Cuando
le comenté a Marcelo Birmajer que No tan distinto me parecía
un libro de verano (como un halago), él lo tomó afortunadamente
como tal y contestó: Ojalá todos mis libros sean
de verano. Su anhelo es tan atendible como deseable: su oda a
la estación del esparcimiento crea profundidad. Y haber conversado
con su autor sobre esa breve novela recientemente publicada me permitió
descubrir, como en la Kabalá, espacios ocultos y misteriosos
en este sobrio discípulo de Bashevis Singer, este joven cuentista
de frases tan cortas como expresivas y de gestos tan judíos.
En el diálogo, a mí me tocaba un lugar del cual a veces
me cuesta salir: el de rabino. Pero a lo largo de la conversación
con Birmajer fue surgiendo, de su lado, una rara especie de exégeta
sensible, similar a un rabino laico. No tan distinto es un libro que
se propone avanzar en forma abierta por temas arduamente
debatidos por filósofos y teólogos de todas las épocas,
pero con una sólida estructura literaria que disimula
a medida que ilustra el fondo, la raíz
de cada espinoso asunto. Son esas cuestiones fundamentales que,
si uno se las pregunta todo el día, es un pelotudo. Pero que,
si no se las pregunta cada tanto, también lo es, dice Birmajer.
Ésa es su manera de aludir a los dos temas o cuestionamientos
principales que toca su novela: la vida después de la muerte
y la existencia de una ética absoluta, previa a cualquier dogma
religioso.
La falta de argumentos concluyentes alrededor de estos dos temas
elimina la posibilidad de suspenso. Sin embargo, la novela lo tiene...
El suspenso surge de la creencia de que hay una respuesta
y que en algún momento la vamos a encontrar. Pero es lejana y
está oculta. Ahí se encuentra el origen del suspenso en
esta novela. Yo afronté estos temas con las mismas armas literarias
que siempre me permiten crear perplejidad en el lector. Lo que hice
en esta novela es utilizar la literatura para engañar al lector
y hacerle creer que, a estos enigmas sin solución, yo le voy
a acercar una cierta respuesta.
Y el engaño funciona hasta el final...
Pero funciona de modo tal que, aunque el lector no vea ninguna
respuesta a las grandes cuestiones, le doy un final al destino del personaje.
Creo que la literatura, en este sentido y de esta manera en particular,
es una forma muy piadosa que nos permite aproximarnos a aquellos aspectos
de la vida en donde nunca sabemos nada. La literatura es un acceso al
conocimiento en donde la vida adquiere sentido. El sexo es otra de las
formas de acceso al conocimiento.
El verbo conocer aparece en la Biblia para definir al
acto sexual...
Por eso, precisamente, el tema del sexo aparece en la vida
de Saúl (el protagonista de la novela) como una de las formas
de aproximarse a un misterio. Saúl sabe que ésta es una
de las maneras de comprender la vida, aunque en los últimos seis
años no haya tocado mujer. Aunque no haya tocado mujer, él
es para mí un modelo de masculinidad. No tener que demostrar
ser macho es tan viril que libera de la necesidad de competir
con los otros. Saúl es viril porque es capaz de hacer feliz a
una mujer y sentirse feliz en el intento. Entendiendo al conocimiento
como un diálogo: en esto no hay verdades biológicas, porque
la palabra es más importante que el cuerpo. Si bien hay cuerpos
que son palabras, la palabra tiene mayor intensidad y trascendencia
que la reacción fisiológica. Como novelista, reconozco
siempre, en cada cosa que escribo, que el sexo está cargado de
espíritu. Cuando uno se acuesta con una mujer, hay un intercambio
de moléculas espirituales que devienen de esos fluidos del cuerpo.
De hecho, creo que en el judaísmo no existe división entre
cuerpo y alma. Por eso palabra y cuerpo están unidos.
¿También por eso, en un tramo de la novela, Saúl
no se acuesta con una mujer que habla demasiado?
