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Cine de Alemania Oriental
en el Goethe

Del PC a la PC

Hoy termina el ciclo Cine Alemán Mirando al Este en el Teatro San Martín con la proyección de dos obras notables. De Stalin a Disney compila las loas a Stalin, “el mejor amigo de los alemanes” durante los primeros años de la posguerra. Iluminación a fondo narra la vida post-Muro a través de la vida de un joven fotógrafo berlinés que no sabe cómo vivir en el mundo vertiginoso del consumo y el bombardeo publicitario. Vistas en tándem, conforman el retrato de la propaganda y la publicidad que azotaron a Alemania Oriental antes y después del Muro.

Por JOSE PABLO FEINMANN

El documental De Stalin a Disney (1991) empieza con una manifiesta declaración de su director. Habrá de ser la única intromisión en el relato, ya que luego hábilmente, Cay Wesnigk –se trata de él y su proyecto de explicar por medio de imágenes el régimen de la ex República Democrática Alemana– deja la palabra al material, poderoso sin duda, que entrega al espectador. La declaración dice: “Muchas de las imágenes de este film parecerán propaganda. Son propaganda. Como los cuarenta años de existencia de la República Democrática Alemana”. Exagera Wesnigk al decir que la RDA se debió a un fenómeno de propaganda. La propaganda nunca puede tanto. Siempre es un fenómeno subordinado a otros hechos de poder, que se han resuelto en el campo político o militar. De aquí que uno se asombre al ver imágenes tan torpes. ¿Cómo creían en esto? La pregunta es: ¿creían o querían creer por el hecho anterior y fundante de la dominación? La propaganda no establece un régimen, siempre viene a consolidarlo. Claro que a los dos o tres días ya nadie puede decir qué ha sido anterior, si la propaganda o el régimen, hasta tal punto se requieren y se autoexplicitan.
De este modo, el film de Wesnigk es ejemplar. Es decir, agota todos los resortes que un régimen autoritario, basado en el primado de una personalidad, de un liderazgo absoluto, arbitra para oprimir. La primera tarea de la propaganda staliniana en la RDA fue exhibir las ventajas del pasaje de un momento histórico a otro. De Hitler a Stalin, sin más. Bajo Hitler, los cañones. Con Stalin, el trabajo, el sol, la paz y la alegría de los niños. (La utilización de la infancia es constante en el cine de propaganda. Los niños expresan el futuro esperanzado del régimen. En sus rostros frescos y alegres se adivina el porvenir venturoso de la patria. Como sea, los niños son siempre buenos vendedores. Venden regímenes políticos totalitarios como mayonesa, manteca, hamburguesas. Modalidad, esta última de otro régimen de propaganda, basado en el culto de las empresas, abominablemente conocido por nosotros.)
Todo trabajo de reconstrucción (la RDA se plantea la reconstrucción de la Alemania destruida por Hitler) debe apelar al esfuerzo. Hay que trabajar y con entusiasmo. Al fin vale la pena el sacrificio. Se lo hace por la patria y por el líder de la patria. En este caso, el camarada Stalin, “el mejor amigo de los alemanes”. El sacrificio se expresa en el aumento de la productividad. Los obreros de los yacimientos de carbón compiten entre ellos tratando de superar los records establecidos. Si hoy uno de ellos llegó a quince puntos de productividad, mañana otro, en otra zona, llegará a veinte, y otro a veinticinco y así hasta vaya uno a saber dónde. La competitividad capitalista ha sido reemplazada por la competitividad de los obreros del régimen. Pero esta competencia es sana, tiene el espíritu del deporte, y busca el bienestar de todos. Ahora vemos planos –cuidadosos primeros planos– de estos obreros: tienen las caras tiznadas de carbón, el sudor les brilla en las frentes laboriosas y sonríen. El camarada Stalin los ama.

La utilización de la infancia es constante en el cine de propaganda. Los niños expresan el futuro esperanzado del régimen. En sus rostros frescos y alegres se adivina el porvenir venturoso de la patria. Los niños son siempre buenos vendedores. Venden regímenes políticos totalitarios como mayonesa, manteca, hamburguesas.

