Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
 




Vale decir



Volver

CINE “Tu ridi”, de los hermanos Taviani

Los santos inocentes

Ganadora del premio a mejor dirección del Festival de Mar del Plata del ‘98, la última incursión en la literatura de los hermanos más reverenciados del cine se basa en dos cuentos de Luigi Pirandello, con los cuales analizan los motivos de la violencia a lo largo de dos siglos.

Por Dolores Graña

Hay pocas asociaciones tan felices como la que componen los hermanos Taviani. Esa comunión tan perfecta que hace imposible distinguir dónde termina el capítulo Paolo y empieza el fragmento Vittorio (raro milagro que desvela a más de uno) tiene su contraparte en la maestría con la que ambos cineastas desarrollan su relación con la literatura. Se sabe que de grandes libros no salen necesariamente grandes películas –a veces, ni siquiera salen buenas–, pero los Taviani han sabido revertir el curso habitual de ese axioma a lo largo y ancho de su filmografía, inspirándose más que adaptando textos literarios, rescatando fragmentos, emociones e historias y modulándolos hasta alcanzar lo que podría denominarse el “tono Taviani”, que toma lo esencial de la obra y lo amplifica a través de variaciones hasta conformar el diálogo interno que rellena la columna moral (siempre expuesta, nunca declamada) de sus películas.
Tu ridi es una película sobre la violencia, un tema sobre el que los Taviani saben bastante, siendo hijos de un prominente abogado de San Miniato (cerca de Pisa), que fue el único habitante del pueblo que se negó a afiliarse al partido fascista. “Gracias a él aprendimos el significado de la palabra resistencia”, se ocupan de aclarar los hermanos en cada entrevista. En Tu ridi la resistencia pasa por descubrir los mecanismos con que una víctima de la violencia trasciende su rol y logra algún tipo de justicia, si no en vida, al menos en la muerte. Los Taviani construyen este tapiz hilvanado con hilo rojo cumpliendo a rajatabla los dos requisitos primordiales para la catarsis aristotélica: que la figura de los héroes conjure piedad y sus destinos, horror. El fino trazo que une las historias de la película (basada en cuentos de Luigi Pirandello, un autor que los Taviani ya habían visitado magistralmente en Kaos) es la progresiva transformación de los actos de violencia en algo cada vez más mecánico, más inhumano. Y como en todas sus películas -.Padre padrone es el ejemplo más claro– la figura del padre es la línea conductora en esa perfecta articulación de ética y poesía que distingue a los Taviani, quienes surgieron del neorrealismo pero se fueron alejando –sin abjurar de él-. al ver que se iba convirtiendo en “un croniquismo pequeño-burgués, bastante chato, sin vuelo” (como observaba Vittorio en una entrevista concedida a Página/12 durante el Festival de Mar del Plata del año pasado, en el que Tu ridi se llevó el premio a mejor dirección). Figuras paternas que enseñan y que destruyen, padres a los que hay que enterrar para ser libres, padres que son víctimas y victimarios y a los que, en definitiva, hay que honrar por lo que han sido para nosotros.
Las dos historias que cuenta la película de los Taviani (la primera titulada “Felice”, la segunda “Dos secuestros”) están construidas para reflejarse entre sí, no para proponer una relación de causa-efecto para la violencia sino para descubrir las sutiles maneras en que la violencia cotidiana se entremezcla en las vidas de gente común, hasta el momento en que se debe asumir el papel que se ha jugado en una tragedia que, aunque inevitable, puede trascenderse. Ése es el caso, por ejemplo, de Felice (Antonio Albanese), un barítono de ópera bufa en los años 30 que, por un problema de salud, se ve condenado a trabajar en el área contable del teatro en el que tuvo tantos éxitos. Además de estar condenado a espiar los ensayos sabiendo que nunca más podrá participar de ellos, Felice sufre de una extraña dolencia: se ríe como loco por las noches, al punto de que su mujer le recrimina haberse vuelto “un hombre malo”. Cuando Felice descubre finalmente de qué se ríe, develando su participación –onírica, es cierto, pero no menos horrorosa por ello– en la persecución fascista de los “débiles”, decide vengar a su mejor amigo, a quien él de alguna manera ha traicionado al no haberlo ayudado. La decisión de enfrentar a la figura paterna –la política del Estado, en la persona del director delteatro– le otorgará una oportunidad de redimirse y, junto a ella, la felicidad, que tiene forma de aria de Mozart.
La traición, entendida en su grado más imperativo (el sacrificio de un inocente) es el tema de “Dos secuestros”. Los Taviani comenzaron a escribir el guión como siempre lo hacen, descubriendo en los diarios una historia real, en la que el hijo de un arrepentido de las Brigadas Rojas era víctima de la traición de su padre. “Nos pareció que en ese suceso se encarnaba la que quizá sea la mayor tragedia actual, la violencia ejercida sobre los niños. Estábamos trabajando sobre esa historia cuando descubrimos que Pirandello había escrito un cuento sobre otro secuestro ocurrido en Sicilia, a fines del siglo XIX, y decidimos poner esas dos historias en paralelo, para ver de qué modo se reflejaban la una en la otra”, comentó Vittorio Taviani. El chico secuestrado usa la computadora para ver más de cerca la reproducción de un cuadro del Giotto sobre la traición de Judas y concluye que “las cosas cambian bastante cuando uno se acerca lo suficiente”, mientras que el médico del siglo XIX (el increíble Turi Ferro) secuestrado por unos campesinos usa su cautiverio para explicarles los descubrimientos de Galileo y cambiar para siempre la forma en que ellos ven el mundo (a través de un sencillo ejemplo con baldes y piedras y vidrios de colores que es pura poesía en manos de los Taviani). Ambos secuestrados intentan comprender los motivos de su transformación en víctimas y hasta consiguen un minúsculo momento de libertad y alegría durante su cautiverio (en un caso, un picadito de fútbol; en el otro, un juego de gallina ciega) pero lo que queda en claro es que los secuestros, aunque similares, no son iguales. El anciano doctor no quiere pasar sus últimos momentos en una choza en el medio de la nada siciliana a causa de un error de sus captores; el chico es inocente de cualquier error cometido por su padre. El momento en que las culpas paternas deben ser expiadas por inocentes es el momento en que la violencia se perpetúa sin justificación posible ni fines aparentes, casi por una cuestión mecánica.
Así como el doctor se transforma en una figura reverencial para sus captores (a quienes les ha curado heridas a lo largo de sus vidas), el chico, se adivina, no alcanzará a cerrar las cicatrices como chivo expiatorio, cuando su secuestrador (que, en algún sentido, se ha convertido también en una figura paterna) mire pasmado las decenas de impresiones de los ángeles del Giotto y sienta la inevitabilidad de la tragedia de la que él será un simple ejecutor. El artífice, como siempre, permanece oculto, fuera de la mano de la justicia, y también en alguna parte de nosotros mismos, parecen decir los Taviani. Si la función de la catarsis es la liberación, y con ella, la posibilidad de empezar de nuevo (pero nunca de cero), la lección ética que entrega Tu ridi al mismo tiempo que su incomparable sutileza al hablar de las secretas posibilidades del ser humano (dos cuestiones, gracias a Dios, inseparables en el cine de los hermanos) es descubrir cómo la delgada línea roja que une los tres episodios es una cadena histórica que siempre se rompe por el eslabón más débil.

arriba