Es que, cuando se habla demasiado, hay una inflación
de la palabra. Y cuando hay una inflación de la palabra, hablar
carece de sentido. Para Saúl, ciertos personajes de la novela
(como una psicóloga o una profesora de yoga) le quitan valor
a lo que representa la palabra. Despojan de erótica a la palabra.
Cuando uno se refiere al amor o al sexo, tiene que usar muy pocas palabras
con mucho sentido.
¿Existe Saúl?
No así tal cual. Pero sí está inspirado
en un amigo, José Padín, un hombre simple que tiene una
casa afuera... Y es hijo de gallegos.
¿O sea que un hijo de gallegos convertido al judaísmo
da Saúl?
Bueno, no sé si tanto. Yo lo hice comerciante del
Once. Pero fundamentalmente quise construir un personaje a partir de
uno de esos pocos tipos que no joden a nadie y respetan los diez mandamientos
como...
¿Como pocos? ¿Como muchos?
Como pocos, como poquísimos. Estamos malacostumbrados
a los héroes, a los paradigmas de héroe. Si en el mundo
hubiese solamente de ésos, sería terrible. En última
instancia, mi libro no es otra cosa que una reivindicación de
estos personajes silenciosos que rayan con lo heroico, porque en este
siglo ya resulta heroico no joder a nadie. Saúl es un héroe
porque no jode a nadie y construye su vida con honestidad. No
joder a nadie podría ser el undécimo mandamiento,
en una sociedad en donde la corrupción y el engaño son
moneda corriente.
El judío es una especie de apax: una palabra que
aparece sólo una vez en la Biblia, y no tiene traducción
posible porque su interpretación se basa fundamentalmente en
la intuición. Lo judío es ese apax, imposible
de ser comparado con otra religión, nación, raza, o cultura...
Pero con una sacralidad tautológica. Y de la mejor
tautología, que es la tautología del misterio. Es ahí
donde Saúl se sumerge en una misteriosa búsqueda religiosa
después de la muerte de su mujer. Pero Saúl es un no creyente.
Y es tan judío que, en su búsqueda religiosa, tiene un
encuentro con el más allá, pero niega ese
más allá porque se aferra al más
acá. Vive en la constante contradicción de pensar
una vida posible en Israel, pero no podría vivir allí.
Y no está cómodo en el Once, ni en el country, ni en Barrio
Norte, aunque haya vivido hasta entonces ahí.
Eso se llama diaspórico. Y lo diaspórico
se traduce en esta novela en los permanentes viajes de Saúl,
su constante incomodidad geográfica...
Es casi la diáspora de uno solo. Y es la verdadera
diáspora, porque en su interior nunca hay Minián,
ese quórum requerido para expresar ciertas plegarias.
La Kábala interpreta a la diáspora como la distancia
entre el ser y Dios, equivalente a la que existe entre el hombre y la
tierra prometida...
Y entre una persona y otra también. Pero, en el caso
de lo judío, se añade a esa diáspora la cercanía
o lejanía con el libro. La definición Pueblo del
Libro no es un hecho fáctico. Es decir: no es que nacés
sabiendo leer o más cerca del libro que los demás. Nacés
obligado a acercarte al libro, no es una ventaja inicial sino un mandato.
Como judío, nacés con el problema de que, si no vas aproximando
al libro, entrás en contradicción con la cultura de tu
pueblo, con el misterio que te concibió.
George Steiner dice nuestra tierra natal, el texto. Es
decir, en última instancia, no es el Estado de Israel sino precisamente
el libro...
En relación con lo de Steiner, hay un chiste muy bueno
de Woody Allen que me contó Rodrigo Fresán. Dice que un
hombre iba por Israel con una metralleta y dos bandoleras llenas de
balas cruzándole el pecho, cuando de pronto un fanático
le apuntó y le tiró con una Biblia, y las balas lo salvaron
de morir atravesado por la Biblia. En algo estoy en desacuerdo con Steiner:
creo que es cierto eso de que el texto es nuestra tierra, pero también
necesitamos un lugar donde sentarnos a leer. No se puede leeren el aire.
Mirá qué imagen: cuando tengo frío me vengo acá,
al lado de la estufa. Al leer el texto en el aire, me agarra frío.