La productividad se expresará también en la cultura. También los poetas tienen su papel en el régimen y su proyecto de reconstrucción. Ahora vemos a Johannes Becher, acaba de llegar de Moscú, ha ganado el Premio Stalin y se reúne con unos niños para narrarles su viaje. Les dice: Stalin es el gran amigo de mi pueblo, que es el de ustedes, niños. Este hombre –se nos dice– ha escrito el gran poema que separa las dos Alemanias, la de Hitler y la de Stalin. Ha escrito: “Jamás una madre volverá a llorar junto a su hijo”. Ahora vemos a un joven matrimonio que se asoma al balcón de un departamento en la avenida Stalin. Tienen a un bebé en sus brazos. El hombre, emocionado, le dice al niñito: “Has nacido en nuestra calle, que se llama Stalin”. Ahora, Walter Ulbricht, uno de los más destellantes hombres públicos de la RDA, recibe la más alta condecoración de la República, que lleva el nombre de Karl Marx. Luego vemos a Ulbricht en la intimidad, en su casa, jugando al ping-pong con su esposa. Nos conmueven su sencillez, su apego al deporte, su vida ordenada. Ahora vemos a losjóvenes pioneros, a quienes se les llama hijos del pueblo alemán. Visten unos uniformes austeros y levantan el brazo derecho... pero con el puño cerrado. Ahora, de pronto, el 5 de marzo de 1953, se muere Stalin. La radio anuncia la noticia. Dice: “El corazón de Stalin ha dejado de latir”. Porque así era Stalin, puro corazón. Porque sólo puede aludirse a su muerte diciendo que su corazón, que era el órgano que lo distinguía, ya que era el órgano desde el que surgía desbordante su amor por el pueblo, se ha detenido. Sin embargo, la voz del locutor oficial tranquiliza a todos. “Stalin (dice) sigue viviendo en nosotros. Stalin es inmortal.” De donde es posible deducir que todos lo somos, todos los que amamos a Stalin, porque su inmortalidad necesita de nosotros para ser real, porque él sigue viviendo en nosotros y, así, jamás habremos de morir. Que es lo que todo régimen autoritario asegura: nadie habrá de morir si cree en nosotros. Sólo los disidentes mueren.
Sagazmente, quienes organizan este ciclo, acompañan el documental de Wesnigk con otro posterior, de 1998, dirigido por Helga Reidemeister. Ha caído el Muro. Ha retornado la libertad. Ya nadie tiene que ver esos torpes filmes de propaganda y culto a la personalidad, a la omnipresente personalidad del tosco y brutal Stalin. Pero el miedo continúa. Pareciera que el miedo es la más persistente pasión de los pueblos. Miedo bajo Hitler. Miedo bajo Stalin. Miedo bajo la economía liberal. Iluminación a fondo narra la desoladora historia de un joven fotógrafo berlinés que no sabe cómo vivir en el mundo vertiginoso de las empresas. Añora la protección del Estado. Se siente sustituible. No es nadie en ninguna parte. Su ciudad ya no le pertenece. El desaforado culto a la mercancía que implica el capitalismo la ha transformado. La propaganda política del capitalismo de mercado se despliega a partir de la omnipresencia de los objetos. Los objetos como mercancías a comercializar, a ser adquiridas por los ciudadanos. Así, la ciudad cambia. Ahora es un muestrario de marcas registradas que no respetan nada, que arrasan con el viejo rostro de Berlín y lo hacen parecido al rostro de toda las ciudades del planeta, dominadas por las mismas mercancías. Hay una nueva unificación. Al significante absoluto Stalin, le sucede el significante absoluto mercancía del Capital. Antes, todas las calles, aunque se llamaran Lenin, Marx o Engels, se llamaban Stalin, porque Stalin era la síntesis suprema. Hoy las calles se llaman Yves Saint Laurent, Givenchy, Coke, Mc Donald’s. No hay un rostro, hay miles de rostros. O ninguno.
El joven fotógrafo registra otro cambio en su ciudad. Se ha poblado de gente nueva, exótica. Son turcos, son árabes, es gente que viene de lejos y trabaja, hace los mismos trabajos que antes hacían los laboriosos obreros del régimen. Si hay un momento conmovedor y de gran belleza plástica y conceptual en este film es, exactamente, este: los rostros de los inmigrantes, de esos seres trashumantes que el Capital ha arrojado sobre Berlín. Algunos alemanes habrán de hostigarlos, hasta habrán de prenderles fuego como a una peste insidiosa. El joven fotógrafo berlinés se junta con ellos, come con ellos y los fotografía. Fotografía esos rostros desamparados, insólitos, los rostros de los nuevos compañeros de desdicha.
Si la historia humana debe ser entendida como la lucha entre la libertad y la tiranía (la palabra libertad es una palabra que ya no es posible continuar regalándole al liberalismo, que sólo cree en la libertad de las empresas y de la libre circulación de las mercancías del Capital o del Capital como mercancía) estos dos films exhiben que sus caminos son tortuosos y que la tiranía tiene muchas formas de establecerse. Bajo Stalin se engañaba a los berlineses diciéndoles que se reconstruía Alemania, cuando, en verdad, sólo se construía un régimen unidimensional, vertical, hiperpersonalista, sofocador de todo disenso. Bajo el capitalismo de mercado, no se reconstruye nada. Berlín deja de existir. Se parece a todas las restantes ciudades del mundo. Hay una nueva uniformidad. La uniformidad del Capital y sus mercancías. Y lasdiferenciaciones que se establecen –esos rostros exóticos, que vienen de afuera– responden al esquema de la escasez: en el mundo no hay para todos.
Otro de los films de este ciclo (El controlador, de Stefan Trampe) narra la siguiente historia: durante más de treinta años, un guardia fronterizo de la RDA cumple su trabajo con obsesiva fidelidad. Tiene una frontera que cuidar; ésa es su misión en la vida. Súbitamente, con la caída del Muro y la unificación de Alemania, esa frontera deja de existir. El vacío se adueña del pobre hombre. No sabe qué hacer. No alcanza a comprender qué ha ocurrido. Decide, entonces, seguir asistiendo a su puesto, seguir custodiando esa frontera, que ya no existe más. El orden neoliberal elimina las fronteras y establece un único orden. Pero este orden –en su exaltación objetal de la mercancía– no crea un lugar para los hombres. Los vuelve innecesarios, infinitamente sustituibles, les hace sentir –con un horror cotidiano, que no cesa y se alimenta de la propaganda políticoeconómica basada en las marcas registradas– que no valen nada o, al menos, que valen menos, mucho menos que cualquiera de los productos a cuyo beneficio se ha sometido al mundo. De esta forma, la libertad de los hombres se enajena en beneficio de la libertad de los objetos, de la libertad del Capital. Y este es el rostro de la nueva tiranía.

De Stalin a Disney puede verse a las 14.30 y a las 19.30. Iluminación de fondo, a las 17 y 22 hs. En la Sala Leopoldo Lugones del Teatro General San Martín (Av. Corrientes 1530)

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