza Winton Kelly). Todas las grabaciones del 58
y del 59 son del sexteto, con el agregado de Canonball Adderley
en saxo alto. Las dos sesiones restantes son de 1961, cuando ya todo
había terminado (o cuando otras cosas estaban por comenzar).
El grupo tenía a Hank Mobley como saxofonista pero John Coltrane
se acercó al estudio dos días, el 20 y el 21 de marzo,
para tocar en dos temas: Someday My Prince Will Come y Teo.
Los discos que se conseguían con relativa facilidad y en los
que fueron incluidas estas grabaciones son Round About Midnight,
Stella
By Starlight, Milestones, Kind of Blue y Davis & Monk at Newport.
Un tema, Sweet Sue figuraba en un álbum que recogía
una clase de Leonard Bernstein acerca del jazz. Varias tomas estaban
en antologías y discos no reeditados o casi imposibles de conseguir,
como Jazz Omnibus, Jazz Track, Jazz at The Plaza Vol. 1, Basic Miles,
Black Giants, Circle in The Round, Newport Jazz Festival Live y The
Columbia Years 1955-1985. Hay, además, 18 tomas, entre alternativas,
temas nuevos y comentarios de Miles, hasta hoy absolutamente inéditos.
Lo que suma algo así como una hora y media desconocidas de Miles
y Coltrane. El menú completo abarca también los cinco
discos para Prestige del período intermedio entre Round
Midnight y la vuelta de Davis a Columbia (The New Quintet, Relaxin,
Workin, Cookin, Steamin) y el doble en vivo grabado
en vivo en Europa por el sello escandinavo Dragon. La cajita recién
publicada un verdadero dechado de buen diseño y de excelente
criterio a la hora de ordenar las grabaciones lleva el número
uno. Pero, como en La Guerra de las Galaxias, ya había algunas
anteriores y, seguramente, habrá alguna más después.
Las ya publicadas son la número dos (con las sesiones de estudio
junto a Gil Evans), la cuarta (con las sesiones de estudio del segundo
quinteto: Shorter, Davis, Hancock, Carter y Williams) y la sexta (con
las sesiones completas de Bitches Brew). Las próximas serán
la tercera (con los saxofonistas intermedios entre Coltrane y Shorter,
y que incluirá el resto de Someday My Prince Will Come no publicado
en la número uno, ya que allí toca Mobley y no Coltrane),
la quinta (con las sesiones en vivo del segundo quinteto, descontando
las del Plugged Nickel, que tienen un álbum de 9 CDs para ellas
solas, y aquellas en que Corea reemplaza a Hancock y Holland a Carter,
donde estará el resto de Water Babies aún no publicado),
y la séptima (con el Davis eléctrico posterior a Bitches
Brew). El registro de treinta años en los que la música
popular cambió definitivamente de signo.
Seis
por seis
John
Coltrane según
Michael Brecker
Para un músico de jazz, Kind of Blue es uno de los
discos más grandes de la historia. Desde cualquier punto de vista:
composición, elegancia, sonoridad, swing. Es el disco para la
isla desierta, sin duda. Lo que resulta apasionante es la yuxtaposición
del juego de Coltrane con el de Bill Evans. Ese sonido misterioso y
envolvente del saxo tenor con la belleza de las líneas que teje
el piano como sostén. Y está también esa mezcla
de entendimiento y tensión que se daba entre Coltrane y Adderley.
Todo podía funcionar mal, eran personalidades demasiado fuertes,
pero cuando funcionaba bien tenía una intensidad única,
increíble.
Bill
Evans según
Laurent De Wilde
La manera de tocar de Evans no era habitual. Todo tenía
que ver con la sonoridad: nada de brillo, nada de pedales, rondar los
mediotonos, el cuidado de cada frase, la ausencia de tensión
en los ataques. En su autobiografía, Miles Davis recuerda que
su guía para la concepción de Kind of Blue fue la orquesta
que acompañaba un espectáculo de ballet africano. ¿Qué
hacía Bill Evans, un blanco con formación clásica,
en medio de ese africanismo? Imposible saberlo. ¿Por qué
a Davis le parecieron adecuadas para expresar su mensaje panafricanista
esas frases modales, sin referencia a los duros centros tonales del
siglo XIX y de casi toda la música popular que Evans
heredó de Debussy y Ravel? Imposible saberlo. Lo único
cierto es que el estilo de Evans fue fundamental para que Miles encontrara
el suyo propio.
Cannonball
Adderley según
Bunky Green
Después
de la audición repetida de Kind of Blue, es evidente que hay
dos niveles de excelencia. Cannonball, conductor indiscutible del groove
y del swing, obtiene una misteriosa continuidad con la sección
rítmica, trabajando en el interior de una base bien establecida
y regular, mientras Trane pone en juego los ritmos conflictivos, que
producen una tensión extrema. Coltrane es el multicultural, en
oposición a Cannonball, que encarna la tradición de Charlie
Parker. Pero los dos representan lo que el jazz tiene para ofrecer.
Paul
Chambers según
Charlie Haden
La primera vez que vi tocar a Paul Chambers fue en Los Angeles.
Yo estaba de gira con Ornette Coleman y tocábamos en un club
llamado Jazz City, que estaba en el Hollywood Boulevard. Allí
también tocaba Miles con su grupo y yo me dediqué a observar
los menores gestos de Chambers. Tocaba con una emoción tal que
lo demás importaba poco. Transmitía una especie de tristeza
positiva. Daba siempre la impresión de estar por llorar. Jamás
se conformaba con tocar solamente las notas principales de los acordes,
como hacía la mayor parte de los contrabajistas de la época.
Creaba líneas de bajo cromáticas y sorpresivas y utilizaba
intervalos que no usaba nadie más.
Jimmy
Cobb según
Bill Stewart
La manera de Cobb de tocar en las baladas, siempre yéndose
un poco del tiempo, era única. Su tempo en los platillos era
absolutamente singular. Nunca se lo tuvo como un virtuoso pero Kind
of Blue difícilmente hubiera sido posible con otro baterista.
Miles
Davis según
Enrico Rava
El arte de Davis consistía en lograr la belleza sobre
dos acordes. Lo mínimo siempre es más difícil.
Sólo pueden tocar poco los que saben tocar mucho y eligen no
hacerlo. Varios de los momentos de Miles fueron fundamentales para la
música de su siglo. Tal vez el secreto esté en lamanera
en que tocaba, sin nada de tensión, las notas más tensas
de la armonía.
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