Necesito de la estufa que es la tierra. Es más: para escribir
necesito de las complicaciones que trae la existencia terrena. A diferencia
de Steiner, yo siento un vínculo racional e irracional con Israel,
no pretendo ser un ciudadano del mundo.
¿Qué es lo que espera Saúl de la vida?
Creo que lo máximo a lo que puede aspirar un hombre
es a no hacer daño a los demás. Pero yo no conozco hombre
que no quiera más a unos que a otros, o que no se preocupe más
por la suerte de unos que de otros. Sólo hay una población
de la humanidad a la que todos tenemos la obligación de querer
por igual: los niños. Aunque suene como un discurso peronista,
para mí los únicos que generan simpatías innatas
son los niños.
¿Entonces por qué ese héroe no tiene
hijos?
Que Saúl no tenga hijos es parte de su tragedia. Porque
la no descendencia implica estar solo en el mundo. Para mí, el
nacimiento de mi hijo fue la invitación a un mundo sin soledad.
En el mejor sentido, desde que nació mi hijo jamás me
sentí solo. Y ya no hacés nada como lo hacías antes.
Esta compañía me lleva a escribir y leer de una manera
diferente. Esa soledad metafísica que a veces sentía en
forma angustiosa se terminó. Yo ubico a Saúl como un hombre
solo hasta metafísicamente. Y su tragedia se agrava al haber
perdido a la persona que más amaba.
Después de experiencias trascendentes como el sexo o la muerte,
uno ya no es lo que era. Luego de ellas es imposible volver atrás...
Yo lo veo exactamente así. Creo que la diferencia
entre una pasión que te conduce a la tragedia y una que te conduce
a la vida se asemeja a un viaje en el que te podés perder o descubrir
un lugar nuevo: la diferencia entre perderse y encontrar un lugar nuevo
es saber cómo volver. Cuando descubrís un lugar nuevo
tenés la chance de saber cómo volver. Saúl es un
experto en regresos. Y en el misterio de los viajes desarrolla la capacidad
de recibir a su esposa, que partió hacia la muerte. Un inexperto
se hubiese vuelto loco o se hubiera matado. Pero Saúl sabe cómo
retornar. Y en ese retorno se da cuenta de que el otro mundo no es trágico.
No es tan distinto de éste.
El
otro mundo es también parte de la vida...
Y elegirás la vida, como dice el versículo
bíblico. La literatura va a seguir existiendo mientras no descubramos
el misterio, mientras no encontremos lo que hay después de la
muerte, o mientras no hallemos la existencia certera de otros mundos.
Desconocer con profundidad la bendición del misterio y continuar
inventando nuevos mundos es la razón de ser de la literatura.
CODA
Al final de la conversación, Birmajer me preguntó con
cierto pudor si yo creía que Saúl hubiese sido capaz de
leer su libro. Le contesté que no, porque para mí Saul
era un lector de best-sellers. Pero que seguramente se hubiese acercado
a Birmajer, de tener oportunidad en su periplo, para tener una conversación
con él. Y le dije que suponía que uno hubiese entendido
muy bien al otro. Al despedirnos, ya en la puerta, le conté a
este Bashevis Singer de nuestras pampas que, cuando viajo a Nueva York,
suelo hospedarme en la casa de una amiga que vive en el mismo edificio
en el que vivía Singer. Y que, retirando un día la correspondencia
del buzón, me topé con una carta dirigida al escritor,
quien había muerto dos años antes. Me tenté, como
muchos, de quebrar el mandamiento no robarás (cosa
que Saúl, sospecho, jamás hubiese hecho), por llevarme
un recuerdo de un novelista que siempre admiré. Entonces mi esposa,
más parecida a Saúl que yo, me dijo: ¡Estás
loco! Por ahí es el nombramiento del Premio Nobel, que se traspapeló
hasta ahora.... A lo que Birmajer contestó con esa suave
aspereza de rabino laico: Seguramente, en el no tan distinto otromundo,
Bashevis Singer volvió a ganar el Premio Nobel, sólo que
la Academia de arriba se equivocó de domicilio.
arriba